La invitada
Óscar Garduño Nájera
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Son pocos los novelistas actuales en los que realmente confío, y a quienes termino de leer; y son menos aún quienes no me aburren al llegar a la página 20 de sus pretenciosos trabajos mal llamados “novelas”. Ya no sé ni siquiera si llamarlos proyectos narrativos, experimentales, autogestivos, poéticos, o lo que se les venga a ustedes en mente. Así lo mismo de editoriales importantes, que de editoriales independientes. Lo que ocurre, si es que se me permite aclararlo, y quizás hasta aconsejarlo, es que muchos y muchas novelistas jóvenes se olvidan de la gran deuda histórica que la literatura tiene con la oralidad, ahí donde se pueden dar las historias más sencillas, pero no por ello menos complejas. Muchos de los novelistas actuales atienden más a la estructura narrativa, que a la narrativa misma, y terminan por entregar grandes edificaciones arquitectónicas que se vienen abajo luego del primer soplido de este viejo lobo de mar literario que ya soy.
Nos hemos olvidado de las grandes lecciones narrativas de Josefina Estrada, de Josefina Vicens, de Inés Arredondo, incluso de la tan “choteada” Rosario Castellanos, de Guadalupe Dueñas, de Amparo Dávila: se trata de narrar, es lo que hacen ellas; de eso, primordialmente, se trata la escritura.
No obstante, tal parece que los jóvenes se han olvidado de ello y que buscan complicarse la vida y sus posibilidades a como dé lugar. Y si nos vamos a la tradición oral, los preámbulos de lo que luego se convertiría en la palabra escrita, comprobáremos que hemos entretejido más de cien mil historias para explicarnos el mundo exterior y sus fenómenos, naturales y sociales, nos lo recuerda Mercia Eliade, como al hombre o la mujer de enfrente, al que se encuentra en mi comunidad, en mi entorno, al que le ocurren sucesos buenos o malos, quien atiende necesidades naturales y fenómenos sociales. Ahí está la literatura. Lejos de esas arquitecturas imposibles de leer con las que se engolosinan los jóvenes narradores actuales: otra cosa sería si tan solo se dieran la oportunidad de leer a nuestras grandes narradoras mexicanas. Pero no: en estos momentos del panorama, se escribe mucho y se lee muy poco.
Y es el caso de la novela La invitada (Anagrama, 2024) de una muy joven narradora estadounidense Emma Cline. Lo que ella nos entrega en esta su segunda novela, la primera de ellas Las chicas, la cual se ha publicado en cuarenta países, ganó el Shirley Jackson Award y fue finalista del First Novel Prize, el National Book Critics Circle Award y el LA Times Book Prize, publicada también en Anagrama junto con su nouvelle Harvey, así como el libro de relatos Papi.
La invitada es una narración que se narra a través de una muy buena construcción de una primera persona que es, a la vez, el personaje principal: Alex, a quien un buen día el mundo se le viene abajo cuando se ve obligada a renunciar a las comodidades, que le venía dejando un muy buen amante, para verse enredada en una serie de circunstancias que no conforman sino las peripecias que ella deberá sortear antes de volver a esas mismas comodidades, pero… ¿será capaz de conseguirlo?
Mientras Alex avanza, una vez que es expulsada del sitio que le brindaba tantos beneficios, de su casi “paraíso”, la catástrofe parece ser su huella de paso; y tras de ella, a sus espaldas, todo parece volar por los aires sin causarle un rasguño, como en esas escenas cinematográficas tantas veces repetidas donde el héroe se salva de una coalición. Y justo cuando está a punto de caer, Alex, cuando su mundo realmente parece venirse abajo junto con el supuesto héroe de la novela, el hombre atractivo que al fin la puede rescatar de las desgracias, Alex revive sus inquietudes, vuelve a hacer de las suyas, porque ella es una mujer que es capaz de calcular todo, menos su destino, su muerte: como todo buen viajero no atina a averiguar dónde acabará su viaje, es más: no atina a averiguar si este en verdad tiene un fin o si todo se trata de volver al mismo punto del inicio de la novela y entonces dedicarse a disfrutar los días felices. Sin duda, estamos frente a una suerte femenina de “Ulises”: emprender el viaje ignoto sin ni siquiera llevar una brújula contigo.
Y Alex es una mujer encantadora: el tipo de mujer que seduce con solo tocarse ligeramente los labios, una mujer calculadora, una suerte de Madame Bovary renovada. Por eso es que Alex ha sido comparada en tantas ocasiones con las mujeres de John Cheever, por la violencia, por la agresión contra su propia belleza, con las mujeres de Patricia Highsmith; de hecho, se habla mucho de la influencia de esta última autora en la narrativa de Emma Cline, mujeres rotas que son capaces de ocultar, violentamente, sus apariencias, para alcanzar el cometido que se han propuesto desde el principio y que se sitúan, como se ha dicho de Alex, al borde incluso de lo tenebroso. Esta es una de las claves más hermosas para leer La invitada: te mantienes en suspenso, no sabes lo que está por ocurrir, todo parece girar en torno a una misma gigantesca tragedia.
Hay un elemento narrativo que me gustaría destacar de La invitada: una vez que el lector admire lo bien que está construido un personaje como Alex, observe, por favor, como, por momentos, Emma Cline hace de ella, de Alex, una cámara cinematográfica que nos va presentando la historia, su historia, a través de breves secuencias en una ficticia pantalla.
La capacidad que tiene Cline para llevarnos de la mano lo mismo que si estuviésemos frente a un filme es sorprendente, por eso es que desde el comienzo de La invitada el mismo título se voltea para atraparnos, para hacer de nosotros, ahora, los invitados a la debacle de Alex desde una primera fila, vamos de su mano, con tal precisión nos narra los hechos una muy joven autora estadounidense Emma Cline (Sonoma, 1989), quien dará de que hablar en un futuro, de eso no me cabe la menor duda, pues ya ha sido seleccionada en el 2017 entre los Mejores Novelistas Americanos.
Foto de Karina Syrotiuk en Unsplash
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Posted: October 29, 2025 at 9:23 pm
Óscar Garduño Nájera. ha publicado en Newsweek en español, GQ México, Laberinto, Replicante, Opera Mundi, Forbes México, Milenio, así como en distintas antologías.






