Reviews
Migrar y otras artes. Escritos fuera de lugar de Claudia Salazar Jiménez

Migrar y otras artes. Escritos fuera de lugar de Claudia Salazar Jiménez

Mariana C. Zinni.

Getting your Trinity Audio player ready...

Share / Compartir

Shares

“Del migrar considerado como una de las bellas artes: Sobre Migrar y otras artes. Escritos fuera de lugar de Claudia Salazar Jiménez.” Lima: Caja Negra, 2024. 91 p.

En su nuevo libro, la autora peruana residente en Estados Unidos Claudia Salazar Jiménez, nos regala un cruce entre diario personal, crónica de viajes, y viñetas cotidianas referidas a su vida como migrante en este mundo global. A partir de una mirada que busca fijarse, al menos temporalmente, en las identidades y materialidades que la rodea, Salazar Jiménez propone una idea del migrar como arte.

Llegar a otro país con “la vida compactada en dos maletas” (11), encontrarle el gusto al movimiento, buscar los rastros, identificar las huellas, descubrir nuevas señas de identidad, saber que la vida no se detiene cuando nos vamos de casa, conforman la experiencia del migrar. Construir(se) el propio hogar dentro de sí misma, llevar consigo la peruanidad -si es que existe tal cosa y se puede transportar-, el saber que la vida sigue, no se detiene cuando nos vamos de casa, que no se queda ahí como un objeto, donde la dejamos, y que no está en el mismo sitio cuando volvemos de visita: “No estábamos, y la vida siguió sin nosotras” (60). Algo, mucho de esta experiencia se lee en este libro que sugiere mucho más de lo que cuenta, y donde nos reconocemos en tantas de las (des)venturas aquellos que vivimos en la extranjería.

Partiendo desde el hecho de que estar no es lo mismo que ser, acompañamos a la cronista por estas páginas que tienen el lenguaje íntimo del diario y de la crónica, del posteo de Facebook y el relato, de que se sabe que alguien va a leer, exponiendo esa intimidad fragmentada. Escribir para (sobre)vivir, una escritura pensada como un lugar seguro, doméstico, propio, que viene con unx. Una escritura como “domus”, como esa casa que se lleva a cuesta, pero que no está, que se busca incesantemente en recortes, recuerdos, olores, sabores que no son los que pretenden ser, recorridos citadinos y no tanto, y también aviones y aeropuertos. En suma, una escritura que, como la migrante, también está fuera de lugar.

Juan Cárdenas, en La ligereza (2024), ensaya una manera del exilio, de “los que en algún momento decidimos partir y nos instalamos, valga el oxímoron, en esa partida que no cesa” (100), que define como vivir una vida doble, como la de los espías, es tanto que sujetos que transitan entre los territorios adquiriendo identidades coyunturales. Piensa un espacio en el cual el migrante vive con la cabeza, el cuerpo, la imaginación, y, sobre todo, la lengua, partida, en el doble sentido del término, entre dos mundos. Y añade: “no es fácil hacerle entender al sedentario incurable lo que se siente al vivir pendiente de los horarios, del clima, de la situación económica y política de un país remoto” (100). Los que habitamos estos mundos dobles lo sabemos bien: muchas veces más informados de lo que sucede en el que nos vio nacer hace ya demasiados años, y no en el que nos acoge, hace, también, demasiados años. Claudia Salazar Jiménez se instala en esta conjunción de lugares y territorios, de tiempos y climas, añorando la garúa limeña y disfrutando las primaveras neoyorquinas, o sufriendo en la piel la falta de humedad angelina, pues la autora transita mayormente entre Lima, New York City y Los Ángeles. Visita la primera, su ciudad, asiduidad, y vive entre las otras, urbes cosmopolitas que acogen y expulsan a la vez, proponiendo diferentes recorridos y experiencias que se desgranan a lo largo de estas páginas.

Por caso, en Los Ángeles, ciudad en la que vive y trabaja como profesora de literatura latinoamericana y escritura creativa en CalPoly Pomona, experimenta la emergencia climática, encarnada en los jardines de piedra y los homeless, puesto que el clima extremo produce y reproduce pobreza, desplazamientos, y nuevas estéticas urbanas. Aparecen aquí jardines de arena y pedregullo, sin agua ni plantas, que recorre peripatéticamente en “Del pasto a la piedra” mientras camina en un camino sin senderos, no pensado para el transeúnte: “Y así, se me ha ocurrido caminar” (39), dice, en Los Ángeles, en septiembre. Este caminar peripatético y el uso del transporte público, fundamental en Lima y New York, impregna a la autora de una doble extranjería: del país, pero también de las costumbres y la manera de estar en el mundo californianas, tan distintas ambas costas. Este circular lento, moroso, convoca otras formas de la mirada, otros recorridos y puntos de fuga. Por ejemplo, el carrito del supermercado abandonado a un costado de la calle que merece una foto, una reflexión sobre lo (in)móvil y lo fuera de lugar, y un poema de breves versos, casi un haiku, un resplandor o un reflejo de lo que, como dice el poeta, sucede “en las zonas ínfimas del ojo” (Gorostiza, Muerte sin fin).

En estas crónicas nos encontramos con algunos de los lugares comunes de la migración, o con la migración como el más común de los lugares. O de los no lugares. New York es uno de esos sitios en los que cualquier conversación puede comenzar con un “¿de dónde eres?”, asumiendo que nadie es del todo newyorkino, aunque todo el mundo lo sea a su manera, al punto que esta pregunta se reproduce en otros contextos con respuestas disímiles. La hija pequeña de un amigo mío, extranjero el padre, pero nacida ella en New York, visita a sus parientes en un pueblo español sin migrantes, En la plaza, jugando, pregunta a una niña: “¿De dónde eres? ¿De dónde vienes?” y ésta le responde: “De la panza de mi mamá.” En su primer día del taller de fotografía, cuando le preguntan si es migrante, Claudia responde con un “vine a estudiar” (23), pero ante el hecho de no haber nacido en estas latitudes, bajo estas estrellas, no queda más remedio que aceptar la condición de migrante, pese a que se repita a sí misma que vino a estudiar. Aunque no migre, en New York se da por sentado que todo el mundo viene de algún sitio.

Venir a estudiar, pensar la estadía como transitoria -los años de doctorado, la cursada, la defensa de la tesis-, pero luego como una posibilidad -buscar trabajo en la academia, conseguirlo, conservarlo, cambiar de papeles y de estatus migratorio- dan forma a una experiencia distinta, a una construcción de la idea de pertenencia y de nación atravesada por distancias y husos horarios, por libros en tránsito, escritura, prontuarios y clases, pero con el mismo desarraigo y necesidad de buscar lugares seguros que el resto, experiencias, momentos, vivencias, que se desbaratan, por ejemplo, en una compra de supermercado, o en la búsqueda incesante del limón peruano. Como Salazar Jiménez lo describe muy bien, se trata de la vida en switch, pero también de una experiencia en la cual la extranjería se imbrica con una mirada contaminada por lo conocido y la nostalgia, pero al mismo tiempo alimentada por cierta idea de novedad. Se pregunta “¿Cómo mirar desde otro lado aquello que se nos va volviendo familiar? ¿Cómo escribir de otra manera sobre lugares que ya parecen superpoblados de imágenes que se han vuelto lugares comunes en el espectro de la cultura?” (87). Una de las respuestas posibles es desbrozar la mirada, aclararla, pero también contaminarla.

En estos tiempos en que el migrante y la migración son criminalizados en Estados Unidos, cuando los vuelos de deportación forman parte de la cotidianidad, la autodeportación, el miedo a hablar y tener acento, a ser visto, juzgado y racializado, a salir y circular, el libro de Claudia Salazar Jiménez es necesario. Así, la concepción del migrar como arte, como experiencia estética en la cual el tránsito, el caminar, el afinar la mirada y el oído, forman parte del ser migrante, de vivir la extranjería en una tierra de extranjeros. Nos transporta a través de los objetos, del recorrido del subte -la crónica “StandClearOfTheClosingDoorsPlease” es extraordinaria-, de la caminata urbana, y nos señala una materialidad de objetos sin propósito que recaba en “La ciudad y sus residuos”, como la hebilla que bien puede ser un arete, o la escobita, las tiendas, las fotografías. La migración como archivo inestable, el origen como fantasma. En suma, como bien se define la autora, todxs somos “Otra yo. La que llegó a Nueva York y la de ahora. Más que la pertenencia, un sentimiento de extranjería que se va volviendo seña de identidad” (12).

Foto de Markus Spiske en Unsplash

 Dr. Mariana C. Zinni is Professor of Hispanic Literature at Queens College, CUNY, where she specializes in Colonial Latin American literature and culture. She earned her Ph.D. and M.A. from the University of Pittsburgh and is the author of Mimesis, exemplum, narración (2014). Her research focuses on early modern colonial textuality, visual culture, and Neo-Baroque Latin American prose. Widely published in leading journals, she has presented at numerous international conferences. At Queens College and The Graduate Center, she teaches courses on colonial literature, gender, sexuality, and cultural history. Dr. Zinni has received the Isaias Lerner Memorial Award (2013) and the President’s Award for Excellence in Teaching (2021).

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad.


Posted: November 2, 2025 at 3:06 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *