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De la “cubanía” y los negros ante un posible fin del embargo.

De la “cubanía” y los negros ante un posible fin del embargo.

Odette Casamayor-Cisneros

“Abraza tu fe, abraza tu fe, ahora que los mapas están cambiando de color”, repetía el trovador Carlos Varela en una de sus más conocidas canciones, a finales de los años ochenta. Para los cubanos que entonces rondábamos los veinte años, el ritmo urgido de aquel tema hacía audible nuestra incertidumbre ante el futuro que nos esperaba una vez derribado el Muro de Berlín y difuminadas, al menos en teoría, las fronteras entre socialismo y capitalismo. Pero el estribillo de Varela rezumaba también la esperanza de un cambio. En los países de Europa del Este derrumbaron un Muro y se desmoronó un sistema. En la isla, el entonces presidente Fidel Castro demonizó aquello que bautizara como “el desmerengamiento del campo socialista” y, desde entonces, selló cada discurso con su lapidario “¡Socialismo o Muerte!”.

 Desmantelados fueron asimismo varios intentos de autonomía intelectual y creativa, en diverso grado cuestionadores de las estructuras y fundamentos ideológicos del poder cubano, que habían surgido durante la década de los ochenta. En las artes plásticas destacaban PURE y ARTECALLE. Como proyectos literarios conviene recordar a Diaspor(a)s, El Establo y PAIDEIA. La disipación de este último del panorama intelectual cubano de la época es lúcidamente resumida por uno de sus miembros, Jorge Ferrer, cuando escribe que ellos ofrecían buenas respuestas “a las preguntas que nos hacían los tiempos, si éstos nos las hubieran planteado de veras. Pero nadie preguntaba, y los afanes de aquel pelotón […] no pasaron de ser una escaramuza”.

El poder, en efecto, no solicitaba más que aquiescencia de los jóvenes ansiosos de agencia civil. La frustración de no poder facilitar transformaciones sociales en la isla acarreó para algunos la disidencia; en otros, la indiferencia política.

Hoy, se nos avisa que tal vez Cuba pueda cambiar. Desde el mediodía del 17 de diciembre del 2014, cuando los presidentes Barack Obama y Raúl Castro anunciaron simultáneamente desde Washington y La Habana que ambos gobiernos iniciarían un proceso de normalización de las relaciones diplomáticas, exaltadas emociones y predicciones más o menos certeras o infundadas se precipitan desde todas y hacia todas partes del mundo. Todos al parecer tenemos algo que opinar. Es posible que hasta el embargo sostenido por los Estados Unidos desde 1961 sea levantado, y es entonces que yo me pregunto ¿cómo será vivir sin embargo?

El embargo ha proyectado desde hace más de medio siglo una sombra constante sobre la vida de los cubanos, no importa el sitio en que estén. A él podrían asociarse múltiples actitudes: recelo muchas veces injustificado e innecesario, fe y desencanto, cierta inclinación hacia la irresponsabilidad colectiva, sentimiento de pérdida, rabia, autoconmiseración; e incluso para algunos ha sido fuente de beneficio económico y razón de ser política y moral. Definitivamente, de anularse el embargo, habría que aprender nuevas formas de existencia.

Aunque el anuncio oficial ha sido repentino, los cambios venían ya produciéndose desde mucho antes de este “milagroso” 17 de diciembre –como eufóricos han exclamado algunos–, día en que los cubanos celebran al Babalú Ayé de la Santería de origen yoruba (o San Lázaro en el catolicismo). La aceleración de las reformas económicas desde que Raúl Castro asumiera la presidencia en el 2008 ha sido exhaustivamente analizada fuera y dentro de la isla. Prefiero yo detenerme a imaginar qué inversiones –¿predominarán las norteamericanas, rusas o las chinas?– acogerá ahora la Zona Franca recién construida con financiamiento brasileño, 45 kilómetros al oeste de la Ciudad de La Habana. Este emplazamiento, además, no es anodino. Tengo curiosidad por saber cómo se recordará en el futuro El Mariel. ¿Perdurará en la memoria nacional como el megapuerto del Caribe en que va a convertirse o como la triste bahía por la que en 1980 partieran hacia los Estados Unidos 125,000 cubanos, bajo los insultos de sus compatriotas movilizados por el gobierno para rechazar violentamente a quienes abandonaban la isla, la revolución, y eso que llaman “la cubanía”…?

