“Aimonoce” y la Balanza de Pagos
Roberto Salinas León
Los abogados de Trump 2.0 insisten que hay una lógica extra-económica en la estrategia de usar los aranceles, que estos son instrumentos poderosos para lograr un piso parejo de reglas del juego, y con ello, paradójicamente, lograr un entorno de mayor libertad comercial.
La declaración de “guerra comercial” anunciada en Liberation Day el pasado 2 de abril (más bien, según un colega, Obliteration Day) ha paralizado al sistema de comercio global, a los mercados financieros, y la actividad económica cotidiana. La modalidad de incertidumbre es equiparable a la que sufrimos en la economía “zombie” de la pandemia. Para la inversión y las cadenas de suministro, para el consumo y la producción, para el ahorro, el cálculo económico se ha convertido en un ejercicio de adivinanzas, de si las amenazas arancelarias van en serio, de si el día de mañana habrá nuevas ocurrencias tarifarias, de si los empresarios deben contratar o no tal o cual despacho de “lobby.”
El largo-plazo, ahora, son las 6:00 de la tarde. Es un escenario que podríamos llamar “aimonoce”—la economía, pero al revés. O, según una simpática variación del gran Nassim Taleb, ahora enfrentamos el fenómeno del “cisne naranja.”
Los abogados de Trump 2.0 insisten que hay una lógica extra-económica en la estrategia de usar los aranceles, que estos son instrumentos poderosos para lograr un piso parejo de reglas del juego, y con ello, paradójicamente, lograr un entorno de mayor libertad comercial. Asimismo, dicen, las medidas son necesarias para rescatar la base industrial de EUA, lograr la auto-suficiencia en materia de bienes estratégicos como el acero, el aluminio y tecnologías de punta, además de rescatar los empleos que se han perdido en estados con fuerte presencia manufacturera, como Michigan, Ohio, o Pensilvania.
Este es, pues, el supuesto “method in the madness” del acuerdo de Mar-a-Lago.
En el fondo, sin embargo, la ideología neo-mercantilista del trumpismo aduce los desequilibrios en la balanza de pagos como evidencia que otros países le están “robando” a la economía estadounidense—“we are getting ripped off.” El gran enemigo es el déficit comercial. La fórmula que la administración de Trump usó para calcular los aranceles “recíprocos” consiste en dividir el déficit comercial de EUA con un país X entre el total de importaciones de ese mismo país X. La metodología es un chiste cruel, llena de falacias y forma de pensamiento estilo “aimonoce.”
En general, el hecho que la economía estadounidense tenga un déficit comercial con diversos países significa, en la economía real, que los ciudadanos estadounidenses importan más (o sea, compran más) de los ciudadanos en esos países de lo que exportan (venden) a los mismos ciudadanos foráneos. El comercio internacional es una actividad entre personas que, resulta, viven en fronteras diferentes. La misma forma se podría manipular para calcular cuánto y tanto es lo que Texas le “roba” a Ohio, o California a Florida, o Washington DC a Phoenix. O, la colonia Condesa a la colonia Del Valle.
Esta aplicación grotesca de la doctrina de la balanza de pagos, la misma que Adam Smith denunció hace 250 años, ignora dos principios capitales de la economía: las ventajas comparativas, y el costo de oportunidad. Es romántico soñar en lograr la auto-suficiencia en acero y aluminio, o en recuperar la grandeza manufacturera que caracterizó la planta productiva estadounidense el siglo pasado. Eso se ve; pero también es importante reconocer lo que no se ve—el resultado de nuevas inversiones, o mejor uso de capital productivo, que se dejaría de realizar por la infundada nostalgia de “make America great again.” Quizás los EUA son los mejores del mundo en hacer teléfonos inteligentes o automóviles, o cerveza y jitomate, o lo que sea. Pero resulta que son mejores todavía en turismo, educación, servicios corporativos, tecnologías de punta y mercados de capital. No sorprende que el superávit en la balanza de servicios (una actividad de la economía del conocimiento que genera mucho mayores ingresos que el comercio de bienes) es superior a los ¡300 mil millones USD al año¡ Una buena parte de este gran valor agregado sería el costo de oportunidad de insistir el regresar a la era manufacturera del pasado.
Por otro lado, la imposición de aranceles contribuye poco a “mitigar” un déficit comercial—a menos de que el nuevo modelo económico a seguir sea Cuba o Corea del Norte. La mejor forma de “atacar” el supuesto problema es crear las condiciones para generar mayores niveles de ahorro, lo que equivale a menor consumo. Aun así, la doctrina de la balanza de pagos supone el progreso al revés. El fin de vender, de comerciar, es generar recursos para poder comprar. A nivel internacional, ello significa que las exportaciones son un medio necesario (venta) para poder adquirir (compra) bienes de otros sitios que hacen esos bienes deseados a menores costos, o en forma más eficiente. La finalidad del comercio exterior, por lo tanto, no es exportar, sino importar.
A nivel individual, no causa pánico que tengamos un 100% de déficit comercial con la taquería de mi esquina favorita, con la tienda de autoservicios, con mi cantina preferida, o con mi compadre que me surte mango y aguacate. El problema, si es que lo hay, es la forma de financiar los niveles de compra que los consumidores cotidianos desean. Si es por medio de un abuso de deuda, o de despojar al prójimo, o de esperar ganar la lotería, entraremos en problemas. Si, a un nivel nacional de balanza de pagos, los déficits se financian con exceso de gasto público, acumulación irresponsable de deuda pública (léase: acumulación irresponsable), o incluso una sobre-dependencia de capitales volátiles de corto plazo, ciertamente puede darse un entorno complicado, incluso de crisis financiera. Pero ello es un tema de cómo se financia el exceso de compra sobre venta, no un tema de la balanza de pagos.
Hace varios años, en sus magníficas reflexiones sobre el uso y abuso del concepto de la competitividad, Paul Krugman recomendaba una terapia macroeconómica extraordinaria, relevante para el momento actual. Supongamos que las autoridades de los vecinos del norte omiten la totalidad de importaciones y exportaciones de Nueva York en el cálculo de la balanza de pagos estadounidense—bajo la premisa, digamos, que esa ciudad se ha transformado en capital financiera del mundo, o lo que sea. Entonces, cada bien adquirido en Nueva York fuera de la frontera ya no calificarían como importaciones; y, por lo mismo, todos los bienes que llegan a Nueva York del interior del país contarían como exportaciones. Así, en un instante, desaparece una gran cantidad de tinta roja de la balanza de pagos—siendo, sobre todo, que la ciudad que nunca duerme importa todo, y exporta únicamente servicios como turismo, entretenimiento, banca de inversión, asesorías corporativas, y, en años recientes, desarrollo de nuevas tecnologías de inteligencia artificial.
Nada, absolutamente nada, cambia en la economía real, pero así quizás se pueda dormir en forma más tranquila en Mar-a-Lago, la infame catedral de “aimonoce.” De por sí, más que experimentos mentales de esta naturaleza, bastaría un poco de análisis histórico: la balanza de pagos de EUA ha registrado un déficit comercial durante 48 años consecutivos, lapso durante el cual registró una tasa de crecimiento acumulado de 255% y una explosión consecuente de su producto por habitante. Por otro lado, la vez que EUA experimentó con la “aimonoce” fue justamente en 1930, con la implementación de la ley arancelaria Smoot-Hawley, la cual acabó de profundizar el mal momento económico que atravesaba la economía estadounidense en 1929, y culminó con la Gran Depresión.
Más allá de esta nueva y desafortunada ola de neo-proteccionismo, hay una oportunidad de aprovechar el momento del “re-set” que pretende los modos disruptivos de Mar-a-Lago, y encaminar hacia una senda constructiva. Doug Irwin, una de las voces más inteligentes sobre el entorno comercial actual, mantiene que la clave para potenciar el comercio en la zona norteamericana es la “reciprocidad en acceso a mercados.” El mismo principio impera con otros importantes socios comerciales de EUA, sobre todo China.
En nuestro caso, en plena antesala de la renegociación del TMEC, este principio implica un giro de 180 grados de Liberation Day y la exótica fórmula para determinar las represalias arancelarias: mayor integración de mercados de capital, simplificación radical de procesos aduaneros en la frontera, mucho mayor colaboración en investigación y desarrollo, inversión transfronteriza en logística, una política regional de cielos abiertos, y, sin duda, un enfoque productivo e inteligente en materia de inmigración en la frontera. En una futura colaboración ofreceremos un análisis de estas oportunidades.
Este giro también implica abandonar la doctrina de la balanza de pagos. Sir John Cowperthwaite, el célebre arquitecto del “milagro” de Hong Kong, recomendaba abolir todas las oficina de estadísticas económicas, para así obligar a las autoridades a enfocarse en lo verdaderamente importante: garantizar las condiciones que la economía real requiere para lograr mayor prosperidad—por ejemplo, un marco de leyes sencillas, cortes judiciales creíbles e independientes, una moneda sana, y demás.
En nuestra opinión, deberíamos seguir el ejemplo de Sir John, y de plano eliminar la publicación de la balanza de pagos en América del Norte. Ello nos ahorraría una gran cantidad de tiempo y dinero, y muchísima frustración innecesaria.
Roberto Salinas León. (Ph.D. en Filosofía y Teoría Política, Universidad de Purdue) es director de asuntos internacionales de la Universidad de la Libertad. Es presidente de Alamos Alliance, uno de los coloquios económicos más importantes en América Latina. Ha publicado en diversos medios como El Economista, Forbes, Nexos, The Wall Street Journal, Investor’s Business Daily, y varios otros. X: @rsalinasleon
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Posted: May 29, 2025 at 10:01 pm