Film
El sur es el nuevo norte
COLUMN/COLUMNA

El sur es el nuevo norte

Alberto Chimal

Getting your Trinity Audio player ready...

Share / Compartir

Shares

Ya van a ser 70 años de que apareció El Eternauta: la novela (gráfica) de la que proviene la serie de Netflix que ahora se ve por todo el planeta. No es poco tiempo: ha cambiado mucho en Argentina, su país de origen, en el mundo, y en nuestra comprensión de la narrativa gráfica: de las diversas obsesiones y preocupaciones que puede reunir, y que en la propia El Eternauta se entrelazan de manera única.

Hoy se le ve como un libro unitario —un clásico indiscutible de su forma y, por lo demás, de la historieta mundial— y como una propiedad intelectual: una fuente de posibles adaptaciones de impacto global. Pero El Eternauta se publicó como una serie, por entregas semanales, entre 1957 y 1959, en la revista argentina Hora Cero Semanal. Por su ritmo de publicación, su formato y diseño, y su dependencia de un público lector que la mantuviera en marcha comprando la revista, se parece menos a un cómic contemporáneo que a series muy anteriores, del periodo de entreguerras, como Terry y los piratas de Milton Caniff (1934) o El príncipe valiente de Hal Foster (1937). Además, aunque el medio del cómic argentino era, por supuesto, muy diferente del de otros países, Hora Cero también era una empresa comercial: su editorial, Frontera, fue fundada por el escritor Héctor G. Oesterheld, quien ya tenía una carrera como guionista de historietas de éxito y deseaba mayor independencia y beneficios.

Y el rasgo más importante que El Eternauta comparte con aquellas series, y otras parecidas, es que se trata, sobre todo, de una historia de aventuras. Cuando el dibujante Francisco Solano López, a quien Oesterheld había fichado para Hora Cero, le pidió que le escribiera una historia de ciencia ficción, Oesterheld partió de un tema que le había atraído desde la infancia: el náufrago, como Robinson Crusoe, que debe arreglárselas por su cuenta y tiene numerosas dificultades simplemente para mantenerse con vida. Cada problema es urgente. Cada intento de solución exige enfrentarse con algún peligro.

(Va aquí el aviso de los spoilers, pero no son muchos, de verdad.)

La primera novedad crucial que Oesterheld dio a este argumento clásico fue que el “naufragio” no sería tal, sino una catástrofe, y no ocurriría en una isla remota, sino en la misma Buenos Aires. Una noche cualquiera, empieza a nevar sobre la ciudad; además de que es un fenómeno rarísimo, la nieve resulta estar compuesta de partículas letales, que matan al contacto a toda forma de vida animal, incluyendo los seres humanos. Al mismo tiempo, de forma inexplicable, las líneas eléctricas quedan inutilizadas y una interferencia desconocida entorpece las comunicaciones por radio. Millones de personas mueren casi de inmediato, y los demás, encerrados en sus casas, incomunicados, con recursos limitadísimos, deben intentar sobrevivir y, quizá, entender su situación para encontrarle remedio.

La segunda novedad es que el centro de la narración no es un protagonista solitario, como Robinson Crusoe, sino un grupo: una colectividad formada por las circunstancias y que crece y se transforma a lo largo de la narración. El protagonista aparente es Juan Salvo, un pequeño empresario, blanco, conservador, convencionalmente guapo, con una esposa y una hija pequeña. Pero Salvo no tiene habilidades sobrehumanas y no podría sobrevivir sin la ayuda de las personas a su alrededor: Alfredo Favalli, su mejor amigo, un maestro y aficionado a la ciencia; su esposa, Elena, y su hija, Martita; Pablo, un muchacho al que encuentran encerrado en una ferretería y no se ha enterado del desastre; muchos soldados anónimos del ejército argentino, y dos que sí reciben nombre: el extornero Franco, valiente y sencillo, y Ruperto Mosca, historiador metido no sólo a combatiente, sino a cronista del tiempo más espantoso de la historia humana. Pronto se descubre que la Tierra entera está siendo invadida por una civilización extraterrestre —a la que los personajes bautizan como los Ellos—, que intenta “limpiar” al mundo de vida humana para apropiárselo. Los Ellos son crueles, remotos, y tienen armas terribles, monstruos gigantescos que obedecen sus órdenes y recursos que parecen inagotables. Todo lo que la humanidad puede hacer es resistir, uniéndose. Salvo acepta pelear a favor del bien común y, con sus compañeros, debe realizar numerosas misiones y lidiar con las penalidades, el hambre, la desesperación ante angustias que no terminan, así como también encontrar alegrías ocasionales en momentos de descubrimiento o de triunfo.

