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Utopía fósil
COLUMN/COLUMNA

Utopía fósil

David Medina Portillo

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No theory, no promises, no morality, no amount of good will, no religion will restrain power. . .  Only power restrains power. —James Burnham, The Machiavellians: Defenders of Freedom (1943).

Es curioso pero los ataques más letales al liberalismo no provienen ya de la izquierda sino de la derecha, sobre todo de la derecha. La derecha antiliberal que ocupa el mando en la nación más poderosa del planeta es la que está barriendo con el orden global. Y lo está liquidando no solo en el terreno político y económico sino también en la guerra cultural, en donde patrocina al antiliberalismo como una corriente de pensamiento con influencia efectiva e inmediata en las políticas públicas.

Son los intelectuales del Postliberal Order (Patrick J. Deneen, por ejemplo) quienes, a diferencia del conservadurismo tradicional operativamente hostil al Estado, revierten desde la Casa Blanca los cimientos de una sociedad a la que consideran inaceptablemente individualista en favor, dicen, de un bien común postliberal.

Hace rato que la izquierda perdió el monopolio de la oposición con base social y la academia radical parece a gusto con su endogamia, con las cavilaciones cautivas de quienes se leen entre sí. Claro, hay excepciones pero la regla es esa, la disertación que de vez en cuando escapa a la cottage industry universitaria (Michael Lind). De modo que ante la justificada alarma por el floreciente autoritarismo aquí y allá, la izquierda académica no titubea en reactivar su denuncia del liberalismo de la Guerra Fría, como aquel reinante en la inmediata posguerra y hasta los años ochenta.

Botón de muestra: al profesor Samuel Moyn, autor de Liberalism Against Itself: Cold War Intellectuals and the Making of Our Times (2023), parece irritarle más la estigmatización del autoritarismo que el autoritarismo mismo. ¿Por qué? En el discurso político post 2008 la tentación autoritaria llegó a ocupar el lugar que tuvo el totalitarismo a mediados del siglo pasado. Se entiende que el totalitarismo soviético era la amenaza que emergió como potencia expansionista tras la derrota de Hitler y el fascismo.

Sin embargo, a Moyn y a sus colegas como Michael Brenes (Yale University) y Daniel Steinmetz-Jenkins (Wesleyan University), autores del ensayo “Legacies of Cold War Liberalism” publicado en 2021 en Dissent, les parece que el liberalismo antiautoritario carece de sentido. Se ganó la guerra, la posguerra y fue la democracia liberal la que redefinió el orden global. ¿Y entonces? ¿Por qué bregar aún con los fantasmas del comunismo, el fascismo y sus respectivas descendencias? La verdad es que los liberales no tienen otro discurso. Y las alarmas en contra del ascenso autoritario solo ocultan —ironiza Moyn— la incapacidad del liberalismo para ofrecer una alternativa a la desigualdad acumulada durante décadas. Esta es la verdadera amenaza, no el autoritarismo.

Tiene razón Michael Lind al subrayar que la izquierda académica no concibe ninguna renovación del discurso liberal que no aspire a la emancipación radical. Esto explica los extremismos de campus no solo hiperliberales sino, paradójicamente, antilustrados. Sin embargo, para Moyn, Brenes y Steinmetz-Jenkins aspirar a cualquier otra cosa es negar aquella herencia ilustrada. Una Ilustración igualitaria, por supuesto, que nunca será lo suficientemente extrema.

Creo a mi vez que tras este fenómeno se aloja una realidad a la que se le ha muerto la seducción utópica, ideológicamente imbatible apenas ayer. La imaginación radical de izquierda se volvió vegana, ecologista, comunalista, decrecionista, cripto o filopopulista, etc. El presente ya no le gusta. Nunca le gustó y de hecho su razón de ser fue siempre el combate del statu quo. No le gusta el presente pero carece de futuro. Y ese es el drama. Vive de utopías fosilizadas.

En este sentido, cuando demandan una renovación del liberalismo más allá de la lógica de la Guerra Fría la izquierda norteamericana suele fantasear con un retorno del Leviatán rooseveltiano, el mítico jardín del progresismo. En eso parecen coincidir con el igualitarismo mexicano, atado a la utilería cardenista y a las variantes oficialistas del “liberalismo social”.  El pasado es más fructífero que el futuro y sus reservas probadas de discurso resultan inagotables.

Ahora bien, pese a que todo es ideología según el dogma sobrexplotado de la izquierda, la nueva derecha no es ideológica. Es maquiavélica y no necesita una razón extrapolítica que le de legitimidad. Reanimando una máxima de Burnham (entre los padres fundadores del nuevo conservadurismo), entienden que solo el poder combate al poder. Lo demás es literatura. Importa cómo se gana y mantiene el poder, no cómo debería ser dicho poder. Burnham definía esta práctica como realismo político: una fatalidad que, más allá de lo deseable o indeseable, es un hecho.

Leo en algún lado que la melancolía radica en la imposibilidad de volver o, en contraste, regresar a una situación que cambió desfavorablemente. La nueva derecha puede ser reaccionaria pero no es melancólica. Hoy vive a gusto con el presente e, incluso, el vértigo del presente es su combustible. En cambio, la izquierda es melancólica (cfr. Traverso). ¿A dónde podría volver? Su futuro solo es fértil en temores apocalípticos y su pasado totalitario también la condena. No sería extraño entonces que en estas fechas la izquierda radical académica y la nueva derecha encuentren más de una afinidad en contra del desacreditado y arrinconado liberalismo.

 

David Medina Portillo. Ensayista, editor y traductor. Editor-In-Chief de Literal Magazine. X-Twitter: @davidmportillo

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Posted: February 27, 2025 at 7:27 pm

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