Essay
Mary Oliver: volver al mismo lago

Mary Oliver: volver al mismo lago

Isabel Zapata

Hay una poeta caminando a través de la luz coral de la mañana. Se llama Mary Oliver y si cierro los ojos casi puedo verla: va descalza, vestida de blanco, perdiéndose entre los árboles. Junto a ella hay uno o muchos perros (Bear, Ben, Ricky, Lucy, Luke, Percy: ¿no dicen que los perros que hemos amado nos acompañan a cruzar el territorio de la muerte? Hoy más que nunca espero que sea cierto).

“La poeta más popular de Estados Unidos murió hoy en su casa de Florida”, leo en alguno de los obituarios, y no dejo de pensar que eso le hubiera sorprendido un poco: siempre prefirió pasar desapercibida. Vivió más de 40 años en Provincetown, Massachusetts, con su pareja, la fotógrafa Molly Malone Cook, recorriendo cada mañana el mismo bosque, los mismos  lagos, el viejo puerto. A la pregunta “¿No le gustaría ver Yosemite? ¿La bahía de Fundy? ¿La cordillera de Brooks?”, respondió: “Oh sí—algún día”.

Mary Oliver era una poeta de la naturaleza. No me refiero a los árboles y las nubes (aunque también a los árboles y a las nubes) sino a la naturaleza en un sentido más amplio: la belleza que hay en un perro corriendo sin correa, por ejemplo, o el hueso del oído de una ballena piloto encontrado sobre la arena. Una poeta de los pájaros, que vuelan porque no acumulan objetos a los cuales volver, o de la oscuridad, que puede ser un regalo aunque tardemos años en entenderlo. Mira al jilguero en su celebración medio ridícula, dice en su poema “Invitación”:

Puede significar algo.
Puede significar algo.
Puede significar lo que Rilke quiso decir cuando escribió:
debes cambiar tu vida.

Los temas que toca –el alma, lo sagrado, la luz que se cuela entre los troncos de los árboles– pueden ser anticuados para algunos, o quizá demasiado campiranos, casi ingenuos. Tal vez por eso no era la consentida de los críticos, a pesar de su larga carrera: publicó su primer libro a los 28 años y en 1984 ganó el Pulitzer por American Primitive y el National Book Award en 1992. En cambio la gente la adoraba y agotaba cada edición de sus libros.

La poesía de Mary Oliver es simple en el mejor sentido de la palabra, hay en ella una especie de impulso moral, de filosofía de vida. Se pregunta continuamente cómo vivir y sus respuestas son, de algún modo, un consuelo (sus palabras aparecen a menudo en memes inspiracionales, sospecho que eso tampoco le gusta a algunos críticos). Conocerla no me salvó la vida, pero me ayuda todos los días a construir un mundo en el que dan ganas de vivir. De ella aprendí, por ejemplo, que hay que observar las cosas que nos rodean sin querer tocarlas y que para sujetarnos a lo que amamos no es necesario convertirnos en su dueño. Que todos somos un poco salvajes de vez en cuando. Que no tengo que ser buena, sino permitir que el suave animal de mi cuerpo ame aquello que ama. Que no estamos en el mundo para conocer, sino para poner atención (la atención es el principio de la devoción). Que los cisnes saben más de la vida que nosotros, que hay que escuchar a las flores cuando hablan y que los ríos son importantes porque en ellos encontramos compañía. Que si de pronto me siento dichosa, inexplicablemente, es mi deber sacudirme el miedo y entregarme a esa dicha. Y que al final –realmente al final– la vida sólo se trata de una cosa: cómo amar a este mundo.

¿Estás escuchando, muerte? Cómo amar a este mundo.

Lamento que no esté más, pero me siento afortunada de haber compartido el mundo con ella. Devotions, su poesía reunida publicada en 2017, está organizada de manera poco común: abre con los poemas más recientes y avanza hacia atrás en el tiempo. Sus últimos libros revelan una fijación en ciertos actos íntimos de oración, como si se estuviera preparando para el final, ensayando la lección que se propuso desde el principio:

Para vivir en este mundo
debes poder hacer
tres cosas:
amar lo mortal,
sujetarlo
a tus huesos sabiendo
que te va la vida en ello
y cuando llegue el momento de dejarlo ir
dejarlo ir.

El corazón que late en los poemas de Mary Oliver me ha hecho sentir menos sola. Cuando la leo, algo en su pulso me acompaña, una música que suena suave, al fondo, y desaparece en cuanto intento atraparla. No sé de qué se trata la poesía, pero debe ser algo parecido a eso.

 

Isabel Zapata estudió Ciencia Política en el ITAM y la maestría en Filosofía en la New School for Social Research. Es autora de los libros Ventanas adentro  (Urdimbre, 2002),  Las noches son así  (Broken English, 2018) y  Alberca vacía  (Argonáutica, 2019) y cofundadora de Ediciones Antílope.

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Posted: January 20, 2019 at 10:27 pm

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