Essay
LAS ESTOLAS DE LA SOLEDAD ME ENREDAN COMO UNA SERPIENTE ASESINA

LAS ESTOLAS DE LA SOLEDAD ME ENREDAN COMO UNA SERPIENTE ASESINA

Mónica Maristain

Vivo muy cerca de Samuel 27, donde vivió Roberto Bolaño (1950-2003) y a veces pasaba muy cerca de allí. Una casa modesta en planta alta, pintado de rojo, es decir, casi sin pintar y nadie que se anuncie desde la ventana.

Una vez fui a preguntar a la tienda de abarrotes que está abajo y no sé si es la Colonia Vallejo o la Industrial o la Tepeyac. Lo veía a él, a Roberto, lejos del centro, de donde todo se cocina y la gente me dice que en esa época La Condesa no era lo que es ahora. Que no todo era fresa en La Condesa. Pero era de todas maneras el centro. Vivían los Taibo, vivían los Pérez Gay y es obvio que el barrio no era una pista de carrera para caballos como fue en la década de los veintes.

No sé quién es ese Roberto Bolaño que recuerdo y evoco en una tarde de domingo, así, sin pensarlo mucho creo que no es ese del que todos hablan. Una vez, el padre, León, dijo que le pedía al hombre que vendía tacos que le fiara para cuando él llegara. Era como su barrio, ese donde el vendedor de tacos le habilitaba la comida. ¿Habrá contraído el cáncer hepático en esa época?

“Era pobre, vivía en la intemperie y me consideraba un tipo con suerte porque, a fin de cuentas, no había enfermado de nada grave. Abusé del sexo pero nunca contraje una enfermedad venérea. Abusé de la lectura pero nunca quise ser un autor de éxito. Incluso la pérdida de dientes para mí era una especie de homenaje a Gary Snyder, cuya vida de vagabundo zen lo había hecho descuidar su dentadura. Pero todo llega. Los hijos llegan. Los libros llegan. La enfermedad llega. El fin del viaje llega”, escribió en el ensayo “Literatura y enfermedad”.

“Líbreme de San Bofe, santo patrón de los hígados tocados, que algún día me ponga a gorjear como Camilo, mi freak favorito”, solía decirme cuando yo le ponía el ejemplo de Camilo Sesto, de Raphael, como hombres trasplantados del hígado que vivían la mar de bien.

“No debo escribir mensajes cuando estoy borracha a las ocho de la mañana, ahogando las tristezas de las enfermedades. Mil disculpas por el tono excesivo de mi pedido de escritura”. Un mensaje escrito por mí el 1 de agosto de 2003. Él ya había muerto el 15 de julio.

La descomposición.

La de un perfume que recién rociado convoca la frescura de un aroma nuevo, brillante, hasta convertirse de a poco en un vaho pegado a las junturas de una prenda y se mezcla con los fluidos corporales para volverse un olor palpable, un despojo, una rémora.

El pase de estado. De líquido a gaseoso. De gaseoso a costra, a ungüento: airear es lo que urge, expandir, abrir, sacar de la atmósfera esa memoria olfativa para poder vivir el minuto que sigue libre de las sombras de aquello que fue y ya no es.

“Él tenía un trastorno inmunológico que afecta a las vías biliares y va dañando el hígado. Es una enfermedad de lenta evolución. Al principio estaba más angustiado que otra cosa y durante mucho tiempo estuvo bien. Pero sufría la angustia de estar enfermo, era muy sensible y cualquier exploración o examen era un sufrimiento para él”, dice el médico Víctor Vargas, en una nota publicada por La Tercera, diario de Chile, con la firma de Andrés Gómez Bravo.

“Siempre es agradable recibir una carta tuya, en cualquier fecha, a cualquier hora. Por supuesto, intentaré o hintentaré enviarte un cuento. Tú no dejes de escribirme. Espero, como se suele decir, que pases un feliz año nuevo en compañía de la gente que quieres o envuelta en las estolas de la soledad, que como imagen poética tal vez esté un poco pasada o remita a cierta poesía decadente, escenografías art-decó con fondo de llamas, pero que tampoco está tan mal. Un beso. Roberto”.

