Reviews
Estelas de George Steiner

Estelas de George Steiner

David Noria

Desde luego –apunta Castañón–, Steiner es un defensor de la sociedad abierta, un abogado de la democracia liberal y de las instituciones políticas de Occidente. Pero, abogado honesto, honrado litigante, no se hace ilusiones ni sucumbe al autoengaño…

 

• Adolfo Castañón, George Steiner: Lectura y catarsis, Bonilla Artigas Editores, México, 2022, 160 pp.

Estela. 1. Señal o rastro de espuma y agua removida que deja tras sí una embarcación u otro cuerpo en movimiento. 2. Rastro que deja en el aire un cuerpo en movimiento. 3. Monumento conmemorativo que se erige sobre el suelo en forma de lápida o pedestal. RAE

I. George Steiner: Lectura y catarsis es el título del libro que Adolfo Castañón ha dedicado al maestro desaparecido en 2020. Doce capítulos, como los apóstoles, siguen las huellas de un magisterio por el que Castañón ha sabido dejar sus redes. En el mundo hispánico, ha sido precisamente él quien tradujo Después de Babel (FCE, 1980), la parte del león entre ese banquete de obras del polígrafo y políglota nacido en París en 1929. Castañón tuvo además el privilegio de conocer en persona a Steiner y acompañarlo a dar una conferencia a Monterrey. Tiempo después, con motivo de la entrega del Premio Alfonso Reyes en 2007, Steiner recordaría:

Entre los estudiantes de Monterrey, en una maravillosa tarde, hace algunos años, tuve la experiencia –y déjenme tomar prestada la frase de Dante– de un moto spirituale: de un movimiento del espíritu, un dinamismo del alma, que para mí define a México. Nunca lo olvidaré. La sala estaba llena pero se abrieron las puertas para que la gente que también llenaba el vestíbulo y que estaba afuera pudiese entrar a oír la conferencia. Era uno de esos prodigiosos días soleados de Monterrey, y los estudiantes llegaron a sentarse en el suelo, justo rodeando la base de la plataforma desde donde yo impartía mi lección. Fue una impresión única, irrepetible, de entusiasmo generoso: la sobrecogedora presencia de un pasado inmensamente antiguo y complejo como el que tiene México y la extrema, apremiante proximidad del futuro. Me gustaría ser capaz de formular con mayor claridad esta impresión: cuando el pasado está muy cerca del futuro, como sucede entre los jóvenes en México, se da una experiencia que, al menos yo, no he tenido casi en ningún otro lado. Por formidables y complejos que sean los problemas económicos, sociales y aún étnicos –y sería una locura negar que los hay–, en México el mañana tiene un sabor, la saveur: el sabor de la esperanza. (p. 136)

Le debemos a Castañón haber recuperado este testimonio. Otra anécdota de ese viaje. En algún momento Steiner empezó a hablar mal de Medellín y de Colombia, “cimbradas por el espectro de la guerra desencadenada por el narcotráfico”. Castañón lo paró en seco. “Le aclaré al prestigioso ensayista que precisamente en una ciudad como Medellín había un público fervoroso para la poesía, y gente educada que estaba dispuesta a sacrificarse por el arte y por la poesía”.

II. George Steiner estaba habitado por una santa cólera. Ese fuego, que sencillamente se tiene o no se tiene, vivificó su doble tarea de profesor universitario y escritor. Las dos alturas o profundidades entre las que caminaba eran la conciencia de la abyección (la guerra) y la posibilidad de la belleza (el arte y la filosofía):

El padre de George Steiner –refiere Castañón– iniciará a su hijo en el misterio homérico, lo llevará de la mano a la memorización de algunos pasajes de la Ilíada, pero sobre todo infundirá en su seno juvenil la certeza de la existencia de un reino heroico y trágico, esfera admirable donde la fuerza del destino mantiene encadenados a víctimas y verdugos, del mismo modo que la dignidad moral y la elevación poética se encuentran indisociablemente enlazados a la voz de Aquiles guardada por Homero. (p. 38)

De ahí que Steiner se forjara una personalidad cimentada en una férrea noción de dignidad que, como lo vio a su vez Hernán Lara Zavala al describir una de sus conferencias, no puede sino recordar a Jesús expulsando a los mercaderes del templo. Ese templo, para Steiner, fue la cátedra universitaria. Ya Max Weber había señalado que la universidad moderna se había convertido en una empresa capitalista. Hoy, a cien años de aquel diagnóstico, tal es la norma en los centros de estudios superiores de Europa y Estados Unidos: se trata en su mayor parte de puestos expendedores de diplomas. Steiner, como todavía algunos, nadó a contracorriente demostrando, paradójicamente, que el aula universitaria alberga todavía una esperanza, y aún más, que es precisamente en los rescoldos de las aulas donde surge la verdadera vocación universitaria de la “docencia entendida como un acto de amor”, que le da sentido y cauce a la transmisión del saber en nuestra civilización.

Otra característica fundamental de Steiner fue que sabía perfectamente de dónde venía y cuál era su tradición en un tiempo en que la ideología pretende y consigue diluir las señas históricas profundas en beneficio de un individualismo amnésico (en realidad, somos primordialmente consumidores para nuestra sociedad). Dicho de otra forma: el modelo de sociedad que representan los Estados Unidos –y que hoy reproducen Francia y otros países–, donde se privilegia una “asimilación” de todas las diferencias a cambio de renunciar en lo fundamental a ellas, era a los ojos de Steiner un signo aciago de nuestro tiempo. Ensayos de Steiner como “Los archivos del Edén”, dice Castañón, hacen pensar al lector

en el peligro de la esterilización que corre la cultura ahí donde se ha cortado de la historia y de sus conflictos originarios como precisamente sucede, al parecer, en Estados Unidos. Pueblo de emigrantes, pueblo gregario hasta la raíz, Estados Unidos es un país donde la locura de la soledad no es bien vista y adonde se dirigen todos aquellos que han dado la espalda a los conflictos culturales de su propia historia doméstica. La multiculturalidad no sería más que un piadoso eufemismo para designar la convivencia solipsista y estéril de diversas comunidades y “culturas” en última instancia desarraigadas. (p. 62)

La obra de Steiner, en cambio, se levanta como un monumento a una idea más sólida, trágica, sublime y aún comprometida de la humanidad: aquella que responde al llamado del logos. Dentro de esta definición, Steiner privilegió la reflexión sobre esa parcela de la Palabra que ha quedado resguarda por la Escritura. A su modo, se sabía un rabino, es decir, un profesor del texto. En ese sentido, su obra nos demuestra cómo los presocráticos, Pope, Kafka y Hemingway, por nombrar a algunos, participan todos de un ámbito sacro en la medida en que nos llevan a examinar nuestra vida, consigna helénica por excelencia.

 

III. ¿Por qué lectura y por qué catarsis? Se trata, bien visto, de dos movimientos contrarios. La lectura es una ingestión, la catarsis una expulsión o purga. En efecto, Steiner nos invita a comer bien (lectura de los clásicos), tener una buena digestión (crítica literaria) y desechar lo tóxico (juicio ético). El autor de Errata, examen de una vida no tenía empacho en llamar a las cosas por su nombre: banalidad, vulgaridad, estupidez, crimen. Tampoco condescendía, naturalmente, con los males endémicos de Occidente.

Desde luego –apunta Castañón–, Steiner es un defensor de la sociedad abierta, un abogado de la democracia liberal y de las instituciones políticas de Occidente. Pero, abogado honesto, honrado litigante, no se hace ilusiones ni sucumbe al autoengaño: uno de los capítulos más estremecedores de Errata presenta un agudo balance de las masacres con que los totalitarismos del siglo han sembrado al planeta, tanto como de las guerras ante las que la lucrativa permisividad de Occidente sabe tan bien cerrar los ojos. Esta sangrienta aritmética lleva a Steiner a admitir que quizá el dintel que separa al hombre de las bestias (sin agraviar a la hermana fauna) ha descendido en el curso de la vertiginosa centuria que acaba de concluir. (p. 41)

En alguna entrevista, Steiner confesaba arrepentirse de haber descuidado sus relaciones humanas en favor de la vida contemplativa. Es la historia de Fausto. Pero acaso esa valentía que le faltó para ser “hombre de todas las horas”, fue suplida con creces por el coraje que siempre caracterizó su obra, sus opiniones y, en definitiva, su vida pública. Subió con toda conciencia a su propia cruz para ser capaz de pronunciar ciertas palabras. Recuérdese que “palabra” etimológicamente es la misma voz que “parábola”. Castañón, con el libro George Steiner. Lectura y catarsis, se convierte en su evangelista.

 

David Noria (Ciudad de México, 1993) es escritor, poeta y traductor. Autor de Nuestra lengua. Ensayo sobre la historia del español (Academia Mexicana de la Lengua-UNAM, 2021). Profesor en la Facultad de Letras de la Universidad Aix-Marsella, Francia. 

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.


Posted: October 24, 2022 at 10:46 am

There is 1 comment for this article
  1. Hernán Lara Zavala at 7:19 pm

    Gracias, querido David por la mención. No obstante, debo aclararte que yo escuché las conferencias de Steiner no en una sino en varias ocasiones. Durante la época que yo estudié en East Anglia había una suerte de pugna entre los “narratólogos” del tipo Gennet y estructuralistas (que en paz descansen) y los profesores clásicos de la Universidad. Steiner siempre daba sus conferencias sin leer, improvisaba con un énfasis y una sapiencia que impresionaba a los extraños e irritaba a los propios. Tenía una pequeña lesión en un brazo que le impedía moverlo con soltura. No obstante, sus conferencias eran tan brillantes, eruditas, políglotas y convincentes que no cabía duda de que estábamos frente a un gran intelectual. En una de esas ocasiones alguien le preguntó qué opinaba sobre la frecuente comparación entre música y literatura. Su respuesta fue contundente: “la literatura dice, la música es”. Un abrazo y te felicito por tu texto. Hernán.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *