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Irán: matar a un halcón
COLUMN/COLUMNA

Irán: matar a un halcón

Andrés Ortiz Moyano

Imagínese que Gina Haspel, directora de la CIA, se encontrase en el aeropuerto de Calgary, en Canadá. Viaja en un convoy junto a varios colaboradores y, de repente, un dron iraní lanza una batería de misiles que acaba al instante con la vida de Haspel y del resto de la comitiva. Es ciencia ficción, desde luego, pero si esto ocurriese, ¿alguien dudaría de que estaríamos ante una declaración de guerra en toda regla? Y como consecuencia, ¿cuánto creen que tardaría la Casa Blanca en movilizar su maquinaria bélica?

Pues salvando unas cortas distancias, así es como los legos en la compleja actualidad internacional debemos interpretar el asesinato del general iraní Qasem Soleimani en el aeropuerto de Bagdad (Irak). Una acción de tremenda magnitud, de imprevisibles consecuencias y lo más parecido a un casus belli en su sentido más tradicional.

El ataque ha sido el último episodio de una escalada de tensiones entre Washington y Teherán en los últimos días, partiendo del 27 de diciembre, cuando EEUU acusó a Kataib Hezbollah, la milicia proiraní en Irak, de orquestar una agresión con 50 misiles en una base militar del país en la que murieron un contratista estadounidense y otros cuatro fueron heridos. EEUU ha entendido en todo momento que el propio Soleimani era el responsable de éste y otros muchos ataques, pero, ¿quién era realmente este hombre?

Fiel a los tiempos noveleros y quizás frívolos que vivimos, algunos analistas lo definen como lo más parecido a un supervillano de cómic (a ojos occidentales, claro). Nacido en una humilde familia de pastores, en su juventud participó activamente en la revolución iraní a favor del ayatolá Jomeini. Combatió a los kurdos del noroeste del país y al ejército de Saddam Hussein en la guerra entre Irak e Irán de los 80. Con una carrera meteórica en el seno del régimen dada su habilidad en el campo de batalla, posteriormente lideró con éxito la lucha contra el narcotráfico proveniente del vecino Afganistán, lo que le llevó a ser el jefe de la Fuerza Quds (Jerusalén), una rama de la Guardia Revolucionaria de Irán especializada en operaciones de guerra no convencionales e inteligencia militar con actividad en todo Oriente Medio y que, entre otros, sirve como asesora de Hizbulá.

Con fama entre los suyos de hombre determinado, enérgico pero piadoso y justo, Soleimani incluso colaboró en su día con EEUU tras la invasión de Afganistán entendiendo que los enemigos comunes eran los talibán, abriendo la posibilidad de una posible aunque improbable colaboración más a largo plazo entre los dos países antagonistas. Sin embargo, que George W. Bush incluyera al régimen de los ayatolás en su liga del “eje del mal” provocó que el propio Soleimani concluyese que los americanos no eran aliados fiables.

Desde entonces, la Fuerza Quds orquestó multitud de acciones, en ocasiones terroristas, contra intereses norteamericanos e israelíes. Desde atentados o tentativas en Lagos, Nueva Dehli, Bangkok o Nairobi hasta llamativos proyectos (nunca probados) como la contratación de un cártel mexicano para matar al embajador de Arabia Saudí en Washington.

Verdugo de ISIS

Dentro del sempiterno conflicto islámico entre suníes y chiíes, Irán es el gran paladín de los segundos. Un gigante geopolítico y militar que, sin embargo, se encuentra prácticamente aislado, de ahí que su expansión e influencia ideológica sea vital para su supervivencia. En este sentido, su ayuda a otras corrientes políticas y ramas derivadas del chiismo es clara. La actividad de Hizbolá en Líbano, su constante proyección en Irak (el 60% de los musulmanes iraquíes son chiíes) o su decidido apoyo al presidente sirio Bashar al Asad, de la minoría alauí, son algunas de sus prioridades en la región. El apoyo logístico, económico, logístico y militar es claro y reconocido, pero, sin embargo, no puede (o no debe) realizarlo a la manera tradición directa, sino a través de terceros. Y en este complejo tablero de guerras proxy (aquellas libradas a partir de terceros, nunca a través de la confrontación directa), el general Soleimani era el principal estratega.

Sin ir más lejos, con el alzamiento y expansión del Estado Islámico (suníes), Soleimani dirigió con extraordinario éxito a las milicias chiitas, a su vez miembro de la coalición internacional liderada por EEUU. La caída del perverso califato sirvió para que estas milicias se hiciesen fuertes en Siria y, sobre todo, en Irak, con el objetivo de aproximar a Bagdad cada vez más a Teherán. Y por el camino, crecientes disputas y conflictos con Washington. Deducir que, tarde o temprano, su asesinato podía consumarse resulta más bien evidente.

Así pues, Soleimani era la pieza clave de la supervivencia exterior de Irán, por lo que su asesinato se puede interpretar como mucho más relevante que los archiconocidos terroristas Osama Ben Laden (Al Qaeda) o Abu Bakr Al Baghdadi (ISIS), ya que estos eran los líderes de organizaciones terroristas, y no paladines de países. Más aún, en Irán se le considera un verdadero héroe al que el propio Líder Supremo de Irán, el ayatolá Jamenei, no ha tardado en conferirle connotaciones de santidad a tenor de sus primeras palabras tras el asesinato: “Expreso al Imam del Tiempo y al alma pura de Soleimani mi felicitación, y a la nación iraní mi pésame por este magno martirio. Ejemplo sobresaliente de persona educada en el Islam y en la escuela del imam Jomeini, vivió luchando por Dios y el martirio ha sido su recompensa”. Por su parte, Hassan Rouhani, presidente iraní, ha utilizado un lenguaje muy agresivo, asegurando que “se izará la bandera del general Soleimani en defensa de la integridad territorial del país y la lucha contra el terrorismo y el extremismo en la región, y se continuará el camino de la resistencia a los excesos de EE.UU. La gran nación de Irán se vengará de este atroz crimen”. Soleimani era, pues, el gran halcón de Teherán.

Y ahora, ¿qué?

Amenaza real o no, lo cierto es que en estos frenéticos momentos la batalla dialéctica y propagandística está en su máxima expresión. EEUU y países suníes aplauden la caída de un “terrorista” culpable de la muerte de incontables personas (y puede que tengan razón), mientras que afines a Irán denuncian un intolerable asesinato producto del “terrorismo de Estado” de Washington.

En este incierto punto, quizás la gran pregunta sea: ¿qué puede pasar ahora? Lamentablemente, a pesar de la creciente información que se genera casi al minuto y del afán de tuiteros de dudosa fiabilidad que sientan taimadas cátedras, es importante señalar que Oriente Medio es per se un avispero impredecible. Si a ello le sumamos las dosis de aparente imprevisión crónica de la administración Trump en materia de política exterior, aventurar cualquier próxima certidumbre sería un acto de irresponsabilidad.

En cualquier caso, de lo que sí podemos estar seguros es que el asesinato de Soleimani supone un hito peligrosísimo en las ya de por sí nefastas relaciones entre Irán y EEUU.

Piensen en un polvorín: Estados Unidos le ha arrojado, con sus razones o no, un cartucho de dinamita.

Les recomiendo que permanezcan atentos. Buenas noches y buena suerte.

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

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Posted: January 5, 2020 at 10:20 pm

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