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Dugin y Harry Jaffa: los ideólogos detrás de Putin y Trump

Dugin y Harry Jaffa: los ideólogos detrás de Putin y Trump

Ángel Jaramillo Torres

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A Socorro Torres Garduño, mi madre y mi héroe

En un análisis preliminar, no habría dos personajes más distintos que un académico de origen judío nacido en Brooklyn y el hijo de un agente de inteligencia del ejército soviético. Y, sin embargo, lo que los une es que son dos de los ideólogos principales del trumpismo y del putinismo, respectivamente.

Dugin nació en Moscú. Esto es significativo porque para él, parte de lo que define a Rusia, es la dialéctica San Petersburgo-Moscú. La ciudad erigida por el Zar Pedro el Grande en el siglo XVII representa una negación de la Rusia profunda. Al tener su centro gravitacional en la vista a Europa, San Petersburgo habría querido ser la metrópolis que dio la bienvenida al Renacimiento, movimiento cultural, filosófico y literario que no permeó en Rusia. Pero si San Petersburgo se construyó tarde para albergar a pintores como Leonardo da Vinci o Michelangelo Buonarroti, sí estuvo presente para ser parte –aunque excéntrica– de la Ilustración. Al San Petersburgo europeo e ilustrado, Dugin opone la idea de Moscú como representante de la herencia mongola y asiática de Rusia. Esta herencia dictaría que Rusia no podría abrazar la democracia liberal y en cambio es la cuna natural y teológica de un sistema político jerárquico, autoritario y tiránico. Es claro que la geopolítica está en el centro de la teología de Dugin. No por nada el movimiento que ha apoyado responde al nombre de Neo-eurasianismo. Pero, en su caso, no se trata de una geopolítica tradicional, donde las acciones políticas están en parte determinadas por la posición geográfica de un gobierno o Estado. La geopolítica de Putin se orienta a partir de la religión, la filosofía, la historia, el ocultismo y el romanticismo.

De joven, Dugin era lector asiduo de Solshenitzin y frecuentaba el círculo ocultista en Yushinsky Lane, organizado por el novelista Yuri Mamleev. Su principal filósofo de cabecera es Martin Heidegger, uno de los grandes filósofos del siglo XX que, sin embargo, se unió al Partido Nazi en 1933. De ahí que muchos lo consideren a Dugin un nacionalsocialista. En lo que respecta a la toma de decisión del gobierno de Putin para invadir Ucrania, Dugin es importante, pues fue quien primero –entre su grupo de conservadores revolucionarios– vio la importancia geopolítica de Ucrania para Rusia en su lucha existencial y teológica contra Occidente. Muchos de los conceptos enarbolados por Dugin fueron usados en discursos por Putin en las vísperas del asalto a Kyiv. Recientemente, Dugin asumió la dirección de un centro de estudios dedicado al ideólogo fascista y admirador de Hitler, Ivan Ilyn, personaje enarbolado por Putin. También hace poco, el líder ruso realizó un homenaje a la hija de Alexandr Dugin, Darya Dugina, asesinada el 20 de agosto del 2022, como resultado de una bomba estallada dentro de un auto. Indudablemente, la variable Dugin deberá ser considerada cuando se haga la autopsia de la aventura rusa en Ucrania y el mundo.

Por su lado, Harry Jaffa es un personaje aun menos conocido, no sólo en México sino en el mundo, a pesar de su influencia en un grupo de intelectuales que ahora tienen puestos de gran poder en el gobierno de Trump.

Para entender a Jaffa hay que conocer la influencia en Estados Unidos de su maestro, Leo Strauss.

Mente brillante –si las hay– Strauss es autor de ensayos y libros con una interpretación heterodoxa de la tradición de la filosofía política occidental. Después de salir de Alemania, tras el ascenso del nacionalsocialismo, Strauss se refugió, primero en París –dónde escribió fundamentalmente sobre los filósofos árabes y judíos de los siglos IX al XIII– y después en Londres, Inglaterra, donde estudió la obra de Thomas Hobbes.

Ahora bien, en Estados Unidos sus pupilos se dividieron entre la escuela del straussianisno occidental y el oriental. La escuela oriental, a su vez, se dividió en dos. Por un lado, la que proponía el estudio meticuloso de los grandes tratados filosófico-políticos, desde los presocráticos a Alexander Kojève, otro gran ruso olvidado. Por otro lado, la que educó a varios políticos que encontraron albergue en los dos partidos principales, aunque sobre todo en el Republicano y, eventualmente, en la Casa Blanca, el Congreso o el Poder Judicial. Algunos de ellos también se convirtieron en comentaristas políticos en los medios de comunicación. Durante la Presidencia de George W. Bush se habló, no sin cierta razón, de la influencia de intelectuales del straussianismo en el pensamiento neoconservador asociado a las respuestas del gobierno estadounidense a los ataques terroristas por parte del fascismo islámico contra las Torres Gemelas en Nueva York y el Pentágono en Washington DC.

