Bestiario pandémico
Ana Clavel
Para Eduardo Limón
No cabe duda que la pandemia y el encierro nos han afectado. Como suele pasar ante sucesos graves, pareciera que cada quien registra las etapas de crisis de manera propia: la negación, la culpa, la euforia, el enojo, la resignación se alternan y suceden, pero a veces se presentan de manera casi simultánea. Yo he pasado por la alegría de concentrarme mejor en mi trabajo y en mi vida, al hartazgo, la desorientación, la incertidumbre, la ansiedad, el mal humor, conforme los meses pandémicos se alargan. Recientemente me encontré escribiéndole a un amigo que me sentía en calidad de ectoplasma, ente difuso, pulpo, salamarquesa…
De inmediato pensé en el Manual de zoología fantástica y El libro de los seres imaginarios de Borges porque aquella enumeración de mi percepción propia me parecía insuficiente. Son varios los animales imaginarios con los que guardo cercanía. Por principio de cuentas, pensé en el Endriago (cruce de hombre, hidra y dragón, posee ligereza de movimientos y condición bestial), que desde el nombre me parece endiablado. (Juro que no recordaba que, al ser vencido por don Amadís de Gaula, el relato decía: “Antes que el alma le saliese, salió de su boca el diablo, e fue por el aire con muy gran tronido”.) Y es que por momentos me percibo con una furia asesina, dando coletazos de irritabilidad y desazón. Pero si hablo de coletazos, tal vez la figura que más me representa es el Mantícora, híbrido de hombre y león, cuya cola termina en un aguijón que gira lanzando dardos a diestra y siniestra.
Sé que mucho de mi estado de animadversión es provocado por el aislamiento y la incertidumbre. Habían transcurrido sólo un par de meses de la pandemia cuando me descubrí, yo que soy tan arisca y ermitaña, extrañando a los otros. Claro, no es lo mismo guarecerse y alejarse por deseo propio, que hacerlo obligada por las circunstancias. Y vaya que ni siquiera es un encierro total: a veces salgo, convertida en Hombre Invisible por el cubrebocas, las gafas y el sombrero, en busca de víveres, o a caminar alrededor de mi casa con la debida distancia. Pero entonces, ver a la gente con sus disfraces de protección y despersonalizadora invisibilidad, me sumerge en una burbuja enrarecida de desconfianza. En cada persona embozada reconozco el rostro del miedo, una señal de que el mundo está patas parriba y mucho más desquiciado de lo usual. Entonces regreso a mi casa con una nube negra sobre mi cabeza, como la de los cómics, que presagia tormenta casera y un ánimo de los mil diablos.
Yo quisiera tener el halo de las hadas dulces, con su varita de optimismo mágico, que circulan con consejos de autoayuda y superación en las redes, o la confianza de profetas e iluminados new-age que vaticinan un nuevo despertar de una humanidad más consciente. Lo mío es más furibundo y desazonado: un círculo metido en la angostura de un cuadrado, que bien podría recordar a los animales esféricos de Demiurgo, aprisionados en cofres o vasijas; o el Gato de Schrödinger diciendo: Esto me apesta a gato encerrado, si el felino hubiera sabido que un físico lo estaba poniendo en jaque hipotético: morir o… morir para demostrar una paradoja de mecánica cuántica –léase el Creador diciéndonos: cubrebocas o no cubrebocas, vacuna o no vacuna, Covid-19 ahora o no… pero de todos modos vas a morir tarde o temprano.
Uno puede pensar también que frente al desastre económico que afecta más a quienes menos tienen, al menos estamos ante las ventajas de la tecnología para subsanar un poco las cosas. Pero más bien, después de una sesión por Zoom o alguna aplicación semejante de conversación o foro virtual, tengo la percepción de que el mundo adquiere un aire fantasmal, que los límites físicos se borran y una ingravidez existencial nos vuelve figuras inciertas, cuasi hologramas. En estas circunstancias, cualquier parecido con el Gato de Cheshire, que desaparece gradualmente de la cola hasta las orejas, no es mera coincidencia… sobre todo si al final sólo nos queda una sonrisa histérica de horror por no saber por qué nos estamos desdibujando.
Y para colmo la realidad nacional, que bien podría llevar por título “Bestiario de especies fantásticas y otras francamente infernales”: políticos falsarios que bandean de un partido a otro cual Anfisbenas, esos seres monstruosos con cuerpo de serpiente y dos cabezas, una en su lugar y la otra en la cola, de tal modo que pueden ir para delante o para atrás.
Y para colmo la realidad nacional, que bien podría llevar por título “Bestiario de especies fantásticas y otras francamente infernales”: políticos falsarios que bandean de un partido a otro cual Anfisbenas, esos seres monstruosos con cuerpo de serpiente y dos cabezas, una en su lugar y la otra en la cola, de tal modo que pueden ir para delante o para atrás. Figuras públicas que bien podrían formar el equipo de Grifos y Arpías, “invulnerables y fétidas; todo lo devoran y todo lo transforman en excrementos”. Huestes de lambiscones que podrían conformar el grupo de Lamias y Nesnas, que “tienen un ojo, una mano, una mejilla, una pierna, medio cuerpo y medio corazón”, pues sólo son medio humanos. O las legiones de criminales y narcos, semejantes a los Demonios de Swedenborg, que no son especie diferente sino que proceden del género humano, “viven en el odio recíproco y en la armada violencia”, e incluso en el cielo se sentirían desdichados. Los mil y un rostros de la corrupción bien estarían representados por la afamada Hidra de Lerna de cien cabezas, que cada vez que le cortan una, le surgen dos. O por Kuyata, el gran toro de la mitología islámica, dotado de cuatro mil ojos, cuatros mil orejas, cuatro mil narices, cuatro mil bocas, cuatro mil lenguas y cuatro mil pies… Un personaje que no aparece en los volúmenes de Borges ni en ningún Liber Monstruorum, como el clásico del s. VIII, es el Chupacabras, que aquí reservo para ciertos líderes, empresarios y mandatarios que se han caracterizado por sorber hasta el hueso la sangre y las ubres del erario público.
Lejos de esas legiones infernales o de sus opuestos, los batallones de ángeles, héroes y elfos, yo para mi fortuna, tengo amigos sinceros que me han revelado atisbos de personalidades complejas y a la vez más humanas: hay quienes se confiesan a ratos Ogros, Escilas, Basiliscos, Kraken, Quimeras. Mi querida amiga, la escritora Adriana Díaz Enciso, quien radica en Londres y allá ha padecido los efectos de la pandemia, me comenta: “No puedo imaginar siquiera el nombre de esto que soy tras cinco meses de encierro. A veces no estoy segura de ser todavía un ser animado”. Por eso digo que ahora entre todos conformamos un “Nuevo libro de seres imaginarios y otros animales no tan fantásticos”.
Ojalá que tras el desastre –¿no quedó la Esperanza al fondo cuando Pandora destapó su famosa caja, esparciendo todas las calamidades por la tierra?–, remontemos como Aves Fénix y cada quien pueda resurgir de los escombros y cenizas ocasionados por este bicho letal llamado Coronavirus, pues, nos recuerda el escritor argentino: “No siempre vence la mayor fuerza. Al curso de una nave detiene una pequeña rémora”.
*Imagen de Eleonora Tofani
Ana V. Clavel es escritora e investigadora. Ha obtenido diversos reconocimientos como el Premio Nacional de Cuento Gilberto Owen 1991 por su obra Amorosos de Atar y el Premio de Novela Corta Juan Rulfo 2005 de Radio Francia Internacional, por su obra Las violetas son flores del deseo (2007). Es autora de Territorio Lolita, Ensayo sobre las ninfas (2017), El amor es hambre (2015), El dibujante de sombras (2009) y Las ninfas a veces sonríen (2013), entre otros. Su Twitter es @anaclavel99
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Posted: August 3, 2020 at 10:15 pm