Interview
Entrevista con David Jiménez Torres sobre El mal dormir

Entrevista con David Jiménez Torres sobre El mal dormir

Liliana Muñoz

Ganador del I Premio de No Ficción Libros del Asteroide, David Jiménez Torres escribe sobre esa zona gris de los trastornos del sueño que es el mal dormir. El sueño, que muchas veces damos por sentado, es la materia principal de este ensayo el que el autor reflexiona sobre las noches y los días, sobre la soledad de la vigilia, sobre el transcurso del tiempo, sobre el mal dormir ocupacional.

David Jiménez Torres es profesor, investigador, articulista y escritor. Estudió en Estados Unidos, en la Universidad de Washington en San Luis, y en Reino Unido, en la Universidad de Cambridge. Ha sido beneficiario de la beca Juan de la Cierva y en la actualidad es profesor en la Universidad Complutense de Madrid. Ha colaborado en diversos medios y desde 2019 es columnista en El Mundo. En el campo del ensayo literario ha publicado El país de la niebla (2018) y este, su libro más reciente, El mal dormir (2022). En esta entrevista tuvimos ocasión de reflexionar sobre algo tan natural, y a la vez tan misterioso, como dormir.

Desde las primeras páginas queda claro que El mal dormir no pretende ser un libro especializado, riguroso, sobre los trastornos del sueño, sino más bien un ensayo personal sobre tu experiencia como maldurmiente. ¿Cuáles son, a tu juicio, las señas de identidad del maldurmiente moderno?

Yo creo que podríamos partir de unas experiencias o de unas sensaciones compartidas que, evidentemente, variarán dependiendo del temperamento de cada uno. Hay una experiencia fundamental que es la de la soledad, muy determinada por el hecho de que, en un ambiente social y cultural en el que estamos constantemente conectados con los otros, sobre todo por vía digital, las horas de vigilia son las únicas en las que pasamos un largo trecho sin conversar con nadie. Esto algunos lo pueden ver como una soledad reparadora o, digamos, acogedora, pero creo que para los maldurmientes puede ser una soledad bastante angustiante. No únicamente estás solo e incomunicado con el resto del mundo, sino que también tienes la impresión de que el mundo te ha dado la espalda, de que el mundo se ha echado a dormir mientras tú te has quedado despierto contra tu voluntad. Además, está la sensación de que estás solo con tu mal dormir, solo con tu incapacidad para conciliar el sueño, solo con las consecuencias que se derivan de ella.

Por otro lado, también estaría una profunda frustración por la imposibilidad de hacer algo que no parece tan difícil, como es cerrar los ojos y quedarse dormido. Para nosotros resulta extraordinariamente complicado y esto se junta con la frustración de no entender por qué, no saber por qué o, al menos, no saber por qué tú. Los que duermen en pareja ven que esta se duerme enseguida y se alegran por esa persona, pero no pueden dejar de preguntarse “por qué yo no”.

Además de la frustración yo creo que te invade una fuerte ansiedad. Vivimos en un entorno cultural que promueve la idea de que el tiempo hay que aprovecharlo, de que el tiempo está ahí para ser vivido de manera productiva, y esa productividad no solo tiene que ver con el trabajo, sino también con el ocio. Es decir: tu tiempo libre, el tiempo en el que no estás en el despacho, deberías dedicarlo a leer libros, a leer artículos, a consumir música, a ver películas, a socializar. Para la sociedad actual, el tiempo muerto es algo reprobable, es una pérdida de tiempo, y el maldurmiente está condenado a perderlo porque el lapso que está en la cama dando vueltas es difícil conceptualizarlo como “productivo”. De alguna manera, es un tiempo vacío, y ese horror vacui es muy propio de nuestra edad y genera una ansiedad muy específica del maldurmiente actual.

Por último, insisto mucho en el libro en que el problema no es solo la noche sino también el día. Yo creo que una frustración importante es no rendir bien en la vida diurna, ya sea en lo laboral o en lo social, por culpa del cansancio que se deriva del mal dormir.

Hay algo que está muy presente en tu vida, algo que vives todos los días, y que sin embargo tú no controlas, por mucho que buena parte de la medicina y la terapia del sueño intenten devolverte algo de ese control.

¿Crees que los maldurmientes hemos terminado por normalizar el insomnio, el agotamiento o la dificultad para enfrentar las primeras horas del día? Y, en el otro extremo, ¿es el sueño algo que el resto de la población da por sentado?

Sí, los maldurmientes nos acostumbramos a rendir con menos descanso, con menos energía. Hay mucha gente que se autoconvence de que en realidad no necesita más de cuatro o cinco horas de sueño al día porque encuentra maneras de ser funcional, pero las investigaciones indican que no, que esto es un autoengaño. Nos sucede también a los que tenemos hijos pequeños: te acostumbras durante unos años a vivir con muy poco sueño, pero eso no significa que no lo necesites; significa que el cuerpo humano es sabio y se puede adaptar a circunstancias extremas, pero eso no implica que no te esté causando un daño a largo plazo. En pocas palabras, el mal dormir es como una gota fina que va erosionando la piedra de nuestra salud.

Respecto a tu segunda pregunta, yo pienso que sí, que la gente que duerme bien es consciente de que hay gente que no duerme bien, pero no sé hasta qué punto les interesa esa experiencia. Existe cierta fascinación por lo onírico, por los sueños, pero el sueño no es un tema que interese demasiado. Nadie tiene problemas de salud por culpa de los “malos sueños”, pero sí hay gente que tiene la salud mermada por un mal dormir encadenado durante el tiempo. Aunque no es tan atractivo como los sueños, yo creo que el sueño es un tema más urgente. Este era uno de los motivos para escribir el libro: nosotros mismos, los maldurmientes, no somos capaces de decir mucho sobre nuestro cansancio. En mi caso, es una experiencia muy importante en mi vida y, sin embargo, lo único que yo había verbalizado era “duermo mal” y “estoy cansado”. El mal dormir es una forma de dar cuerpo a experiencias que son invisibles, mudas, que están en tu conciencia sin haber sido expresadas.

Es como si los problemas del sueño escaparan a las palabras.

Claro. Y es justo lo contrario de lo que ocurre con los sueños. Por eso mismo el psicoanálisis se vale de la palabra: busca verbalizar y dar sentido a las imágenes que recuerdas. El sueño, en cambio, ha estado presente en todas las noches de la humanidad y sin embargo es algo que he dejado una huella muy tenue en la historia. Hay muy pocos registros de cómo dormían nuestros antepasados: sabemos que dormían, evidentemente, pero es casi como el viento, que ha venido y sin más se ha ido.

En El mal dormir mencionas que, según la Sociedad Española de Neurología, entre un veinte y un cuarenta y ocho por ciento de adultos sufre, en algún periodo de su vida, dificultad para iniciar o mantener el sueño. ¿Crees que el ecosistema empresarial está preparado para abordar estos problemas?

Hay una gran variación entre sectores. Por ejemplo, el sector de las startups se ha movido hacia todo lo que sea “acomodar” los ritmos y las idiosincrasias de sus trabajadores. Así, tienes multinacionales como Google o Nike que en sus sedes tienen salas especiales para que los trabajadores echen siestas. Entonces, podríamos decir que hay un movimiento en ese sentido, más compasivo con el trabajador, pero siempre ligado a una búsqueda de productividad. No es una compasión gratuita, sino una que se deriva de comprender que los trabajadores rinden mejor cuando están más descansados. No obstante, no debemos negar que muchas de las ocupaciones tradicionales no tienen esa flexibilidad. El albañil, el trabajador de la fábrica o el que trabaja en el supermercado tiene horarios extraordinariamente rígidos y también un imperativo de productividad. En este caso, no sé hasta qué punto hay una comprensión por parte de sus superiores. Pongamos por ejemplo al albañil que tiene que levantarse a las 5:30 o 6 de la mañana para estar en la obra a primera hora: si esa persona tiene un ciclo de sueño búho y le cuesta conciliar el sueño hasta muy tarde, pues está muy jodido. Los que tenemos ciertas ocupaciones podemos aprovechar eso mejor. Yo tengo el privilegio de que mi horario de profesor es relativamente flexible. Hay días en los que empiezo clase más tarde, así que si me siento especialmente creativo a la 1 de la mañana puedo ponerme a trabajar y al día siguiente estaré un poco más cansado, pero no tendré que estar dando clases a las 9 de la mañana. De nuevo, el albañil no tiene ese privilegio. Por eso, cuando hablamos de flexibilización de horarios, muchas veces nos centramos solo en ocupaciones muy de clase media con alta formación y creo que deberíamos pensar más en trabajadores manuales.

Pareciera como que el bien dormir es un privilegio de clase.

