El siguiente libro
Antonio Ramos Revillas
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Desde siempre me ha interesado el tema de la muerte. No sé en qué radica esta mirada. En qué coordenadas de mi pasado asistí a la muerte de una manera no sólo triste, sino también con una curiosidad de quien sabe que de la cultura que me mostró, en todas sus formas y expresiones, la muerte era algo más que el duelo. También era una representación concreta de lo intangible.
Creo que la primera persona que supe que había muerto, era un niño con el que compartí piso en un hospital de especialidades en Monterrey, en donde radico. Tendría unos seis años y estaba internado cuando supe que el chico de la cama de enfrente, y contigua a la mía, había fallecido durante la noche. Pero esto ocurrió, claro, mientras yo dormía. No asistí a los cuidados intensivos para salvarle la vida. Sólo supe que, al día siguiente, cuando desperté, la cama se encontraba vacía. Cuando indagué por él, me dijeron que ya no estaba. Cuando pregunté si lo habían dado de alta, la mirada turbia de la enfermera me dio la respuesta.
Sobre la cultura de la muerte se ha escrito mucho, pero me parece que siempre será motivo para la construcción de los mitos personales, familiares, comunitarios y nacionales que nos habitan y que nos salen al paso casi todos los días. Hace un momento, por ejemplo, una compañera de trabajo, para decir que no le gustan los abrazos en su cumpleaños, dijo que era porque un tío suyo se había suicidado ese día. Ante la sorpresa general soltó la carcajada y negó su historia. Ahí estaba una historia de la muerte en donde menos se le espera.
Uno camina también por la Ciudad de México, por avenida Reforma, y aparece el monumento que honra la memoria de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. En los pueblos pequeños, siempre me sorprende ver el sitio que ocupan las funerarias junto a las paleterías, las tiendas de abarrotes o la escuela pública.
Sí, la muerte está presente en todas las etapas de nuestra vida. Y por eso también hacemos y publicamos libros sobre ellos. Aquí no mueren los muertos, por ejemplo, de Melina Balcázar, hace un retrato profundo de la tradición de tomar imágenes de los muertos en México, a finales del siglo XIX. Melina es una ensayista que sabe diseccionar la idea que la lleva a galope sobre sus libros. El último ensayo de ese libro, que habla sobre la obra fotográfica de Juan Rulfo y su madre no tiene desperdicio.
Retratamos la muerte siempre, es lo único que en realidad podemos hacer. Un retrato imparcial, siempre, subjetivo, siempre, inconcluso. Porque cada muerte resignifica las anteriores. Nos resignifica también, como cada amor que queda atrás, cada maestro que permanece al fondo del recuerdo y suma hacia el futuro, hacia los nuevos amores, maestros y experiencias vitales. Puesto que hemos tenido nuestros muertos y nuestros duelos es que podemos vivir. Ya lo dice Victor Hugo: “Es la dicha de vivir lo que crea la gloria de morir”. Yo animaría una cosa más: “es la dicha de haber perdido que hace que, lo encontrado después, nos vivifique”. Como un buen libro leído después de meses de esterilidad imaginativa. Como un nuevo beso dado después del último que pensamos que daríamos.
Foto de Kilian Murphy en Unsplash
Antonio Ramos Revillas es egresado de la carrera de Letras Españolas de la UANL, institución que le otorgó en 2015 el Premio a las Artes por su trayectoria como creador, actualmente dirige su editorial universitaria. Ha sido parte de la cadena del libro en múltiples facetas, como docente de mediadores de lectura, librero, editor y autor. Su obra ha sido reconocida en dos ocasiones en la prestigiada selección The White Ravens que otorga la Biblioteca de la Juventud de Múnich, así como por el Banco del Libro de Venezuela, la Fundación Cuatrogatos y el International Latino Book Award. En el FCE también publicó La dama de la selva. Es miembro del SNCA.
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Posted: May 21, 2025 at 10:28 pm