Hay algo de Julio Verne también en la serie. Igual que en las novelas más famosas del escritor francés, el “equipo” lanzado a la aventura tiene que recurrir frecuentemente a las cualidades particulares de cada personaje, y si alguno puede encontrar una solución para la supervivencia, todos deben unirse para ponerla en práctica. Aunque Juan Salvo es quien se pone el icónico traje de buzo que le permite protegerse de la nieve, le toca hacerlo por casualidad y no porque sea el más fuerte o arrojado. Oesterheld escribió que “el héroe verdadero de El Eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”. Como Rodolfo Walsh y otros escritores argentinos de su tiempo, Oesterheld siguió una trayectoria de compromiso político cada vez mayor a lo largo de su vida, pero nunca dejó de lado la imaginación fantástica, y en muchas ocasiones la usó como telón de fondo para relatar la simple humanidad de sus personajes y expresar sus propias convicciones. Una de ellas fue siempre la necesidad de una comunidad, como una barrera contra la deshumanización y la explotación de los individuos. Así, El Eternauta ofrece una idea totalmente opuesta a la del héroe providencial (y usualmente blanco) que puede lograrlo todo sin ayuda. Salvo poquísimas excepciones (como la novela Guerra Mundial Z de Max Brooks, que no tiene nada que ver con la película del mismo título), esta idea parece más fácil de cultivar en lo que antes se llamaba el “tercer mundo”; una historia de la ficción popular del último par de siglos que fuera verdaderamente global tendría a Oesterheld como un precursor no menos influyente, en su propio terreno, que George Lucas o George R. R. Martin.

Salvo es quien relata la historia de El Eternauta, y nada menos que a un desconcertado H. G. Oesterheld, convertido en personaje de su propia obra. La anuncia como algo que ya sucedió, pues él es un viajero del tiempo, llegado a 1957 desde una misteriosa época futura, en la que recibió el sobrenombre de Eternauta “para explicar, en una sola palabra, mi condición de navegante del tiempo, de viajero de la eternidad. Mi triste y desolada condición de peregrino de los siglos”. Pero este marco narrativo no se desarrolla en absoluto a lo largo de la historia. Por el contrario, la charla de Salvo y el Oesterheld personaje se olvida por completo durante casi dos años, hasta que la conclusión de la serie, obligada por problemas económicos de la editorial, hace que El Eternauta deba cerrarse con una especie de nudo, una “paradoja temporal” un poco forzada. Es claro que el éxito, como sucede con frecuencia en la publicación seriada, hizo que Oesterheld y Solano López alargaran más y más, saliéndose por entero de cualquier plan que hubieran tenido, las aventuras de Salvo, Favalli y compañía, siempre enfrentados a más peligros, siempre tratando de vencer una nueva arma o estratagema de los Ellos. Los diferentes episodios, relatados sin pausa, crean la impresión de una acción constante, apenas con el reposo de algunos momentos de calma o de melancolía en medio de la devastación. Y todo sucede en la ciudad de Buenos Aires tal como era cuando los historietistas estaban trabajando: en lugar de que (como sigue sucediendo en tantas películas, novelas y series hasta hoy) el mundo termine únicamente en Los Angeles o Nueva York, los lectores argentinos de El Eternauta podían tener cada semana la impresión fascinante, y aterradora a la vez, de que las calles que veían todos los días, los edificios conocidos, las esquinas y los monumentos de siempre, quedaran convertidos en sitios de horror y destrucción. Largas persecuciones y escaramuzas en Rivadavia o Las Heras; una gran batalla en el estadio del River; numerosas apariciones de apartamentos, escaleras, jardines, umbrales comunes, afantasmados y convertidos en algo distinto, siniestro. Así, como en muy pocas obras de los últimos cien años, en El Eternauta se juntan lo gótico y lo histórico, la ficción especulativa y la crítica social.

*

Ha habido continuaciones e historias colaterales de El Eternauta original, con sus creadores y con otros artistas. Ninguna está a la altura de la primera serie, aunque hay momentos de brillantez. (El atajo, un minicómic de apenas siete páginas, con dibujos de Solano López y guión de Juan Sasturain, es de la mejor de estas historias: una “aventura extra” dentro de la original de 1957 que sirve de homenaje a la Biblioteca Nacional argentina, a Rodolfo Walsh y al propio Oesterheld, con un giro borgiano muy elegante y entrañable.) Lo que parecía imposible, luego de uno o dos intentos sin mucha fortuna, era una adaptación audiovisual.

La que se estrenó el 30 de abril de este año se vale del capital y el alcance de la plataforma de Netflix, pero también de varias fuentes de financiamiento de otros países y de la “capacidad instalada” del cine argentino, que ha sido duramente atacado por el gobierno de Javier Milei y del que provienen numerosos especialistas y técnicos que participaron en la producción. El cineasta Bruno Stagnaro dirigió los seis episodios de la primera temporada (ya está anunciada la segunda) y escribió la serie en colaboración con Ariel Staltari, actor y guionista. Ambos trabajaron juntos previamente en la serie Okupas (2000), una de las más notables de la televisión argentina. Martín Mórtola Oesterheld, uno de los nietos de Héctor Oesterheld, está acreditado como productor ejecutivo, y no me parece imposible que su abuelo, de haber vivido hasta hoy, hubiese al menos comprendido los criterios que siguieron Stagnaro, Staltari y un reducido equipo de colaboradores adicionales para adaptar su original, de acuerdo con las exigencias de un tiempo y un medio distintos.

La acción está ubicada en el presente. La ciudad de Buenos Aires, como en los dibujos de Solano López, se destaca todo el tiempo. María Battaglia y Julián Romera, directores de arte, dirigen la creación de ambientes extremadamente detallados y reconocibles, pero transformados, de modo análogo a la novela gráfica, utilizando video de alta definición y efectos digitales.

El papel de Juan Salvo es interpretado por Ricardo Darín, el actor argentino más conocido del mundo: algo de ese star power debe haber hecho falta para asegurar el financiamiento. Su Salvo es de mayor edad que el de la novela gráfica, más contradictorio y menos una figura paterna idealizada y magnánima. Es un veterano de la guerra de las Malvinas, excelente tirador pero no de gran agudeza, y se sugiere que podría padecer estrés postraumático. Parecidos cambios tiene el Favalli que interpreta César Troncoso (un gran acierto del reparto), que sin perder el ingenio del original se muestra como un poco paranoico, acumulador, demasiado rápido para juzgar a otros, y es atemperado por Ana (Andrea Pietra), una esposa que no estaba en la novela gráfica. Ella es una mujer que, además de refrenar a un marido impetuoso, se enfrenta al horror de los sucesos y ofrece desde el comienzo la posibilidad del cuidado, la simple atención de los demás, como remedio psicológico y lazo de unión de la comunidad.

La presencia de Ana y de otros personajes femeninos, importantes e incidentales, abre el mundo de la serie de acuerdo con los intereses de los realizadores y su intención, bastante evidente, de mostrar a una sociedad argentina reconocible, más compleja y diversa que la del original. Esto se ve en las tramas de la hija de Salvo, llamada Clara, vuelta una adolescente e interpretada por Mora Fisz, y en la de Elena (Carla Peterson), que aquí es exesposa de Juan y más sensata que él. Ambas tienen más participación (agencia, diríamos) en los acontecimientos de la serie, igual que la tiene Inga (Orianna Cárdenas), una joven inmigrante venezolana que se integra al grupo por casualidad. Pablo (Aron Park) es vuelto un personaje más complicado, hijo de una familia de origen chino, y Staltari interpreta a otro personaje nuevo: Omar, argentino recién regresado a Buenos Aires después de años de vivir en Estados Unidos, que pone a prueba al grupo en repetidas ocasiones y se comporta, un poco, como personaje de una película apocalíptica convencional. Sus errores y ocurrencias, sin embargo, se salen siempre del lugar común, porque nunca tienen las consecuencias que Hollywood ha enseñado a esperar a millones de espectadores. La ruptura es intencional, como se ve en muchas secuencias clave y hasta en detalles visuales como una toma que parece de cliché, con la Estatua de la Libertad sobre un fondo oscuro y ominoso…, pero que luego resulta ser la de una copia de la estatua, puesta en una calle de Buenos Aires.

Otra ruptura: la serie es una historia que mira las limitaciones y las angustias del presente igual que los temas del libro de Oesterheld y Solano. Del mismo modo en que los Ellos sólo necesitan nulificar los aparatos electrónicos más sofisticados para paralizar a los supervivientes (desplazarse por la ciudad sin GPS ni WiFi resulta dificilísimo, en especial para Omar), los bonaerenses dan a notar, claramente y desde el principio, que su aislamiento los obliga a plantearse una supervivencia de bajísimo presupuesto, ajena a las ilusiones de Hollywood y del preparacionismo libertario. Hay que improvisar para construir los trajes protectores contra la nevada letal. Los aparatos que funcionan son únicamente los más viejos. Los pocos indicios que llegan del exterior sugieren una invasión a escala planetaria y generalizada: no va a haber un ejército de salvadores al estilo de Día de la Independencia (Roland Emmerich, 1996) o cualquier otro blockbuster. Quizás la supervivencia en un futuro atroz, cercado por individuos o grupos poderosísimos y brutales, sea más fácil de concebir en una parte del mundo que ya ha sentido los efectos de un orden desigual y oligárquico. En una escena, a propósito de otra cosa, Favalli comenta: “El sur es el nuevo norte”. Es una declaración involuntaria, pero muy poderosa. Igual que las diferentes versiones de El Eternauta, la ficción especulativa de América Latina, y del resto del sur global, ya se está preguntando cómo podría continuar la humanidad cuando los imperios del momento terminen de caer.

*

Héctor Germán Oesterheld, nacido en 1919, fue asesinado por la dictadura militar argentina de Jorge Rafael Videla y su junta militar. Integrante del movimiento Montoneros y obligado a permanecer en la clandestinidad durante los últimos años de su vida, fue “desaparecido” en 1977, junto con sus cuatro hijas y sus yernos. Dos de ellas estaban embarazadas, y sus bebés les fueron arrebatados luego del nacimiento: el día en que escribo estas palabras, 9 de mayo de 2025, hay dos personas en Argentina que son nietas de Oesterheld sin saberlo.

Foto de Netflix

 

Alberto Chimal es autor de tres novelas, más de 30 libros de cuentos, ensayos y guiones de cine y de cómic. Recibió el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002, el Premio Bellas Artes de Narrativa Colima 2014 y el premio del Banco del Libro 2021, entre otros. Su libro más reciente es la novela La visitante. Contacto y redes: https://linktr.ee/albertochimal.

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.

 


Posted: May 12, 2025 at 12:06 am

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *