Essay
Sueños que nos hacen migrantes
COLUMN/COLUMNA

Sueños que nos hacen migrantes

Socorro Venegas

“Nada se sueña en vano”, ha escrito la autora argentina y española Clara Obligado en su precioso libro de cuentos El libro de los viajes equivocados (Páginas de Espuma, 2011). Precisamente los sueños de migrantes son los que alientan cada una de las historias reunidas en este volumen.

Jan Siedlecki, judío polaco, deja su tierra para ir en busca de una vida que le permita enviar dinero para que su novia lo alcance. Va a América y en el barco nadie habla yiddish o polaco; incomunicado en ese viaje tortuoso descubre que las limitaciones del idioma sólo importan en el mundo adulto: comienza a jugar con los pequeños, “con ellos, como no había barreras, recuperó el placer de comunicarse. Al atardecer, cuando los emigrantes hacían música, comprendía dos cosas: que esos sonidos alegres camuflaban el desgarro, y que la algarabía del baile era el único antídoto contra una tristeza que amenazaba con ahogarlos”. Esa tristeza del que se ha visto obligado a dejar el pan y la sal de su tierra permea los cuentos de Clara Obligado. Y también un sentido trágico de la vida. El judío polaco ha subido a un barco que lo llevará a América, pero ese continente no es sólo Nueva York, a donde esperaba arribar, sino también Argentina. Y allá es a donde llega. Un viaje equivocado como, acaso, los emprendidos por aquellos que han debido irse, empujados a huir por diferentes razones. Travesías que no estaban en la carta de navegación vital de nadie, pero la realidad impuesta de gobiernos totalitarios, el hambre, las guerras, va sitiando a la gente hasta expulsarlas de sus mundos. Y esas partidas son siempre desgarramientos, eso lo sabe muy bien su autora, exiliada política de la dictadura militar argentina, quien emigró a España en 1976. En palabras de Pilar Castro, Clara Obligado “Sufrió la llegada, la indiferencia, la desolación absoluta. Y entre otros consuelos inteligentes, íntimos, el reconocimiento a una escritura cuajada de títulos. Con ellos se ha hecho un hueco, por su capacidad comunicativa y su personal estilo para transformar su experiencia en cuentos”. Y es verdad. Al leer a Clara uno, simple lector, siente el pulso de una narradora que se juega todo en la escritura. No sé si eso venga del dolor y rigor con que se asume la incertidumbre del exilio. Lo cierto es que los personajes de este libro están a merced del azar, quizás más que cualquiera de nosotros, pues ellos son empujados a tomar un camino. Son obligados a poner en funcionamiento una ruleta y a apostar. No son cuentos complacientes los de Clara Obligado, son profundamente tristes, nostálgicos, trabajan con distintas épocas y casi siempre los personajes están atrapados en recuerdos que no logran resignificar, en pasiones que todavía pueden arrastrarlos a intentar recuperar lo que saben que se ha ido y ya nunca va a estar al alcance de las manos desiertas. Los migrantes de estos cuentos no quieren saber que el pasado es irrecuperable. En el fondo, no quieren saber que equivocaron el viaje. Y tal vez en ese punto tienen la misma obligación vital que cualquiera: encontrarle un sentido a su existencia.

En este libro de Obligado el viaje es contenido semántico de diversa índole. El viaje no es únicamente el desplazamiento de los seres; es también la memoria que se acumula, como un territorio que va fraguando geografías siempre cambiantes. Así, los objetos y las almas atraviesan eras, mutan, transitan en migraciones invisibles, pues quién podría seguirlas todas en el tiempo. Y la otra poderosa idea sobre la que trabaja Clara es la constitución de la memoria, sí, una construcción, o quizás debería decir, una corrección. Reflexiona uno de los personajes de Obligado: “Resulta muy difícil desmontar aquello en lo que creíamos de chicos, piensa Elsa, aquellas confianzas sin fisura, ajena a la pragmática comprobación de la ciencia.”

Una de las imágenes del cuento sobre el polaco que les he referido nos presenta a los niños como seres con los que no hay barreras en la comunicación. Su idioma es universal:  juegan y así es como transmiten sus emociones y deseos.

Otra historia de migrantes viene precisamente de un autor consagrado en el mundo de la literatura infantil y juvenil: Shaun Tan, hijo de padre japonés y madre australiana.  Su precioso libro Emigrantes, publicado en España por Bárbara Fioré, es un clásico que no solo debería circular en el ámbito de los primeros lectores. Es un libro indispensable para cualquiera que reflexione sobre migración. Se trata de una obra artística muy conmovedora, poderosa en cada una de sus páginas. Shaun Tan, quien en 2011 recibió el premio Astrid Lindgren, comparable al Nobel de la LIJ, presenta en un álbum silente la historia de un hombre que debe abandonar a su mujer y a su hija pequeña para viajar lejos, buscándose la vida. La amenaza que se cierne sobre él es una sombra dentada que recorre la ciudad, no sabemos qué es y aquí el lector completará la historia imaginando la pesadilla que lo erradicaría de sus lugares amados. Este libro es un homenaje a todos aquellos que, por las razones que sea, han debido marcharse a otras tierras. Shaun Tan logra contarnos solo con imágenes la travesía del hombre que llega a un lugar completamente distinto del que ha dejado, vemos su imposibilidad para comunicarse, tan similar a la experiencia del polaco del cuento de Clara Obligado. Porque quizás las historias de migrantes son la misma historia, pidiendo solidaridad una y otra vez, en todos lados: en Europa y en Centroamérica y en la frontera de México con Estados Unidos.

El personaje de Shaun Tan conoce a otros migrantes y así el libro va creciendo hasta presentarnos una puesta en abismo, historias dentro de historias: podemos seguir la invitación del autor y contar ahora, nosotros, nuestras historias de migrantes. Y aquellos tentados a decir que no han emigrado, piensen en sus padres o en los padres de sus padres, vayan tan atrás como necesiten: la Tierra, redondita, nos ha permitido desplazarnos hasta el sitio en que nos ha sido dado vivir, echar unas raíces que, quién sabe, cualquier día pueden quedar expuestas al aire.

Yo por ejemplo puedo contar la historia de mi madre. Era una niña de 9 años que vivía en un pueblo de Morelos, en México, una comunidad indígena a la orilla de un volcán. Sus padres, mis abuelos, eran campesinos, y ya en esa época sabían que la Revolución que prometió Tierra y Libertad, mejores condiciones de vida, oportunidades para todos, había fracasado. Tenía ocho hermanos y sentía hambre todos los días. Me cuenta que a veces andaba en el campo y el aire formaba pequeños pero potentes remolinos, y que a ella le gustaba correr y meterse en medio de esos garabatos de aire. Dice que los remolinos la levantaban del suelo. Nunca he escuchado una historia similar en la familia. Es como si sólo a ella le hubiera ocurrido. Así, con los pies descalzos, como andaba ella, mi madre, decidió a sus nueve años que tenía que irse de ahí. Le pidió a una amiga de mi abuela, que vivía y trabajaba en la Ciudad de México, que se la llevara. Y lo primero que me cuenta de su nueva vida es que tomaba leche a diario.

 

* Texto leído en el I Foro Cultura y Migración realizado por la UNAM España en la Casa de México Madrid en junio de este año.

 

Socorro Venegas es escritora y editora. Ha publicado las novelas Vestido de novia (Tusquets, 2014) y La noche será negra y blanca (Era, 2009); los libros de cuentos Todas las islas (UABJO, 2003), La muerte más blanca (ICM, 2000) y La risa de las azucenas (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1997 y 2002).  Ha recibido el Premio Nacional de Cuento “Benemérito de América”, Premio Nacional de Novela Ópera Prima “Carlos Fuentes”, Premio al Fomento de la Lectura de la Feria del Libro de León. Dirigió las colecciones para niños y jóvenes del Fondo de Cultura Económica. Es directora general de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM. Su Twitter es @SocorroVenegas

 

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Posted: June 17, 2019 at 9:31 pm

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