Flashback
La política sitiada

La política sitiada

Fred Moten y Stefano Harney

•Fragmento tomado de The Undercommons: Fugitive Planning & Black Study (Minor Compositions, NY, 2013).

Traducción de Cristina Rivera Garza

En su clásico estudio de análisis anti-imperialista sobre el cine de Hollywood, Michael Parenti apunta que los medios de simulación usan con demasiada frecuencia una visión invertida para representar a los colonizadores. En películas como Drums Along the Mohawk (1939), o Shaka Zulu (1987), el colonizador aparece asediado por nativos, invirtiendo así, de acuerdo a la perspectiva de Parenti, el papel del agresor de modo tal que el colonialismo aparece como un acto de auto-defensa.  En efecto, estas películas invierten los papeles de la agresión y la auto-defensa, pero la imagen del fuerte sitiado por nativos no es falsa. Al contrario, la imagen falsa es lo que emerge cuando la crítica de la vida militarizada se basa en el olvido de la vida que rodea al fuerte. El fuerte sí estaba asediado y sigue sitiado por la vida que todavía lo circunda: los comunes más allá y más acá—antes, e incluso antes del antes—de levantar las cercas. El entorno antagoniza con el campamento militar que se ubica en sus adentros y, al mismo tiempo, trastoca los hechos con los preparativos para la fuga.

Nuestra misión es defender ese entorno frente a la repetida desposesión causada por la incursión armada del colonizador. Y, aunque la violencia adquisitiva es el motivo último de la auto-defensa, el recurso de la auto-posesión frente a la rampante desposesión (este recurso, en otras palabras, de la política) es lo que representa el verdadero peligro. La política es el ataque constante contra los comunes—el antagonismo general y generativo—desde dentro del entorno.

Consideren la postura sobre la auto-defensa del Partido de las Panteras Negras, los primeros teóricos de la revolución del entorno, los negros del antes, e incluso antes del antes, los ya ahí siempre y los por venir. Su compromiso doble tanto por la revolución como por la auto-defensa vino como resultado del reconocimiento de que la vida social de los negros está articulada en y con la violencia de la innovación. Esto no constituye una contradicción si la cosa nueva, siempre convocándose a sí misma, vive ya alrededor y debajo de los fuertes, las estaciones de policía, las carreteras vigiladas y las torres de las prisiones. Los panteras negras teorizaron una revolución sin política, es decir, una revolución sin sujeto y sin principio rector. En contra de la ley, puesto que ellos estaban generando la ley, hicieron todos los preparativos para ser poseídos; irremediable, optimista, incesantemente en deuda, ofrecidos al estudio inacabado y contrapuntual de y en el bien común, la pobreza y la negritud del entorno.

A la auto-defensa de la revolución la confrontan no sólo la brutalidad sino también la falsa imagen del campo sitiado. La dura materialidad de lo irreal nos convence que estamos rodeados, que debemos tomar posesión de nosotros mismos, corregirnos a nosotros mismos, permanecer en estado de emergencia, en guerra permanente, tercos, determinados, defendiendo ese derecho ilusorio de lo que no tenemos, el que el colonizador toma de y desde los comunes. Pero en el momento en que esos derechos se debaten, los comunes ya no están ahí, ya están en movimiento hacia y en ese bien común que rodea tanto a los comunes como al campo sitiado. Lo que queda después es sólo política, pero incluso la política de los comunes, de la resistencia al campo sitiado, sólo puede ser una política de fines últimos, una rectitud dirigida hacia el fin regulador de lo común. E incluso cuando la elección que se ganó resulta, al final, perdida, y cuando las bombas detonan o dejan de detonar, lo común se preserva como si fuera una especie de otro lugar, aquí, alrededor, sobre la superficie del suelo, envuelto en hechos alucinógenos. Mientras tanto, la política avanza como un ejército en marcha, clamando defender lo que no ha sitiado, y sitiando lo que no puede defender y sí, en cambio, poner en peligro.

El colonizador, habiendo tomado partido por la política, se arma en nombre de la civilización mientras la crítica inicia la auto-defensa de aquellos de lo que entre nosotros percibimos hostilidad en la unión civil entre el asentamiento del colonizador y el campo sitiado. Decimos, y los decimos con todo derecho, si nuestros ojos críticos son lo suficientemente agudos, que tener un lugar bajo el sol, en la sucia delgadez de esta atmósfera es nefasto y mala onda. Decimos que la casa que el alguacil estaba construyendo está en una zona de derrumbes. Y si nuestros ojos continúan enfocando con precisión, distinguiremos el rastro de la policía para poderla llevar a juicio. Y así, habiendo identificado a la política para poder mejor evadirla, nos aproximamos los unos a los otros para poder estar juntos, porque nos gusta la vida nocturna que no puede ser una vida buena. La crítica nos hace saber que la política es radioactiva, pero la política es la radiación de la crítica. Importa por cuanto tiempo lo tenemos que hacer; importa cuanto tiempo vamos a estar expuestos a los efectos letales de su energía anti-social. La crítica pone en peligro la socialidad que se dice defender, no porque pueda en algún momento tornarse hacia adentro para dañar a la política, sino porque se volverá hacia la política y, luego, hacia afuera, del fuerte hacia el entorno, donde si no fuera por la preservación que surge en celebración de lo que defendemos, la fuerza sociopoética con la que nos arropamos, porque somos pobres. Desarmar nuestra crítica, nuestras propias posiciones, nuestras fortificaciones, es juntar a la auto-defensa con la  auto-preservación. Ese desmantelamiento viene con el movimiento, como un rebozo, esa armadura del fugitivo. Corremos en busca de un arma y seguimos corriendo para encontrar el lugar donde tirarla. Y la podemos tirar porque, sin importar si estamos armados o cuan armados estemos, el enemigo que enfrentamos es ilusorio.

La devoción completa a la crítica de esta ilusión nos vuelve delirantes. En las triquiñuelas de la política nosotros aparecemos siempre como insuficientes, escasos, esperando en los últimos bastiones de la resistencia, en la caja de las escaleras, dentro de oscuros callejones, siempre en vano. Esta falsa imagen y su crítica amenazan a los comunes con una democracia, la cual siempre está por venir, que un buen día, el cual nunca llegará, nos transformará en más de lo que somos. Pero nosotros ya somos más de lo que somos. Ya estamos aquí, en movimiento. Ya nos la sabemos. Somos más que la política, y más que el asentamiento del colonizador, y más que democráticos. Nosotros sitiamos la falsa imagen de la democracia con el fin de trastocarla. Cada vez que trata de cercarnos con una decisión, nos volvemos indecisos. Cada que trata de representar nuestra voluntad, nos volvemos renuentes. Cada vez que trata de enraizarse, huimos (porque nosotros ya estábamos aquí, en movimiento). Pedimos y decimos y lanzamos el hechizo que nos embruja, el que nos dice qué hacer y cómo movernos aquí, donde danzamos al compás de la guerra de la aposición. Estamos en un trance que nos atraviesa y nos rodea. Nos movemos a través de él y él se mueve con nosotros más allá de los asentamientos del colonizador, más allá de desarrollo, donde la noche negra cae y nosotros odiamos estar solos, regresar a dormir hasta el amanecer, tomar hasta el amanecer, hacer los preparativos hasta el amanecer, como abrazan los comunes adentro y alrededor y en el entorno.

En la clara, crítica luz del día, los administradores ilusorios se secretean sobre nuestra necesidad por las instituciones, y todas las instituciones son políticas, y toda la política es correccional, así que parece que necesitamos instituciones correccionales en los comunes, tanto para su establecimiento como para corregirnos. Pero a nosotros nadie nos corrige. Y, de hecho, así como somos de incorregibles no hay nada de malo con nosotros. No queremos estar en lo correcto ni ser corregidos. La política se propone volvernos mejores, pero nosotros ya somos mejores, ya éramos mejores en la deuda común que nunca podrá ser cubierta. Nos debemos a nosotros mismos falsificar esas instituciones, hacer de la política algo incorrecto, probar si nuestra determinación no es verdadera. Nos debemos lo indeterminado. Nos lo debemos todo.

¿Es esto una abdicación de nuestra responsabilidad política? OK. Como quieran. Lo que pasa es que somos anti-políticamente románticos sobre la vida social existente. No somos responsables de la política. Somos el antagonismo general contra esa política que acecha detrás de cada intento de politizar, cada imposición de auto-gobierno, cada decisión soberana y su miniatura degradada, cada estado emergente y su hogar dulce hogar. Somos el trastorno y el consentimiento a ese trastorno. Preservamos la agitación. Enviados para cumplir a través de la abolición, para renovar a través del desalojo, para abrir el campo sitiado cuya inmensa venalidad es inversamente proporcional a su área, hemos sitiado a la política. No nos podemos representar a nosotros mismos. No podemos ser representados.

Stefano Harney (1962) es profesor de Strategic Management Education en la Singapore Management University y co-fundador de la School for Study. Especialista en Teoría Poscolonial, entre sus libros más recientes se encuentran The Ends of Management (en colaboración con Tim Edkins) (2013), además de The Undercommons: fugitive planning and black study (2013). Stefano vive y trabaja en Singapore.

Fred Moten es profesor de la University of California, Riverside. Autor de Arkansas (Pressed Wafer); In the Break: The Aesthetics of the Black Radical Tradition (University of Minnesota Press); I ran from it but was still in it. (Cusp Books); Hughson’s Tavern (Leon Works); B Jenkins (Duke University Press). Con The Feel Trio (Letter Machine Editions) fue finalista del National Book Award en 2014.


Posted: March 3, 2016 at 11:59 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *