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Tenemos que hablar de Nayib
COLUMN/COLUMNA

Tenemos que hablar de Nayib

Andrés Ortiz Moyano

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La prueba más irrefutable de que el ser humano sigue siendo imbécil es el pertinaz triunfo de los populismos. Sin este aforismo no se explica, por ejemplo, el auge y victoria en las películas Disney del tenebroso y ultrarracista movimiento woke. En el saco podemos meter multitud de corrientes cretinas, pero centrémonos en la más común de sus manifestaciones: la política.

Lejos ya de su origen en los hermanos Graco, quienes salieron escaldados, por cierto, se muestra hoy como la sinonímica más precisa para ilustrar ese camelo secular que es el mesianismo. Vicio atávico del ser humano, esto es, básicamente, que un fulano indocumentado venga, te prometa que te va a arreglar todos los problemas que por vagancia o cobardía no afrentamos nosotros mismos con decisión, para luego engañarte como a un chino. Nadie está libre de pecado, y caer en la tentación de esperar a un líder omnipotente es tan humano como el deseo fugaz de la evasión de impuestos. Ciertamente, con poco que leamos, identificamos con facilidad multitud de cantamañanas y golfos que nos prometieron el paraíso y salieron por la puerta de atrás con las manos llenas. Verbigracia, aquí en España tenemos el caso de Pablo Iglesias, líder de la ultraizquierda que medró durante los peores años de la crisis financiera de 2008 hasta llegar, flipe usted sin setas, a vicepresidente del Gobierno de la cuarta economía europea. Hoy, después de que propios y extraños calasen a Pablete, vive semi retirado en un casoplón de Madrid descuajeringado de risa por el éxito de su golpe maestro. El sueño americano le llaman; ¡qué caramba, el sueño español, oiga!

Decíamos ayer, pues, que la probabilidad de que el mesías de turno sea un auténtico chufla es rayana a la totalidad. Sin embargo, ¿y si se diesen hechos objetivos para argumentar que el enviado de Dios es, mire usted, competente?

En 2019 llegó a la presidencia de El Salvador el joven Nayib Bukele. Tras unos años como alcalde de San Salvador, su estilo disruptivo y provocador, así como sus imposibles promesas en materia de seguridad y economía, le confirieron enseguida la etiqueta de populista de libro. Lo más probable es que Bukele fuera más un personaje histriónico y trincón que el ariete de un cambio real en un país que se desangraba por diversos frentes.

El Salvador, un país de tercera línea informativa, rápidamente ocupó cabeceras y titulares gracias a Bukele, sus gafas de sol y su gorra, así como a un manejo a lo influencer de las redes sociales.

Hoy, en enero de 2024, puede que se hable incluso más de Nayib Bukele. No en vano El Salvador ha surgido como un caso notable. Antes conocido por sus altas tasas de criminalidad, ha experimentado una drástica reducción en la violencia bajo la políticas durísimas (megacárcel a lo ‘Fortaleza infernal’ incluida) contra las bandas. Las estadísticas son elocuentes: la tasa de homicidios se desplomó de 106 por cada 100.000 habitantes en 2015 a 18 en 2021, alcanzando un sorprendente 2.4 en 2023 (¿por qué hay decimales? ¿te puedes cargar a dos tíos y medio?). Este logro coloca a El Salvador en un nivel de seguridad comparable con Canadá.

El estado de excepción de 2021 fue clave en esta transformación. Aunque esta medida ha suscitado críticas internacionales por presuntas violaciones a los derechos humanos, se ha revelado del todo efectiva. El apoyo popular a Bukele se mantiene alto, con un imponente 90% de aprobación, reflejando una población dispuesta a priorizar la seguridad en un país tradicionalmente destrozado por las bandas y los maleantes.

Pero lo de Bukele va más allá de la esfera de seguridad. Allí donde muchos otros fracasan, en el áspero, gris y aburrido campo de la economía, las políticas del presidente están dando también frutos. Ciertamente, pandemia mediante, el PIB salvadoreño se contrajo en 2020 en un -7.9%. Sin embargo, en 2021, la economía repuntó con un crecimiento del 11.2%, seguido de una moderación al 2.6% en 2022. El Banco Mundial y JP Morgan proyectan un crecimiento sostenido en 2023 y 2024, atribuyendo este repunte al aumento en turismo, inversión y un enfoque gubernamental en proyectos de infraestructura.

El turismo, en particular, ha experimentado un auge sensible, convirtiéndose en un motor clave de la economía y superando el 10% del PIB. Esta revitalización se atribuye tanto a la estabilidad mejorada como a estrategias gubernamentales enfocadas en atraer visitantes extranjeros.

Una de sus medidas estrella y mediáticas, la adopción del bitcoin como moneda de curso legal, está siendo un experimento audaz pero con resultados mixtos. La adopción entre la población y las empresas ha sido limitada, y el impacto en la economía general sigue siendo incierto.

En cuanto a su apuesta internacional, aprovecha cada foro para impulsar el viejo sueño de una confederación de estados centroamericanos. Un proyecto que, en verdad, nunca ha estado cerca de convertirse en realidad dada la inestabilidad crónica de la región pero que, ahora, Bukele y otros sencillamente se preguntan: ¿y por qué no?

Las elecciones salvadoreñas están a la vuelta de la esquina (febrero) y todo apunta a que ganará holgadamente. Sí, Bukele es controvertido; algunas de sus medidas serían intolerables en alguna democracia occidental pero, ¿no es éste un falso debate? No sé si tiene mucho valor que los viejos demócratas de Occidente cuestionen un modelo eficaz y popular en un país, hay que insistir, hasta la fecha en lo más bajo de todos los baremos durante décadas.

“¿El fin justifica los medios?”, se preguntarán los progres de salón. Estos filósofillos de poliespán en realidad nunca han leído a Maquiavelo, pero sí sentencian en su nombre para dárselas de profundos intelectuales en debates facilones. Pues miren, para empezar, Maquiavelo nunca dijo ni escribió explícitamente la celebérrima frase en esos términos. De lo que sí habló es de la necesidad de que el líder de utilizar la “virtud” (virtù en italiano) para referirse a la capacidad de adaptarse a las circunstancias cambiantes y tomar decisiones audaces. Por otro lado, la “fortuna” se refiere a la suerte o las circunstancias más allá del control del líder. Un buen líder, según Maquiavelo, es aquel que equilibra hábilmente estas dos fuerzas. Ejem…

También dice Maquiavelo que un líder efectivo debe ser tanto valiente y fuerte como un león, pero también astuto y cauteloso como un zorro. Esto significa que un líder debe ser capaz de usar la fuerza cuando sea necesario, pero también ser diplomático y astuto para evitar trampas y engaños.

Y por último, algo que se nos olvida en el discurso cuqui y melifluo de nuestros días, es que la vida, la perra vida, te obliga a ser realista. No duden nunca de que el poder y la seguridad del estado son las principales prioridades de un líder, por encima de los principios éticos o morales. Lo que decía también Schopenhauer mientras las cosas deben funcionar per fas et nefas (justa e injustamente).

Y si les parece, otro día hablamos de Noboa y Milei.

 

*Foto de Oswaldo Martinez en Unsplash

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetasClaves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

 

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Posted: January 25, 2024 at 10:30 am

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