Film
Los pecadores, de Ryan Coogler

Los pecadores, de Ryan Coogler

Óscar Baamonde

Getting your Trinity Audio player ready...

Share / Compartir

Shares

Seamos honestos, un sábado bajo el abrigo del paraguas en plena Semana Santa solo podía significar una cosa. Y yo pregunto, ¿qué mejor sitio para refugiarse de la tempestad en un día de perros que una sala de cine?

Los astros decidieron alinearse entre el mal tiempo y el estreno en salas de Los pecadores (Sinners). La nueva película del director Ryan Coogler se convertía en la comidilla de la semana en las redes sociales —por ahí en torno a mediados de abril—, gracias a los numerosos elogios que despertaba por parte de la crítica profesional y el público. Dos mundos paralelos que vemos, a menudo, que no van de la mano.

Y de eso se trata todo esto, de ir al cine y disfrutar. Tener la oportunidad de ver una película que aprovecha y explota todos los recursos que brinda la gran pantalla para entregar una experiencia total a los espectadores es una delicia; esto es lo que nos recuerda por qué vamos a una sala de cine a disfrutar de una película. Cada vez es más habitual en estos tiempos de algoritmos e inteligencias artificiales, ver producciones donde rebosan los tópicos, los clichés, donde se ciñen a un guión preestablecido, a los viejos moldes y no se arriesga, evidenciando más que nunca ese cariz de “ese” cine comercial en el que lo económico solapa, por completo, a lo artístico. El resultado son películas sin alma, sin talento, sin creatividad, sin imaginación ni arrojo, y que se cimentan en los despachos, y no en los estudios. Por eso, hoy en día, es difícil ver trabajos como el último largometraje de Ryan Coogler. Hablamos probablemente de su mejor película con diferencia hasta la fecha, en la que desliza su estilo más autoral, después de varios años de servicios por encargo y su nombre estampado, como la letra pequeña de los contratos, en los créditos del cine de franquicia y blockbusters.

La ambientación de la cinta nos traslada a los años 30 durante la Ley Seca. Dos hermanos gemelos (ambos interpretados por Michael B. Jordan) regresan a su ciudad natal de Clarksdale, Mississippi, para empezar de cero tras una temporada en Chicago. De nuevo instalados, deciden abrir un juke joint, un local con música en vivo. En la noche de su apertura, un mal de carácter desconocido se cernirá sobre ellos.

Coogler hunde la raíz de su historia en la tradición afroamericana, haciendo un guiño a la leyenda urbana del músico Robert Johnson, un icono del blues que supuestamente vendió su alma al diablo en un cruce de caminos, a cambio de recibir el talento de ser el mejor tocando la guitarra. Además, de presentar otra curiosidad como haberse convertido en una de las primeras figuras trágicas, que pasó a formar parte del famoso club de los 27. En su figura, parece haberse inspirado Coogler para construir a su protagonista, Sammie, interpretado por el joven Miles Caton, el hijo del predicador y primo de los gemelos Stack y Smoke, cuya obsesión es tocar la guitarra y emplear su talento musical para escapar de su ciudad local en busca de un futuro mejor.

Apoyándose en la música, concretamente en el blues, Coogler cimenta su discurso de ensalzamiento y defensa de una serie de valores identitarios y culturales del pueblo afroamericano. La presencia de la música como un personaje más de la narración, a través del que contar una historia. Por ello, sitúa los acontecimientos en Clarksdale, cuna del blues, donde esas raíces se arraigan con más fuerza a la tierra y, además, nos presenta el conflicto histórico, poniendo en escena el trauma que el pueblo afroamericano lleva tatuado en la piel, los siglos de racismo y opresión.

El cineasta estadounidense, principal artífice de sagas como Creed o Black Panther, decide canalizar esos miedos acercándose al pasado con una mirada realista, pero también a través del conducto fantástico y el terror vampírico como alegoría, bajo el que subyace un mensaje de denuncia social hacia una historia norteamericana manchada de sangre, opresión y esclavitud. Es precisamente ese giro tonal de 180 grados que propone el director hacia el ecuador de la película, uno de los aspectos más interesantes y, quizás, por ende, el que pueda lastrar un poco la cinta. Los Pecadores es una propuesta valiente y fresca por su hibridación de géneros. Se presenta en su primera mitad como un western con toques noir, cine de gánster y drama histórico de crítica a una sociedad racista o el cristianismo, evidenciado en la figura del predicador o las cicatrices de Remmick. A medida que se aproxima el segundo acto, se va tejiendo un hilo de inquietud y tensión que el espectador podrá percibir que poco, o nada, cuadra con el tono sugerido hasta el momento. Una especie de amenaza desconocida se va cerniendo sobre la historia y los personajes, y el relato toma, a cada segundo que pasa, matices más oscuros. La segunda mitad se adentra totalmente en el territorio del género de terror, con sabor a cine underground de serie B, —el director ha reconocido influencias como Abierto hasta el amanecer de Robert Rodriguez—, en el que los vampiros emergen para amenazar la tranquilidad en la fiesta de apertura del nuevo local de los gemelos.

Este contraste tan marcado puede generar un escepticismo latente y un claro rechazo en el espectador al sentirse como una decisión extraña, bizarra y no convencional en el cine que solemos ver hoy en día. Así, una parte de la audiencia querrá abrazar esa primera parte de la película, y querrá quemar la segunda. Lo cierto es que esta decisión, a ratos, sienta muy bien a la obra, y, a ratos, acaba por tambalearse un poco, dejando como resultado una película muy notable, pero que podría ser todavía más redonda. Por un lado, convence por la aparición del antagonista, un fantástico Jack O´Connell como un líder vampiro primigenio, que encarna, por partida doble, la figura de opresor y oprimido. Aquí, Coogler acierta al mostrar el paralelismo histórico de opresión sufrida por los irlandeses y los afroamericanos en su recorrido histórico por el país, así como al acercarnos un personaje gris y complejo como Remmick. Un villano con una intrahistoria que, aunque desconocemos, intuimos que alberga un pasado de sufrimiento y dolor, y nos invita a empatizar con él y querer saber más sobre su pasado. De igual manera, también sirve su papel como una alegoría de la opresión y la apropiación cultural, pues Remmick está obsesionado con la música de Sammie, ya que cree que si la posee, podrá reconectarse con sus ancestros. Otro acierto en esta segunda mitad sería el espacio que se le da a la música celta, propia del folklore irlandés, y que mediante las imágenes rivaliza con el sonido blues. Se consigue establecer una sensación de comunión en el espectador, que finalmente rompe en una catarsis lisérgica de sonidos hipnóticos e imágenes de cuerpos desbocados danzando. También convence la película cuando el plano se reduce a espacios pequeños y la tensión se concentra en pocos personajes (secundarios que brillan como el Delta Slim de Delroy Lindo), con escenas que referencian al cine clásico como La Cosa.

Por otro lado, el espectador podrá encontrar esta segunda mitad deficiente al sentir el peso de un metraje que se estira quizás en exceso y tarda en resolver el conflicto central hacia el tercer acto. Puede pesar el escaso desarrollo en la figura del antagonista, que sentimos que nos falta un pedazo de su historia para comprender sus motivaciones, y un epílogo algo innecesario y anticlimático, que peca de subrayar el mensaje.

 

Óscar Baamonde (Lugo, 1999) es periodista y poeta. Graduado en la Universidad de Valladolid. Colabora como crítico cultural en Literal Magazine, Mondo Sonoro, Praza Pública y Galicia Confidencial, además cuenta con una newsletter literaria llamada Por Páginas en Substack. En 2025, publicará su primer poemario, Asomarse al vacío (Editorial Loto Azul). Su cuenta de X es @OscarBaamonde

 

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.


Posted: May 25, 2025 at 11:19 am

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *