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El  perro mundo de siempre
COLUMN/COLUMNA

El perro mundo de siempre

Andrés Ortiz Moyano

La primera guerra emitida por la diabólica Tiktok, esta es, la invasión de Ucrania por los hijos de Putin, nos está dejando una valiosa lección de realpolitik que nos debe aclarar, ojalá que definitivamente, la epifánica conclusión de que las relaciones internacionales son, en puridad, una gran mentira.

Para los legos en la materia, el realpolitik es aquella forma de hacer política práctica e inmediata, sin sentirse estorbada por los siempre quejosos valores y principios éticos que se le presuponen (¡ja!) al buen gobernante. Hay que reconocer que el olor a realpolitik por la mañana a veces sienta incluso bien, en este mundillo de hiperemocionados que airean sus mil ofensas desde el cobarde parapeto de las redes sociales. Pero lo cierto es que el esfuerzo por superar la tentación debe ser imperativo, pues la realidad es bastante grave.

Pero volvamos a Ucrania Si el mundo occidental salió en tromba a renegar de los rusos enarbolando la bandera de la justicia, ¿a qué vienen las dudas? Ciertamente, países de todo el mundo se alinearon para clamar contra la barbarie teledirigida de Putin y amenazaron, textualmente, con convertir a Rusia en un paria en el concierto internacional. Sanciones, reniegos, juramentos… por una vez, la guerra parecía ofrecer un escenario maniqueo de buenos y malos en que resultaba sumamente fácil posicionarse.

Sin embargo, desde que cayó el primer bombazo, allá por el cada vez más lejano 24 de febrero, el mundo se revela más complejo, críptico e intrincado. Tenemos la sensación de que la maraña internacional cada vez está más enredada justo cuando, maldita sea, las cartas estaban encima de la mesa.

Si me permiten el consejo: huyan de cualquier promesa de sencillez, pues la realidad es que siempre ha sido un complicado puzzle de infinitas piezas con cientos de aristas cada una. Es lo que Kipling llamaba “el Gran Juego”, una partida entre los grandes, sobre todo, y pequeños, en menor medida, para repartirse el mundo. Y si usted porfía en que en este tablero de Risk el bien común y la ética tienen cabida, amigo, es que es usted, perdóneme, un completo iluso.

Para ilustrar este desapasionado escenario y para convencerle de que las banderitas ucranianas en Twitter están muy bien pero de que a la hora de la verdad usted, sin saberlo, está más próximo al Kremlin que a los niños ejecutados en Bucha, tomaré como ejemplo a mi propio gobierno. En España, el muy socialista, muy demócrata y muy social ejecutivo de Pedro Sanchez fue de los primeros en manifestarse abiertamente contra Moscú, a pesar de que la mitad de los ministros (los del partido de extrema izquierda Podemos) son abiertos prorrusos amamantados por Putin, Teherán y Caracas. Bien, el propio Sánchez, maestro trilero y mendaz gobernante, fue personalmente a ver a Volodimir Zelenski; puso morritos de preocupación ante las cámaras de la propaganda gubernamental y prometió ayuda militar inmediata. Hoy ya sabemos que los pocos pertrechos que les hemos mandado a los ucranianos están rotos o parecen reliquias de los tercios de Flandes. Pero lo mejor es que, ¡tachán!, hemos batido nuestro propio récord de compra de gas ruso desde el pasado febrero.

España, desde luego, no es la única fullera. De hecho, la Unión Europea en su conjunto está pagando el gas ruso más caro que antes de la invasión. Las estimaciones alcanzan los 14.000 millones de euros con los que el zar está regando su, por cierto, lamentable estrategia militar. Sancionamos a Rusia, sí; afecta a su economía, también; pero, más allá de las medidas concretas en sí, resulta harto difícil disculpar esta impudicia.

Pero sigamos con el Gran Juego. Desde el comienzo de la invasión, húngaros, alemanes y holandeses han mariconeado (vocablo del habla andaluza que nada tiene que ver con la orientación sexual) con una condena más bien tibia a Putin y echándose para atrás, o vetando directamente, algunas sanciones propuestas por la UE. Sepan ustedes que la también muy docta y demócrata UE tiene un sistema de votación por veto, es decir, si uno solo de los miembros no quiere aprobar algo, se jode el invento. Y somos 27, así que imagínese la agilidad paquidérmica en la toma de decisiones. Que urge cambiar algunas cosas es tanto una obviedad como un anhelo casi imposible.

Berlín, por ejemplo, fue el primero en anunciar que incrementará su gasto militar ante la feliz sorpresa de propios y extraños. Pero ya por la tarde, después de digerir la cerveza de trigo y unas cuantas bratwursts, el gobierno germánico reconoció que el gas ruso era fundamental para ellos, que la política verde sobre las nucleares que nos han vendido a todos es, ahora que asoma el lobo, absurda, y ojo con que mis votantes de Baviera pasen frío, que el winter is coming.

Vámonos más lejos. China optó por un extraño limbo, pero ya ha incrementado la compra de armas rusas y está llevando a cabo maniobras militares con Moscú con la más que probable invasión de Taiwán en el horizonte, en un bis de lo que está pasando hoy en Ucrania. Acuérdense de esto: hoy es Ucrania, mañana será Taiwán, y pasado será el Ártico.

India, otro que parecía darle la espalda a Moscú, en realidad está comprando energía rusa a manos llenas.

Los ejemplos son innumerables; demasiados para ser contabilizados en esta columna digital.

Pero no se alarmen, de verdad. Insisto en que esto siempre fue así, y el realpolitik funciona de esta manera, sin sentimientos, con objetivos cortoplacistas encima de la mesa. No podemos pedir milagros con la que está cayendo y con la que va a caer.

O, ¿quizás sí? Las consecuencias en política, como la vida misma, se cumplen. Sigan esta sencilla gymkana: del imperialismo colonial llegamos a la Conferencia de Berlín; de ahí a la carrera armamentística de los grandes imperios; de ahí a la Primera Guerra Mundial; de ahí al Tratado de Versalles; y de ahí a la Segunda Guerra Mundial. Los hilos de Ariadne son claros dentro del laberinto, pero si bien queremos y pretendemos un mundo que funcione razonablemente bien, debemos ser exigentes con los que están arriba. Unos mandamases que, por cierto, están cercenando cada vez más los mecanismos de control democrátivo a su gusto: por un lado, un mayor control de la libertad de prensa y, por otro, la demonización de la justicia.

Pero, ¿nos van a escuchar? Claro que no. La deriva totalitaria de nuestro mundo, no obstante, no sería posible sin la connivencia de una sociedad cada vez más acostumbrada a la sumisión y al embrutecimiento. Salvo para quien las sufre, las guerras y las crisis mundiales suelen parecer muy lejanas; y eso que estamos asfixiados por una crisis energética casi sin precedentes. Quizás de aberraciones como la invasión de Ucrania o el mercadeo de valores de la política internacional sólo podamos sacar una conclusión: los cambios necesarios y urgentes para un mundo que parece irse al carajo deben ser impulsados por la sociedad civil. Y en ese equipo, querido lector, estamos usted y yo. ¿Empezamos?

 

*Foto de Jeremy Baucom

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetasClaves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

 

 

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Posted: August 30, 2022 at 9:49 pm

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