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Paloma Torres: Cerámica del paisaje intervenido

Paloma Torres: Cerámica del paisaje intervenido

Jaime Moreno Villarreal

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A primera vista, las referencias al paisaje urbano de la ciudad de México que nutren la escultura en cerámica de Paloma Torres (México D. F., 1960) revelan una mirada atentísima a la arquitectura irregular, y a menudo caótica, de esa megalópolis donde la autoconstrucción, el deterioro y la especulación inmobiliaria conviven con el monumentalismo y la obra pública de proporciones colosales. Tan contaminada visual, auditiva y ambientalmente, a veces tan agresiva y violenta, la ciudad de México le resulta entrañable a esta artista que ha ido depurando una visualidad donde traduce en planchas de cerámica las perspectivas rotas y fragmentadas del panorama, los trayectos del espacio urbano, los cambios de orientación, las aceleraciones y retrasos de la velocidad, convirtiendo aquel caos en montajes de una multiplicidad de vistas.

Espigas, 2002. Barro Zacatecas, engobes y bronce. 180 X 8 cm. (5 piezas)

Paloma Torres realiza interpretaciones rítmicas en la arcilla a partir de imágenes fotográficas que ella misma ha captado. Así, los cielos de la ciudad de México, característicamente “roturados” por cables eléctricos y telefónicos tendidos de poste a poste, se transportan muy francamente a su cerámica por medio del esgrafiado o la pintura. Otros agrupamientos de líneas recurrentes en su obra son los hilos de fierro incrustados en la arcilla, que aluden a los alambres sobresalientes de las armaduras de hormigón, que en México a menudo permanecen aparentes. Los ensamblajes de cerámica y metal en la obra de Torres subrayan las fusiones y confusiones visuales de una ciudad cuyos cambios suelen consistir en superposiciones burdas de materiales, funciones y estilos, con la resulta de que el valor identitario se vuelve, sobre todo, residual.

Este factor de memoria fragmentada y traslapada acaso se manifiesta en la factura tipo patchwork de las piezas murales de la artista. En ellas, numerosos bloques rectangulares montados como un lienzo sobre bastidores conforman composiciones que sugieren espacios amorfos para ser integrados por la mirada que los entraña. La técnica del patchwork para confeccionar mantas a partir de trozos cosidos de diversos géneros, se desarrolló en las colonias norteamericanas en el siglo XVII, dando forma a una actividad de la colectividad femenina donde cada porción de tela añadida iba sumando un capítulo a la historia, a la urdimbre de la vida en comunidad. La afinidad de los relieves de Paloma Torres con esa forma de confección- testimonio se multiplica si apreciamos esos bloques como páginas de un diario, pues se hace evidente que el montaje del “lienzo” mural relata una experiencia de vida en la ciudad, algo semejante a un libro desplegado. Al pasar del relieve a la plena tridimensionalidad, la artista no abandona la alusión al tejido y la tela que, cuando no son elementos estructurales, aparecen por lo menos insinuados.

En algunas piezas escultóricas de bulto, muy erectas, la artista modela no sólo una verticalidad sino una rítmica caída como si se tratase del desplante de una tela, empleando para ello la más extrema maleabilidad de la arcilla junto con la construcción modular. Ciertas referencias al cuerpo humano en semejantes piezas subrayan en consecuencia un carácter vestimentario. Paloma Torres ejecuta sus esculturas generalmente para ser emplazadas en grupos, las concibe para exteriores con la intención de que susciten espacios recorribles. El modelo imaginario sobre el que procede es el bosque, de modo que sus piezas logran cierta contundencia de sacralidad —siendo el bosque ahora, como lo fuera en la Antigüedad, un santuario—, por lo que no es sorprendente que la artista se refiera a algunas de ellas como tótems. Sin embargo, el de Paloma Torres no deja de ser un bosque urbano. Ella considera a la ciudad como su jardín, y traslada a su escultura en cerámica, que a veces figura grandes fachadas, rascacielos o monumentales columnas, una expresión muy familiar de los habitantes de México D. F., que llaman a su ciudad “la selva de concreto” (es decir, de hormigón). Es notable cómo Paloma Torres capta los signos de una ciudad tachada de conflictiva, valorándola como una reserva de vida. Es una artista devota del testimonio vital de una urbe, del paisaje intervenido y del horizonte más próximo, que es acaso el menos utópico pero sin duda el más emocionante.


Posted: April 7, 2012 at 8:58 pm

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