El mensaje del 31 de diciembre de 2002 tenía gusto a futuro. La vida se expandía con una fuerza inasible. Nadie pensaba que unos años más tarde esas estolas de las soledad sabrían a sufrimiento por todos los que no están, incluido él.

Dice Rafael Pérez Gay que en la locura no hay dolor. Vivir el Alzheimer es evitar en todo momento aquello que nos da puñaladas en la espalda cuando estamos solos. Dice Alejandro Dolina que todas las heridas de amor (y de muerte) son como puñaladas que no se van nunca. Que uno tiene que aprender a sentarse para que no le duelan tanto. Sólo eso.

“Ay, Maristain. Aún respiro. Y ya soy el segundo de la cola”.

“Ay, Maristain. Tal como está tu relación con la palabra póstumo, lo mejor será que no esperes la salida de mi novela, porque igual es ídem. Las barricadas caen una detrás de otra y mi bandera ya más parece un pañuelo. Besos. Bolaño”.

En esa época murió mi madre. Nunca sé exactamente el día. Le pregunto a mi hermana, Laura, me dice que fue el 22 de abril de 2005. Vivió dos años más que Roberto, que siempre mandaba saludos para ella y para mi hermana.

“Querida Mónica: No seré yo el que te diga que en política la realidad y el deseo son dos cosas bien distintas. Para mí Lula es, en principio, un antiguo obrero que promete hacer lo posible para que todos los brasileños coman tres veces al día. Como objetivo político, o de política social, no está mal, es razonable, aunque como utopía es francamente pobre. Es como si Joyce, por poner un ejemplo de utopía literaria, hubiera dicho que su objetivo era combatir el analfabetismo irlandés y hacia ese fin hubiera dirigido todas sus energías. Sobre todo, porque Joyce, si se hubiera dedicado a alfabetizar, no hubiera conseguido nada, que será lo que Lula, mucho me temo, conseguirá al final de su mandato. La gente seguirá suicidándose después de cada derrota de la selección de fútbol, la gente seguirá votando a Menem, la gente seguirá yendo a misa, la Marcha sobre Roma del fascio es imparable y se repite no cada año sino cada día, minuto a minuto. Quién gana. No gana nadie. Se podría pensar que gana la canalla sentimental, pero en realidad no gana nadie. Me llegaron las revistas y he leído con interés y ganas tus entrevistas, que son muy buenas. Tómate el DF con calma, con mucha calma, las tristezas allí son caníbales. Recibe un fuerte abrazo. Y perdona esta carta más bien depresiva, por lo común suelo ser un poco más alegre u optimista o algo así. Esta es una noche como para releer a Leopardi y su Canto nocturno de un pastor errante en Asia, que ya es mucho errar y mucho pastorear.

Roberto.”

“Maristain querida: Hay que ver lo bien que acentúas. Me maravilla. Yo dejé de estudiar a los dieciséis y tal vez por eso a veces se me olvida. Pero por lo general tampoco lo hago tan mal. De hecho, tuve una vez un libro de gramática que casi me volvió loco. Era como el libro de Lewis Carroll, pero de gramática, aunque la gramática en ocasiones, si la miras de sesgo, se parece a las matemáticas y ahí empieza el peligro, el tarot de los números y de las letras. Hubo una época, cuando yo viví en México, que cada día tomaba un camión que pasaba junto a un gran manicomio en el extrarradio. No consigo recordar por qué razón tomaba ese dichoso camión infernal, mismamente el bateaux mouche de Caronte, pero lo cierto es que lo tomaba y cuando llegaba al manicomio, ahí había una parada, veía a los locos que se acercaban a la reja en el mejor estilo, explotado años después, de George Romero. Todos iban con pijamas. Todos eran locos pobres. Y para mí significaban algo, ¿qué?, no lo sé a ciencia cierta, tal vez una idea de cierta gramática, de otra gramática, una prosodia que se ramificaba en el aire. No te preocupes por mi salud. El asunto es tan corriente y vulgar que poco interés suscita en las musas, como dijo un clásico cuyo nombre, para variar, he olvidado. Siento mucho lo de tu madre. Espero que mejore. Recibe un fuerte abrazo.

Bolaño. PD: No bebas, no fumes tanto, cuídate. Saludos a tu hermana.”

