Essay
Adiós, montaña
COLUMN/COLUMNA

Adiós, montaña

Alfredo Núñez Lanz

La fila es larga, pero avanza rápido, varios hemos subido los escalones en estampida; llevando nuestros uniformes esperamos el turno de lanzarnos sobre la resbaladilla de arcoíris. Desde ahí arriba se ve la ciudad con su nata de vainilla flotando sobre los edificios; los autobuses escolares nos esperan, enfilados como cajas de zapatos. En dos horas regresaremos al colegio y la excitación crece, ¿a qué juego me subiré otra vez? Una joven de gran copete nos reparte sacos de yute para deslizarnos mejor por la pendiente.

La bajada se me hizo poca cosa, el saco no protegió y acabé con las manos casi quemadas. Con todo, Héctor quiere repetir y es el único compañero de banca que me habla. Los demás son todos futbolistas recalcitrantes con madres organizadas que les han procurado calzado especial, uniformes, competencias donde al final rolan los sándwiches de huevo, Frutsis y se reparten relucientes medallas. Hablan más de partidos y convivencias que de caricaturas y cuentos. Las niñas, más divertidas, sólo se juntan entre ellas, como si fueran hermanas; hasta al baño entran en grupo. No, yo mejor voy a la montaña, le digo a Héctor. ¡No te dejarán subir! Verás que sí. Pues vete solo.

Héctor se queda muy ofendido en su resbaladilla gigante de arcoíris. Además de las cumbres empinadas, la Montaña Rusa me intriga; quizá el peligro de quedar enano, como dice mi madre cada que intento probar algo nuevo como la cerveza, el café o el eterno cigarrillo de mi padre. Sospecho que, de no quedarme enano, seré un héroe y quizá llevaré una de esas sonrisas permanentes, igual a las de los niños más grandes, que bajan temblorosos, pero bien dispuestos a repetir la experiencia.

¡Por favor, déjame subir! Más que un ruego, es una letanía para el adolescente de brackets verdes que controla el acceso a los carritos. Desde que mi tía me llevó a la Feria, la Montaña Rusa ha sido objeto de especulaciones, advertencias, historias de espaldas adoloridas y cuellos entumidos. Si tanta gente acaba cucha, ¿por qué se trepan?, la reté yo. Es para locos, se siente como si el corazón se te escapara, me aseguró. Pero en vez de espantarme, la tía atizó mi deseo y en aquella ocasión no pude siquiera subirme al Ratón Loco, pues esas ranas inmisericordes de cartón señalaban con el dedo una altura que faltaba mucho por alcanzar. Ya crecerás. Ahora estoy “crecido”, ¡a menos de un centímetro del dedo verde!, le insisto al dientón que ha dejado pasar muchos trenes sin mí abordo.

Cuando llega el nuevo tren, los lugares al frente no se ocupan, pues según dicen, es donde peor se siente; también al final, en la cola. Falta uno para equilibrar el peso: es mi oportunidad, llego corriendo y salto al carrito, bajo el manubrio, lo aseguro como he visto e ignoro al dientón. ¡Si sales disparado en las bajadas, no es mi asunto! Por fin accede, da la señal al operador y se activa la máquina.

Todavía escucho el traca-traca de las cadenas, siento la ansiedad de la curva antes de subir la pendiente; está tan inclinada que me quiero bajar, mis manos sudan, pero no puedo hacer el ridículo. Al lado de mí va un flaco con acné que no deja de sonreír. Sus amigos van atrás y le gritan: ¡Armando, no te orines! Y yo no fui al baño antes… siento las burlas dirigidas a mí. Los árboles van quedando muy abajo, la gente parece hormiga y seguimos subiendo. Sólo veo la cadena que nos arrastra poco a poco y es una agonía. Hay un cartel de advertencias casi al final, pero veo borroso, soy miope –todavía no lo confirma el optometrista–, ¿qué dirá? ¿Algo sobre niños atrevidos que salen volando en las pendientes?

Casi llegamos a la cumbre. Ya nadie dice nada, ignoramos que luego de la primera colina, la caída es de treinta y cinco metros. Y allá vamos. Algo se suelta, ya no suena el traca-traca. El corazón se sale en la primera bajada como lo prometió mi tía, y eso que no es la más empinada; sigue una enorme curva que aumenta la agonía antes de la caída total. Contengo la respiración y nos despeñamos a ochenta y cinco kilómetros por hora. El aire me golpea la cara; mi primer grito sale torpe, nervioso, cuando casi llegamos al suelo para volver a subir. Empiezo a reír, a reír como nunca.

***

Seis veces volví a formarme en la Montaña Rusa. Nuestra entrada de escolares incluía sólo una vuelta, pero recolecté los pases entre quienes no querían subirse; las dos maestras no dudaron en cederme el que les correspondía. Las últimas tres corridas las pasé con los brazos en alto, pues los intrépidos aconsejaban que así se sentía más fuerte. Desde entonces, cuando los paseos escolares inevitablemente incluían la Feria de Chapultepec Mágico –adjetivo que adoptó hasta 1993, cuando la Corporación Interamericana de Entretenimiento concesiona el parque– era mi juego favorito, quizás el único que valoraba, además de la Cascabel –aquí sí te volteaban de cabeza– y la simpática Cabaña del Tío Chueco, donde las leyes de Newton se ponían a prueba y grandes fantasías especulativas surgían entre los efectos ópticos.

La Montaña Rusa de madera era la gran joya de Periférico, con sus colores blanco y verde que atraían las miradas de conductores más que los anuncios espectaculares. Los Juegos Mecánicos de Chapultepec, como se llamaban al momento de su inauguración en 1964, siempre permanecieron en el imaginario y el léxico colectivos bajo el apodo de “La Feria”. ¿Cuántas parejas no se abrazaron por primera –o última– vez obligadas por el miedo, el vértigo o la simple complicidad? ¿Cuántas apuestas, retos, bromas y adrenalina no corrieron por sus rieles en cincuenta y cinco años?

¡Madre Santísima! Fue el grito final que se escuchó en la Feria de Chapultepec. No provino de la Montaña Rusa, sino de una señora que grababa desde su celular el momento exacto en el que La Quimera, el 28 de septiembre de 2019, se descarriló dejando dos muertos y veinte heridos. Tras mucho tiempo se dieron a conocer los detalles del peritaje y supimos que la fabricación de Quimera era alemana (de la empresa Schwarzkopf) y su año de nacimiento, 1984. Más joven e insegura que su madre de madera, Quimera era incluso lenta, pues alcanzaba una velocidad de 87 kilómetros por hora. El manual de operaciones no era el original, los operadores consultaban unas copias fotostáticas. La Quimera corría con cinturones de seguridad debilitados, fuga de aceite en equipos, fisuras en la vía y tornillos rotos en las ruedas. Los tres loops requerían nivelación –el primero oscilaba peligrosamente y fue reportado muchas veces–, el display del operador presentaba fallas.

Antes de la tragedia de Quimera, en 2018 se había presentado otro accidente, cuando Jesús Ruiz Díaz intentó salvar a una niña de que cayera del juego La Batidora y dos carros de la atracción lo embistieron. Los directivos de La Feria de Chapultepec ocultaron los hechos y no avisaron a la pgj local, luego de que el hospital Ángeles Mocel notificara que el menor de edad había fallecido.

Hasta septiembre de 2019, asistir a la Feria era muy económico, a comparación de su competencia en Tlalpan. Pronto, un nuevo parque de diversiones llamado Aztlán sustituiría a la Feria de Chapultepec. La mandataria capitalina así lo anunció el 19 de julio de 2021 con bombo y platillo. Este proyecto busca apoyar la reactivación económica en la capital tras la pandemia, y se hará con apoyo de inversión privada. En Aztlán habrá nuevos juegos mecánicos y su construcción estará inspirada en los principales momentos históricos de la Ciudad de México.

No espero Aztlán como en aquellos años de intrepidez. Me niego a subirme siquiera al Carrusel; no por miedo al juego, al vértigo ni a las alturas sino a la falta de mantenimiento, la opacidad y la impunidad que hay en México. Mis juegos de ayer no serán los de mañana, prefiero decirle adiós a la roller coaster que fue icono de nuestras aventuras por generaciones.

 

Alfredo Núñez Lanz. Cofundador de Textofilia Ediciones. Es autor de los libros Soy un dinosaurio (Conaculta, 2013), Veneno de abeja (Secretaría de Cultura, 2016) y El pacto de la hoguera (Ediciones Era, 2017). Becario del Programa Jóvenes Creadores del FONCA 2014 y 2016. En 2018 obtuvo el “Premio nacional de narrativa histórica Ignacio Solares” para obra publicada por El pacto de la hoguera. Su Twiter es @NunezLanz

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Posted: May 2, 2023 at 9:01 pm

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