Essay
La sombría primavera de Unica Zürn

La sombría primavera de Unica Zürn

Giovanna Rivero

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En una entrevista hecha a la escritora mexicana Clyo Mendoza escuché o leí que ella mencionaba a Unica Zürn como una de sus lecturas y compañías más preciadas. Yo, que acababa de leer Furia y que había quedado maravillada con la honda intensidad de ese libro breve, no tardé en buscar información sobre aquel ser único al que Mendoza se refería. En ese momento apenas pude encontrar fragmentos sueltos en Internet, apreciaciones incompletas –no se me ocurrió hacer una búsqueda de artículos en Google Scholar, pues yo quería leer directamente a Zürn–, y el libro que Amazon me ofrecía, Primavera sombría / El hombre jazmín, ostentaba el descomunal precio de quinientos dólares.

A veces, sin embargo, la vida puede ser buena: hace unas semanas, buscando otro título en Amazon (una plataforma que debería dejar de lado, pero el apuro de la vida cotidiana me entrampa y retorna una y otra vez a ese agujero negro), la voz del capital susurró: “este es un título que podría interesarte”.  Y ahí, precioso y escaso, levitaba el libro de Unica Zürn! A quince dólares. Temblando (imaginaba que otras mentes febriles se abalanzaban sobre él con la misma ansiedad o deseo que me dominaba) oprimí todos los clicks que la posesión de ese libro exigía.

El libro llegó en un sobre flaco. Olía a biblioteca de viejo.

Se trata de una primera edición Seix Barral de la traducción del alemán al español, a cargo de Ana de la Fuente. El año,1986. Yo era una púber y Unica llevaba algunos años muerta. Muerta como tantas veces lo fantaseó. Muerta desde 1970, pero viva en cada pliegue de la contemporaneidad. Abrumadoramente viva. Eso es lo que siento cuando recorro ahora estas páginas tan llenas de una luz que ciega, tan saturadas de la carne atribulada de Unica, esa carne que el hermano mayor tomó, violó, arrastró al desequilibrio, siendo ella una niñita. Oh, Unica, querida –tengo ganas de decirle, atravesando la imposibilidad–, gracias por esta escritura tuya que se levanta como un remolino, esta autobiografía que honra la locura, no solo como experiencia de vida, sino como camino de doloroso autoconocimiento. Unica, Unica, cómo arde tu nombre en esta literatura-testimonio.

“Primavera sombría”, la primera parte del libro, es un relato largo, escrito –según dicen sus biógrafos– en la cincuentena de su vida, poco antes de que la esquizofrenia con la que fue diagnosticada se convirtiera en una enemiga íntima. En “Primavera sombría”, Zürn narra las sucesivas fascinaciones que una niña experimenta, primero con su padre, que siempre regresa, por pocos días, al hogar de Berlín y vuelve a marcharse hacia sus servicios de caballería en África, luego con un compañero algo mayor, con quien desarrolla juegos iniciáticos prematuramente retorcidos, y finalmente, con su maestro, a quien se atreve a visitar en su pensión para revelarse ese amor precoz. Esta última visita marca a fuego la estructura psíquica desbordada de la pequeña, quien ya viene lidiando con los abusos sexuales a los que la somete el hermano mayor. La decisión conclusiva que toma la niña es de una desesperación escalofriante, donde no falta el vínculo excedido con lo animal, tal vez como promesa de que aquello que habitará a Unica Zúrn por el resto de su vida no será el espíritu en su dimensión más etérea, sino el ánima, en tanto derivado de lo fáunico, de lo apabullantemente irracional.

Hermana existencial de Marosa di Giorgio, también Unica Zürn tiene un jardín oscuro en su galería simbólica. Es un jardín donde, como en di Giorgio, las niñas de hímenes rasgados atraviesan los árboles de garras abiertas en busca de algo que no están muy seguras qué es. De eso se trata precisamente la segunda parte del libro, El hombre jazmín. Escrito más en clave de nouvelle, una nouvelle-riachuelo que corre en un cauce despavorido, este texto registra las diversas internaciones en centros psiquiátricos –clínicas de vigilancia médica y manicomios– que Unica Zürn vivió durante sus años en París, cuando ya tenía un nombre como artista y un halo de prestigio entre los cultores del surrealismo. El hombre jazmín es un testimonio sobre la relación fantasmática que “ella” (ropaje en tercera persona que Zürn crea para tolerar narrar su esquizofrenia) sostiene con el encantamiento de un hombre, uno cuya identidad se desprende de Henri Michaux, poeta al que amó literalmente hasta la locura.

