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Caminar, un elogio

Caminar, un elogio

Antonio Ramos Revillas

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Siempre me ha gustado la idea de caminar. En una época practiqué el atletismo en pista y en el presente suelo caminar en una máquina ante una televisión que transmite películas de acción o spots comerciales de atletas de alto rendimiento, pero no es lo mismo.

La pareja de atletas es española y llevan a cabo una especie de caminata del infierno, porque consiste en realizar un circuito, pero interrumpido por aparatos y rutinas que implican saltos mortales, remo, levantamiento de pesas y otras de esas linduras, pero al fin y al cabo, caminan.

Mi gusto por caminar, sin embargo, está atrofiado porque, como millones de personas en el mundo, he prescindido de ello por el uso de automóviles y, en cuanto al ocio, por la conquista nada silenciosa del sedentarismo causado por ver series de streaming, cine o la vida gamer.

Mis últimas caminatas en mi ciudad fueron exploraciones, más bien, realizadas para aminorar enojos y descubrí que, como en muchas ciudades del mundo, incluso lo feo del paisaje ayuda a limpiar la mente porque quien camina no puede dejar su mente inmóvil y ésta se mueve también con el vaivén del cuerpo. Quien camina pone a su disposición otra velocidad, en la que el pensamiento siempre se desata. Ajusta la mirada hacia lo otro, hacia lo extraño. Busca en donde solo ha pasado a alta velocidad, una invocación que lo estimule.

Muchas veces, cerca de casa, pasaba a toda velocidad frente a un llano en el que estaban abandonados desde hace mucho, los chasises delanteros de cuatro tráileres de distinta época. Los miraba de reojo, pero rápido quedaban atrás. Cuando pude caminar frente a ellos me detuve y fue imposible no dejar volar la imaginación, la relación entre ellos, los modelos de los mismos, la gente que los condujo, la tarde que los abandonaron en ese sitio donde ahora pastan como animales mecánicos de un tiempo ya perdido.

Por eso, cuando di con Elogio del caminar, de Leslie Stephen, mi gusto por andar a la deriva se emocionó. En él, Leslie, narrador inglés del siglo XIX, narra sus paseos por la campiña inglesa y todo lo que el alma renueva por salir de la ruta conocida para reconocer y descubrir nuevos sitios, lugares desde dónde mirar otros atardeceres, perspectivas a las que llega uno cuando el cuerpo está cansado y tiene ante sí solo un horizonte que debe ser reinterpretado.

Nacimos para caminar. Nacimos para descubrir. Leslie también dice cosas como: “El verdadero encanto de caminar depende más inequívocamente cuando depende claramente del propio caminante”. El yo caminante. Hay mucho en la filosofía contemporánea que sabe que, quien camina, es de cuidado.

Caminar, libre, suelto, sin una dirección en particular o bien, con una, pero con distintas maneras de llegar debe ser una forma del nirvana. La mente se aquieta. Nos reconocemos exploradores. Nos reconocemos seres que miran a detalle. Somos pintores del paisaje, porque seleccionamos, nos retamos a descubrir y cubrir distancias, y la mente camina tanto o más que nosotros mismos. Los problemas tienden a aquietarse, las esperanzas también tienden a aumentar.

Tal vez por ello, porque en esa libertad del libre albedrío nos reconocemos, cuando descubrí Randonáutica algo en mi mente se opacó. ¿Ahora necesitamos también una aplicación para discurrir y andar a la redonda? Randonáutica le propone, a su usuario, distintos tipos de viajes por la ciudad. Le indica, mediante un aparente azar, sitios que el caminante debe seguir. Pero, al hacerlo, dirige lo que debes ver.

Imagino cientos de usuarios de la aplicación, presos de lo que la misma les indica, esforzándose en ver algo que sólo la aplicación intuye que debe ser visto. Y en el inter, tal vez puede que miren algo más. Pero el saber que cientos o miles de personas necesitan algo para salirse a caminar no deja de ser parte del estrés del hombre cotidiano.

Para parafrasear El señor de los anillos, que es una novela escrita a pie, cómo olvidar la persecución de Aragorn, Légolas y Gimmli por las estepas de Rohan tras sus hobbits, no es un anillo para gobernarlos a todos, sino “una app para gobernarlos a todos, para atarlos y en la oscuridad de la no imaginación, dejarlos”.

Caminar es lo que nos hace exploradores. Quien quiere mirar, puede encontrar al movimiento de su cuerpo, nuevas ideas. Caminar incluso en nuestras ciudades atestadas nos puede dejar ver el paisaje humano de nuestro tiempo. Porque, quien camina, va a una velocidad que solo andan también, los que sueñan todo el tiempo con historias, con resoluciones, con estar en sí. No necesitamos aplicaciones para eso, sólo el deseo final de ser libres ante nuestros pasos.

Y hacer, sí, del caminar, un elogio para nuestras vidas.

 

Foto de NIKOLAY GLEBOV en Unsplash

Antonio Ramos Revillas es egresado de la carrera de Letras Españolas de la UANL, institución que le otorgó en 2015 el Premio a las Artes por su trayectoria como creador, actualmente dirige su editorial universitaria. Ha sido parte de la cadena del libro en múltiples facetas, como docente de mediadores de lectura, librero, editor y autor. Su obra ha sido reconocida en dos ocasiones en la prestigiada selección The White Ravens que otorga la Biblioteca de la Juventud de Múnich, así como por el Banco del Libro de Venezuela, la Fundación Cuatrogatos y el International Latino Book Award. En el FCE también publicó La dama de la selva. Es miembro del SNCA.

 

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Posted: July 10, 2025 at 7:46 pm

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