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“La democracia soy yo”

“La democracia soy yo”

José Antonio Aguilar Rivera

López Obrador le ha dado forma a sus diatribas contra la autoridad electoral. A pesar de los buenos números de aprobación del INE el presidente ha decidido lanzarse contra él. ¿Por qué? Ha calculado que es el momento adecuado para el asalto como parte de la estrategia de polarización política.

Hay virtual acuerdo entre los observadores de la política en que la reforma electoral que ha enviado el presidente López Obrador al congreso está “muerta en el agua”: no tiene posibilidad de ser aprobada después de la derrota de los cambios propuestos en materia eléctrica. Hay también consenso en que el propósito de esa maniobra no es cambiar la constitución: es una estrategia política para polarizar al país rumbo a la elección presidencial de 2024. Como ha señalado recientemente Héctor Aguilar Camín, “el rechazo desatará la diatriba presidencial contra quienes no quieren la democracia verdadera, la democracia directa, y defienden una institución caduca y antidemocrática, según él, símbolo del neoliberalismo político que el país debe dejar atrás”. Los simpatizantes del gobierno creen que es una buena estrategia del presidente golpear a la oposición, acusándola de defender a las burocracias partidistas, dispendiosas del dinero público y “enemigas de la austeridad”. Algunos críticos señalan que el gobierno pretende distraer la atención de los malos resultados de las políticas públicas y aconsejan a la oposición ignorar la provocación y no caer en el juego del presidente. Concentrarse en los saldos desastrosos.

Muy probablemente la reforma electoral no pasará. Sin embargo, hay una dimensión simbólica que la oposición haría mal en ignorar porque tiene serias implicaciones. La transición a la democracia en México instauró pocos usos y costumbres. Sin embargo, el respeto y la aprobación del árbitro electoral autónomo fue uno de ellos…

Muy probablemente la reforma electoral no pasará. Sin embargo, hay una dimensión simbólica que la oposición haría mal en ignorar porque tiene serias implicaciones. La transición a la democracia en México instauró pocos usos y costumbres. Sin embargo, el respeto y la aprobación del árbitro electoral autónomo fue uno de ellos. Desde la instauración de la democracia –puede usted elegir como fecha inaugural 1997 o 2000— el IFE/INE ha sido bien visto por la ciudadanía. Todas las encuestas de opinión consignan el hecho.  Desde su fundación ha contado con una aprobación mayoritariamente favorable. Es el artefacto –institucional, político y simbólico–  en el que hemos invertido más recursos, no sólo económicos. A diferencia de los partidos políticos,  el patito feo de la democracia mexicana, el instituto electoral fue dotado de un fondo de confianza pública que mal que bien, y a pesar de crisis como la de la elección presidencial de 2006, ha logrado mantener. Esto lo ha convertido en el principal e insalvable obstáculo al intento de restauración autoritaria en marcha. Es evidente que el actual presidente López Obrador no comparte la buena opinión de la autoridad electoral de la mayoría de los mexicanos. En diciembre de 2018 la encuestadora Parametría  preguntó: “cómo considera usted que fue el trabajo del INE en la pasada elección presidencial?”. Un 73% lo consideró muy bueno/bueno mientras que una quinta parte lo calificó como muy malo/malo. Incluso en el actual gobierno el INE no es un actor impopular. Según la encuesta de GEA/ISA (2021) ante la pregunta “¿ud. considera que el INE cumple o no cumple su función adecuadamente?”,  53% de los encuestados respondió que sí cumplía frente a un 31% que afirmó lo contrario. En el primer cuatrimestre de 2022 60% de los encuestados pensaba que esa institución cumplía adecuadamente su función (frente a un 33% que pensaba lo opuesto).  Históricamente la desaprobación del IFE/INE ha estado en un tercio de los encuestados. Ahí es donde se encuentra López Obrador y probablemente el núcleo duro de sus simpatizantes.

Por primera vez López Obrador le ha dado forma a sus diatribas contra la autoridad electoral. A pesar de los buenos números de aprobación del INE el presidente ha decidido lanzarse contra él. ¿Por qué? Ha calculado que es el momento adecuado para el asalto como parte de la estrategia de polarización política. Le acompaña un tercio de los ciudadanos que está listo para acabar con el árbitro y ajustar una más de sus cuentas con el pasado.  No importa que las posibilidades de éxito legislativo por ahora sean reducidas; lo que importa es que simbólicamente ha roto una lanza, es el cruce de un Rubicón en la transición al autoritarismo. Probablemente es lo que los sicofantes del régimen tienen en mente cuando hablan de la “batalla campal” que se avecina. Está por verse si tiene razón. Lo que reflejan las encuestas es la existencia de un sólido consenso (2/3 partes de la sociedad) respecto al papel benéfico del INE en la vida nacional. Es el sustrato democrático que formó un cuarto de siglo. Hasta ahora la buena opinión que la mayoría tiene del árbitro había detenido a los restauradores. Se dirá que lo importante es que no podrán destruirlo porque no tienen los votos en el congreso. Es cierto, pero tal vez su propósito sea fundamentalmente ideológico: dinamitar ese bastión de la democracia mexicana. La batalla es por desprestigiar, no a los partidos políticos que ya lo están, sino a la institución que garantiza que el poder sea transmitido a través de elecciones limpias e imparciales. La meta es convencer a la mayoría que cree en INE de que esa institución es innecesaria, antidemocrática, cara y parcial. Es entendible, pues no es posible vestir a la restauración autoritaria como refundación democrática sin destruir cabalmente al INE en el imaginario popular. El objetivo de este gobierno es defenestrarlo. ¿Lo logrará? Depende de los recursos simbólicos que sus defensores desplieguen para protegerlo y para contrarrestar la campaña del gobierno.

La meta es convencer a la mayoría que cree en INE de que esa institución es innecesaria, antidemocrática, cara y parcial. […] El objetivo de este gobierno es defenestrarlo. ¿Lo logrará? Depende de los recursos simbólicos que sus defensores desplieguen para protegerlo y para contrarrestar la campaña del gobierno.

Sería un grave error ignorar la dimensión simbólica de esta medida. El presidente ha decidido utilizar su innegable popularidad para oponerla a la tibia y mansa legitimidad democrática del INE. Ha contrapuesto la legitimidad procedimental a la popularidad plebiscitaria del caudillo. Ha dicho claramente: “El INE o yo”. Estar con él significa estar contra la institución que le permitió llegar a la presidencia. Si tiene éxito en cambiar la percepción que durante décadas ha sido mayoritariamente favorable al INE –a pesar de que la reforma constitucional fracase en el congreso– habrá logrado destruir el intangible sustrato democrático del país. No se trata de una mera distracción: es un proyecto que debe ser combatido vigorosamente. Su ambición no es cambiar la constitución: es transformar la conciencia de los ciudadanos.

 

José Antonio Aguilar Rivera (Ph.D. Ciencia Política, Universidad de Chicago) es profesor de Ciencia Política en la División de Estudios Políticos del CIDE. Es autor, entre otros libros, de El sonido y la furia. La persuasión multicultural en México y Estados Unidos (Taurus, 2004) y La geometría y el mito. Un ensayo sobre la libertad y el liberalismo en México, 1821-1970 (FCE, 2010). Publica regularmente sus columnas Panóptico, en Nexos, y Amicus Curiae en Literal Magazine. Twitter: @jaaguila1

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Posted: May 6, 2022 at 8:49 pm

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