La Bestia
Adriana Díaz Enciso
Durante los infaustos primeros días desde que Boris Johnson se puso el disfraz de primer ministro del Reino Unido, me rehusé a ver las noticias o leer los periódicos. Se me dirá que era evasión. Quizá, en parte, pero también había en ese retraimiento la voluntad de crear un espacio de quietud desde el cual poder aceptar esta nueva expresión de la realidad con al menos un mínimo de sabiduría. Volver la mirada hacia dentro me pareció una estrategia de supervivencia en lo que es más una crisis existencial que política. A veces pienso que es la crisis que corresponde a vivir en nuestro siglo, pero ha de ser nada más la de pertenecer a la raza humana.
La desventura no es que Johnson sea del Partido Conservador. Lo era Theresa May, lo fue Cameron, y aunque no voté por su partido ni los quería en el gobierno, eran tolerables o, al menos, inteligibles. La democracia implica el riesgo de que lleguen al poder aquellos cuya idea de sociedad no compartimos, y durante su mandato yo asumía que vivo en una democracia: el menor de los males conocidos en la delirante tarea de gobernar naciones. Sin embargo, cuando el sistema que sustenta esa democracia permite que llegue a primer ministro un hombre que nadie respeta, del que todos saben que miente y tergiversa la verdad por ambición, por placer, porque le da la gana; un hombre al que hasta la fecha, y pese a su larga exposición a la vida pública, no se le conoce ni un solo principio; un hombre proclive a la violencia que aprendió como uno de los perversos privilegios de la educación privada entre las élites sociales y económicas inglesas, y cuya complicidad en fraguar actos de violencia contra otros, por venganza, ha sido ampliamente difundida; un hombre que tras la máscara de bufón oculta a duras penas su fragilidad psíquica; un hombre incapaz de articular congruentemente sus ideas porque no tiene otras que no sean las del provecho personal; un hombre corrupto que en el pasado amasó fortunas como periodista a base de –con absoluta deliberación– mentir, tengo que detenerme a tomar aire.
No es que no haya sabido antes que buena parte de lo que llamamos vida política es puro circo, por no hablar de ignominia, pero creía que, aun así, los pilares de la democracia sostenían algo digno de ser sostenido. Cierto: en Estados Unidos, el lado oscuro de la democracia está encarnado en Trump (con quien Johnson es comparado a menudo, por la megalomanía, la ausencia de principios, los evidentes rasgos de una personalidad trastornada), pero ahí sabemos que millones y millones de personas piensan como él, le creen, comparten su siniestra y a la vez ridícula visión del mundo, y que su voto le dio la victoria. Es aterrador, pero obedece a una lógica.
No es ése el caso de Boris Johnson, quien, por las características del sistema electoral en estos rumbos, llegó al Número 10 de Downing Street por el voto emitido al interior de su partido de una caterva de ultraconservadores afiebrados que no representan en forma alguna a la mayoría de la población británica. Vaya, no representan siquiera a los tories en su conjunto. La infamia de Johnson es conocida por militantes de todos los partidos, el suyo incluido; por prensa y ciudadanos de a pie. La evidencia abunda: a menudo, Johnson mismo hace alarde de ella. Su comportamiento público es una representación exacerbada y consciente de lo que es: un niño malcriado que cree que el mundo es de su propiedad y lo quiere todo, aunque lo rompa. Leer Boris Johnson: The Beast of Brexit. A Study in Depravity, del fallecido Heathcote Williams, es un viacrucis por las hazañas de un sociópata, todas exhaustivamente documentadas. Salvo los conservadores más retrógradas, o las porciones más ignorantes de una masa que no pide más que pan y circo, nadie lo quiere. Es retado, ridiculizado, despreciado y temido por multitudes en todo el espectro del tejido social.
