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Trump, Made in América

Trump, Made in América

Hisham Melhem

La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto.
Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo,
corre el riesgo de ser eliminado.
José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas

Hay algo podrido en la tierra. Las masas alientan salvajemente a gladiadores implacables para que ejecuten a sus oponentes sin piedad. Pero antes de matar se espera que insulten, ridiculicen y escupan a sus enemigos. En estas crueles arenas, todas las armas están disponibles siempre y cuando sean punzantes y mortales.

Ahora que los juegos se han prolongado por meses la audiencia se ha vuelto insensible al repugnante y surreal espectáculo. Pero de vez en cuando el ruido estridente produce nuevas sorpresas, tácticas letales súbitas, maniobras inesperadas y ritmos extraños. Y las insaciables masas continúan pidiendo más. El pasado 25 de febrero la versión norteamericana del “pan y circo” romano llegó a su apogeo, y cuan exótica noche fue.

Los espectadores oscilaron entre los extremos de entusiasmo, asombro y horror. El gladiador campeón, Donald Trump, vástago de una familia que acumuló su riqueza por medios cuestionables, de la rica provincia de Nueva York, contra los ataques implacables de gladiadores jóvenes recién salidos del campo de entrenamiento: Marco Rubio y Ted Cruz, descendientes hambrientos de inmigrantes pobres de la isla que una vez fue el protectorado de Cuba, desde donde se instalaron en tierras bajas de la Florida o en el infinito desierto de Texas, las dos provincias más meridionales del Imperio. Los ágiles rivales rodearon a su imponente adversario hundiendo sus lanzas contra la cota de malla, y con cada pequeño corte las masas enloquecían asintiendo o condenando; sin embrago, al defenderse el gladiador respiraba fuego mientras él también azotaba a sus atacantes, alcanzándolos o perdiéndolos, a veces perdiendo él mismo el equilibrio hasta casi caer.

Si bien no dieron un golpe mortal, los jóvenes Cruz y Rubio estaban encantados con su desempeño, con Rubio oliendo a sangre e intoxicado como nunca antes. Trump sobrevivió a la pelea y, brevemente, se retiró a lamer sus heridas antes de salir al día siguiente junto con un nuevo aliado y antiguo rival, Chris Christy, gobernador de Nueva Jersey –una pequeña provincia que vive a la sombra de Nueva York– y quien alguna vez disfrutó de las burlas y humillaciones de Marco Rubio en un espectáculo público.

La creación de un demagogo

Ya no es suficiente con llamar a Donald Trump sinvergüenza, charlatán o demagogo. En este espacio he dicho incluso que él es el canalla que nos merecemos. Más de un comentarista ha llamado a Trump vulgar, mediocre, engañoso y de dudosa moral. Pero Trump, un fenómeno tan grandilocuente que si hablo del concepto de pan y circo romano podría interesarse en comprar la marca, no se ha hecho a sí mismo, como le gustaría alardear, sino que fue fabricado, envasado, rubricado y sellado por una cultura política y un entorno específico y luego lanzado al pueblo norteamericano y al mundo.

Cuando una cultura glorifica a un hombre como Trump (modelo de magnate exitoso, celebridad con su propio reality show televisivo pero sin encargarle la tarea de sus relaciones y prácticas de negocio turbias), le permite vivir en un universo propio, intocable e ingobernado por lo que se aplica a otros.

Las ovaciones del público y los chillidos de sus concurridas manifestaciones están a un paso del disturbio. De vez en cuando él se observa patéticamente como si tratara de imitar a los líderes populistas de una era pasada, con sus gestos y contorsiones exagerados. Él es el contorsionista-en-jefe de su generación. Así sucedió y a pantalla completa durante el último debate. Trump es el producto final de la larga metamorfosis del Partido Republicano en el último medio siglo, tras haber sido un partido que incluía las alas moderadas y de centro que lograron controlar a sus extremistas y guerreros culturales con muy pocas excepciones, como la desastrosa campaña de Goldwater de 1964 .

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Lo mejor y lo peor de Estados Unidos

Trump no es un republicano de toda la vida; sí es, en cambio, un oportunista y sinvergüenza vitalicio. Y en estos tiempos de incertidumbre encontró su casa en un partido que fue arrojado a un torbellino tras la elección de un afroamericano llamado Barack Hussein Obama como presidente número 44 de Estados Unidos. Dicha elección trajo a primer plano lo mejor y lo peor de Estados Unidos. La elección de Obama fue celebrada por una amplia mayoría pero también resentida por muchos. Su elección contribuyó a propagar el Tea Party y el llamado movimiento Birther, que negaba que el presidente fuera ciudadano estadounidense o afirmó incluso que se trataba de un musulmán ilegal.

Trump ha sido el líder rabioso de estos negacionistas con hálito de fuego. Como escribí recientemente: “demagogos populistas como Trump no se crean en un instante. Son producto de tendencias culturales y políticas que se mueven lentamente. En las últimas décadas hemos convertido lo que debería ser sano escepticismo de la autoridad en odio al gobierno, los anti-impuestos son casi una religión. Y se libró toda una guerra contra los que se atrevieron a ser diferentes, social y culturalmente. Trump es el producto de tales tendencias”.

Recientemente, el analista e historiador conservador Robert Kagan realizó un análisis profundo y brutalmente honesto sobre cómo la obstinación y torpeza del Partido Republicano crearon a su propio Frankenstein con forma de Trump, quien fue traído a la vida “por el partido, alimentado por el partido y ahora se ha vuelto suficientemente fuerte como para destruir a su creador”. Los sermones, insultos y diatribas intercambiados por las tres combatientes durante y después del debate aludido no tienen precedentes en las últimas décadas. Estos, que serían los comandantes en jefe, los potenciales sanadores de heridas nacionales en tiempos peligrosos, se llamaron unos a otros mentirosos, estafadores, artistas de la estrangulación y la mala vida. Y al igual que el “pan y circo” de la época romana, los espectadores disfrutaron de la pelea al unísono.

Las masas en tiempos de incertidumbre

No es políticamente correcto criticar los prejuicios y parroquialismos que animan a mucha gente política y culturalmente. Pero esta es una ortodoxia que debería ser impugnada una y otra vez. Trump es visto por muchas personas alienadas, votantes temerosos ante los cambios sociales y demográficos fundamentales, como su salvador: el líder que los librará del miedo a lo desconocido. Y las figuras públicas como Trump que florecen en la oscuridad saben cómo manipularlas y explotar sus miedos. Las masas a su vez muestran su lealtad al líder siendo cada vez más susceptibles a sus maquinaciones.

La historia del siglo XX está llena de dictadores, autócratas y los hombres fuertes que manipulan a las masas crédulas. Trump y sus partidarios a veces se revuelcan públicamente y de manera tosca en su desprecio por los diferentes grupos sociales. Nuevamente, Trump exhibió su desprecio por la libertad de expresión al amenazar a los medios de comunicación norteamericanos un día después del debate: “¡Vamos a aprobar leyes contra la difamación, amigos; y vamos a tener a tanta gente demandando como nunca antes […] Tenemos muchas cosas que hacer. Muchas, muchas cosas por hacer!” Los partidarios de Trump odian a los medios porque se les dice que forman parte del grupo dominante, de la élite que ostenta el poder. Cuando digo que hay algo podrido en la tierra quiero decir que advierto cómo todo esto atañe a algunos líderes y a las masas que los siguen.

Una encuesta reciente de NBC News sobre los partidarios Trump muestra que el 67 por ciento de ellos tienen una opinión desfavorable acerca de los estadounidenses musulmanes (frente al 35 por ciento del total de votantes que expresan esta opinión); y el 87 por ciento apoya una prohibición temporal contra todos los musulmanes que no sean ciudadanos norteamericanos para entrar en los Estados Unidos (frente al 47 por ciento del total de los votantes). La encuesta también mostró que el 55 por ciento cree que los inmigrantes ilegales que trabajan en los Estados Unidos debe ser deportados (en comparación con el 29 por ciento de todos los votantes). Sólo 50 por ciento de los partidarios de Trump desea aumentar el salario mínimo a 10 o 15 dólares la hora (frente al 72 por ciento de todos los votantes y el 49 por ciento de los republicanos).

En La rebelión de las masas, una colección de ensayos publicado en 1930, el filósofo español José Ortega y Gasset nos previno en contra de la conformidad de las masas, su tendencia a negar la creatividad individual y la libertad. Fue profético anticipándose a los grandes y cruciales movimientos de masas de las ideologías que dominarían Europa (y el mundo) por mucho tiempo. Se podría decir que Ortega y Gasset tenía en mente a hombres como Donald Trump cuando escribió lo siguiente: “Lo característico del momento es que el alma vulgar, sabiéndose vulgar, tiene el denuedo de afirmar el derecho de la vulgaridad y lo impone dondequiera”.

Traducción de D.M.P.

Publicado originalmente el 27 de febrero en Al Arabiya News © Al Arabiya News

  MelhemHisham Melhem es columnista y analista de Al Arabiya News Channel en Washington, DC. Melhem ha entrevistado a numerosas figuras públicas estadounidenses e internacionales. Es corresponsal de Annahar, el diario libanés más importante. Durante cuatro años fue anfitrión de Across the Ocean, programa de actualidad sobre las relaciones entre Estados Unidos y el mundo árabe para Al Arabiya News Chanel. Twitter: @hisham_melhem


Posted: March 6, 2016 at 10:30 pm

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