Ahora bien, el straussianismo de Occidente fue inventado por Harry Jaffa. Para fines de clarificación, aunque siendo un poco esquemático, se podría clasificar a esta ala como un straussianismo político que busca colocar al experimento estadounidense a la vanguardia del entendimiento humano.

Como Dugin en Rusia, Jaffa fue a la vez un filósofo, un profesor y un intelectual muy activo políticamente y llegó a ser el escritor de discursos del candidato republicano a la presidencia, Barry Goldwater, en 1964. Bajo la égida de Jaffa, se creó el Claremont Institute y la revista Claremont Review of Books en los años 70 y 80 del siglo pasado. Esto le posibilitó fundar una escuela de pensamiento político.

Jaffa murió antes del arribo de Trump al poder pero sus pupilos vieron en el magnate neoyorquino una oportunidad para emprender sus ideas.

La principal de ellas tiene que ver con la traición que, según ellos, las élites políticas de los dos partidos, aunque sobre todo del demócrata, han perpetrado contra lo que ellos consideran la intención original de los padres fundadores de la República estadounidense.

De acuerdo con Jaffa, Thomas Jefferson en la Declaración de Independencia no sólo anunció a las naciones del mundo que Estados Unidos era un país independente, sino, más importante aún, descubrió la clave del derecho natural: los seres humanos eran iguales.  Fue a partir de esta idea que Lincoln pudo vencer a Stephen Douglas en su pugna por el Senado en 1858, de acuerdo con Jaffa.

Se pensaría que esta proposición no tendría tanto de controversial y que se trata, de hecho, de una formulación a la vez liberal y democrática.

El problema sobreviene cuando él y sus pupilos comienzan a defender su interpretación como si fuera un dogma. No sólo eso, sino que acusan a sus opositores de nihilistas e historicistas, empeñados en construir un Estados Unidos cada vez más burocrático, proponente de la globalización, con políticas generosas hacia la migración, tolerantes ante la diversidad sexual y sus respectivas orientaciones.

De acuerdo con los jaffaistas –si se me permite nombrarlos así– todas estas actitudes son innovaciones producto de lo que llaman el movimiento progresista que, para ellos no comenzó en la década de los sesentas con la revuelta juvenil, sino con los progresistas del periodo de Woodrow Wilson.

Este progresismo no es uno que haya surgido de la gente común, sino de las élites que se han educado en universidades capturadas por ideas y filosofías postmodernas de moda francesa y de ethos alemán.

Si para Jaffa fueron los padres fundadores en Estados Unidos quienes descubrieron por fin “el derecho natural” –la verdad acerca del ser humano– después de una larga historia donde la humanidad se había extraviado por siglos, entonces influencias ideológicas o filosóficas que vengan de fuera no contribuyen al desarrollo del país. Es en esta idea en que se funda el nativismo de los pupilos de Jaffa.

El jaffaismo es una forma del populismo. Su revuelta es contra las élites y en favor de las clases bajas y medias, sobre todo lo que podríamos denominar los rednecks.

Frente a este populismo de la derecha, los jaffaistas condenan las muchedumbres progresistas que han sido influidas por las ideas wokistas traídas de Europa.

El resultado de la hegemonía progresista –piensan ellos– ha sido un gobierno eficiente sólo en generar bienestar para los más ricos e incapaz de construir infraestructura de primer mundo para los más pobres.

Esta triste situación ha sido también solapada por los republicanos e incluso por el gobierno de Ronald Reagan, de acuerdo con Jaffa y sus acólitos. Lo que se necesita es una revolución que deponga no sólo a los demócratas y sus alcahuetes republicanos, sino a las estructuras de gobierno que han permitido la decadencia de Estados Unidos.

No por nada los jaffaistas del grupo de Claremont vieron en Trump a una especie de César que iba a encabezar la gran revolución política y de las conciencias.

Ahora bien, mientras no se puede decir que este grupo sea religioso, sí es cierto que se ha aliado a grupos poderosos de la derecha cristiana nacionalista, aunque también lo ha hecho con lo que podríamos llamar los tecno-oligarcas, que ahora encabeza Elon Musk.

Los analistas Internacionales suelen no considerar la importancia de las ideologías en las luchas por el poder. Quizás deban reconsiderar sus premisas.

 

Ángel Jaramillo Torres. Doctor en Ciencia Política por la New School for Social Research de Nueva York y miembro del SNI. Es autor de Leo Strauss on Nietzsche’s Thrasymachean-Dionysian Socrates: Philosophy, Politics, Science, and Religion in the Modern Age y coeditor (junto con Marc Benjamin Sable) de Trump and Political Philosophy. Leadership, Statesmanship, and Tyranny. Colabora en American Affairs JournalThe National Interest Letras Libres. Es columnista de El Economista.

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Posted: February 25, 2025 at 6:31 pm

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