Film
Mexafuturismo
COLUMN/COLUMNA

Mexafuturismo

Alberto Chimal

Escribo esta nota en los primeros días de febrero de 2019, antes de la entrega de los premios Óscar. Las razones por las que ese concurso insular y arbitrario es un fenómeno global son muy extrañas. A estas alturas, sospecho, su alcance o su justicia son menos importantes que su inercia: hemos aprendido que nos debe llamar la atención en esta época del año, y por lo tanto nos llama la atención. Pero esta entrega será especial porque marcará, además, el momento culminante de una discusión larga y exasperada que hoy mismo tenemos en México.

Aquí, más que cualquier otro tema relacionado con los Óscares, se debate cómo le irá a la película Roma de Alfonso Cuarón, nominada a diez premios incluyendo los de mejor película extranjera (es decir, no estadounidense) y mejor película a secas. Y más que cualquier otro de los premios, se discute el que podría ganar la estrella de Roma, Yalitza Aparicio, como mejor actriz. La fama mundial, súbita de Aparicio –mujer de ascendencia mixteca y triqui, proveniente de Tlaxiaco, Oaxaca; normalista que acudió providencialmente a un casting organizado por Cuarón– es un motivo de orgullo o de contento para buena parte de la población del país, y una razón es evidente: aunque Roma es su debut como actriz, y la difusión de su trabajo y su imagen es parte de la promoción de la película, la verdad es que nunca antes se había visto a una mexicana con su origen, ni su color de piel, en tantas revistas y periódicos, en tantos reportajes de tantos medios, tan celebrada por todo el mundo occidental.

Así de simple y de terrible. Este es un país con una historia de racismo que precede incluso a su formación como nación independiente: 500 años de opresión sistemática y constante contra sus pueblos originarios. El nuestro es un racismo tan interiorizado en la cultura dominante, tan excluyente e imbricado con otros prejuicios, que ha negado incluso una representación justa, variada, abundante de las poblaciones indígenas en los medios locales. Yalitza Aparicio le da rostro al reclamo actual de esa representación en México, que idealmente sería un solo paso, entre muchos necesarios, para dejar atrás todas las formas de la discriminación.

Por lo anterior, entre todas las opiniones a favor y en contra de ella y del proyecto de Roma, hay una reacción racista, virulenta, que ha dado para repeticiones de clichés tan antiguos como el virreinato de la Nueva España. Y por eso, también, muchas personas que de hecho se oponen al racismo se han topado, al debatir, con un obstáculo muy curioso: no imaginan cuál podría ser la carrera futura de Aparicio. Si continúa actuando, parecen implicar, no le encuentran lugar en el cine mexicano realmente existente, o bien le predicen una repetición, o muchas, de su papel de Cleo, la empleada doméstica que centra el drama social y político de Roma. “La veo en Star Wars”, tuiteó alguna persona; otras la han imaginado en la precuela por venir de Game of Thrones o en una película fantástica con Guillermo del Toro: escenarios donde la exclusión y el racismo no existen o pueden ser confrontados y vencidos de forma figurada, como ocurre en La forma del agua (2017) del propio del Toro.

Por supuesto, insertar en esas ficciones una representación como la que puede ofrecer Aparicio sería valioso. Ella iría aún más lejos que Diego Luna, quien en Rogue One (2016) interpretó al primer héroe con acento mexicano (ni villano, ni alivio cómico, ni personaje torpe y necesitado de ayuda) en una franquicia global. Pero limitar el futuro de la actriz a esas dos opciones revela una enorme falta de imaginación artística, social, política. Incluso en su estado actual, el cine “realista” nacional podría ofrecer mucho más (y más diversas) historias de mujeres mexicanas que las que realiza actualmente: más y más variados argumentos y personajes, para explorar más profundamente la realidad nacional.

Y la imaginación fantástica –la exploración de nuestras realidades interiores; de nuestros símbolos, aspiraciones y creencias; de la memoria colectiva en que radican éstos– no tendría por qué tener como único conducto la propiedad intelectual de una empresa de Hollywood.

En un ensayo de 2002, el crítico cultural Mark Dery acuñó un término que hoy está de moda: afrofuturismo (afrofuturism), para nombrar un fenómeno de la cultura popular estadounidense: la “narrativa especulativa que trata temas afroamericanos y se refiere a preocupaciones afroamericanas en el contexto de la tecnocultura del siglo XX, y de modo más general, la significación afroamericana que se apropia de imágenes de la tecnología y [del] futuro”. La invención de la palabra ha servido para visibilizar y enfatizar las relaciones entre numerosos creadores afroamericanos, cuyas obras cuestionaban la exclusión implícita en el mito del progreso en aquel país y las imágenes de triunfo y poderío sobre las que se construía su discurso hegemónico. La existencia del mito dependía, en realidad, de que sólo una pequeña parte de la población pudiera imaginarse como parte de él, y las demás –las explotadas, discriminadas, postergadas– aspiraran perpetuamente a que se les diera entrada en una historia que no era la suya, sin que hubiera opción a que tuviesen ninguna otra. En esto se reflejaba (y se prolongaba) la violencia de la destrucción de las culturas originarias de los millones de africanos esclavizados y vendidos en América y Europa desde el siglo XVII.

“¿Puede una comunidad cuyo pasado ha sido deliberadamente borrado, y cuyas energías, posteriormente, se han consumido en la búsqueda de rastros legibles de esa historia, imaginar futuros posibles?”, se pregunta Dery. La respuesta es sí, por supuesto: sólo necesita el conocimiento de su explotación y marginación presente, y el impulso de volver a imaginar su propio potencial. Actualmente, el concepto de afrofuturismo ha mutado, abarca obras contemporáneas que van de la música de Janelle Monáe hasta las novelas de Nnedi Okorafor y N. K. Jemisin, e incluso se le puede ver injertado en el cine más comercial: la película Pantera Negra (2018) de Ryan Coogler imagina, dentro del universo cinematográfico de la Marvel, una nación africana, Wakanda, que jamás sufrió esclavitud ni colonización por parte de una potencia europea y es en secreto el país más tecnológicamente avanzado del mundo. Wakanda no fue inventada por creadores afroamericanos (es obra de Stan Lee y Jack Kirby, una de las parejas clásicas del cómic de mediados del siglo XX), pero en manos de Coogler, de su guionista Joe Robert Cole y de un reparto casi totalmente afrodescendiente, es más que un escenario exótico: su sola presencia niega siglos de prejuicios denigrantes y se convierte en una declaración de las posibilidades que se arrebataron a un grupo humano tradicionalmente discriminado, y también de las que aún le quedan, las que aún pueden colocarse en su futuro.

Es posible expandir el afrofuturismo, o la aspiración esencial del afrofuturismo, y llevar sus propuestas a contemplar la realidad de otros grupos violentados y oprimidos durante siglos. Aquí, de hecho, podríamos tener una especie de mexafuturismo: podríamos encontrar, reunir, re-conocer las múltiples obras que ya cuestionan nuestro propio racismo, amplificarlas, agregarles más historias nuevas de todas las variedades posibles y por todos los medios; cuestionar la exclusión de las naciones mexicanas (como las ha descrito la escritora y académica Yásnaya Aguilar), hacer saltar en pedazos el mito local de la inferioridad y la sumisión indígenas y plantear otras rutas de transformación y desarrollo distintas del discurso racista tradicional, de la postergación disfrazada que propone el neoliberalismo y de los nuevos fascismos contemporáneos.

En alguna de esas nuevas historias, necesarias, todavía por escribir, también me gustaría mucho ver una actuación estelar de Yalitza Aparicio.

 

Alberto Chimal es autor de más de veinte libros de cuentos y novelas. Ha recibido el Premio Bellas Artes de Narrativa “Colima” 2013 por Manda fuego,  Premio Nacional de Cuento Nezahualcóyotl 1996 por El rey bajo el árbol florido, Premio FILIJ de Dramaturgia 1997 por El secreto de Gorco, y el Premio Bellas Artes de Cuento San Luis Potosí 2002 por Éstos son los días entre muchos otros. Su Twitter es @AlbertoChimal

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.


Posted: February 12, 2019 at 11:59 pm

There are 10 comments for this article
  1. Jorge efren at 4:42 pm

    Me pone a reflexionar mas que a pensar tu articulo. Me uno a las ultimas palabras de tu párrafo con el que concluyes. A mi también me gustaría verla actuar en algún estelar. Así como hicieron de wakanda una gran nación Utópica, me encantaría ver en pantallas grandes ese México , por etiquetarlo así o antes de que se le llamara de se modo,donde reinaron los aztecas, contemplar su misticismos, sus paisajes. Ver un Tenochtitlan estilo Wakanda(obvio sin la tecnología que ni la ocupaban) o a los mayas en su esplendor. También animes que muestren de héroe un caballero águila, pero hay tantos estigmas que romper y arquetipos nuevos que establecer. Ojala algún día. También espero que el fenómeno de Yalitza, no solo sea un “mexican curios”, si no al contrario el comienzo de un mexafuturismo.

  2. Abraham Martínez at 8:11 am

    Con perdón del público, voy a hacerme un comercial: el año pasado publicamos una antología de cómic titulada “Astronautas Mexicanos”, porque compartimos la inquietud que aquí expresa Alberto. El futuro puede ser diferente si nos atrevemos a soñarlo así.

  3. Carla at 10:14 am

    Una excelente reflexión Mtro. Chimal. Las visiones a futuro que sobre pasan la ciencia ficción pero que a la vez, tienen la plasticidad de fusionarse con ella, son las posibilidades de grandes pensadores y escritores. En este punto me atrevo a especular sobre un guión cinematográfico inspirado en este artículo corto pero profundo, que nos regalara una vez más, la entrañable actuación de Yalitza!!!

  4. Anahí González at 2:56 pm

    Las sociedades excluidas, explotadas y postergadas… ¿hasta cuándo?
    Gracias por ilustrar gran parte de este fenómeno, nos pone a reflexionar mucho sobre nuestra condición en y como sociedad mexicana.
    Saludos.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *