Mi Rosario Castellanos
Adriana Pacheco
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Como muchos mexicanos a mí me hicieron leer en la escuela secundaria Balún Canán, el libro de la escritora mexicana Rosario Castellanos, y la verdad es que me gustó. Será extraño pensar que, para una niña de 12 años, en una época de la vida en donde lo más importante es si tienes acné o no, o si el niño que te gusta te hará caso, la historia de una niña de 7 años creciendo en un lugar como Comitán, al lado de su nana, me abrió los ojos a un mundo totalmente distinto al mío. La belleza de la narrativa, la descripción de la naturaleza y el paisaje, de tradiciones y costumbres milenarias, se entremezclaron en mi imaginario con el abuso y la explotación normalizados en la vida de un campo gobernado por hacendados y la división que causó una reforma agraria que estaba en proceso. Balún Canán es el primer libro que yo leí de una escritora mexicana, en el que conocí por primera vez la voz de escritoras de mi país. Y, aunque después de ella llegaron muchas más como Inés Arredondo, Dolores Castro, Elena Garro, o de otros lugares del continente como la poeta chilena Gabriela Mistral, Castellanos dejó una huella profunda que más tarde me llevaría a tomar la literatura como profesión.
Hoy, después de casi 50 años de ese encuentro con ella y con ese libro —cuyo título significa en Tzetal, “los nueve guardianes”— sigue resonando en mí. Pero a pesar de que ha pasado a la historia como una de las narraciones más hermosas y honestas sobre el poder, como una crítica del clasismo, un recordatorio de las virtudes, la sabiduría y la cosmovisión de una nana que acompaña a una niña, hoy, después de 100 años del nacimiento de su autora, de 51 años de su muerte, después de tres novelas, de dos libros de cuentos, de cinco libros de poesía, de cuatro libros de ensayo, del invaluable El eterno femenino, de innumerables crónicas, cartas y ensayos; hoy, sigo teniendo que explicar ante muchos quien es Rosario Castellanos.
Y es que, en pocas palabras, ella es una de las voces más lúcidas, valientes, éticas de nuestras letras, una conciencia de su época que se actualiza día a día. Una escritora que dijo más de una vez que escribir para ella era habitar el mundo, “encontrarse en un espejo en donde no veía su reflejo”. Para mí, Rosario Castellanos es la voz que habla en sus Cartas a Ricardo, donde se muestra como una mujer enamorada, que lucha y sobrevive sus propias pasiones y debilidades, que nos deja un testimonio de las complejidades de ser una mujer viajando con una máquina de escribir bajo el brazo, junto con su gran amiga Dolores Castro, retando y desafiando así los atributos que validaban a una mujer de su tiempo. Ella es, como Sara Uribe y Verónica Gerber dicen en uno de los libros más hermosos sobre esta escritora —Materia que arde—, una mujer que se consumía y que a la vez vivía con pasión todo lo que hacía.
Castellanos ha sido para mí uno de los mejores referentes para mostrar que “lo personal es político”. Cuando reviso su biografía me queda claro que ambos espacios se entretejen en ella para crear al genio que fue como escritora, diplomática, pensadora, feminista, pero también como mujer. Eso y más lo aprendí de ella a través de sus innumerables artículos, ensayos y crónicas publicados en revistas y periódicos en las que colaboró por décadas, como en el Excelsior donde, entre 1963 —el año en que yo nací— y 1974, escribió. Para nuestra fortuna la investigadora Andrea Reyes se dio a la tarea de reunirlos, primero en dos tomos y ahora en una redición en dos tomos publicados por el Fondo de Cultura con el título Mujer de palabra.
Su voz como feminista se escucha ahí y en otros espacios como en el discurso que dio en el Museo de Antropología e Historia el 15 de febrero de 1971, en una celebración anticipada por el Día de la mujer, frente al presidente de México, Luis Echeverría y todo su gabinete y que después se publicó como “La abnegación: una virtud loca”. Con él se suma ideológicamente desde México a pensadoras como Gloria Steinem, quien estaba fundando en esos años Ms. Magazine, o Betty Friedan, una de las que inicia el National Women’s Political Caucus, para ser voz por clara de lo que las mujeres vivian en el campo y la ciudad de México.
Imposible hablar de feminismo y de mi Rosario Castellanos sin mencionar Mujer que sabe latín, un libro que me llegó cuando ya era yo una adolescente. Publicado en 1973 —un año antes de su intempestiva y sorpresiva muerte— muestra uno de los grandes atributos de su obra, su ironía y su crítica abierta a la sociedad, la cultura, el medio literario y sus dobles códigos morales. En los ensayos ahí reunidos aborda temas que van desde el papel de las mujeres en la esfera pública como la educación, la literatura, el mundo intelectual y artístico, hasta lo privado como el matrimonio, la maternidad y el amor. Regresar a ese libro hoy, me hace pensar en lo que Diana del Ángel me dijo que para poner en perspectiva lo que Castellanos estaba haciendo, recordáramos que pasó los primeros 20 años de su vida sin el derecho más fundamental de un ciudadano, el del voto, mismo que llegó a las mujeres en México hasta 1955.
Pero, si he de confesar algo, otra de sus facetas que me ha dejado atrapada a su obra durante toda mi vida, es la de poeta. A lo largo de los años, sus poemas me dieron material para pensarme y repensarme mientras me hacía mujer. Con una voz llena de imágenes, referencias y la elasticidad del lenguaje, los libros de Rosario Castellanos son un referente para quien quiera aprender del ejercicio poético. Poesía no eres tú y Lívida luz, así como su libro de cuentos Ciudad real, son tal vez otros a los que más he regresado. En ellos me he educado sobre las injusticias sociales, el imaginario de los pueblos originarios, las luchas por el campo, las relaciones de dominio y poder heredado de un pasado colonial.
Y es que, desde su infancia en el campo en una hacienda en Chiapas, su vida como estudiante y profesora de la UNAM, su tiempo en Estados Unidos en Madison, su trabajo en el Instituto Nacional Indigenista, sus días en Israel como Embajadora, Castellanos es una mujer que, habiendo nacido en 1925, desafiaba los parámetros impuestos para crearse un espacio desde donde interpretar su propio mundo desde lo íntimo y lo personal, a la vez que los problemas más apremiantes de su tiempo como la migración, el racismo, el antisemitismo, las identidades nacionales o la violencia del Estado.
En este mes de mayo, en muchos lugares del continente e incluso del mundo se harán homenajes a Rosario Castellanos, una de las escritoras más importantes, delicadas, finas, duras e incisivas de la literatura proveniente del español. El pretexto de su aniversario número cien nos invitar a regresar a su obra, una obra que debería estar en los cánones, los libros, las enciclopedias y las aulas a nivel de escritoras como Virginia Woolf y más.
En la entrevista que le hice al Premio Cervantes de Literatura, la escritora uruguaya Ida Vitale, me dijo que mucho lamentó que Castellanos hubiera muerto unos pocos meses antes de que ella se fuera a vivir a México. “Perdí la oportunidad de ser su amiga y conocerla más” me dijo. Yo, a diferencia de ella, nunca tuve la oportunidad de conocerla pues murió el 7 de agosto de 1974, cuando yo tenía apenas 11 años, pero ahora que la pienso y regreso a ella, me pregunto además que ¿a cuál Rosario no conocí? Pues es como dice Diana del Ángel que “Castellanos fue varias Rosarios, y los años por venir serán el escenario de descubrimientos y hallazgos sobre lo que fue y pudo ser”. Por eso regreso a sus libros, para seguir encontrando y descubriendo a mi Rosario Castellanos.
POESÍA NO ERES TÚ
Porque si tú existieras
tendría que existir yo también. Y eso es mentira.
Nada hay más que nosotros: la pareja,
los sexos conciliados en un hijo,
las dos cabezas juntas, pero no contemplándose
(para no convertir a nadie en un espejo)
sino mirando frente a sí, hacia el otro.
El otro: mediador, juez, equilibrio
entre opuestos, testigo,
nudo en el que se anuda lo que se había roto.
El otro, la mudez que pide voz
al que tiene la voz
y reclama el oído del que escucha.
El otro. Con el otro
la humanidad, el diálogo, la poesía, comienzan. —Rosario Castellanos.
Foto de Haley Hydorn en Unsplash
Adriana Pacheco, PhD. es investigadora y es escritora. Fundadora del Proyecto Escritoras Mexicanas Contemporáneas y la fundadora y conductora de la página web y podcast Hablemos, Escritoras. Es coordinadora de los libros Romper con la palabra, violencia y género en la obra de escritoras mexicanas contemporáneas y Rompiendo de otras maneras, cineastas, periodistas, dramaturgas y performers. Es investigadora afiliada de LLILAS, University of Texas, Austin, miembro de Advisory Board del Texas Book Festival y fue miembro y chair del International Board of Advisors en la Universidad de Texas, Austin. Su Twiter es @adrianaXIX_XXI
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Posted: May 13, 2025 at 12:32 am