Pero ese “hombre blanco” también podría ser un arquetipo más hondo. Recordemos que el padre de la escritora alemana ha sido la primera presencia masculina amable y huidiza en la soledad de su infancia, tragado por los deberes de los conflictos bélicos, por las guerras persistentes que cubren todo con su insoportable melancolía. Zürn, al fin y al cabo, como muchas otras de las mujeres dementes con las que convive en el hospital Wittenau, es hija de la Primera Guerra Mundial, criada por la posguerra, exiliada por el siglo XX en el calabozo del delirio. Esa criatura atormentada que es la escritora de anagramas y dibujante de quimeras –porque Zürn trasladaba al papel las formas terribles de los sueños, respetando a pie de símbolo cada uno de sus isomorfismos–, “ella”, Unica, se pierde en las calles de París convocada por la voz del “hombre blanco”, que la cuida, que la seduce y que, cuando la crisis ha pasado, la abandona. Terrible ironía, Unica sufre acaso más durante las temporadas ‘sanas’, cuando la locura la arroja de su reino psicodélico y la vacía de sí. Sin creatividad, sin deseo, sin pulsión de escritura, Unica Zürn desfallece…

Y qué palabra, oh Dios mío, es esta, “desfallecer”. Si me atrevo a seguir con humildad la lógica de Zürn, su obsesión por los anagramas, su organización mental, no puedo dejar pasar ese prefijo de despojo que es “des”. Unica intentó muchas veces suicidarse, buscaba morir, fallecer, dejar que su ánima se desbocara desde un piso alto hacia el seno infinito del jardín de niñas. Muchas veces no lo logró, hasta que sí. Mientras tanto, en el transcurso hacia la ansiada liberación de tanta fiebre, ella desfallecía, es decir, no moría, no. Desfallecía. Se retiraba de sí solo temporalmente, dejaba que su alma en pena desanduviera por las calles de París. Vivía demasiado conscientemente su imposibilidad de despellejarse, de salir de esa carne que su marido, el fotógrafo surrealista, Hans Bellmer, había sometido en distintas performances, haciendo de ella un trozo de carne que emulaba un cefalópodo. Bellmer tallaba en ella hendiduras para evocar vulvas multiplicadas, pezones que miraban obsesionados su imagen en el espejo, aplastando una vez más la ya sangrante subjetividad de Zürn.

Unica Zürn no le huyó a su locura, quizás porque, como lo afirmaba Michel Foucault, “el enfermo no ignora todo de su enfermedad”, no está por fuera de esa “originalidad” que lo quema en vida. Cierta vez, narra Unica Zürn, internada en la clínica de Lacan, “por fin pregunta a una enfermera dónde está. La respuesta es: “En el hospital St. Anne”. Ella sabe lo que esto significa. Por primera vez en su vida, está en un manicomio. No se subleva, antes experimenta la sensación de estar salvada” (106).

Oh, Unica, Unica mía, quiero decirle, qué fantástico corazón sigue ovillándose en tus páginas. 

 

Foto de Thomas Allsop en Unsplash

 

Giovanna Rivero (Bolivia). Es doctora en literatura hispanoamericana por la University of Florida. Es autora de los libros de cuentos Tierra fresca de su tumba (2020) y Para comerte mejor (2015), y de la novela 98 segundos sin sombra (2014), entre otros libros. Fue seleccionada por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara como uno de “Los 25 Secretos Literarios Mejor Guardados de América Latina” (2011). Académica independiente. Junto a Magela Baudoin y Mariana Ríos dirige Editorial Mantis. Coordina talleres de escritura y lectura online. https://giovannarivero.com/

 

 

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Posted: June 17, 2025 at 3:33 am

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