“Maristain querida: Siempre es una alegría recibir unas líneas tuyas, pero yo te recomiendo escribirme más a menudo, porque en una de esas la he palmado. Desconozco qué fotos te enviaron, pero casi aseguraría que el fotógrafo es Basso Cannarsa. Digamos que estoy seguro en un 99,9 %. Y otra cosa: ¿puedo, después de que publiques la entrevista en Playboy, enviarla a Chile y Argentina? Te envío todos los besos posibles. Bolaño”.

Ahora estoy aquí, tal vez viva de milagro, sola en casa, sin poder dormir. Tomo mate. Hay una botella de agua de frutas sobre el escritorio y tengo a medio hacer una nota sobre Jack Huston -el nieto del gran John Huston-, que es noticia porque protagonizará El cuervo, la película que dejó truncada Brandon Lee, muerto por una bala que no era de fogueo en pleno rodaje.

Los libros se agolpan en el estudio y anoche, a las tres de la mañana, uno de los gatos saltó sobre mi cara, se cayó uno de los cuadros sobre mi cabeza y me lastimó un ojo, el izquierdo. Comí un yogur griego de desayuno. Hay un sol pálido.

Ese domingo es uno cualquiera.

Estoy sentada en el medio de la cama, con las tres almohadas detrás de la espalda. Ya no fumo, así que a menudo me levanto, recorro presurosa los 30 escalones que me separan de la parte de debajo de la casa rentada y busca algo en el refrigerador.

“Querida Mónica. Se me acaba de ocurrir. ¿Por qué no le pides un cuento o una crónica o lo que sea a Rodrigo Fresán, a mi juicio de lo mejorcito que corre por la nueva literatura latinoamericana? Si te interesa, dímelo y te mandaré su dirección electrónica. Lo de Aira bien merecido, se lo tiene ganado por hacer turismo de Congreso de Escritores. Ya no quedan héroes. Recibe un fuerte abrazo y un beso. Roberto”.

“Su evolución fue la típica de esta patología. Con el tiempo la enfermedad crónica del hígado genera una insuficiencia hepática grave. Fue cuando planteamos hacer el trasplante. De alguna manera, él tenía miedo de afrontar la enfermedad y durante un período tuvo una tendencia a negarla y no controlarse. Eso llevó después a complicaciones. Es una enfermedad de base inmunológica, no es infecciosa ni tóxica, no tiene relación con el alcohol ni con drogas; son anticuerpos que atacan la vía biliar”. Palabra de Víctor Vargas, el hepatólogo del Hospital Universitario Valle de Hebron.

El cigarrillo encendido. Uno tras otro que encendía Krzysztof Kieślowski en un jardín de una casona en San Telmo. Cuando contó aquello de que al escribir el guión de Azul la primera opción fue tener a un hombre como protagonista, hasta que él y su coguionista Krzysztof Piesiewicz cayeron en la cuenta de que sólo una mujer podría sobrevivir a la tragedia de perder a su hijo y a su cónyuge en un accidente.

¿Por qué no pensar, después de todo, que vivir es un asunto de lotería biológica más que el mérito aciago de una voluntad del ser irredimible?

Hoy vio a un ciego llevar a un perro. Vio al perro querer salirse de la correa y seguir el rumbo de un gran danés que se les cruzó a ambos en el camino.

La vida que se agolpa como si fuera un alud. Estás en el piso, esperando alguna sombra, algún vestigio, pero toda la existencia cae sobre ti, aplastándote.

Ser más viejo. Otro estado de la vida. Estás con esa edad tan temprana y al mismo tiempo el cuerpo se te empieza a hacer a un lado. Te duele un brazo y alguna vez leíste que el cáncer de pulmón se dio por un dolor de brazos y no quieres que nadie te lo vea, quieres hacer como si el brazo no te doliera.

“No lo sé. Tal vez si llegaba antes y lo poníamos en lista de trasplante con seis meses de antelación. O si él no hubiera tenido complicaciones, a lo mejor hacíamos el trasplante. ¿Y si salía mal. Las cosas se hicieron lo mejor posible. Roberto tenía una enfermedad terminal grave, que se complicó, tuvo una infección y fue internado en la UCI. La insuficiencia hepática terminal no se cura con pastillitas. Era un tipo muy especial, sencillo y con una mirada llena de ironía. A veces lo recuerdo ahí sentado, esperándome”. Palabras del hepatólogo del Hospital Universitario Valle de Hebron: Víctor Vargas (en la nota citada).

“Querida Mónica: Mira que te advertí que estaba triste. En fin. No triste, exactamente, sino cansado y decaído (¿se acentúa?). Joder. Empiezo a olvidarlo todo. Dentro de unos meses me hacen un trasplante de hígado y yo no sé si es la nariz de la pelona o mi pobre víscera la que me orilla a esta especie de amnesia y de semivigilia que únicamente se suspende con la presencia de mis hijos, Lautaro y Alexandra, que son maravillosos. Te escribo otro día con la mente más clara. Por ahora recibe mi más afectuoso abrazo. Roberto. PD: Me llegaron las Playboy. Gracias por tus seis o siete o cinco razones para leerme. Si de mí dependiera sólo hubiera puesto una: por caridad”.

Vivo cerca de Samuel 27. Aquí, al lado del centro. A veces pienso que conoceré al vendedor de tacos que le fiaba cuando era adolescente.

“Hoy he vuelto a casa de las Font. Hoy he desgraciado a Rosario.

Me levanté temprano, a eso de las siete de la mañana, y salí a caminar sin rumbo por las calles del centro. Antes de marcharme escuché la voz de Rosario que me decía: espérate tantito que ya te preparo el desayuno. No le contesté. Cerré la puerta sin hacer ruido y abandoné la vecindad.

Durante mucho rato caminé como si estuviera en otro país, sintiéndome ahogado y con náuseas. Cuando llegué al Zócalo, mis poros por fin se abrieron, me puse a sudar sin reservas y la náusea desapareció”. (Los detectives salvajes).

La gente habla mucho de ti. Recrean el plano de los desiertos de Sonora y hablan de un regreso de la autora a través de ti. El poeta que sólo es conocido porque era amigo tuyo. Esos escritos póstumos que la gente publica sin tu autorización. Los libros que ya no son de Anagrama. Leo tu libro editado después de tu muerte: El gaucho insufrible. Y lo leo una y otra vez.

¿Seré yo como el abogado intachable Héctor Pereda?

A veces sueño con volver. Pero no regresar a Buenos Aires, sino a una casa a la vera del río Uruguay. ¿Cómo hubiera sido yo si no hubiera partido de Entre Ríos?

“Querida Maristain: Apostilla a la carta que te acabo de enviar. Los chilenos NO son modestos. YO soy modesto. Humilde. Un pobre ermitaño lleno de llagas. Un río de lágrimas. Un árbol seco en medio del desierto. Besos. Roberto.”

“Querida Maristain: En efecto, me acuesto tarde y mis horarios son más bien los horarios de un alpinista joven y sano. Un alpinista gótico, claro está. Lector de Machen, Lovecraft, Stoker. En otra vida probablemente fui un deportista de alto riesgo. No sé cómo me las voy a arreglar cuando me cambien el hígado. Se supone que entonces tendré que tomar más de treinta pastillas diarias. ¿Cómo me acordaré? En fin, ya veremos. Tú no dejes de escribirme y de contarme de vez en cuando cosas de México. Y hazme caso: menos fumar y menos beber. Y hablando de música, hay una especie de rockero brasileño que me gusta, se llama Lenine, ¿lo conoces? Recibe todos los besos.

Bolaño.”

Las estolas de la soledad me enredan como una serpiente asesina.

 

Mónica Maristain (Concepción de Uruguay, Argentina). Editora, periodista y escritora. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales como Clarín, Página 12, La Nación y la revista Playboy. Ha sido colaboradora en las agencias EFE y DPA. En 2010 publicó “La última entrevista a Roberto Bolaño y otras charlas con grandes autores” . En n 2011, coordinó la antología El último árbol. Cuentos de navidadEl hijo de Míster Playa fue publicado originalmente por Almadía en 2012. Su título más reciente es Antes, poema largo editado por Literal Publishing en 2017.

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: July 2, 2020 at 9:21 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *