Essay
José Ángel Valente: merodear lo inaccesible
COLUMN/COLUMNA

José Ángel Valente: merodear lo inaccesible

Adolfo Castañón

Lautréamont y Rimbaud murieron.

Rimbaud
después de la explosion oscura de las Iluminaciones.
Lautréamont para que nunca nadie
viera su rostro.

Lautréamont y Rimbaud murieron.

¿Podríamos nosotros sobrevivirlos?

Maldito el que sobremuere, a su vida,
el flácido, el colgón, condecorado,
de piel más grande que su propio cuerpo.

Maldito el que pronuncia estas palabras
si encubren sólo un muerto o un no nacido.

Lautréamont y Rimbaud murieron.

Los poetas del ramo barren
con su lengua falaz escalafones
tristes.

Lautréamont y Rimbaud murieron.

Salud, adolescentes de la tierra.
JOSÉ ÁNGEL VALENTE, “Punto cero”

I

A José Ángel Valente lo vi varias veces en México y en París; dos pude conversar con él: una en la casa de Coyoacán del poeta Manuel Ulacia, otra en París, en una reunión laberíntica de la UNESCO, donde encontramos un espacio y un momento para conversar largamente. A Valente le tenía devoción desde joven: por sus ensayos publicados en Siglo XXI: Las palabras de la tribu (1972), por sus poemas reunidos en Punto Cero (1972) que he leído y releído a lo largo de los años, su edición de la Guia espiritual de Miguel de Molinos (1974), el maldito quietista subversivo y herético, por su relación apasionada con María Zambrano, por sus ensayos, por su silencio, por los diversos amigos compartidos: Octavio Paz, Andrés Sánchez Robayna, Miguel Ángel Muñoz, Paloma y Manuel Ulacia, James Valender, Victor Manuel Mendiola, Nicanor Vélez, Horacio Costa, Ramón Xirau, Tatiana Aguilar-Álvarez Bay; en fin, por Isidore Ducasse:

Un poeta debe ser más útil
que ningún ciudadano de su tribu.

Un poeta debe conocer
diversas leyes implacables.

La ley de la confrontación con lo visible,
el trazado de líneas divisorias,

la de colocación de un rompeaguas
y la sumaria ley del círculo.

Ignora en cambio el regicidio
como figura de delito
y otras palabras falsas de la historia.

La poesía ha de tener por fin la verdad práctica.

Su misión es difícil.

José Ángel Valente era moreno, no muy alto. Su mirada penetrante y aguda era disimulada por la tersura de su voz, pero volvía a aparecer en sus afilados y tajantes razonamientos, en su resistencia, en su capacidad de decir no. Fue Valente un peregrino y un disidente que encontró en algunos confines de América un lugar para el lugar del cantor.

II

Arte poética: la expresión encierra los dilemas de la ética, la responsabilidad del escribir y leer y los asocia, de un lado, a una destreza, a la habilidad para crear y producir (poiesis), para hacer aparecer lo invisible. La expresión, además, disimula un abismo, un precipicio hecho de oposiciones pues entre el imperativo moral y estético, el oficio transmutado en arte y los hábitos transfigurados en nueva semilla hay una distancia difícilmente saludable. Sólo es capaz de salvarla aquel que sabe decir y sabe pensar, el que sabe jugarse las palabras y el pensamiento, el que no teme a las pequeñas arrugas del ridículo y se atreve a lo sublime e inalcanzable aunque corra el riesgo de lo desmesurado y aun de lo grotesco. Huelga decir que arte poética en estos sentidos sólo la pueden tener, entre los pocos, muy pocos, un puñado de vocaciones misteriosamente realizadas, es decir, realzadas a la luz y a la sombra del misterio. Tal parece ser en mi sentir el caso del angélico y bravo José Ángel Valente, poeta, crítico y habitante insumiso de las fronteras que quisieran separar los diversos saberes del alma y sobre el alma —filosofía, poesía, religión— para evocar el giro afortunado de María Zambrano, su maestra, nuestra guía, esa sibila capaz con la que aparece retratado a principios de los años 60 en compañía de su amigo el poeta José Miguel Ullán. Vemos ahí a un escueto joven espigado de pie junto a su amigo. Acompaña a su maestra con una sonrisa en la mirada y un alegre destello entre los labios.

José Ángel Valente no sólo fue uno de los últimos poetas perseguidos por el tardo franquismo sino también uno de los primeros jóvenes españoles que se abrieron a la intemperie espiritual de la cual era portadora María Zambrano. Fue quizá ella la que lo dirigió hacía José Lezama Lima y le hizo abrir los ojos a la poesía de Octavio Paz y de César Vallejo, a la prosa de Jorge Luis Borges y, más allá, a una reflexión sobre las señas de identidad que ha de llevar el poeta entre los hombres. Señas, incisiones, huellas, reminiscencias: en los últimos retratos de José Ángel Valente, ya tocado por la enfermedad, se advierte el trabajo de los años, la cara se adelgaza pero permanece el gesto resuelto del moro fugitivo. En el caso de Valente, esas señas son huecos: en él se cumple el camino de la vida como itinerario de un despojamiento, de un deliberado despojamiento que va haciendo de su poesía cada vez más cosa mental y luego cosa espiritual. Un itinerario que irradia y desemboca desde un centro: el silencio. Y el silencio de José Ángel Valente es amplio y está lleno de tonos y registros. No sólo es un silencio inteligente sino acuciante, un espacio de la inminencia renovada. Un silencio pleno y preñado, lleno de polisemias y, por así decir, húmedo. Arte poética, la de José Ángel Valente que dice sin enunciar y que es capaz, desde el silencio, de sugerir.

Densa e intensa, la obra de José Ángel Valente se compone de cuatro vertientes: 1) la principal es por supuesto la poética y la podemos seguir fundamentalmente a través de tres antologías: a) Punto cero. Poesía. 1953-1971; Material memoria (1979-1989) y El fulgor (1953-1996). José Ángel Valente, nacido en 1929, pertenece a la generación española conocida como generación del 50 a la que pertenecen Claudio Rodríguez, Ángel González, Jaime Gil de Biedma, para sólo mencionar a los más conspicuos. El camino que dibuja su quehacer poético parece ser el de un progresivo despojamiento y el de una creciente tensión ética y estética. La poesía afincada en la experiencia y vertida en diversas formas de narrativa se va adelgazando y compactando hasta cristalizar en decir poético, un decir amoroso que va enfilándose hacia la experiencia religiosa y particularmente mística. Pero esta experiencia no lo aparta de la interrogación del mal ni de una mirada a la vez inteligente y apasionada, incluso violenta, como atestigua El fin de la edad de plata. Este es sin duda uno de los libros más ambiciosos y perfectos de José Ángel Valente. Reúne una serie de poemas en prosa donde se finge una cosmogonía no por terrible menos contundente y hermosa. Descenso a los infiernos, se cumple con una espléndida y resplandeciente severidad. Queda constancia aquí de la invención de un lenguaje, de la fabulación de una teatralidad verbal afincada en la severidad teológica y filosófica. Quizá uno de los rasgos más relevantes y perdurables de la obra de Valente sea su relación vivida con el mundo de las ideas, su exploración lírica de terrenos convencionalmente reservados a la filosofía y a la teología. No es extraño entonces que pensadores como María Zambrano, Giorgio Agamben y Emilio Lledó se hayan acercado a esta obra por el vigor de su carta espiritual. Valente deber ser asociado a la familia de los poetas-filósofos y de los poetas-religiosos. Con una cautela: su discurso proviene de una experiencia radical tanto como de un conocimiento erudito. Y se da en su obra un camino de progresivo despojamiento que atestigua su elección de la vía seca y no de la vía húmeda, para emplear la voz cabalística.

El segundo aspecto de la obra de José Ángel Valente es el del investigador —li-bresco pero también cordial— de la experiencia mística y religiosa. Estudioso de Miguel de Molinos (a quien resucitó editorialmente al re-editar su Guía Espiritual) y de San Juan de la Cruz, autor de ensayos como Variaciones sobre el pájaro y la red y La piedra y el centro, José Ángel Valente debe ser considerado con razón como uno de los más conspicuos heterodoxos españoles contemporáneos. Historiador y estudioso de las religiones, Valente nos ha legado un puñado de ensayos que permiten situar el papel de la experiencia mística en los siglos modernos. Si bien la lectura de estos ensayos no es indispensable para comprender la poesía, sí resulta de gran interés comprobar hasta qué punto José Ángel Valente sabe lo que dice.

El tercer aspecto significativo de la obra de José Ángel Valente es el del ensayista literario. El libro Las palabras de la tribu no sólo adelantaba una idea de la literatura hispánica (arte poética e idea de la prosa) al leer en un mismo espacio imaginario a Borges, Lezama, María Zambrano, Miguel Hernández, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez, entre otros, sino que subrayaba en ensayos como “Conocimiento y comunicación”, “El lugar del canto”, “Literatura e ideología”, la responsabilidad del escritor, la exigencia moral como una exigencia amorosa —la poética— que se cumple en y por el lenguaje.

“Los trovadores —dice Giorgio Agamben refiriéndose al Valente de No amanece el cantor— llamaban amar a la experiencia del mismo acontecimiento de la palabra poética. Entendían por amor, en consecuencia, lo que llamaban en su lenguaje técnico “la razón de trovar”, es decir, el fundamento de la composición poética”. Esta razón de trovar, de cantar y escribir como experiencia a la vez amorosa y estrictamente literaria es una de las cifras distintivas de la poesía y la ensayística de José Ángel Valente.

La cuarta estribación de su obra es la de traductor: Constantinos Cavafis, Paul Celan, John Keats, Gerald Manley Hopkins, John Donne, Benjamin Péret, Edmond Jabès son algunos de los poetas traducidos por él y donde es posible seguir ese proceso de terapia cultural y catarsis literaria practicada a lo largo de su obra. Terapia: lo que está en juego en la obra de José Ángel Valente parece ser la salud y la salvación de lo irreconciliable. Su empresa coincide en esto con la del Ortega y Gasset del Espectador: obra de restitución de la salud pública y de salvación de lo naufragado o sumergido. Gesta catártica y terapéutica donde el médico no duda en cortar el mal de raíz ya desde sus primeros poemas: recuérdense, por ejemplo, aquellas parodias memorables que son monólogos racistas de su primera poesía.

José Ángel Valente no era —digámoslo con franqueza— un autor cómodo en la cultura contemporánea española en virtud de su inmensa, atinada y justiciera capacidad de crítica que no le hacía el juego a la improvisación y a la baratura, al narcisismo hinchado y no siempre lúcido de la literatura contemporánea española. Esto le permitió no verse transformado en emblema comercial o propagandístico y permanecer al margen como un autor casi secreto a pesar de haber sido incluido en numerosas antologías y de ser traducido a varios idiomas. Y es que lo secreto era su terreno, lo hermético e inaccesible su espacio. Gratitud para José Ángel Valente pues nos ha enseñado a rondar la intemperie, a merodear lo inaccesible.

III

Escribir poesía es un acto de conocimiento, pues la experiencia —materia prima del poeta—, su condición irrepetible, su fugacidad, su carácter único son las preocupaciones del poeta, la dificultad con que puede ser asimilada a un sistema de referencias, desborda a su protagonista. De este modo, a través de la poesía caemos en la cuenta, emprendemos el conocimiento de lo protagonizado.

Punto cero es ante todo una divisa moral. En ella se reconocen la gran mayoría de los poemas aquí recogidos. El punto cero es el de la indeterminación infinita, el de la infinita libertad. Para ello sólo ha sido necesario llevar a cabo una obra de creación y destrucción. Ha sido necesario que para liberarse de tal o cual lenguaje (y liberarse es medirse), el poeta lo asuma, lo diga. Hablando un lenguaje extraño, haciendo suya una palabra que no es la suya, haciendo, para decirlo con Valéry, que por la voz del juez hable el culpable, Valente roe el centro mismo, un lenguaje parasitario y no creativo. Ha mostrado que su sintaxis era mecánica —puesto que podía abolirse a sí misma— y que la visión del mundo por él postulada era necesariamente parcial y restringida. En cierto sentido, la obra de José Ángel Valente en la poesía es paralela a la de Juan Goytisolo en la narrativa. Ambos acometen contra un lenguaje prostituido y subsidiario representándolo, dejándolo que hable por sí mismo desde un contexto que es exterior.

En A modo de esperanza José Ángel Valente delimita la estrecha zona que le ha sido dada al hombre como habitación durante su tránsito. Por un lado “Vela sobre su pecho, / con una zarpa de hambre solitaria, / el que ha sido emplazado a vivir. 25”, por el otro “la muerte verdadera / en su reino impasible, reina y aguarda en pie”.

La forma en que concurre la muerte en la poesía de Valente está emparentada con la concepción de la poesía como experiencia mística. En el reino de ésta puede llegarse a la nada con una contemplación de la vida desde la muerte. Como acontecería —según lo dice en algún momento— con Antígona que pudo penetrar viva en el reino de la muerte.

La poesía no es un modo de embellecer la realidad, un método para embellecerla, sino una manera de indagar en la realidad, de perderse en ella. De ahí que las recetas no existan, de ahí que Valente pueda decir:

Roto el pudor de las estatuas,
algunas lloran por el ojo izquierdo.

Las plazas que son públicas de antiguo
se llenan de solapas clandestinas.

Hay una oreja con un dedo dentro
y un torso mutilado en el lavabo.

Palabras inservibles reconstruyen
la insólita balanza de lo justo.

Contadlo lejos. Si no saben nada,
decidles simplemente: —Por entonces,
todos los acertijos terminaban en cero.

O como él mismo lo afirmó en las palabras de la tribu: “El poeta no opera sobre un conocimiento previo del material de la experiencia, sino que ese conocimiento se produce en el mismo proceso creador y es, a mi modo de ver, el elemento en que consiste primariamente lo que llamamos creación poética”. Así, inventar, imaginar es descubrir ese momento en que el lenguaje cobra forma, cristaliza. Pero llegar al conocimiento por medio del poema depende no de una variedad de vocabulario sino de la inteligencia para mezclar unas palabras con otras y producir así poemas, objetos dignos de servir de referencia a nuestra percepción. El esfuerzo que esta poesía exige del lector no es menor: le pide estar consciente del matiz y arreglo peculiares de cada palabra, pero también y más imperiosamente, su aquiescencia y simpatía “poéticas”, es decir: comprender interiormente la sustancia de que está hecha el poema. Así leer es ejercer la intuición, no algo semejante al arrebato romántico. A fin de conocer la naturaleza de su propia experiencia el poeta la somete al lenguaje (y hay aquí el conocimiento de que entre el lenguaje y la realidad hay profundas semejanzas, que en última instancia nos remite al centro). Hay aquí implícita ética fácilmente tachable de formalista pero que es el sostén y la razón de que el conocimiento poético sea importante e incuba a todas: la riqueza de nuestra experiencia es la de nuestro lenguaje: el mayor o menor registro de una sensibilidad.

Para José Ángel Valente la naturaleza esencia de la poesía no reside en su función narrativa ni es un método para acicalar o embellecer la realidad sino una manera de indagar y extraviarse en ella, un acto creador:

Todos los que tienen puntos de referencia en el espíritu, quiero decir de cierto lado de la cabeza, en zonas bien delimitadas del cerebro, todos los que dominan su lenguaje, todos aquellos para quienes tienen las palabras sentido, cuantos creen que existen alturas en el alma y que hay corrientes en el pensamiento, los que son espíritu de la época y han dado nombre a esas corrientes de pensamiento, pienso en sus trabajos precisos y en ese chirrido de autómata que a todos los vientos da su espíritu,

—son unos cerdos.

El sondeo en lo oscuro, una búsqueda activa y no prejuiciada, un descubrimiento que excluye consignas, definen el momento creador convirtiéndolo en un knowledge in progress (conocimiento que se está haciendo) que nace y se articula con el delicado instrumento del lenguaje. Valente se opone al apriorismo. Concibe poesía y creación como el flujo súbito que se organiza —en todos los sentidos— y finalmente cristaliza en objeto artístico. Para José Ángel Valente la singular experiencia que conduce a la elaboración del poema tiene sólo secundariamente una función de comunicación. Diríase, mejor, que el de la comunicación puede ser un efecto, el resultado del poema, pero no su esqueleto. La naturaleza esencial de la poesía reside, en cambio, en el acto creador. Una realidad inexplorada en un sentido poético es conocida gradualmente.

Castañón-310-150x150Adolfo Castañón. Poeta, traductor y ensayista. Es autor de más de 30 volúmenes. Los más recientes de ellos son Tránsito de Octavio Paz (Poemas, apuntes, ensayos) (2014) y Por el país de Montaigne (2015), ambos publicados por El Colegio de México.  Twitter:@avecesprosa

NOTAS

1 El fulgor. Antología poética (1953-1996), selección de Andrés Sánchez Robayna, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 1998, p. 149.

2 Madrid, Siglo XXI, 1971.

3 Bacelona, Barral, 1972.

4 Miguel de Molinos, Guía Espiritual, notas y ensayos de José Ángel Valente, Barral editores, Barcelona, 1974.

Véase Tatiana Aguilar-Álvarez Bay, La verdad poética en José Ángel Valente (1955-1966), México, El Colegio de México, 2011. Véase también Nicanor Vélez,  “José  Angel  Valente  o  el  movimiento  de la  materia’”,  en  El  Búho, Quito,  Ecuador, núms. 19-20,  noviembre-febrero 2006-2007 (pp. 70-75 )  y  núm. 21,  abril-mayo 2007(pp. 86-93).

6  José Ángel Valente, “Segundo homenaje a Isidore Ducasse”, El fulgor. Antología poética (1953-1996), op. cit., p. 108.

Barcelona, La Gaya Ciencia, 1979.

8  Barcelona, Seix Barral, 1973.

9  Barcelona, Tusquets, 1991.

10 Madrid, Taurus, 1982.

11 Madrid, Adonais, 1955.

12 José Ángel Valente, “Crónica III, 1968”, Punto cero, op. cit., p. 380.

13 “Conocimiento y comunicación”, Las palabras de la tribu, op. cit., p. 21-23.

14 “Crónica II, 1968”, Punto cero, op. cit., p. 379.


Posted: May 8, 2016 at 11:12 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *