Prejuicios, ¿hasta el infinito y más allá?
Martha Bátiz
Lightyear, la nueva película de Pixar, debutó en el segundo lugar en cartelera en Estados Unidos y Canadá, y ese es el dato que más he visto acaparar los titulares por aquí: que Jurassic World se llevó el primer lugar, y punto. El hecho de que en la cinta animada la amiga de Buzz Lightyear, Alisha Hawthorne, le dé un breve beso en los labios a su pareja del mismo sexo, en Canadá no parece ser noticia. Aquí, el matrimonio igualitario es legal desde 2005 (Holanda fue el primer país en legalizarlo; Canadá, el cuarto después de España y Bélgica), junio es el mes del orgullo para celebrar a la comunidad LGBTQIA+, y francamente a estas alturas ya era hora de que Disney se abriera a dar representación a otros tipos de amor y de relaciones de pareja más allá de lo heteronormativo.
En Estados Unidos, sin embargo, esta breve escena sí ha dado de qué hablar. Al parecer este salto no fue nada fácil para Disney. De acuerdo con una carta que firmaron empleados de Pixar, sus ejecutivos ya habían censurado toda muestra de afecto homosexual en proyectos anteriores, temiendo, precisamente, que la controversia evitara que las cintas llegaran a los cines de todo el mundo. La presión que ejercieron los creativos de Pixar para que Lightyear no sufriera el mismo destino funcionó, y mientras que en otras circunstancias la escena la habrían cortado para cumplir con normas locales, esta vez Disney decidió aguantar que se prohibiera la exhibición de su película en salas cinematográficas de los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita, Egipto, Indonesia, Malasia, Singapur, Líbano, Omán, Qatar, Kuwait y Bahrain, y acaso también en China (¿a alguien le sorprende la lista?)
Tristemente, en América Latina, y de manera específica en México, aunque la película no fue prohibida, no cantamos mal las rancheras. La homofobia —abierta o disfrazada— que todavía padecen amplios segmentos de nuestra población ha salido a flote en cientos de comentarios que van desde el típico “yo respeto, pero no comparto” (que traducido al español quiere decir “finjo que no me molesta pero sí me parece mal”), hasta culpar a la “ideología de género” por “influenciar” a los niños que, por supuesto, pueden ver series de narcos súper sangrientas y oír a los padres insultarse o insultar a otros, denostar, humillar y discriminar, pero quedarán “traumados” ante un besito entre dos mujeres imaginarias. Alguien puso “yo no voy a llevar a mis hijos porque no sé cómo les voy a explicar eso”. ¿Cómo se explica “eso”? Así como hay hombres a los que les gustan las mujeres y mujeres a las que les gustan los hombres, hay hombres que prefieren a los hombres y mujeres que prefieren a las mujeres, así es el amor y no tiene nada de malo. Listo. ¿Ven qué fácil? ¡Servicio a la comunidad, checkmark!
Excepto que no es tan fácil. En México, a pesar de que el matrimonio igualitario es legal en 27 de 32 entidades federativas, cada tercer día (en promedio) una persona de la comunidad LGBTQIA+ es asesinada. Las mujeres transgénero son las víctimas más frecuentes (como siempre, las mujeres —cis y trans por igual— somos las víctimas principales de nuestra muy tradicional violencia machista). En segundo lugar, están los asesinatos de los hombres gay/ homosexuales; en tercero, los lesbofeminicidios; en cuarto, los asesinatos de bisexuales, hombres trans y hasta muxes. Es decir, la intolerancia ante una sexualidad que no obedece la regla heteronormativa les sigue costando la vida a muchas personas en nuestro país. Además, una cosa es que dos personas del mismo sexo puedan casarse y, otra muy diferente, que puedan gozar de los mismos derechos que los matrimonios heterosexuales. El acceso a seguridad social, vivienda y adopción homoparental todavía están limitados. ¿Por qué?
En un país mayormente católico como el nuestro, las creencias religiosas tienen a muchos todavía presos en la cárcel mental de la culpa y el pecado (aunque en privado esa misma gente ejerza su sexualidad para fines que no nada más reproductivos, como establece la Biblia, y temas como la infidelidad, las borracheras y demás, que también se condenan en el texto sagrado, se los pasen por el arco del triunfo). Porque en un país tan machista como el nuestro se festeja la violencia como señal de hombría, y porque la ignorancia disfrazada de pudor todavía les impide a muchos hablar de sexualidad de manera franca y aceptar que existen diferentes formas de amar o, simplemente, buscar placer físico. No falta el que piense que la homosexualidad es una abominación (palabra bíblica), o una “desviación”, cuando en realidad ha existido siempre, por lo tanto se trata de algo por completo normal. Lo anormal, me parece a mí, es que la sociedad y ciertos gobiernos sigan empeñados en controlar lo que sucede en las habitaciones de la gente, y decidir si lo que hacen en la cama dos mayores de edad del mismo sexo que han decidido entrar en una relación amorosa y/o sexual, es aceptable. Lo anormal es insistir en ocultar la realidad, sobre todo ante las personitas menores de edad, por miedo a que “se perviertan”.
Pervertir significa “hacer que una persona adquiera vicios y costumbres moralmente reprobables.” También significa “perturbar el orden o estado de una cosa.” Me parece que el orden o estado de ciertas cosas requería (y sigue requiriendo) urgente perturbación. Por ejemplo, solo hasta hace poco se dejó de considerar “normal” que un hombre golpeara a “su” mujer o la violara si ella no accedía de buena gana a tener relaciones sexuales con él (bajo la creencia de que el cuerpo de la mujer es propiedad de su cónyuge “macho varón masculino”). Y cuando el hombre asesinaba a “su” mujer, a aquello se le llamaba “crimen de pasión” en vez de lo que en realidad es: asesinato.
Pero mejor hablemos de “vicios y costumbres moralmente reprobables”, a ver a quién le sigue pareciendo peor un beso entre dos personajes femeninos imaginarios en una película infantil que las respuestas a cualquiera de las siguientes preguntas:
¿Cuántos hombres (y mujeres) heterosexuales, casados por lo civil y/o por la Iglesia, tienen relaciones extramaritales?
¿Cuántos hombres heterosexuales van a los “table dance” o a prostíbulos y traicionan ahí a sus novias o esposas?
¿Cuántos hombres heterosexuales son bígamos y tienen a dos esposas con sus respectivas familias en paralelo, aunque eso sí sea un delito (delito que no se castiga como establece la ley, dicho sea de paso)?
¿Cuántos hombres heterosexuales abandonan a sus novias embarazadas, o a sus esposas e hijos?
¿Cuántos hombres heterosexuales son pederastas? Y de los pederastas, ¿cuántos están afiliados a la Iglesia?
El patriarcado ha hecho muy bien su trabajo, por eso tanta gente cuestiona más las preferencias sexuales de la comunidad LGBTQIA+ que estos comportamientos machistas. Y por eso también nos hemos permitido construir un país en el cual el 47% de los hogares carecen de figura paterna. Los menores que habitan en ese 47% de hogares ya están familiarizados con una de las violencias más profundas que existen: el abandono por parte de su padre. ¿Cómo puede ser que eso sí esté “normalizado”, pero el amor entre parejas homosexuales siga resultando tan controversial? Hay mucho que analizar y corregir en lo concerniente al funcionamiento de nuestra sociedad. Las mujeres que participan y perpetúan la homofobia no se dan cuenta que hacerlo es casi lo mismo que votar a favor de la misoginia. Ya lo sabía en la España anterior a la Guerra Civil el gran Federico García Lorca: las mujeres y los homosexuales vivían —viven, vivimos— bajo la misma opresión. Solo podremos liberarnos si unimos fuerzas.
Que quede claro que no quiero decir que todos los hombres son malos. Estoy plenamente consciente de que hay infinidad de padres responsables y buenos esposos, de hombres que son grandes aliados de las mujeres y de la comunidad LGBTQIA+ Lo que me parece urgente reconocer es que en esta lucha por la igualdad, es indispensable que cerremos fila codo a codo ellos y nosotros(as/es), porque falta mucho para llegar a la meta. ¿O por qué le parece tan difícil a tanta gente explicarle ese besito en Lightyear a sus menores de edad? Es como si creyeran que la homosexualidad se contagia al verla en la pantalla, aunque eso sea tan ridículo como pensar que alguien se parecerá a Thalía solo por ver una de sus telenovelas (y hay un meme genial que invita a quienes así piensan a ponerles videos de Einstein a sus hijos, a ver si así “se les pega” la inteligencia). Pero la homosexualidad no es contagiosa ni se adquiere por ver una película. Así como a mí en el kindergarten ya me gustaban los niños, mis amigos(as/es) de la comunidad LGBTQIA+ me han dicho que desde muy pequeños(as/es) sabían de sus preferencias, pero gran parte de ellos(as/es) se reprimieron porque les habían dicho que eso “estaba prohibido”, que era “malo”. Es decir, sabían que decir la verdad sobre su sexualidad les acarrearía el rechazo de sus padres, de su familia, de personas cercanas y extrañas. ¿Es aceptable que un ser humano crezca negando su identidad por temor a perder a quienes más ama y necesita?
A muchos padres de familia en México los he oído decir que no quisieran que sus hijos(as/es) fueran homosexuales porque “sufren mucho”. Claro, “sufren mucho” pero por culpa nuestra. En el momento en que dejemos de juzgarles y les aceptemos, podrán tener una vida plena. Y ese camino empieza a andarse mediante la representación. Por eso este paso que han dado Pixar y Disney en Lightyear es tan importante y significativo. Han pasado 53 años del levantamiento de Stonewall. La comunidad LGBTQIA+ ha sufrido todo tipo de calamidades, que han ido desde el estigma a causa del SIDA (virus que les acarreó, además, la triste pérdida de parejas, de amantes y de amigos cercanos), hasta insultos, burlas, amenazas, golpizas, violaciones sexuales “para que se enderecen”, encarcelamiento y asesinato. El temor que a veces sienten al salir a la calle en ciertos lugares o a cierta hora es real y justificado, y profundamente injusto. Uno pensaría que las cinco décadas y pico desde que empezó la lucha por sus derechos bastarían para que ya nadie fuese objeto de violencia o discriminación a causa de sus preferencias sexuales. Pero henos aquí, debatiendo las implicaciones de un beso entre dos personajes femeninos en una cinta infantil (qué razón tiene ese tuit que dice que para quienes crecimos viendo a Bugs Bunny besar apasionadamente a quien tuviera en frente, esto no debería ser ni siquiera tema de conversación).
Es posible terminar con la homofobia. No nada más en junio, o a raíz de una película, hay que seguir educándonos y educando a toda la gente en nuestro entorno hacia la inclusión. Podemos marcar la diferencia en una generación más si nos lo proponemos y hacer de nuestro país*, y de nuestra sociedad, un sitio mejor. Perdamos el miedo a romper con lo binario. No llevemos nuestros prejuicios “al infinito y más allá”. Love is love. Happy Pride!
*aplica no solo para México sino para el resto de América Latina
Martha Bátiz es escritora. Ha ganado varios premios internacionales, entre ellos el Miguel de Unamuno de Salamanca, España, por su cuento La primera taza de café. Su primera colección de cuentos se titula A todos los voy a matar (Ed. Castillo, 2000); ha publicado la novela Boca de lobo, premiada en el certamen internacional Casa de Teatro de Santo Domingo y publicada bajo el sello de León Jimenes. Posteriormente fue publicada por el Instituto Mexiquense de Cultura (2008) junto con una versión al inglés bajo el sello de Exile Editions (2009). Martha es doctora el literatura latinoamericana, traductora profesional y fundadora del programa de escritura creativa en español que se ofrece en la Universidad de Toronto. Su Twitter @mbatiz
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Posted: June 26, 2022 at 2:35 pm