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Carlos Avilez y las introspecciones en el desierto

Carlos Avilez y las introspecciones en el desierto

David Dorantes

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Paraíso

Carlos Avilez salió del desierto, pero el desierto nunca salió de Carlos Avilez. Como cualquier persona de Sonora que se respete, Carlos Avilez siempre saluda con un fuerte apretón de manos y mira directo a los ojos de su interlocutor. Las charlas con ese músico pueden tomar horas pues es un testigo privilegiado del rock en México desde hace cuatro decenios en grupos tan significativos como Khafra y Cuca. También ha dejado con el bajo Fender mucho arte en su propia banda Avilez y Extraños, en la obra de los cantautores Jaime López, Gerardo Enciso y Óscar Fuentes, el boogie psicodélico del trío Gose y hasta la música medieval de la cantante Jaramar Soto. Avilez nació en Ciudad Obregón. Esa ciudad parece un milagro pues se construyó en una de las zonas más agrestes y desérticas del noreste de México. Los sonorenses aman su desierto. Cualquier otra persona puede ver la aridez de esas tierras como un páramo inhóspito, desolado, vacío. Ellos, los sonorenses, lo ven como una tierra fértil en luces y sombras. Un paraíso ideal para la introspección. Justo eso, la introspección, es la seña de identidad estética que permea en las letras de todas las canciones de Carlos Avilez cuando se revela como cantautor del desierto con armonías de rock o blues y una pátina de música ranchera.

 

El Náufrago

De vez en vez, Carlos Avilez lanza canciones que parecen la banda sonora de una película en blanco y negro que muestra la vida de hombres y mujeres trashumantes buscándole sentido a su vida por el norte de México o el sur de Estados Unidos. Según Avilez, en entrevista, las piezas que muestra en su carácter de cantautor se suscriben dentro de algo que él llama “música fronteriza”. El Náufrago, un rock-folk con ecos de western, es una de esas nuevas piezas que reflejan la vida en lo que Avilez define como “un solo país dividido por una línea… quizá no compartamos el mismo idioma, pero nuestras culturas son similares. Nos parecemos”. En la letra de El Náufrago, Avilez traza un mapa hacia la esperanza. “¿Cuántas veces no nos hemos sentido, en la vida, que volteamos y sólo vemos mar y cielo, pero tenemos que seguir nadando? El Náufrago es esta metáfora de sentirte perdido y solo y a partir de eso creé las estrofas. Y en medio de todo se vislumbra una playa, habla de los barcos, que son como la esperanza de que siempre se alcanzan en la orilla. No la veo como una canción derrotista. Al contrario, es una letra como positiva” detalla el músico en la charla desde su casa en Guadalajara, en México. Un tono lánguido en la música de El Náufrago es cortesía de Arturo Ybarra (guitarra) quien nos remite a la obra del compositor Ennio Morricone.

Nos gusta el rock and roll

A finales de la década de 1980, el siglo pasado, un flaco de pelo largo sobresalía en el paisaje del rock de la apática capital de Jalisco. Carlos Avilez había dejado su ciudad para estudiar Música en la Universidad de Guadalajara (UdeG). Los rockeros de aquella urbe por entonces se conocían uno a otros y siempre se encontraban en tiendas de discos como La Manzana Verde o el Quinto Poder, en las pocas tocadas en La Peña Cuicacalli, el Salón Arlequín, Galería Magritte o la Alianza Francesa. Los sábados y domingos por la tarde el Café Quetzal era el cuartel estrecho desde el cual un tal Óscar Fuentes lanzaba canciones propias entreveradas con temas de Rockdrigo González o Joaquín Sabina. Fuentes, quien ya había recorrido todos los hoyos funky como cantante del grupo Fongus, se afinaba la garganta con tragos de cerveza y humo de cigarros. A un lado de Fuentes en aquel pequeñísimo escenario estaba Avilez quien lucía por su virtuosismo y precisión en el bajo. Con frecuencia aquellas sesiones en el Café Quetzal sólo eran el prólogo para una larga noche en la que músicos y público se iban juntos para seguir la descarga de rock, trova y blues hasta el amanecer en la casa de alguien. Todavía hoy, Óscar Fuentes y Carlos Avilez son cómplices en todo tipo de locuras artísticas.

Alguien en quien confiar

El vínculo y amistad entre Óscar Fuentes y Carlos Avilez es tan sólido que ha dejado cintas que son joyas para melómanos e historiadores musicales. Por algún lado alguien debe tener incluso un cassette grabado en el Café Quetzal y que se fue reproduciendo hasta hacerse una pieza rara de colección en la historia del rock de México. También está el disco Las Horas Muertas de Virgilio Nadies Cadejo (2007) con canciones rabiosas y noctámbulas de un crudo rock and roll sin artificios. “Óscar Fuentes y yo somos llegado a tener como cierta simbiosis en esto de la composición, aunque cada quien escriba sus canciones. En Las Horas Muertas… la mitad de las canciones son mías y la otras son de él, pero si lo escuchas sin saber eso casi casi puedes pensar que es un mismo autor” detalla Avilez sobre los años de colaboración con su amigo a quien define como su “gemelo musical… siempre nos estamos mandando uno al otro la música que hacemos… o incluso lo que vamos escuchando. Los dos estamos muy clavados en la música fronteriza. Somos grandes amigos, la distancia no nos separa” revela Avilez sobre su cómplice artístico y quien, cosas de la vida, ahora rueda en una Harley-Davidson por el desierto de Arizona al otro lado de la línea junto a Sonora.

El presente a mi favor

Carlos Avilez descubrió junto a Óscar Fuentes y otros amigos músicos como César ‘Chacha’ Rivera (guitarra) y Armando Chong (guitarra), otros dos habituales al Café Quetzal, la importancia de la letra en una canción sin importar el género en que se componga. En México hay una robusta tradición de grandes letristas de rock y sus derivados. Artistas como Jaime López, Roberto González, Gerardo Enciso, Carlos Arellano, José Cruz, Armando Rosas o Arturo Meza, entre otros, marcaron el sendero del rock con letras bien trabajadas y pensadas. Esa brecha la ha seguido Avilez al frente de sus proyectos solistas y con letras introspectivas como la gran amalgama en todas las canciones. El ejemplo de eso queda evidente en su disco Las Sesiones del Desierto (2023). “Las letras para mí son muy importantes. Es lo que yo llamo la intención poética. Al decir las cosas en una canción parece que hablamos siempre de lo mismo. Hacemos canciones de amor, de desamor, de otras cosas profundas, pero lo importante es cómo lo contamos. El propósito que tengo es que alguien que lea la letra e, independientemente de escucharla junto con la música, le pueda gustar lo que dice y le encuentre un sentido” explica Avilez quien revela que suele poner mucha atención a lo que un artista cuente cuando canta.

Dulces dagas

El 25 de febrero de 1991 el Patio Mayor del Instituto Cultural Cabañas en Guadalajara se llenó de gente emocionada por ver a actuar al legendario cantautor de rock-folk Bob Dylan. Abriendo el concierto ofició el grupo de rock mestizo Los Lobos. En la primera fila de aquel concierto, tal vez en la segunda fila, estaba Carlos Avilez. Dylan abrió con Tangled Up in Blue en lo que fue un momento hipnótico. Avilez menciona justo al autor de Lay, Lady, Lay como uno de sus referentes a la hora de componer e incluso tan sólo por el gusto de leerlo. “A mí gustaría ser como esos cantautores malditos como Bob Dylan, Nick Cave, Leonard Cohen o Tom Waits, que son muy leídos sobre todo en poesía. Y así como las cosas se me dan en la música lo mismo me ocurre con la literatura. Un día… puedo estar leyendo a José Agustín y al otro a José Gorostiza. O puedo pasar de un ensayo de psicomagia de (Alejandro) Jodorowsky a la Biblia o ensayos de Gustav Jung. Uno debe, o debería, leer cualquier cosa que caiga en sus manos. Además, luego está esa parte de estar compartiendo lecturas. Ahora estoy releyendo a José Carlos Becerra (poeta)… soy en cierto modo muy antiguo, leo libros, porque las pantallas me cansan muy rápido. El día que colapse el internet siempre tendremos la biblioteca de la casa” reflexiona Avilez entre carcajadas.

