Current Events
Punto de inflexión: Culiacán, 17 de octubre

Punto de inflexión: Culiacán, 17 de octubre

Varios autores

A propósito de los acontecimientos más recientes en Culiacán, los que han puesto en evidencia la complejidad del fenómeno del narcotráfico y la seguridad en nuestro país, Literal Magazine realizó un rápido sondeo entre algunos de sus colaboradores para conocer su opinión. La magnitud del problema es innegable, de ahí la razón de nuestra consulta con base en una sola pregunta: ¿La decisión del gobierno y las fallas en su política de seguridad —que ponen a la población en riesgo— pueden afectar a nuestra incipiente democracia? Reproducimos en seguida las opiniones de quienes han acudido a nuestro llamado.

 

Ana García Bergua

El tema de Culiacán no es el hecho de que las Fuerzas Armadas se hayan retirado para evitar más muertes, cosa con la que sería muy difícil no estar de acuerdo, sino el de la estrategia de captura del hijo del Chapo: si el gobierno estaba al tanto, mal, pues no supo preparar un ataque de ese calibre; si no lo estaba, peor, pues eso significa que no tiene las riendas de la seguridad nacional, lo cual ciertamente pone en peligro la gobernabilidad y por lo tanto la democracia. En resumen: es muy preocupante, muy complejo, y espero que este gobierno llegue a tener una estrategia eficaz contra el narco y la delincuencia, cosa que hasta ahora no parece estar dando resultados.

 

Gerardo Cárdenas

Más que una amenaza para la democracia mexicana, los hechos de Culiacán constituyen una amenaza para varios de los fundamentos que, en materia de política de seguridad, había enarbolado como bandera el gobierno de la 4T. Culiacán reveló la profunda improvisación del gabinete de seguridad y su falta de coordinación con las fuerzas armadas, lo cual ya ha provocado serias molestias en el liderazgo militar. Una cosa es pretender que se va a resolver la crisis de violencia armada y crimen organizado en el país con buenas intenciones, declaraciones semi-religiosas y un rechazo a prácticas implementadas por gobierno anteriores; otra muy distinta, y muy grave, es ceder la iniciativa y el mando a los carteles. La primera es ingenua, la segunda es irresponsable y altamente peligrosa. Lo único claro es que muchas partes del país están en manos del crimen organizado, y que los espacios públicos ya no lo son. El gobierno tiene la obligación de hacer relevos a profundidad a fin de solventar una crisis grave en materia de seguridad pública (Culiacán fue el más reciente tiroteo, pero a éste precedieron los de Michoacán y Guerrero, en la misma semana). Si esto no ocurre, lo que sí está en riesgo es el modelo político de MORENA y la credibilidad de esta Administración.

 

Ana Clavel

¿La decisión del gobierno con respecto a Culiacán y las fallas en su política de seguridad que ponen a la población en riesgo pueden afectar a nuestra incipiente democracia? Ni de lejos más de lo que se afectó en la llamada “guerra contra el narco” de Calderón. Más bien evidencia lo que todos sabemos pero preferimos no ver: que el país ya es prácticamente plaza tomada de los criminales y corruptos, del narco-estado coludido con políticos y empresarios. Con todas sus imperfecciones, el intento de democracia actual es una manera de hacerle espacio a lo que no es infierno… aún. Los poderes fácticos y la ultraderecha me parece que pueden estar detrás de este intento mal planeado y fallido de las “nuevas metamorfosis” de Ovidio en Culiacán: apresado-libre-prófugo. A diferencia de muchos que opinan con largueza y ligereza, no soy ninguna experta en seguridad nacional pero hasta yo me doy cuenta de que no es posible aprehender a un capo en su territorio con una treintena de militares. ¿Ineficiencia? O es que ese asunto fue planeado como una trampa pero no para el narco… De hecho, cabe la duda de si esos poderes de muerte no intentaron desencadenar una reacción a niveles de masacre, pero el gobierno no cayó en la provocación. Bien haríamos no en censurar que los demás opinen, pero sí en practicar la autocensura, el silencio, la reflexión más sopesada.

 

Alejandro González Ormerod

Durante su primera campaña por la presidencia de Chile, Sebastian Piñera declaró que era de clase media. Esto le sorprendió a algunos cuantos dado que Piñera es uno de los hombres más ricos de su país cuya fortuna se cuenta por los miles de millones de dólares. Ahora, varios años después y con dos mandatos encima, Piñera se enfrenta a un Chile alzado en contra de una de las tazas de desigualdad más altas del mundo. Estos dos fenómenos están más ligados de lo que aparentan: para el presidente de Chile no hay otra realidad más que la suya y esta está en conflicto con la realidad de la calle. Podría ser que el presidente genuinamente crea que es un hombre “normal”, de situación socioeconómica promedio, por lo que cuando su país estalló por un insignificante aumento al costo del transporte público –porque sin duda para él y sus amigos el monto es minúsculo–, Piñera vio en las manifestaciones no una demanda legítima sino un complot oscuro de “un enemigo poderoso, implacable”. Desde las alturas de su poder y sus riquezas, Sebastián Piñera no puede entender lo que ocurre en las calles de Santiago. 

La comentocracia mexicana pecó de algo similar tras lo sucedido en Culiacán la semana pasada. Queda claro que el gobierno de México carga con la más fuerte culpa por la debacle; su nula planeación, sus mentiras y su rechazo de responsabilizarse en lo absoluto, pero una democracia saludable sobrevive o se hunde dependiendo no solo por la eficacia de sus gobernantes sino también de la capacidad de la prensa libre de reaccionar ante sus fracasos. Ante la humillación del Estado frente al crimen organizado, muchos comentaristas se burlaron del presidente —le dijeron cobarde y Comandante Sinbolas–, otros clamaban “que se hiciera justicia” con el uso de la legítima fuerza del Estado, en muchos casos se ponía la dignidad de la instituciones del Estado y de las Fuerzas Armadas sobre las vidas de sus integrantes –la ciudadanía y los soldados. Más vale recordar que muchos de estos bramidos en defensa del “honor nacional frente al crimen” vienen desde la cómoda lejanía de la Ciudad de México o del extranjero. 

¿Le quita esto algo al fracaso del gobierno de López Obrador ante la situación de inseguridad del país? Categóricamente no. Pero si el gobierno va a ser inepto, radica en la prensa y en el resto de la ciudadanía la responsabilidad de llenar el vacío que deja. Por eso más vale escuchar a las voces que no ven humillaciones desde lo alto de los medios y las redes sociales, sino lo que dice la prensa local de Culiacán que salió a reportar los hechos y llenó con datos los vacíos y las falsedades que ambos la comentocracia como el gobierno buscaron crear. 

En este país no se aprecia ni se fomenta el periodismo local, pero la debacle en Culiacán resaltó su importancia en el buen funcionamiento de un Estado democrático. Sin este tipo de periodismo en las calles, todo se vuelve la conjetura lanzada al aire desde las alturas de las cuentas más influyentes de la tuitosfera. La tenue llama democrática la sofoca la desinformación. En este sentido, no importa cuánto se imponga el ejército en las calles, ya sea en Chile o en México; sin periodismo local no hay democracia.

 

Sandra Lorenzano

Para responder esta pregunta empezaría diciendo que nuestra democracia está afectada profundamente desde hace tiempo. ¿O de qué democracia hablamos con 200 mil muertos y más de 40 mil desaparecidos? ¿De qué democracia cuando tenemos al hombre más rico del mundo y a millones que viven en la miseria? ¿De qué democracia con más de 26 mil feminicidios en los últimos diez años, con salud y educación insuficiente para todas y todos, con una frontera sur que sirve de policía de Estados Unidos, etcétera, etcétera? La pregunta para mí sería entonces cómo pensar la decisión del gobierno con respecto a Culiacán en este panorama injusto, violento y doloroso. Te diría que me pareció una decisión errónea o, mejor dicho, el corolario de una completa operación errónea: mal planeada, mal ejecutada y mal resuelta. Y sin embargo creo que esto no puede ni debe alegrar a nadie; no le sirve a nadie un Estado que se muestra débil frente a grupos de la delincuencia organizada que se saben fuertes. Sería un gran momento para cerrar filas en el país, para olvidar las polarizaciones que tanto le gustan a derechas e izquierdas, y exigir un estado verdaderamente decidido a enfrentar la violencia en la que vivimos. La frase del presidente: “decidimos primero la vida de los seres humanos no a la violencia”, es sin duda certera, pero no necesitamos frases sino una clara y contundente política de seguridad que frene a aquellos que no privilegian la vida de los seres humanos. ¿Qué hará el Estado frente al crimen organizado? ¿Dejarle el terreno libre en función del respeto a la vida de quiénes? ¿De los que ya están muriendo secuestrados, asesinados, violados, arrasados? ¿De los que viven con miedo? La gente necesita paz, tranquilidad, un lugar donde criar a sus hijos, donde tener trabajo y posibilidades de desarrollo. Si no es éste el mensaje que quieren transmitir, será el crimen el que gobierne nuestro país (lo hace ya en amplias zonas del territorio nacional). ¿Hace falta que agregue que no es así como se fortalece la democracia?

 

Miriam Mabel Martínez

Cuando la violencia se naturaliza es difícil acertar. El miedo domina y subyuga democráticamente. Este miedo, horror nos une, paradójicamente, y debería movilizarnos, no sólo a opinar y a exigir sino a actuar. La situación de Culiacán es atroz y peligrosa no sólo por la violencia en sí del acto, sino porque se ha cruzado una línea. Todos la hemos cruzado y ahora sí actuar o paralizarnos es de vida o muerte. No sólo porque la vulnerabilidad a la que vimos –y sabemos ya- que estamos expuestos; más allá de la guerra de los malos contra los buenos, se trata de crear estrategias que vayan resolviendo a corto, mediano y largo plazo. Hoy como nunca necesitamos empatía con el otro, una empatía que se traduzca en acompañamiento, respeto, acción, colaboración. Sobre todo lo que necesitamos es hacer. Menos palabras y más acción, desde el presidente hasta cada uno de nosotros.

