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Los endemoniados

Los endemoniados

Ana Clavel

Sin duda hay asuntos más urgentes que tratar en estas arenas movedizas en que se ha transformado nuestra realidad noticiosa, pero no puedo quitarme de la cabeza el affair Will Smith en la más reciente entrega de los Óscares, cuando abofeteó frente al público al comediante Chris Rock por la broma sobre la alopecia de su esposa, la también actriz Jada Pinkett Smith. Tan se salieron de control las cosas que luego del estupor inicial, se desencadenaron las reacciones a favor y en contra, lo mismo que los memes, los actos de contrición de Smith, las posibles consecuencias y su caída después de haber obtenido el máximo galardón para un actor estadunidense. Y es que lo que a mí más me salta y no he visto a nadie hablar del asunto, es cómo nuestros tiempos actuales de corrección política, la defensa muchas veces de dientes para afuera de la inclusión y sus lenguajes, el abanderar causas bien portadas respecto a los derechos de humanos, de los animales y del planeta, no son suficientes para domesticar a nuestras bestias interiores.

Más allá de una mirada en claroscuros, de blanco y negro, de buenos y malos, el “performance” que protagonizó Smith, contrario a toda sensatez o mesura civilizatoria, me habla de la complejidad del corazón humano. Por supuesto que no defiendo su comportamiento, pero como escritora no dejo de pensar en la veta de posibilidades para hurgar en la penumbra de un personaje que tiene carne literaria. Para indagar en las sinrazones, las contradicciones, los deseos, las frustraciones de un hombre, que contra toda sensatez celebró un “acting” con el que no sólo traicionó a sus seguidores y al público en general, sino sobre todas las cosas, a sí mismo.

Y lo señalo precisamente ahora en que se nos están imponiendo modelos de escritura “curativa”, la literatura como denuncia y proceso de sanación de las víctimas de abuso, marginación, bullying y un largo etcétera de ofensas a la dignidad y sensibilidad de las personas. A la vez, se ha ido imponiendo una agenda de censura —cultura de la cancelación, le llaman— sobre temas que no deben tratarse, o sobre la manera de abordarlos, como no sea el juicio sumario de la condena. Hay un puritanismo disfrazado de superioridad moral en el acto de señalar al monstruo, de colocarlo afuera de nosotros, de apartarlo y estigmatizarlo, no nos vaya a contaminar con su aliento fétido y perverso. La estampa que proponen estos paladines de las buenas causas es la de un paraíso de inocencia, donde conviven el lobo y la oveja, los ángeles andróginos con las vírgenes puras, todos con una dosis de supra soma y cantando himnos a la armonía universal. Una viñeta donde, por supuesto, tendría que descartarse la presencia del Espíritu Santo en su representación de paloma nívea, no se vaya a entender que fomentan el maltrato de los animales, o que están de acuerdo con la zoofilia.

Pero la literatura hurga en las sombras de los personajes. Recordamos a don Quijote o Macbeth, a Madame Bovary o Ana Karenina, a Humbert Humbert o Tom Ripley, a Raskólnikov o Pedro Páramo,  porque sus creadores fueron capaces de poner al descubierto la luminosidad y la tiniebla que los habitaba. Y así colocan ante nosotros un espejo negro donde nos encontramos con nuestras propias sombras, esas que ni siquiera sospechábamos tener. El novelista Hermann Broch sostenía que “descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela”. Milan Kundera, que cita a Broch en un célebre ensayo sobre el género, lleva el asunto más lejos: “El conocimiento es la única moral de la novela”.

En la novela Los endemoniados de Dostoyevski, también traducida como Los demonios, el autor eslavo expone las fuerzas ideológicas que podrían terminar con el “auténtico” espíritu ruso. En su caso, el nihilismo y la anarquía que culminan en el suicidio y la pérdida del sentido de la existencia. También traducida como Los poseídos, la novela hace alusión al sentimiento de la fe, tanto en su veta de fanatismo como en la pérdida del mismo, que se convierte en otra forma de enajenación. Un auténtico fenómeno de “posesión” en el que la persona no es sino el escenario de voces ajenas y sombras despiadadas. Así, el protagonista Stavroguin se debate entre la  racionalidad y su egoísmo ideológico, por un lado, y  el anhelo espiritual y la voz vulnerable y confesional de un alma perdida y sufriente, por el otro. ​Somos testigos, como en otras novelas del autor, de la intervención de lo irracional en las decisiones y el comportamiento humanos. Más allá de la esfera de lo político y lo colectivo, el narrador llama nuestra atención hacia el fenómeno de despersonalización y enajenamiento que nos vuelve ajenos de nosotros mismos. Tan lejos de la máxima de Sócrates, “Conócete a ti mismo”, tarea colosal en la que se resume el mayor reto de una vida, según el filósofo griego.

Es célebre el epitafio “Kata ton daimona eaytoy” sobre la tumba de Jim Morrison en el cementerio de Père-Lachaise. Se trata de una frase en griego antiguo que admite varias traducciones. Desde «Al espíritu divino que llevaba en su interior» hasta «Cada uno es dueño de los demonios que lleva dentro», pasando por «Cada uno es su propio demonio». Sólo que habría que recordar que el vocablo “daimona” se refiere a genio o espíritu, y no tiene el sentido maligno que le confiere la religión. Así, es afamado el “daimon” de Sócrates, aquel espíritu que le susurraba consejos al oído, y del cual declaraba que era lo que había de divino en su interior.

Endemoniados, poseídos, apasionados, turbulentos: esa es la carne que vale la pena explorar más allá de las recetas superficiales de superación y “empoderamiento” —qué horripilez de palabra—. Hurgar en esas sombras es la verdadera fuerza de la literatura necesaria.

El que esté libre de sus propios demonios, ahora sí, que arroje la primera bofetada.

 

Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007).  Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99

 

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Posted: April 13, 2022 at 9:06 pm

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