Abundan en estos días las interrogantes. Y a ellas siguen especulaciones de todo calibre que la realidad, en los próximos meses, se encargará de desmentir o confirmar. Un hecho cierto, en cambio, es que más allá de las transformaciones económicas implementadas durante los últimos años en Cuba, el discurso político de su gobierno se mantiene básicamente inmutable, como lo demuestra la censura del performance de la artista Tania Bruguera el pasado 30 de diciembre en la Plaza de la Revolución.

 De igual forma, junto al anquilosamiento político, se ha mantenido intacto el álgido nacionalismo: la “cubanía”, cuya sacralidad parece no negociable desde finales del siglo XIX para la mayoría de los cubanos, independientemente de su lugar de residencia y posición ideológica.

Dentro de la isla, la configuración de la cubanía ha tenido desde hace 50 años, como principal factor definidor, la confrontación con los Estados Unidos. Si se difumina el “Enemigo” según los Estados Unidos se vuelvan visibles dentro de la isla –al devenir sus ciudadanos socios comerciales, inversionistas, turistas, gente real y no amenazas espectrales–, entonces habrá que reinventarse la cubanía. O, con mayor suerte, aprender a prescindir de ella.

Abrigo esperanzas de que esto ocurra, que Cuba y su persistente cubanidad se transformen. Regresa a mí la fe, los deseos de contribuir al cambio. Son sensaciones que cesé de experimentar en los tempranos noventa, cuando en Europa del Este caían los muros pero en mi calle continuaba gritándose “¡Socialismo o Muerte!” Ahora, al fin, con más de 20 años de retraso, puede que nuestro mapa también cambie de color.

Y el color de los cubanos. ¿Qué hacer con la desigualdad racial en Cuba? La realidad de que en las cárceles y entre los sectores más empobrecidos de la sociedad predominen los cubanos negros, el hecho de que los negros no hemos dejado de percibir que el color de nuestra piel nos posiciona muy frecuentemente en situación de otredad, y por lo general de desventaja en relación a nuestros compatriotas blancos, son ciertamente parte de un problema general de ahondamiento de la fractura social en la isla. Puede argüirse que pesa también sobre la sociedad cubana la discriminación basada en el género, la orientación sexual, el origen geográfico. Sin embargo, la pertenencia racial implica otros factores que, cuando son examinados a fondo, reclaman la revisión de la construcción de la idea de cubanidad.

Habiendo adoptado el diseño de nación pautado por José Martí –ideólogo independentista, Apóstol durante los años republicanos, luego Héroe nacional a partir de 1959– la revolución cubana ha asumido que en todo ciudadano prevalece la identificación nacional sobre cualquier otro tipo de identidad posible. Cierto misticismo moderno es subyacente a la concepción de la cubanidad inspirada del proyecto martiano, donde la nación es sagrada. Según Martí, el racismo se eliminaría en el fragor de la revolución nacionalista. A ella habrían de incorporarse los negros, si querían ser salvados (lo cual implica que los negros carecían de agencia autónoma para dirigir su destino). Tienen que estar “abrazados a la bandera”, escribe Martí en 1894, “como a una madre”.

Su conocida frase “Hombre es más que blanco, más que mulato, más que negro”, domina la ideología revolucionaria y estructura toda reflexión oficial sobre la problemática racial que emergiese desde 1959 hasta la actualidad. Dentro de este contexto, han de comprenderse las medidas contra la discriminación racial implementadas por el gobierno revolucionario en sus primeros años como un imperativo para mantener la unidad nacional frente a las agresiones contrarrevolucionarias. Así lo expresaría Fidel Castro en marzo de 1959: “¿Somos un pueblo pequeño que necesitamos unos de otros, necesitamos el esfuerzo de todos y vamos a dividirnos ahora en blancos y negros?… ¿Eso para qué serviría sino para debilitar a la nación, para debilitar a Cuba?”

