¿Quién le teme a Donald Trump?
Miguel Cane
En las últimas semanas, el precandidato a la presidencia de Estados Unidos, Donald Trump, ha causado más revuelo en medios y redes sociales, que en las últimas tres décadas juntas. Y vaya que dio mucho de qué hablar a propósito de la escandalosa disolución de su primer matrimonio con la inmigrante checa (no olviden este pequeño detalle) Ivana Zelníčková y del segundo con la ex-reina de belleza Marla Maples (a la que le fue todavía peor que a la primera); con la “pérdida” de su fortuna a manos del fisco como con su plutocrático reality show de TV The Apprentice.
Muchos han tomado su plataforma, ostensiblemente basada en un discurso patriotero y xenófobo (especialmente vitriólico hacia el inmigrante hispano, y con mayor crueldad dirigido a los mexicanos) como una especie de broma pesada; un performance de stand-up de baja estofa pero alto alcance, que con el tiempo iba a disiparse, dado que tuvo varios reveses en materia de branding al hacer su lanzamiento con comentarios antimigración que le valieron ser expulsado de la NBC, de la cadena de tiendas departamentales Macy’s y de Univision, a quienes les declaró la guerra. En suma, Trump como una mala broma, el Ross Perot de su generación.
Pero todo parece indicar que ese no es el caso.
Puede ser que Trump, con su característico cabello teñido de amarillo huevo, las hebras cada año que pasa más finas peinadas de forma que intenta ocultar una calvicie ya no incipiente, sino galopante, y su perpetuo gesto de niño petulante al borde del berrinche por quítame éstas pajas, no sea elegido como el candidato del partido republicano. Él representa la cara conservadora y de ultraderecha en el congreso de la unión, que los últimos siete años —tras dos desastrosos mandatos de George W. Bush, de infausta memoria— ha buscado bloquear a la administración de Obama a cada vuelta e intenta recuperar la Casa Blanca en 2016. Sin embargo, todo parece indicar que el partido del elefante se inclina más por Jeb Bush (ex gobernador de Florida, de carácter mucho más moderado y casado con la mexicana Columba Garnica Gallo desde 1974) en lugar del enfant-terrible Trump, que de llegar a ser el candidato electo, podría representar la debacle para los republicanos y no sólo en las urnas.
Sin embargo, lo más abominable no es que Trump encabece las encuestas y que Hillary Clinton esté extrañamente eclipsándose: lo peor es que Trump ha pasado de ser un chiste de mal gusto, para convertirse en un auténtico peligro, cuyo discurso de odio y fascismo disfrazado de la pretensión de hacer a su país mejor, ya está teniendo consecuencias. Hace tan sólo unas semanas un par de exconvictos blancos en Massachusetts atacaron, golpearon y se mearon encima de un homeless de origen hispánico en una estación del transporte metropolitano en Dorchester, al sur de Boston. Al ser arrestados, los agresores explicaron que justificaban el acto incalificable como algo que Trump había inspirado, a lo que éste declaró “mis seguidores son muy apasionados”. Más aterrador resulta que Trump, en su más reciente visita a Alabama, haya recibido el apoyo de supremacistas blancos (incluyendo el periódico neo-nazi The Daily Stormer) y que con sus discursos haya dado voz y libertad de acción a la especie más peligrosa de estadounidense: el imbécil xenófobo y racista que, al verse ostensiblemente representado, ve sus nociones más violentas como algo no sólo aceptable, sino hasta necesario.
Las exageradas ideas de Trump de hacer deportaciones en masa, campos de detención, y levantar un muro a lo largo de la frontera sur de EEUU —propuesta que tuvo eco ridículo con, por ejemplo, Michele Bachmann, ex aspirante a la carrera presidencial, que comparó esta idea con la muralla china, diciendo una verdadera perla de estupidez: “Los chinos construyeron hace 5000 años una gran muralla para mantener a raya a los ilegales. No hay inmigrantes ilegales en China”.
También Trump, cuya familia se remonta a inmigrantes de origen alemán llegados a EE.UU. en el siglo XIX, ha señalado que debería de abolirse la 14a enmienda a la constitución, aquella que otorga nacionalidad a toda persona nacida de padres extranjeros en territorio estadounidense (los llamados anchor babies) denunciando que ello da pie a un “turismo de nacimientos” ya que, de este modo, los padres pueden asegurar residencia y ciudadanía. Algo exquisito si se toma en cuenta que los tres hijos mayores de Trump, fruto de su tormentoso matrimonio con Ivana, son precisamente de esos anchor babies que desea deportar (¿a dónde, si Checoslovaquia no existe más?).
¿Quién le teme a Donald Trump? ¿Deberíamos estar alarmados? Las comparaciones con Hitler y Mussolini ya no parecen tan descabelladas como hace un par de meses. No importa tanto si consigue la presidencia —aunque a estas alturas del poema, no debería descartarse como una inquietante posibilidad— sino el hecho de que es un bully extrapolado que ha alcanzado dimensiones descomunales y que ha soltado a una serie de monstruos que podrían hacer el peor daño posible a los derechos humanos de minorías en cincuenta años, todo bajo una mirada complaciente en su repelente rostro.
¿Quién le teme a Donald Trump? Yo.
Miguel Cane es autor de la compilación Íntimos ensayos y de la novela Todas las fiestas de mañana. Es colaborador de Literal. Su Twitter es @aliascane
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Posted: August 30, 2015 at 5:26 pm