En efecto, la capacidad de acomodar tus horarios para que la idiosincrasia de tu sueño no te destruya es un privilegio que está muy ligado a ciertas ocupaciones. Aquí es donde entran las industrias del mal dormir. Si hay algo distintivo de nuestra época es que hay un boom de ayudas al descanso. Escuchamos muchísimos anuncios en la radio, en la televisión, de fármacos que te prometen un buen descanso, de colchones especializados. Claro, la cuestión es que todos estos son productos que hay que comprar. Y aquí volvemos a introducir un sesgo de clase: alguien con mayor nivel de ingresos puede comprar un colchón especializado, puede invertir en fármacos, puede invertir en terapias, puede ir a hoteles que se enfocan en curas de sueño. En el fondo es una reacción del mercado: el mercado reacciona a una percepción de que ahora el sueño nos importa más que antes; por eso es una industria que tiene unos márgenes de beneficio y de crecimiento muy notables.

A la par que hay muchas industrias que procuran paliar los problemas del sueño, hay determinadas ocupaciones que promueven el mal dormir. Pienso, por mencionar algunos, en los vigilantes de seguridad o en los panaderos.

Exacto. Uno quiere pensar que la gente que puede terminar desempeñando esos trabajos es gente que tiene el ciclo de sueño búho, con lo cual trabajar de noche no les perjudica tanto, pero la mayor parte de las veces lo hacen por necesidad, porque es el único trabajo que pueden hacer. Pero esto no solo ocurre en algunas ocupaciones como guardias de noche, porque también es verdad que hay algunos sectores -los médicos, por ejemplo, o los abogados de grandes despachos, o la gente que trabaja en banca de inversión, que es el caso que menciono en el libro- en donde predomina la idea de que trabajar muchísimas horas sin sueño, o privarte de sueño, es algo positivo. Es más, la privación forzosa del sueño es algo virtuoso, es algo que demuestra tu compromiso, tus ganas de ascender, tu profesionalidad. Aquí podríamos hacer incluso un análisis cultural: ¿hasta qué punto esto tiene la raíces en una ética protestante del trabajo? Es decir, la idea de mostrar la virtud del individuo a través de su desempeño laboral, de esta manera abnegada de entregarse a las tareas laborales, y cómo esto puede haber ido evolucionando con el tiempo hasta ahora.

A lo largo de El mal dormir trazas una breve genealogía de los trastornos del sueño, con ejemplos, en el ámbito de la literatura, que van desde Gilgamesh hasta Martin Amis. ¿Se ha transfigurado en el arte o en la literatura la representación del maldurmiente?

Hay una historia literaria muy rica del insomnio extremo: en Gilgamesh el insomnio está muy ligado al poder y la ambición, en el Quijote el deseo de Alonso Quijano de privarse de sueño es su manera de intentar estar a la altura del ideal de caballería, en Cien años de soledad los habitantes de Macondo no pueden dormir durante algunos meses. Sin embargo, hay pocos ejemplos de lo que a mí me interesa, que es esa zona gris que es el mal dormir. Hay una especia de niebla en ella; como no es extrema, creo que ha generado menos interés que los insomnios dramáticos.

Por otro lado, creo que se ha sostenido el estereotipo del creador insomne con la idea de que hay algún tipo de vínculo entre su genialidad y su insomnio. El artista que vive de noche es una imagen muy romántica, muy ligada a la idea del artista como alguien excepcional. ¿Cómo muestras que esta persona es excepcional? Haciendo que su ciclo vital sea completamente opuesto al normal, haciendo que trabaje de noche y que duerma de día. Esa es una imagen cultural que tenemos muy arraigada. También hay una idea que a mí me frustra mucho, que es la de la culpa; la implicación de que quien no duerme bien es porque tiene remordimientos. En Macbeth se observa la quintaesencia de la culpa. El personaje escucha un grito que no se sabe de dónde viene: “¡Macbeth ha asesinado el sueño!”, y es esta idea de que Macbeth ya no podrá dormir por culpa de su crimen. No es verdad que haya una dimensión moral en el mal dormir, o que el mal dormir sea un castigo divino por unos crímenes que todavía no has purgado en el mundo real.

En El mal dormir citas a menudo a Hamlet, el príncipe que anhela incesantemente el descanso, el personaje hostigado por su exceso de razonamiento. De hecho, las líneas finales de la obra, “the rest is silence”, podrían interpretarse como “el resto es silencio” o “el descanso es silencio”. A propósito de esto, ¿de qué naturaleza es el vínculo entre la conciencia y el sueño?

En principio, el sueño es la aniquilación de la conciencia, su suspensión. Hamlet habla del sueño como una metáfora de la muerte. De hecho, la idea de que la muerte no sea un descanso absoluto es lo que lo echa para atrás, lo que evita que se suicide. Entonces es curioso porque deseamos esta aniquilación de la conciencia con la fe de que va a ser temporal y hay ahí un deseo de autosuspensión que resulta inquietante. Incluso en los casos de insomnio extremo creo que es más dramático. Entrevisté a Samantha Harvey, autora de Un malestar indefinido, y ella sí que es insomne extrema. Me contaba que cuando no puedes dormir la muerte empieza a parecer muy atractiva porque por fin descansarías, por fin sería un descanso total, ya no estarías condenando a estar despierto siempre. También es interesante la relación entre conciencia y lenguaje. Nos pasa a muchos maldurmientes que cuando estamos intentando conciliar el sueño parece que nuestro cerebro se ve inundado de una sobreabundancia de lenguaje: pensamientos, frases que podrías escribir, whatsapps, etc. Es decir, hay un caudal de lenguaje que desearíamos que desapareciera.

Durante la noche pensamos en “palabras, palabras, palabras”, como diría Hamlet, pero al día siguiente somos incapaces de dar forma a todo eso.

Esto es porque son pensamientos muy desestructurados. No sé si alguna vez pensamos de manera muy ordenada, pero desde luego este es un pensamiento muy caótico y anárquico. A veces pensamos en varias cosas a la vez o saltamos de tema en tema. Si transcribiéramos lo que piensa nuestra mente seguramente se parecería a Finnegans Wake. Tiene sentido que la novela Joyce sobre la noche sea de una dificultad lingüística tan grande porque nuestro pensamiento nocturno es así.

En uno de los capítulos más interesantes del libro hablas sobre la relación entre el cuerpo y el mal dormir. ¿En qué modo afectan las noches en vela al vínculo, no solo con el propio cuerpo, sino con el cuerpo del otro?

Para un maldurmiente el cuerpo del otro es profundamente misterioso. Hay algo mágico que ha conseguido hacer tu pareja cuando ha logrado cruzar al otro lado de la barrera del sueño. Por un lado, nos da la sensación de echar un vistazo a un cuerpo muy conocido y a la vez entender que hay algo ahí que te resulta ignoto, inalcanzable, incluso místico. Por otro, uno se familiariza mucho con su propio cuerpo a medida que varía ligeramente la postura. En cierto modo, desarrollas una relación especial con tus hombros, con tus codos, con tus rodillas. Al igual que el cuerpo de la otra persona se vuelve misterioso, el tuyo también lo es. Mueves los dedos, los brazos, puedes controlar tu cuerpo y a la vez hay algo en tu cuerpo que tú no controlas, que es precisamente el sueño. Es curioso porque tu cuerpo es conocido y desconocido al mismo tiempo.

Y, finalmente, ¿hay algo que reconcilie al maldurmiente con su padecimiento? 

Depende del temperamento de cada cual. Yo lo vivo con angustia, pero hay gente que lo vive de forma más estoica, más senequista, que logra encontrar el lado positivo. Aquí la respuesta por excelencia es que tienes más tiempo para leer. Uno siempre tiene la angustia de no tener suficiente tiempo para leer, así que las noches en blanco sí que te permiten tenerlo. Yo es verdad que he leído más libros de los que habría leído si no tuviera problemas de sueño. Luego está la contrapartida de que si te pones a leer durante la noche, al día siguiente estás más lento, no consigues concentrarte en la lectura, con lo cual tampoco es, digamos, una ganancia completa. Lo que sí que creo es que en general, dado que la vida es algo que nos ha sido regalado, si nuestra manera de estar en el mundo incluye el mal dormir pues sigue formando parte de un “pack” que nos ha sido dado. También reivindico el derecho a estar cabreado y a vivir con angustia esta arbitrariedad cósmica. Me provoca un poco de rechazo esta idea de que hay que proyectar un pensamiento positivo sobre todo. Si tu manera más natural es que te enfade, pues hazlo. Lo que sí que estaría bien es que habláramos más del tema, que nos reconociéramos más entre nosotros y, sobre todo, que reconociéramos que tenemos una experiencia compartida entre millones de personas, que formamos un colectivo involuntario pero lo formamos. Somos una legión, una cansada legión, pero una legión a fin de cuentas.

 

Liliana Muñoz es ensayista y crítica literaria. Edita la revista de crítica Criticismo (https://criticismo.com/). Ha colaborado en diversas revistas y suplementos, como Confabulario, Letras Libres, La Palabra y el Hombre, Revista de Letras o Criticismo. Fue finalista en el II Concurso de Crítica convocado por Letras Libres.


Posted: October 10, 2022 at 8:45 pm

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