 Tal interpretación nacionalista de las desigualdades raciales frena deliberadamente su debate, pues proscribe a quien discute sobre raza como anticubano. Mas la discriminación no desapareció en todos estos años. Precisamente la crisis post-soviética abierta en los años noventa hizo evidente la persistencia de esta desigualdad y de la discriminación racial entre los cubanos de la isla y su diáspora.

En estos días, surge una oportunidad excelente para discutir los problemas actuales de los negros sin temer ser acusados de resquebrajar con ello una presunta unidad nacional –de la Cuba exiliada tanto como de la Cuba insular. Desvanecido el espectro del Enemigo, conminados los cubanos a producir nuevas estrategias de identificación, valdría la pena debatir abiertamente sobre la experiencia de los negros cubanos, las huellas reales que en su carne y su cotidiano existir han dejado esclavitud, segregación, la actual discriminación y esa constante supeditación de su experiencia racial a la pertenencia nacional, a una idea identitaria que, en esencia, no ha sido urdida por los negros y las negras de Cuba, sino por los blancos patricios criollos. Habría que regresar a aquel breve pero fundamental libro escrito en 1961 por el intelectual negro de larga trayectoria comunista, Walterio Carbonell, Cómo surgió la cultura nacional; el cual le valdría entonces la censura absoluta de las autoridades revolucionarias, aun cuando exponía el pensamiento racista de importantes ideólogos de la nacionalidad, como José A. Saco, Francisco Arango y Parreño o José de la Luz y Caballero. Desde su perspectiva, construir la nueva sociedad socialista, que abogaba por la igualdad racial, sobre el ideario de esos pensadores de la nación, constituía un alejamiento de la doctrina marxista.

Pero hoy, ¿qué se fragilizaría con una problematización radical de la identidad nacional? Sólo el temor a perder los privilegios que aporta el hecho de no ser negro en una sociedad estructurada a partir de la hegemonía eurocentrista es el verdadero obstáculo. Es el temor a reconocer que, por no ser negro, se está a salvo de la sospecha de un policía en las calles de Ferguson, en Miami, en La Habana; que tanto en Cuba como en los Estados Unidos, puede ser una razón por la que se consigue un empleo con menor dificultad que una persona negra.

En junio del 2014, el conocido escritor e investigador Miguel Barnet, presidente de la Unión de escritores y artistas, afirmaba para el Huffington Post que en Cuba no existía discriminación racial, sólo “residuos de prejuicios raciales que las medidas tomadas en 1959 no habían conseguido eliminar”.

 Pocos meses después, erizaban las redes sociales algunas respuestas de cubanos residentes en los Estados Unidos contra el movimiento Black Lives Matter, surgido a raíz de la impunidad extendida a los policías que en Ferguson y otras ciudades norteamericanas injustificadamente han puesto término a vidas de negros inocentes. “Salvajes”, “bárbaros”, “delincuentes” eran para ciertos cubanos del exilio los negros protestando en las calles contra la injusticia. Ante sus improperios, me fue fácil recordar la racista cobertura mediática que acompañó la masacre de negros con la que en 1912, en el oriente de Cuba, el gobierno de José Miguel Gómez sofocara el levantamiento del Partido Independiente de Color, cuyos miembros abogaban por sus derechos civiles.

cuba

 

