Essay
Abū al-ʿAlāʾ al-Maʿarrī, el poeta que no quiso hacer de su cuerpo una tumba de animales
COLUMN/COLUMNA

Abū al-ʿAlāʾ al-Maʿarrī, el poeta que no quiso hacer de su cuerpo una tumba de animales

Alba Lara Granero

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A mediados del siglo XI, cerca ya del final de su vida, el poeta y filósofo sirio Abū al-ʿAlāʾ al-Maʿarrī escribía este pequeño manifiesto vegano:

          Tú, que el entendimiento y la religión tienes enfermos, ven a mí

           y escucha las albricias que proclama la sana verdad.

          No te alimentes injustamente de las criaturas del agua,

          no tomes el cadáver de los animales asesinados por comida.

          Ni bebas la blanca leche, puro elixir, que las madres producen para sus hijos,

          no para capricho de nobles damas.

          No acongojes a los confiados pájaros robando sus huevos,

           pues la injusticia es el peor de los crímenes.

          Deja en paz la miel que las industriosas abejas extraen de las olorosas flores y plantas,

           pues no se afanaron para que otros se la arrebataran ni para que fuera botín y obsequio.

          Ya me lavé las manos de todo esto. Y ojalá lo hubiera comprendido antes de que mis sienes se

          cubrieran de escarcha.

Estos versos, que he traducido libremente del inglés, forman parte del Luzūm mā lā yalzam, literalmente “Necesidad innecesaria” u “Obligarse sin deber”, una colección de casi 1600 poemas de corte filosófico en los que el autor reflexiona, entre otras cuestiones, sobre la razón y la fe, la muerte, la vida ascética y el veganismo. El paradójico título del poemario hace referencia a la restricción formal que al-Maʿarrī se impuso al escribir sus poemas en determinadas estrofas métricas.

En el fragmento que hoy nos ocupa, al-Maʿarrī conmina al lector, que adolece de un entendimiento y una fe enfermos, a curarse con el bálsamo de la “sana verdad”: que el ser humano no debe alimentarse de animales ni de nada de lo que estos producen con su esfuerzo o para la reproducción de su especie. El poeta ofrece el remedio para la enfermedad; es un médico que invita al enfermo ignorante a visitarlo con premura, una exhortación que dio lugar a una de las correspondencias medievales más interesantes para la historia de los comehierbas.

El teólogo Hibat Allah Ibn Musa atendió a la llamada de atención del poeta y le escribió presentándose como “uno de esos de entendimiento y religión defectuosos”. Ibn Musa quería saber por qué al-Maʿarrī había decidido no hacer de su cuerpo “una tumba de animales”. Sin embargo, Ibn Musa no se presenta como un discípulo humilde que plantea una pregunta al maestro con modestia: en su carta, anticipa las posibles respuestas de al-Maʿarrī e incluye refutaciones para todas ellas. Aunque Ibn Musa usa los artificios del lenguaje para presentar su cuestión como si surgiera de la inocente curiosidad, el objetivo de su carta parece ser, más bien, convencer a al-Maʿarrī del error en el que incurre con sus hábitos alimentarios. Ibn Musa está convencido de la inmoralidad del veganismo.

¿Qué cree Ibn Musa que hay de malo en los principios dietarios de al-Maʿarrī? En primer lugar, considera que es un atentado contra el orden natural. Como tantos otros pensadores influidos por las teorías aristotélicas, Ibn Musa cree que existe un orden natural jerarquizado. En ese orden, todo tiene una función: por ejemplo, las plantas existen para que los animales se sirvan de ellas; esto, a su vez, dota de significado la propia existencia de las plantas. Sin este uso, las plantas no tendrían sentido ni propósito. De manera análoga, el ser humano, debido a la superioridad que le otorgan la razón y el lenguaje, utiliza a los animales para distintos fines y, así, estos adquieren un propósito. Para Ibn Musa, la dieta vegetal “destruye la armonía de la naturaleza”. No hacer uso de los animales que existen por y para el aprovechamiento de la especie humana es, pues, una actitud contra natura.

El argumento biológico contra el veganismo sirve a su vez como premisa para construir un argumento religioso: el comehierbas peca contra Dios. En el islam, la naturaleza es obra del Creador. Así pues, no aceptar su orden es atentar contra ese Dios que ha dispuesto las cosas tal y como son. Si al-Maʿarrī opina que hay un error en la jerarquía del orden natural, señala Ibn Musa, está indirectamente achacándole ese yerro a Dios, quien, bien es sabido, no se equivoca nunca. Por otro lado, si el veganismo de al-Maʿarrī resulta de su compasión por los animales, tampoco es esta una razón lícita, pues ningún ser humano tiene derecho a ser más benévolo con aquellos de lo que lo es su Creador. El veganismo de al-Maʿarrī, sugiere Ibn Musa, es herético.

Pero quizás el veganismo de al-Maʿarrī se debe a una tercera razón, concede Ibn Musa. Quizás el poeta no critica la obra divina ni su orden, sino las leyes humanas. ¿No son los seres humanos falibles? Puede que al-Maʿarrī piense que la costumbre de derramar la sangre animal ha sido instaurada por legisladores humanos y no por Dios. Sin embargo, esta opción tampoco es viable para Ibn Musa. ¿Por qué? Porque vemos en la creación cómo ciertos animales se alimentan de otros, desgarran su piel y los devoran. Si el halcón puede hacerlo, ¿por qué no el ser humano? La conclusión de la primera carta de Ibn Musa es que quienes permiten el consumo de carne “tienen evidentemente razón”.

Muchos de los que hoy se abstienen del consumo de animales seguramente habrán reconocido en la actitud de Ibn Musa la frustrante acusación, disfrazada de pregunta o de preocupación, de que su dieta es un error, quizás incluso una inmoralidad. La respuesta de al-Maʿarrī a la carta de Ibn Musa refleja el mismo hastío, aunque con su acostumbrado tono sarcástico. Al inicio de la carta, se pregunta cómo Ibn Musa, quien sin duda “ha heredado la sabiduría del Profeta”, se rebaja a pedirle explicaciones a él, que es “uno de los ignorantes”. Esta situación es tan insólita, dice el poeta, como que las Pléyades bajen a la Tierra. El llamamiento del poema, aclara al-Maʿarrī, se dirigía solo a “aquellos que están en el pantano de la ignorancia, no a quien es faro y fuente de conocimiento”.

Aun así, al-Maʿarrī responde a la pregunta de Ibn Musa: su veganismo está fundado en el conocido hecho de que los animales son sensibles y sienten dolor. Para ilustrar su argumento, da varios ejemplos de fácil reconocimiento para su interlocutor. La oveja, verbigracia, sufre cuando le matan al cordero un mes después de haberle dado a luz y también cuando le roban la leche que había producido para alimentarlo. Tras el rapto del cordero, “la oveja pasa la noche balando y correría a buscarlo si pudiera”. De igual manera, un dicho común entre los árabes compara un dolor indescriptible con la pena del camello que pierde a su cría: “Nunca la madre de un camello sintió un dolor como el mío, aunque esta, cuando pierde a su hijo, derrama un sinfín de lágrimas”.

Al-Maʿarrī responde a las acusaciones de herejía de manera desafiante, haciendo referencia a un problema metafísico popular en la Edad Media: si Dios creó el mundo y Dios solo es capaz de hacer el bien, ¿por qué existe el mal? Llevando su razonamiento al límite, al-Maʿarrī admite dos posibles explicaciones a esta paradoja: o bien Dios es responsable del mal, como lo es el gobernador “de la mano cortada al criminal”, aunque no sea él quien ejecute directamente la amputación; o bien el dolor del mundo aflige al Creador. La primera opción es impensable, pues “el Profeta dice que Dios es misericordioso y caritativo”. Por tanto, el sufrimiento y el dolor animal deben acongojar a Dios, pues si este es “amoroso con la humanidad, seguramente será tierno con otras clases de seres vivos sensibles al más mínimo dolor”. Ante la duda, al-Maʿarrī decidió hacerse vegano a los treinta años. A esta precaución moral de no causar sufrimiento animal, que tal vez pudiera desagradar a Dios, al-Maʿarrī añade otras dos razones para explicar su veganismo, pero esta vez en tono jocoso: la dieta vegetal es buena para la salud y para el bolsillo.

Como era de esperar, Hibat Allah Ibn Musa considera la justificación del veganismo de al-Maʿarrī insuficiente: la respuesta de un lunático. Y acusa a al-Maʿarrī de ofrecer una cura y proporcionar, en cambio, una medicina que hace que el enfermo empeore. Ibn Musa reprocha a al-Maʿarrī no responder a los argumentos esgrimidos en la primera carta y los reitera. En cuanto al argumento de la pobreza, Ibn Musa ofrece escribirle a su benefactor para conseguirle una pensión que le permita incluir el consumo de carne en su dieta.

Al-Maʿarrī le agradece la generosidad, aunque rechaza la oferta y afirma que no tiene deseo ni de incrementar su hacienda ni de volver a probar la carne, de la que hace cuarenta y cinco años que se abstiene. Aludiendo a su vejez, bromea sobre la testarudez de los ancianos, “que no abandonan sus hábitos hasta que están cubiertos por el polvo de sus tumbas”. Pero, sobre todo, se pregunta al-Maʿarrī, ¿a qué esa obsesión con cambiar su dieta?: “¿Qué mal puede haber en abstenerse de matar al ternero y en no beber la leche de la vaca?”. Para él, acusar de mala conducta a un vegetariano, como hace Ibn Musa, es completamente irracional: es como criticar a quien reza más allá de las oraciones y tiempos señalados o al hombre rico que da una limosna superior a la estipulada en los preceptos.

Ibn Musa, irritado, escribe una última carta y confiesa sus verdaderas intenciones al iniciar la correspondencia con al-Maʿarrī. Ibn Musa había oído hablar de la fama de sabio del poeta; todo el mundo alababa su ascetismo. Sin embargo, había un tema en el que la opinión popular sobre él no era unánime: su fe. En una reunión en la que estuvo presente, algunos hombres tildaron a al-Maʿarrī de ateo; Ibn Musa, a pesar de no conocerlo, lo defendió, persuadido de que la vida ascética que llevaba lo liberaba de toda sospecha: “Estaba convencido —confiesa— de que debías poseer algún conocimiento religioso esotérico que no habías compartido con el resto de la humanidad”. La preocupación de Ibn Musa fue siempre, pues, que el poeta se hubiera desviado de la ortodoxia; su correspondencia tenía espíritu misionero. Decepcionado por su obstinación, Ibn Musa le pide a al-Maʿarrī que no le escriba más. El poeta obedeció entonces como había obedecido cuando le había demandado una respuesta que en realidad no le interesaba lo más mínimo.

¿Quieres saber más?

  • Margoliouth, D. S. “Abuʾl-ʿAla al-Maʿarri’s Correspondence on Vegetarianism.” Journal of the Royal Asiatic Society, vol. 34, 1902, pp. 289–332. Libre acceso aquí.
  • Nicholson, Reynold A. Studies in Islamic Poetry and Mysticism. Cambridge University Press, 1921, p. 134.Libre acceso aquí

Alba Lara Granero (El Pedernoso, 1988) es escritora y filóloga. Graduada del MFA en escritura creativa de la Universidad de Iowa, sus ensayos han sido publicados en Iowa LiterariaEl PaísEl Estado Mental y Literal entre otras revistas. Actualmente es candidata a doctora por Brown University. Su Twitter: @a_laragranero

 

 

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Posted: October 22, 2025 at 8:20 pm

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