¿Luego callo?
Rose Mary Salum
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Recuerdo una ocasión en que mi padre me dijo que tuviera cuidado con lo que decía. Y más cuidado aún con lo que dejaba por escrito. Comenzaba mi carrera literaria y uno de los géneros que exploraba por ese entonces era el del ensayo, así que el comentario llegó después de haber publicado un texto severo con el arrojo que da el idealismo de la juventud. Sus palabras no fueron gratuitas. Vivía entonces en México y la libertad de expresión estaba acotada. Se hablaba de ella como quien relata historias de otros universos, de vidas paralelas, pero en la práctica, se ejercía de forma limitada y nunca sin las debidas represalias impuestas por lo que conocimos como la dictadura perfecta. Cuando la narrativa oficialista comenzó a perder fuerza con la llegada de la alternancia política, la posibilidad de expresarse fue ampliándose. Pocos años después saldría del país y aquello que se me presentaba como limitado, fue encontrando cierta calma en Estados Unidos.
Una de las enmiendas constitucionales más respetadas del que sería mi nuevo hogar era la de tener la libertad de poder expresar lo que se pensaba sin temor. Si las palabras tendrían el efecto deseado o no, ese podría ser un asunto a discutir. Pero desde sus comienzos, Estados Unidos se distinguió a sí mismo por esa enmienda que permite el debate público, la crítica al poder y la participación ciudadana informada. Por eso se autodenominaron, “The land of the free”, porque las leyes protegían los derechos de la sociedad.
Si bien es verdad que la censura había comenzado a florecer desde ambos lados del espectro político, a partir de principios de año, el miedo de la población ha puesto en evidencia que este derecho se ha debilitado. Es como si la enmienda se hubiera vaciado por falta de consenso. El periodismo, las universidades, el poder judicial y ciudadanos de a pie han recibido ataques directos de la administración presente y las personas que lo apoyan. Tal cuál sucede en México y el resto de Latinoamérica, el miedo se ha infiltrado en todos los estratos del país. El revanchismo es rampante y por los motivos más nimios. Y esto que ahora nos gobierna, es retroactivo. Todos hemos visto el comportamiento vengativo que se cierne sobre aquellos que se atrevieron a contradecir al poder, incluso en años anteriores.
Nada de esto es nuevo en este país, durante el periodo colonial, muchos periodistas y ciudadanos fueron perseguidos por criticar a las autoridades británicas, como el famoso caso de John Peter Zenger en 1735, cuyo juicio sentó un precedente clave al defender la libertad de prensa. Tras la independencia, los redactores de la Constitución incluyeron la Primera Enmienda en la Carta de Derechos (Bill of Rights) de 1791, estableciendo que el Congreso no podía hacer leyes que coartaran la libertad de expresión. A lo largo de la historia del país, esta libertad ha sido puesta a prueba, como en la Ley de Sedición de 1798, la censura durante las guerras mundiales, o los conflictos por discursos impopulares en tiempos de tensión social. Sobra decir que la época más cercana a la actualidad fue durante el macartismo, donde el miedo fungió en detrimento de esta posibilidad y muchos decidieron callar para no ver su vida convertida en un infierno. Sin embargo, gracias a que la Corte Suprema había actuado con el mayor grado de imparcialidad posible para el máximo tribunal del país, hasta el momento se había logrado preservar la libertad de expresión.
Ahora todo ha vuelto a cambiar. Quien quiera hablar, señalar o defender sus derechos, recibe tal magnitud de consecuencias que incluso, profesores universitarios y periodistas —me lo han dicho personalmente—, viven intimidados y han perdido su capacidad de hablar con libertad. Y no me refiero a poner un post en redes sociales —a pesar de que en esos canales también se siente el poder coercitivo de conocidos y desconocidos. Me refiero también a la parálisis de la sociedad tal y como la conocíamos hasta entonces. Ya Anne Applebaum y otros intelectuales han señalado la falta de participación de la ciudadanía, el silencio cómplice o su estado de abrumamiento masivo ante la ráfaga interminable de noticias. Lo que se vive en el país, repercute además en otras naciones sin importar su geografía o sistema político. Mientras escribo esto, la administración en turno está en tratos con la empresa Palantir para recopilar datos de todos los ciudadanos estadounidenses sobre su comportamiento diario y sus actividades profesionales y en redes. Mientras escribo esto, un senador del Estado de California fue violentado, tirado al suelo y esposado por haber hecho una pregunta en la reunión del ayuntamiento. Mientras escribo esto, el órgano jurisdiccional ha dictado múltiples órdenes judiciales sin que se hayan acatado.
Es inevitable pensar en la continuidad de las garantías individuales si esta administración no hubiera entrado. Esos pensamientos llegan cuando se tiene la sensación de que algo está imponiéndose con tal firmeza que cambiará el curso de nuestras vidas. En los años que había vivido en este país, no había visto ese ataque frontal a los derechos individuales y de forma tan abiertamente visible. Ahora, el legislativo se refiere a sus ciudadanos como culpables hasta no declarar lo contrario. Los residentes o con permisos legales para estar en el país no pueden disentir sin que las consecuencias sean tan evidentes como su propia extradición. Sobra decir que las manifestaciones que surgieron tan localizadas en la ciudad de Los Angeles y se han propagado a diversos estados sea una llamarada que pronto quedará apagada. Es muy grave ser testigo de lo que sucede porque además, el poder que se transfiere con el silencio nos deja de manos atadas frente a la corrupción que se ha generado a partir de la nulificación de estos principios. Quizá sea hora de tomar las recomendaciones de los viejos en momentos de peligro. Pero quizá también sea ese silencio el que perpetúe esta situación de injusticia.
Callar nunca será la respuesta. En tiempos de ruido extremo producido por las redes, las desapariciones muy al estilo latinoamericano y los linchamientos injustos y públicos que provienen de todos los frentes, ¿cuáles son entonces las opciones reales que tenemos los ciudadanos?, ¿qué posibilidades nos quedan ante lo que alguna vez fuera el paradigma de la libertad donde ideas y debates tenían lugar de forma natural?
*Photo by engin akyurt on Unsplash
Rose Mary Salum es la fundadora y directora de Literal, Latin American Voices. Es la autora de Medio Oriente en México. Antología de escritores de orígen árabe (LP, 2024). Donde el río se toca (Hablemos escritoras, 2024 Sudaquia, 2022), Otras lunas (Libros del sargento, 2022) Tres semillas de granada, ensayos desde el inframundo (Vaso Roto, 2020), Una de ellas (dislocados, 2020). El agua que mece el silencio (Vaso Roto, 2015), Delta de las arenas, cuentos árabes, cuentos judíos (Literal Publishing, 2013) (Versión Kindle) y Entre los espacios (Tierra Firme, 2003), entre otros títulos. Sus obras se han traducido al inglés, italiano, búlgaro y portugués. Es colaboradora en Hablemos escritoras. Su Twitter es @rosemarysalum
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Posted: June 12, 2025 at 10:25 pm
Excelente description de Lo Que esta pasando.. y la felicito por su coraje.. callar no debe ni puede ser una opcion .. ya Que es justo lo que quieren .. estudios dicen que si el 3.5 por ciento de la poblacion de un pais se manifiesta.. pacificamente el cambio es posible.. obviously no podremos depender de los politicos now it’s about people power