Posiblemente, en la próxima Cuba sin embargo, las desigualdades raciales se incrementen. Explotarán las lamentaciones, se extenderá la lástima. Mas creo que el mero llorar la fatalidad del negro cubano es sólo catarsis, drama analgésico. No resulta saludable que se instale durablemente en ningún grupo humano. Este puede –o no– ser un momento de cambio. Pero, antes de especular sobre lo que pudiera suceder, convendría aprovechar la coyuntura y trabajar en nuestra reinvención como cubanos. Para los cubanos negros, pudiera ser una oportunidad para reconocer explícitamente nuestra pertenencia racial sin hacer caso a la demanda que siempre se nos ha exigido –dentro y fuera de la isla– de esconderla bajo el manto de la cubanía. Será, por ejemplo, el momento de irrumpir como negros en la arena cívica y política, de hacer valer nuestra propia agenda, proponer nuestro propio respaldo constitucional y legal, hacer que nuestra historia más íntima, contada por nosotros mismos, vea la luz pública y penetre en los centros de enseñanza de la isla.

No tenemos que abrazar como a una madre la bandera porque nosotros, todos los cubanos, somos esa bandera. Hemos de abrazar lo que somos. Ahora que se anuncian “milagros” –sean estos positivos o negativos– y que estaremos conminados a lanzarnos a la vida sin embargo; precisamente ahora, los mapas –todos los mapas cubanos y no sólo los económicos y políticos– deberían ya cambiar de color.

Vuelvo a tener fe.

Connecticut, 10 de enero del 2014.

Notas:

1 “Menos mal que teníamos suficiente energía, suficiente sangre y suficiente carácter para quedarnos solos aquí, frente al imperio, y seguir luchando, seguir resistiendo y no rendirnos como gallinas ni desmerengarnos como la clara de huevo (APLAUSOS).” Fidel Castro, discurso del 5 diciembre 1992. http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1992/esp/f051292e.html

2 “Una escaramuza en las líneas de la Guerra Fría (ya finalizada ésta)”. “Dossier Proyecto Paideia”. Cubista Magazine, 2004. http://cubistamagazine.com/dossier.html

3 La artista cubana Tania Bruguera proyectaba realizar el 30 de diciembre del 2014 un performance en la Plaza de la Revolución, donde una tribuna acogería a cualquier ciudadano que quisiera expresar su opinión sobre la presente situación nacional. Prohibido por las autoridades, el performance no tuvo lugar y Bruguera, junto con varios opositores, fueron arrestados. Algunos días después serían liberados.

4 Martí, José. “El plato de lentejas”. Obras completas. Vol. 3. La Habana: Editorial Nacional de Cuba, 1963, p. 27.

5 — “Mi raza”. Obras completas. Vol. 2, p. 298.

6 Castro, Fidel. Conferencia de Prensa en el Canal 12 de la Televisión Cubana, el 25 de marzo de 1959.

7 http://www.huffingtonpost.com/salim-lamrani/a-conversation-with-migue_b_5532818.html

***

Odette Casamayor-Cisneros, PhD.
Associate Professor of Latin American and Caribbean Literatures and Cultures at the University of Connecticut-Storrs & 2014-15 Wilbur Marvin Visiting Scholar at the David Rockefeller Center for Latin American Studies at Harvard University. Recently published: Utopía, distopía e ingravidez.

 

Posted: January 12, 2015 at 5:07 pm

There are 3 comments for this article
  1. Romeo Cuba, El Poeta de La Timba at 4:10 pm

    Gracia por compartir. Llego el periodo de , ” Vergüenza Contra Dinero ? Que grande fuiste, E. Chivas !
    Y como quiera lo que se necesita es un cambio, ahí hay Cuba para lo que venga. Que morir por la patria es vivir.

  2. Felix Lizarraga at 10:55 pm

    Excelente análisis, Odette. Y gracias por desenterrar esa espantosa caricatura. Escalofriante, sí, pero hay verdades que necesitan ser encaradas.

  3. Marivi at 3:29 pm

    Ha sido un placer leerte, abres muchos temas y no presumes de tus referencias.
    A propósito, quizás nadie como tú para ahondar en el tema de cómo el éxodo cubano en los 60´s desplazó, o contribuyó a la disolución, de la luchapor los derechos civiles de los afroamericanos de la Florida.

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