 

David Medina Portillo

Me parece que cualquiera puede opinar y suponer lo que sea, pero las evidencias reales y concretas caen de lado de la pésima política de seguridad del actual gobierno. Eso es lo realmente preocupante. ¿En manos de quién estamos? Desde luego, hay razones de peso para compartir la decisión del gobierno de negociar y retirarse para evitar una crisis mayor. Sin embargo, ¿por qué tan mal planeado todo? Asimismo, ¿se puede quedar en ridículo a ese nivel y presumirlo después como la victoria de un mandatario “humanista”? Decir que el ejército (o la Guardia Nacional) cedió y entregó a uno o dos de los Chapitos para evitar una masacre es una falsa disyuntiva. Quien puso en peligro a esa población fue el mismo gobierno, su colosal ineptitud. La misma ineptitud que los aduladores del régimen presentan hoy como una histórica batalla (nada menos) contra poderosísimos intereses que desde la sombra asedian y se oponen al Cambio Verdadero. Desde los primeros momentos corrió la especie de que quien estaba detrás de los sucesos en Culiacán era la extrema derecha. No lo sé. Aún existe y seguirá existiendo una imaginación política susceptible a todas las variantes de la conspiración. Como esa tenebra que en los años setenta, y también desde la extrema derecha, amenazaba cualquier crisis del progresismo echeverrista. Por mi parte, me quedo con la zozobra de algunos datos. Por ejemplo, cuando sucedió la primera fuga de El Chapo Guzmán el secretario de seguridad era Gertz Manero y Alfonso Durazo el secretario particular del entonces presidente Vicente Fox. En la segunda fuga, el secretario de seguridad de Peña Nieto era Alfonso Durazo mientras Gertz Manero se desgañitaba reclamando al expresidente su nulo combate a los carteles. Ambos son funcionarios del nuevo régimen y participaron directamente en el reciente fiasco. Sin embargo, muchos prefieren creer que la responsabilidad está en otra parte o en la tenebra, no en el actual Estado humanista.  

   

Rose Mary Salum

Es peligroso que se lance un operativo como el de Culiacán sin una estrategia bien delineada. Es grave que el gobierno mexicano haya cedido el poder –que todos los ciudadanos le otorgamos en un ejercicio democrático– al narcotráfico. Es escandaloso que el presidente nos quiera convencer de que “vamos bien” cuando la realidad evidencia algo distinto. Es preocupante que las personas cercanas al mandatario y servidores públicos repitan en un eco que se precipita al despeñadero que, en efecto, “vamos bien”.  Es hipócrita que se pretexte privilegiar la vida sobre la seguridad cuando las cifras de muertos, desaparecidos y feminicidios en México son tan dolorosas como vergonzantes. 

 

Socorro Venegas

Es una pregunta muy difícil, porque ya describe y afirma la realidad que vivimos. La respuesta obvia sería: sí. Pero detrás del cuestionamiento hay una realidad complejísima, hecha de la enorme inequidad en que vive la mayoría de los mexicanos; de la crisis humanitaria de los migrantes nacionales y centroamericanos que atraviesan nuestro país; del sueño guajiro que los cárteles de la droga le venden a los jóvenes para enrolarlos; de ese negocio boyante que es el trasiego de droga para los consumidores en Estados Unidos, y que ocurre bajo las leyes universales de la oferta y la demanda; del gobierno mexicano rebasado por estas y otras realidades. De un Estado representado por personas que pueden ser amenazadas, brutalmente intimidadas o corrompidas: podemos seguir diciendo que México es un Estado fallido, pedir las renuncias de estas personas; igual que ocurre con las bajas en los cárteles, serán reemplazados por otros que no tienen por qué ser —y no serán— infalibles. Podemos seguir criticando las decisiones fallidas. O centrarnos en un cambio de paradigma. Empecemos por legalizar la mariguana y poner todos los recursos en proyectos transversales de cultura de paz para la educación, la ciencia y la cultura. No hay de otra.

 

Naief Yehya

La única certeza que tenemos del fracasado intento de arresto del hijo del Chapo es que no sabemos lo que está pasando. Lo que aparentemente sucedió es grave ya que viene a confirmar el hecho de que la nación está dividida, en manos de grupos de poder capaces no sólo de enfrentar a las autoridades locales sino al ejército y al gobierno federal. Por un lado es un acto de valentía preferir evitar el conflicto y provocar bajas humanas, aún a costa de dejar a un criminal escapar. Por el otro rendirse ante el crimen organizado es catastrófico. Quizá nunca tengamos la información suficiente para saber lo que realmente sucedió. Lo que es innegable es que este tipo de situaciones han sucedido antes, tal vez con gravedad semejante, durante los anteriores dos gobiernos. Juzgar los hechos de Sinaloa fuera de este contexto es inútil. ¿Estamos al borde del precipicio o llevamos años en caída libre?

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: October 22, 2019 at 9:54 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *