Del Congo a Gaza, Soundtrack para un golpe de estado, de Johan Grimonpre
Naief Yehya
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Al contemplar el genocidio del pueblo palestino llevado a cabo por el ejército israelí, con el consentimiento y apoyo de la mayoría de la población de ese país (82% de los ciudadanos quieren la expulsión total de los palestinos de Gaza, 47% prefieren el exterminio[1]), uno quisiera tener esperanza de que esta vez habrá justicia. Desearíamos creer que de alguna manera la “opinión mundial” de pronto entenderá la grotesca monstruosidad de esta campaña militar de destrucción y de limpieza étnica en contra de un pueblo desarmado y actuará para protegerlo y de paso rescatar lo que le queda de humanidad después de 20 meses de crímenes de guerra y de lesa humanidad cometidos impunemente a la vista del mundo, transmitidos en streaming y a la vez ocultados al negar el acceso a la prensa internacional. En vez de eso la mayoría de los gobiernos occidentales siguen justificando y apoyando la masacre. Lamentablemente no es de esperar un cambio en la actitud internacional, como no ha sucedido tampoco en anteriores crímenes descomunales contra la humanidad que han pasado al olvido. Uno de estos, quizá uno de los más impactantes es el caso del Congo.
Es suficiente concentrarse en un episodio de la trágica historia moderna de ese país centroafricano: el breve instante en que la colonia, que era considerada (junto con todos sus habitantes y bienes) propiedad personal del rey Leopoldo II de Bélgica, logra independizarse y esa nueva nación parece indicar el camino de liberación para un continente saqueado y atormentado por las potencias Occidentales. El cineasta, artista y ensayista belga Johan Grimonprez ofrece en su documental Soundtrack para un golpe de estado, una mirada fulminante al ritmo de jazz, blues, rumba y música de protesta, en forma de un collage vertiginoso de imágenes de archivo, fragmentos de discursos, citas (textos insertados con el diseño magistral de Hans Lettany), fragmentos de Mi país, África, de la activista e intelectual centroafricana y “la mujer más peligrosa del continente” (según los belgas) Andrée Blouin, y Congo Inc., del autor In Koli Jean Bofane, así como entrevistas que presentan las ambiciones, intrigas, idealismo, crueldad y desencanto que marcaron ese episodio de la Guerra Fría. Gran mérito de esta cinta recae en la edición de Rik Chaubet.
El recuento, también escrito por Grimonprez (dial H-I-S-T-O-R-Y, 1997, en el que colaboró con Don Delillo, Double Take, 2009 y Shadow World, 2016), es un ensayo cinematográfico que recuerda el trabajo de Chris Marker, y cuenta el breve experimento en que el joven líder congolés, Patrice Lumumba, se convierte en el primer ministro que apenas sobrevivió diez semanas a las intrigas y la agresión externa. Los protagonistas de este drama en el que Lumumba, quiso cambiar al mundo son algunos de los luchadores sociales, ideólogos y líderes más importantes del siglo XX, desde Malcolm X y Martin Luther King hasta Fidel Castro y Nikita Jrushchov, así como otras figuras fundamentales en el panorama de la época como Gamal Abdel Nasser de Egipto, Jawaharlal Nehru de la India y Kwame Nkruma de Ghana. Por el otro lado conspiraban los servicios de inteligencia belgas, británicos, estadounidenses e incluso la Organización de las Naciones Unidas para impedir que ese país se volviera realmente autónomo. Occidente sabía que era el momento de sustituir el viejo sistema colonial por un nuevo mecanismo de sometimiento y explotación con el cual poder seguir teniendo acceso y control de los inmensos recursos de las naciones “emergentes”, en especial en África y en particular del Congo, un país rico en uranio (determinante para la construcción de la bomba atómica) y valiosos minerales entre muchas otras cosas. Para los imperialistas y neocolonialistas Lumumba era considerado un riesgo debido a su retórica panafricana y a su intención de proteger las riquezas de la nación. El director de la CIA, Allen Dulles, lo denominó, “como Castro o peor” y Eisenhower deseó que “se cayera en un río repleto de cocodrilos”. Para desmantelar esta amenaza el gobierno de Eisenhower recurrió a un arsenal de herramientas que incluía espionaje, intimidación, chantaje, mercenarios, asesinatos y jazz.
Este último elemento es el eje de esta narración, en particular la manera en que la gira de Louis Armstrong, en calidad de “embajador del jazz”, en África, que patrocinó el Departamento de estado, fue usada más que como un ejercicio de “poder suave”, como una estrategia para encubrir las operaciones intervencionistas de sabotaje y de “cambio de régimen” que la CIA estaba llevando a cabo en el Congo. Sus conciertos fueron usados para desviar la atención del público mientras agentes de la CIA maquinaban un golpe en la región de Katanga, donde se encuentran ricos yacimientos de uranio, litio, cobalto, cobre y diamantes, para instigar una secesión con el apoyo del gobierno belga y estadounidense. De separarse Katanga el gobierno central perdía dos terceras partes de sus ingresos públicos y las potencias sabían que ese golpe fulminaría al gobierno nacionalista de Lumumba. Bélgica envió tropas, diplomáticos, funcionarios civiles y mercenarios para apoyar la secesión en beneficio de la empresa minera Union Minière (Umicore) y el grupo político liderado por Moïse Tshombe, como escribe el sociólogo y autor del libro The Assassination of Lumumba, Ludo De Witte.
En su exhaustiva, densa y desconsoladora presentación de las evidencias de esta conspiración, Grimonprez alcanza un tono intenso que va del thriller internacional a la denuncia política cargada de ironía y resignación. Pero esto lo hace con ritmos, melodías y armonías vibrantes cargadas de frases o riffs estridentes, solos melancólicos, acordes disonantes, coros desaforados, improvisaciones y variaciones en un fabuloso ejercicio de contrapunto entre forma y fondo. Escuchamos a Nina Simone, Miles Davies, Thelonious Monk, John Coltrane, Melba Liston, Duke Ellington, Dizzy Gillespie, Max Roach y Abbey Lincoln que en sí ya es conmovedor y electrizante pero a la vez se establecen resonancias desde Kinshasa hasta Moscú (aunque Jrushchov odiaba el jazz), pasando por Harlem y La Habana. Así mismo, aparecen músicos africanos como Miriam Makeba, La Grand Kallé y Rock-a-Mambo que tienen un diálogo con el jazz estadounidense y representan la riqueza, esperanza y versatilidad de la cultura joven del continente en ese momento de cambio.
Estados Unidos promovía giras de músicos de descendencia africana como propagandistas del American Way of Life, mientras éstos seguían viviendo un régimen de segregación, linchamientos y despojo. Estos músicos fueron usados en contra de su voluntad, ideales y certezas para desmantelar el incipiente proyecto democrático del que sería llamado brevemente “tercer mundo”. Gillespie fue enviado a dar conciertos en Irán, Bangladesh, Paquistán, Líbano y Siria en 1956 y Simone a Nigeria, en 1960, entre otros grandes que sirvieron sin saberlo ni desearlo a los intereses de la CIA. El mensaje de los emisarios musicales era tan sólo una distracción mientras se construía el entramado conspiratorio para controlar a los nuevos gobiernos en África y Asia post colonial.
Las acciones el en Congo culminan con el golpe de estado de Mobutu Sese Seko y el asesinato de Lumumba el 17 de enero de 1961. El ajedrez geopolítico súbitamente se había visto interrumpido por el bloque de naciones africanas recién incorporadas a la Organización de las Naciones Unidas (en 1960 se añaden 15 países de ese continente) que buscaban un nuevo orden político internacional y la organización de los países no alineados. El caso puso en evidencia los prejuicios, compromisos, complicidad y traiciones de la ONU y en particular del entonces secretario general Dag Hammarskjöld, en su esfuerzo por negar la autodeterminación de los pueblos que trataban de liberarse del colonialismo. Y esto hace a la cinta aún más oportuna y vital, ya que es un antecedente de la conspiración actual en esa organización en contra del pueblo Palestino, de la complicidad, el silencio y la impotencia del mundo frente al genocidio. Entonces como ahora la hipocresía y la cobardía no podrían ser más repugnantes. La ONU pudo haberse opuesto al golpe de estado y condenado con severidad el arresto del primer ministro pero se conformó con hacer declaraciones tibias. En los últimos meses Estados Unidos ha vetado cinco veces las iniciativas de cese al fuego en Gaza en el Consejo de Seguridad de la ONU. La descomposición e inutilidad de esa institución es apabullante y desde mediados del siglo pasado es meramente un foro de pantomima que usan las potencias como velo para disimular sus más violentas acciones.
Por momentos la narración parece enredada, caótica y difícil de seguir debido a su caprichosa estructura de red y su cadencia vertiginosa, de pronto casi rizomática por la fluidez con que muestra conexiones inesperadas, excéntricas y sin jerarquías. La abundancia de contexto de pronto resulta en una vorágine de referencias, datos y voces que van dado saltos temporales al intercalar cultura popular y política sin respiro. La confusión es parte del mensaje, es el eco cinematográfico de una realidad multidimensional por momentos inasible y amarga. Para puntear el caos, la crueldad y el pragmatismo imperialista el cineasta emplea una coda que se repite, en la que el grupo “La asociación cultural de mujeres de herencia africana”, integrado entre otras por Abby Lincoln, Maya Angelou, Rosa Guy y el baterista Roach irrumpen en el Consejo de seguridad de la ONU gritando: ¡Asesinos! ¡Esclavistas! ¡Hijos del kukuxklan! para denunciar enfurecidas el asesinato de Lumumba. Algunos atribuyen a esta acción el nacimiento del movimiento Black Power. En ese gesto está la impronta del modesto optimismo del realizador.
Grimonprez pone bien claro que la historia no termina ahí sino que se repite, cambian los rostros y las estrategias del colonialismo pero nunca sus objetivos ni su poder. La catástrofe del Congo es un buen antecedente de cómo el mundo mira hacia otro lado y se cruza de brazos mientras Israel mantiene un cerco total de Gaza para usar el hambre y la enfermedad como armas y según la propia UNICEF, desde octubre de 2023, más de 50,000 niños han sido asesinados o heridos, aplastados, desmembrados, incinerados, sepultados y vaporizados por las bombas israelíes en una siniestra venganza mesiánica que tiene como fin pragmático el expansionismo y la pureza del etnoestado.[2]
[1] Hazkani, Shay y Tamir Sorek, “Yes to Transfer: 82% of Jewish Israelis Back Expelling Gazans”, Haaretz, 28 de mayo de 2025,https://www.haaretz.com/israel-news/2025-05-28/ty-article-magazine/.premium/yes-to-transfer-82-of-jewish-israelis-back-expelling-gazans/00000197-12a4-df22-a9d7-9ef6af930000
Scheindlin, Dahlia, “A Grim Poll Showed Most Jewish Israelis Support Expelling Gazans. It’s Brutal – and It’s True”, Haaretz, 3 de junio de 2025, https://www.haaretz.com/israel-news/2025-06-03/ty-article/.premium/a-grim-poll-shows-most-jewish-israelis-support-expelling-gazans-its-brutal-and-true/00000197-3640-d9f1-abb7-7e742b300000
[2] ‘Unimaginable horrors’: more than 50,000 children reportedly killed or injured in the Gaza Strip, Statement by UNICEF Regional Director for the Middle East and North Africa, Edouard Beigbeder, 27 de mayo de 2025, UNICEF, https://www.unicef.org/press-releases/unimaginable-horrors-more-50000-children-reportedly-killed-or-injured-gaza-strip.
Foto de Marija Zaric en Unsplash
Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya
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Posted: June 8, 2025 at 5:42 pm