Film
La historia no oficial
COLUMN/COLUMNA

La historia no oficial

Ricardo López Si

Meses atrás, le escuché decir a Rafael Aviña en un taller de crítica cinematográfica que la nota roja en los periódicos era la historia no oficial de un país. Reflexionando en ello, no deja de ser curioso que el cineasta Mateo Garrone se haya inspirado en Buster Keaton o Charles Chaplin para idealizar al personaje de Marcello en Dogman, una cinta basada en un caso real que conmocionó a toda Italia a finales de la década de los ochenta, sobre un apacible peluquero de perros hostigado por un boxeador amateur cocainómano en un descampado. Pese a que se trata de un extrarradio atemporal, la atmósfera decadente y el precedente de la magnífica Gomorra —adaptación de la novela de Roberto Saviano sobre la camorra napolitana— nos lleva, casi de manera obligada, a situarnos en el extremo sur de Italia.

Cuando se trata del país transalpino, cuesta no pensar en museos a cielo abierto, pero también en las lacerantes desigualdades sociales que se viven entre el norte y el sur. Hasta antes de la pandemia, según datos de Instituto Oficial de Estadística, el desempleo en zonas del sur como Campania, Nápoles y Sicilia era tres o cuatro veces superior al de las regiones industrializadas del norte. Y no sólo eso: según el Instituto Superior de Sanidad, una persona que nace en la zona meridional tiene una esperanza de vida cuatro veces menor a una persona del otro extremo. En todo caso, Garrone ha dicho hasta el cansancio en diversos espacios que la cinta no se proponía reparar en ello, ni advertir el auge de la extrema derecha en su país, mucho menos filmar una historia típica de venganza entre mafiosos en un lugar olvidado, sino abordar la imposibilidad de un hombre imperfecto de sentirse digno y respetado entre sus pares. Dicha imposibilidad es la que llevará después al personaje interpretando por Marcello Fonte —condecorado como Mejor Actor en Cannes— a ver en la violencia un atisbo de supervivencia, y, con ello, experimentar la perdida de la inocencia, una inocencia que se había mantenido inmaculada incluso en su noble faceta de narcomenudista y padre divorciado.

Por otro lado, habla bien del laureado director romano que una película basada en una nota roja no busque recurrir al patetismo de raíz romántica —término acuñado por el reportero de guerra Plàcid García-Planas— para situarnos en contexto. La atmósfera propuesta delata su marcada herencia realista: un suburbio oscuro al que ni siquiera el rumor del mar puede dotar de esperanza. Nada en la puesta en escena es artificial. Ni el sol que se asoma tímidamente durante la primera parte del rodaje, ni el cielo plomizo del complemento. Entre balnearios infantiles abandonados y edificios derruidos, se abren paso pequeños comercios infecundos y una sala de máquinas tragamonedas que sirven para preservar la vida en sociedad, una vida regida por una serie de códigos que se asemejan mucho a una prisión que a una comunidad. Se nos propone una lucha de arquetipos lo suficientemente prolija como para no echar en falta diálogos estridentes y escenas manipuladoras. Fonte, un mecánico, electricista y carpintero calabrés devenido en actor, interpreta el papel de su vida, o, por lo menos, el papel que se supone que debía bordar. Pensemos, por ejemplo, en Eduard Limónov, el paradigma de la disidencia, ese personaje desmesurado reconstruido por Emmanuel Carrère, que soñaba desde pequeño con una insurrección violenta, asumiendo que, víctima de su contexto, nunca sería Nabokov, ni correría detrás de las mariposas en praderas suizas, con piernas anglófonas y velludas. El hecho de que Fonte, un hombre enjuto, aparentemente inofensivo, proviniera del extremo sur de la bota, no hace más que reforzar el hecho de que, con respecto a Italia, los clichés sobre las escaleras sociales son insoportablemente fieles.

Si Garrone se propuso o no deliberadamente elaborar un discurso que sirviera de denuncia es un tema menor. Lo verdaderamente significativo es que ningún espectador advierta algún posible paralelismo entre aquel descampado abstracto y las regiones del norte. El hecho de construir una atmósfera a manera de western contemporáneo evoca un aroma a decadencia que sólo podría formar parte de la mitología sureña. La interpretación es peligrosa. De las periferias del norte, concretamente de las colinas, surgió el mito de Cesare Pavese, el sufridor ejemplar que describió Susan Sontag. La prosa callejera con la que retrata  Curzio Malaparte la perversión de la Nápoles liberada tras la Segunda Guerra Mundial es tan italiana como la prosa más esculpida de Umberto Eco. Roberto Saviano debería pertenecer a la misma mesa que Alessandro Baricco sin necesidad de advertir en el cintilllo de sus libros que uno es napolitano y el otro piamontés, o que uno desvela los secretos más oscuros de la mafia y el otro fantasea con la posibilidad de personificar a un comerciante de seda decimonónico.

Si somos capaces de palpar las desigualdades sociales en el cine de Mateo Garrone, en la literatura que se exporta desde Italia al resto de Europa y Latinoamérica e incluso en las narrativas en torno a cosas aparentemente más triviales como el fútbol, el problema es más evidente de lo que se piensa. Mientras los descampados, la desesperanza y la violencia endémica sigan encarnando la metáfora perfecta sobre el sur, costará discernir entre la historia oficial y las notas rojas del periódico.

 

Ricardo López Si es coautor de la revista literaria La Marrakech de Juan Goytisolo y el libro de relatos Viaje a la Madre Tierra. Columnista en el diario ContraRéplica y editor de la revista Purgante. Estudió una maestría en Periodismo de Viajes en la Universidad Autónoma de Barcelona y formó parte de la expedición Tahina-Can Irán 2019. Su twitter es @Ricardo_LoSi

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.


Posted: June 23, 2021 at 7:57 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *