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La Sirena
COLUMN/COLUMNA

La sirena

Andrés Ortiz Moyano

Al final es cuestión de pasta. Los nuevos gigantes del consumo audiovisual aprovechan las libertades que, a pesar de todo, se respetan en las democracias liberales occidentales para generar falsos debates…

“Las princesas del mar. Éstas eran seis, y todas bellísimas, pero la más bella de todas era la menor. Tenía la piel clara y delicada como un pétalo de rosa, y los ojos azules como el lago más profundo. Como todas sus hermanas no tenía pies, sino cola de pez”.

La dulce descripción que Hans Christian Andersen hizo de la Sirenita (que no Ariel, ese nombre se lo puso el ratón Mickey) en su celebérrimo cuento homónimo, debería aclarar lo que en las últimas semanas está generando un debate ridículo y efímero en medios de comunicación, e igualmente ridículo pero más persistente en el lodazal de las redes sociales. Esto es, un debate pueril y en puridad irrelevante sobre el que, empero, aquí se halla el firmante dedicando su columna mensual.

Debía aclarar la pluma de Andersen, decíamos, la importancia que el genio danés le confirió al color de la piel de la protagonista de su cuento más famoso. O sea, ninguna. Sin embargo, hete aquí, doscientos años después, que Disney nos pone en bandeja una polémica tan burda como tentadora cual súcubo medieval para que nos embarremos gustosos en el cenagal de los debates digitales. Eso sí, Mickey, Minnie y Donald contando billetes mientras nosotros perdemos el tiempo.

En los últimos tiempos, con Disney a la cabeza, pero también los Netflix, Amazon y demás organizaciones tipo Spectra que dominan nuestras vidas, han planteado un negocio cojonudo: mientras sea polémico mi producto, ¿qué más da su calidad? ¿Y el pastizal que me ahorro? Fordismo puro, oiga.

Recientemente estaba viendo en “Disney Plas” (¿por qué cazzo lo pronuncia así un tipo que puede ser de Murcia o Albacete?) la simpática aunque irregular ‘Solo asesinatos en el edificio’. En la misma, un personaje femenino que en la primera temporada tiene pareja heterosexual, en la segunda resulta ser bisexual porque sí, by the face, sin ningún tipo de evolución del personaje que justifique el cambio. Una supuesta vuelta de tuerca absurda que alcanza el cenit del ridículo más burdo cuando un personaje bobalicón dice que le gusta que de pronto sea bisexual porque es “progresista”. Con dos gónadas… y a otra cosa

Más aún. La Rueda del Tiempo, de Amazon, uno de los personajes más profundos de una saga de novelas que se alargan durante 14 volúmenes (es la segunda saga de fantasía más larga de todos los tiempos), la hechicera Moraine, porque sí, resulta ser homosexual. En las novelas, del fallecido Robert Jordan, se explica que uno de los grandes sacrificios que hacen las magas de la orden de Moraine es, precisamente, renunciar al amor y a la sexualidad para dedicarse en cuerpo y alma a la tarea para la que fueron ungidas. Particularidad que, además, embarca al lector a un continuo reto de imaginarse el desempeño de mujeres, por cierto, mágicamente muy atractivas, en un mundo brutal.

Pero ahí que han llegado los muy comprometidos, muy progresistas y muy cuquis los creadores de los nuevos contenidos, que se han pasado por el forro cualquier propuesta sugerente al lector y ancha es Castilla.

Sigamos con el mangazo, los ejemplos no faltan e incluso le dan una vuelta de tuerca. La misma Disney o cualquiera de este contubernio internacional de la codicia, nos toman por tontos cuando, además, establecen un doble juego, por un lado mientras lanzan el cebo de la provocación, a la vez que se ponen la medalla del adalid de las minorías oprimidas.

Los casos son sonrojantes, como en Onward (2020), una película menor que se lanzó en plena pandemia (había que hacer caja pues los cines estaban llenos de grillos) con el mérito de “introducir al primer personaje abiertamente gay” en una película Disney. Los que nos imaginábamos algo gordo, como un protagonista marcadamente LGTBI+, nos encontramos con un personaje femenino irrelevante en la trama que dice que tiene novia. Ya está, exactamente 3 segundos.

Otro ejemplo similar es en la olvidable Lightyear (2022). También se provocó malintencionadamente un absurdo debate en el que los ociosos tarugos de Twitter –de corte más rancio– entraron de lleno. La supuesta polémica venía por presentar ooooootra vez, a un personaje abiertamente gay que, además, se besaba con su pareja. Aquí ahora sí que sí, esperaba una bacanal lujuriosa que ríete tú de los mejores tiempos de Rob Halford. La realidad, como siempre, ha sido mucho más pacata. Salen dos ancianas abrazadas durante una interminable secuencia de ¿2 segundos?

Ni negros, ni blancos, ni trans, ni heteros, ni homosexuales… no se engañen, a Disney y compañía se la traen todos al pairo mientras pasemos por caja. Por ello, cualquier tentación que pase por entender a Disney como el paladín de las causas justas es propia de un zote.

Al final, insisto, es cuestión de pasta. Los nuevos gigantes del consumo audiovisual aprovechan las libertades que, a pesar de todo, se respetan en las democracias liberales occidentales para generar falsos debates, pues tan ridículo es el que se rasga las vestiduras por un beso de 4 milisegundos entre dos personas del mismo sexo como creerse que los Spectra han hecho propósito de enmienda en pos de un mundo más inclusivo y justo. ¡Anda y que os zurzan, sinvergüenzas!

Vivimos en la época de mayores posibilidades narrativas de la historia. Los formatos son innumerables y los costes, asumibles. Me niego a creer que, a fuer de nuestra idiocia y cobardía, vayamos a sacrificar lo que, en esencia, nos define como seres humanos pensantes. Venimos del círculo tribal en el que compartíamos historias y leyendas. Desde el que imaginamos los mitos de Anansi, Amón, Zeus o Heimdall; desde el que nos embarcamos en el Argos, nos colamos en Troya y nos aventuramos con el rey mono; donde combatimos molinos de viento, creamos al moderno Prometeo o cazamos a la gran ballena blanca. El círculo, en definitiva, que nos hizo lo que somos. No lo estropeen, se los ruego.

*Fotograma de La Sirenita (2023) de Disney

 

Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetasClaves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy

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Posted: October 11, 2022 at 10:01 pm

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