No voy a hablar aquí de Brexit, la jugarreta que lo llevó finalmente al cargo máximo y que, si se sale con la suya, acarreará caos y desdicha incontables. Quiero hablar de algo que me perturba tanto como el precio concreto en materia social y económica que hemos de pagar por haber permitido que este hombre se escabullera por la puerta de Downing Street: la endeble armazón del edificio político entero, la entelequia del poder, sustentada por lo que llamamos “intereses”, opinión pública y dinero, y alrededor de la cual giran el delirio informativo y las posturas ideológicas de billones de personas aunque no sea otra cosa que vacío. Digo billones porque no hablo ya nada más de Johnson y el Reino Unido, ni del fenómeno Trump o la complejidad de la amenaza a la democracia que presenta la manipulación informática. Hablo del poder desnudo, de ese gran teatro de ambiciones, crimen, vulnerabilidades y quimeras que escribe la historia y marca el destino de los pueblos. La inauguración de Boris Johnson como primer ministro exhibe la farsa y la utilería con una claridad que encandila y repugna
Tengo dos patrias. El Reino Unido, donde vivo, y México, donde nací. Malos son los tiempos en que los pájaros de mal agüero ensombrecen el cielo de tus dos patrias. En una llegan por la derecha; en la otra, por la izquierda. Como si se necesitaran pruebas de que la farsa del poder se origina en el lado oscuro del corazón del hombre, más que en sus tendencias ideológicas.
Desde acá, la última traición en la larga sarta de traiciones que es la historia de México (la peor de todas, ahí donde había tanta esperanza) duele, enfurece y desalienta. El arribo de un bufón y un pillo al puesto de primer ministro en estas tierras provoca similares respuestas. Cuando me retraigo de la alharaca de las noticias, de ese animal incontinente de mil cabezas que llamamos opinión pública, es para preguntarme cómo se vive una vida digna pese a todo, sin que nos arrastre el lodazal. Desnudemos, sí, a los impostores, a los traidores, a los payasos (con Johnson ni falta que hace: él se desnuda solo); opongamos resistencia frente a la arbitrariedad, la falsedad, la injusticia y la violencia. ¿Pero qué más? Debe haber algo más allá de este irse desgajando el alma contra la roca monstruosa del poder.
Hace poco vi el documental Niebla de guerra, de Errol Morris, sobre Robert McNamara, quien fuera Secretario de Defensa de los Estados Unidos durante las presidencias de John Kennedy y Lyndon Johnson. Apasionante para quienquiera que esté interesado en la política internacional, el filme es sin embargo mucho más que eso: es un arrancar del disfraz de eficiencia y lógica del poder para revelar, con casi insoportable transparencia, lo que hay debajo: humanidad. Frágil, a menudo extraviada humanidad. Ciega, autoengañada, incorregible. Es McNamara mismo quien blande el cuchillo para rasgar la máscara. Y ahí, en los jirones que quedan, están entretejidas nuestras historias, nuestras tragedias, nuestras lágrimas, la vergüenza infinita de la violencia ciega y el crimen colectivo.
Cuando las cosas pintan tan mal como ahora, en mis dos patrias y en tantas otras, pienso que es urgente reconocer esta dimensión abismal de la naturaleza del poder y la naturaleza humana, siempre más amplia que la coyuntura inmediata. Si nos desgañitamos de odio y frustración ante los seres que encarnan el lado oscuro del drama político en un momento determinado, corremos el riesgo de olvidar que es precisamente nuestra humanidad lo que está en juego, lo primero que perdemos cuando nos arrastra por el vendaval ideológico. En el reconocimiento de la cíclica tragedia representada por efímeros actores quizá nos sea posible encontrar aquello en la condición humana que se opone desde siempre a la verdadera bestia: el delirio innoble del poder. Quiero creer que en esa reflexión han de anidar la razón, la fuerza y la valentía para vivir una vida digna, pese a todo.
Adriana Díaz-Enciso es poeta, narradora y traductora. Ha publicado las novelas La sed, Puente del cielo y Odio, los libros de relatos Cuentos de fantasmas y otras mentiras y Con tu corazón y otros cuentos, y seis libros de poesía (Pronunciación del deseo, Sombra abierta, Hacia la luz, Estaciones, Una rosa y Nieve, Agua). Es también autora de la novela aún inédita Ciudad doliente de Dios, inspirada en los Poemas Proféticos de William Blake.
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Posted: August 28, 2019 at 8:54 pm