Sin ley y sin destino

La diversidad de lecturas no es el único venero ecléctico en el que abreva Carlos Avilez. Como músico, ejecutante del bajo eléctrico de cuatro o cinco cuerdas, su nombre aparece en discos tan tiernos como Duerme por la noche oscura (2004) de la cantante de música medieval y renacentista Jaramar Soto, el rock duro y vertiginoso en La invasión de los blátidos (1992), Tu cuca madre ataca de nuevo (1993), La racha(1995) y El cuarto de Cuca (1997) con Cuca y hasta el rock ranchero de Jaime López en el disco Por los arrabales (2008). Para Avilez la música es un territorio que se expande casi de manera infinita y, desde su vocación, entre más se avanza en la creación más se abre el conocimiento. “No es algo que yo haya planeado cuando empecé a tocar… he tenido la fortuna de haber tocado con muchos músicos y aprendo de todos ellos. Por eso sucede eso de que me ven tocando un día rock pesado con Cuca o Khafra o norteño con Los Tristones de Puerto Bagdad en un bar. No me auto censuro a la hora de hacer música… porque yo creo que en la música todo se vale” cuenta Avilez y quien reconoce como sus máximas influencias al músico estadounidense de jazz Jaco Pastorius y los músicos británicos de rock Geezer Butler, bajista de Black Sabbath, y Gary Thain bajista del grupo Uriah Heep. Sin embargo, matiza, “si me preguntas por mis influencias la semana que viene… te diría otros” y ríe con sonoridad.

Bebe

En mayo del 2025 Carlos Avilez subió a sus redes sociales la canción Bebe, una especie de rumba rockera y norteña, que cuenta la tragedia de un hombre arrastrado al alcohol por un desamor. Alcohol y desamador son temas muy socorridos en la música popular mexicana por autores como José Alfredo Jiménez o Cuco Sánchez. El personaje en Bebe andando en la borrachera no entiende de razones, al igual que el del corrido Gabino Barrera de Víctor Cordero Aurrecoechea. “Esa canción ya tiene sus doce años… el alcohol es protagónico en muchos géneros de música popular y siempre, de alguna manera, está relacionado a la música. Ya sabes, esa imagen del músico con una relación estrecha con el alcohol. Mucha gente dice que los mexicanos somos muy dados al drama por la inmensa cantidad de canciones que hay de desamor y que corren el mito de que los males de amores se curan con alcohol” explica Avilez sobre el subtexto que yace en su nuevo tema y dice que ahora otros géneros le han tomado la delantera al rock para hablar de alcohol y otros excesos de sustancias varias. “El rock sí ha hablado de excesos… pero tal vez de una forma más poética e incluso honestamente cruda… Bebe también es una canción introspectiva porque uno, aunque no quiera, siempre acaba hablando de uno mismo” finaliza Avilez.

Tengo el blues

A veces parece que Carlos Avilez es dos personas. Uno es el bajista veloz y preciso que descarga ráfagas de rock pesado desde su bajo con Cuca ante miles de personas en cada concierto tocando temas como El son del dolor o Todo con exceso. Esa imagen tal vez está más cerca a la de rock star. Luego está ese otro cuate que busca un bar pequeño para tocar un rock reposado salido de sus momentos de soledad y búsqueda interior. La soledad entonces, alejado del bullicio de las giras, se vuelve entonces la chispa que enciente el motor de la creatividad. “La soledad, como algo que está mal, es uno de los tantos mitos que nos ha creado el sistema. Nos dicen: ‘no es bueno estar solo’. Estar solo no es malo y menos cuando es algo de elección… sí se requiere cierta dosis de soldad para echar a andar el proceso creativo. Aunque no es una regla. En muchos casos sí ayudan los ratos de ocio a solas para el proceso creativo. Me gusta mucho vivir acompañado, pero sí disfruto también la soledad. El gran reto de estar solo es disfrutarlo porque uno está acompañado de tu mente que no se calla” finaliza Avilez quien sigue de gira con Cuca tras treinta y cinco años de rock and roll. De vez en vez andará por ahí en un bar tocando su blues del desierto.

 

David Dorantes (Guadalajara, México) periodista y escritor. Ha sido reportero de cultura, deportes, crimen e investigaciones especiales para los diarios Siglo 21Público-Milenio y Houston Chronicle, además de columnista de música en los semanarios Primera Plana y Cambio. Tomó el taller de Crónica Periodística con Gabriel García Márquez invitado por la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano 2000 y ganó el Premio Emisario de Periodismo de la Universidad de Guadalajara 2000. Uno de sus cuentos apareció en la antología Dime si no has querido. Antología de cuentos desterrados (Literal Publishing, 2018), la primera de autores Latinoamericanos en Houston. Actualmente es periodista free-lance para varias publicaciones en Estados Unidos, México y España. Su Twitter es @HDaviddorantes

 

 

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Posted: July 8, 2025 at 11:03 pm

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