Lesbiana racista, homofóbica, antirreligiosa y mal hablada
Gisela Kozak
Me escribe una amiga por WhatsApp desde algún lugar de América del Norte. Es profesora universitaria, bilingüe de crianza y cuna y lesbiana con la cabeza y los dos corazones que tenemos las mujeres en el cuerpo. Lesbiana de pura cepa, pues.
-Hola, Gisela. Espero que estés de lo mejor en México, disfrutando de ese país que tanto nos gusta.
-Hola, mi pana, cómo estás tú.
-Te tengo una historia que espero me ayudes a contar.
-Me conoces de toda la vida y me pides que cuente historias que no se me ocurren a mí.
-Lo doctora no te quita lo pendeja que eres (emojis de carcajadas). Un alumno, alumna o alumne me acusó de homofóbica en la universidad. La denuncia fue anónima.
Me quedé pensando: es una broma. Suspiré profundamente y contesté:
-Mira, qué ganas de joder. Te has ganado premios como académica y activista lésbica, estás en la historia del movimiento LGBTQ, has escrito un montón sobre el tema…
-Para que tú veas.
-No entiendo nada. Es imposible que te hayan acusado de eso. Creo que se te puede acusar de infinidad de cosas, por ejemplo…
Me interrumpió sin dudarlo.
-Silencio, que mis defectos no vienen al caso, son muy pocos y más que conocidos. Aquella denuncia era un galimatías en el que se me acusaba de homofóbica, racista y de ataques a las religiones. Pésimamente escrita, por cierto.
-Un buen retrato de Marx o de Mussolini en su etapa temprana antes de ganarse a la iglesia católica: homofóbicos, racistas (recuerda a Marx en su texto sobre Simón Bolívar) y enemigos de las iglesias.
Me mentó la madre en tono jocoso y me pasó el texto en cuestión bajo petición de que no lo hiciera público: simplemente, un desastre.
-Eres una pésima profesora, no has enseñado bien el español a tus alumnos. No puede ser que escriban así -le indiqué con mi habitual tic de docente.
-Ándate al carajo. Para tu información, es hispanohablante. Y yo no enseño español, por si no lo recuerdas -me contestó con ese tono entre vanidoso y sexi que siempre la ha adornado.
-Oka. Tú versión de los hechos. Semejante texto no puede ser tomado en serio por nadie, es incoherente, mal escrito y contradictorio.
-Eso no tiene valor, Gisela, es la denuncia de un cliente y listo. No importa el currículum ni la experiencia, no importa lo que hayas hecho, solo importan los likes -respondió pausadamente.
-¿Cómo se te ocurre llamar clientes a estudiantes, chica? -le respondí sin ironía alguna.
-Gisela, veo que has cambiado. Tú siempre has llamado al pan, pan y al vino, vino.
-Eso era antes. Ahora disfruto del placer de no opinar, abstenerme y traducir la verdad a un lenguaje aceptable.
-Estás vieja.
-Cierto.
-Bueno, nunca es tarde para curarse de las fatalidades mentales.
-Con razón te chingaron, deslenguada (emoji de dedo medio, seguido de emoji de carcajada)
Me llamó por WhatsApp.
-La persona interpuso semejante esperpento de denuncia y qué pasó -pregunté.
-Fue un procedimiento confidencial. Me avisaron de que debía asistir a una reunión. Asistí y se trataba de una suerte de tribunal ad hoc, con una profesora del departamento, una persona de Recursos Humanos a la que se le veía sinceramente apenada por mi situación y una tercera persona que pertenece a la oficina que recibe este tipo de denuncias.
-Bueno, al menos no fue un escándalo público, con redes sociales, carteles y tendederos de por medio. Me pongo en tu lugar, qué injusticia tan espantosa.
-Tuve que defenderme de una acusación sin pruebas.
-Somos venezolanas que tuvieron que irse del país y en el mundo académico siempre se nos acusa sin pruebas, amiga mía. De derechistas, de trumpistas, de antifeministas, de colonialistas, de lo que sea. A nadie le importa lo que pasa en nuestro país, a nadie. Por lo menos tú te confiesas de izquierda, yo de defensora del pensamiento crítico a rajatabla, lo cual molesta a todo el mundo y por eso es mejor no decir nada. No me extraña que haya xenofobia detrás de lo que te ocurrió -le dije sin que se me moviera un sentimiento o una pestaña.
-Sí, la colega del departamento me dijo que tal vez el malentendido se debió a que hablé en español y no pronuncié las palabras completas -agregó con un suspiro.
-O que tu inglés no es tan bueno como para hacerte entender con suma claridad y sin ambigüedades -agregué.
-Por supuesto, eres adivina -contestó.
-He oído de todo de colegas universitarios de universidades costosas como donde tú trabajas: alumnado comiendo y hablando por teléfono, acostados en su cama en clases por zoom, jóvenes maquillándose, conversaciones telefónicas mientras se explica un tema, clasismo, pero lo tuyo es fuera de serie.
-No te imaginas aquel tribunal por zoom, leyéndome una acusación a la que no había tenido acceso. Monté en cólera.
-¿Tú? Me toca a mí decirte: estás vieja. Siempre has tenido sangre fría, demasiada.
-No para este tipo de cosas. La persona de la oficina de reclamos leyó el texto. Es una mujer joven y lo primero que me ofreció fueron unos cursos para “profesores con mucha experiencia” con el fin de sensibilizarme frente al tema LGBTQ.
-O sea, te llamó vieja.
-Sí, según ella por mi edad yo no entiendo nada. La colega del departamento, además, insinuó que tal vez yo fuese transfóbica.
-Pero la denuncia no dice eso.
-No, pero como siempre digo que este tema no debería causar tantas fricciones en el feminismo, la colega, una química con una maestría en ciencias sociales, tal vez piense que lo soy. Pero sí, la denuncia no habla de eso, efectivamente.
-Ajá, qué más te dijeron, aparte de vieja.
-La tipa me preguntó si era racista o había manifestado ideas racistas en el curso. Me indigné y me dijo que la persona que denunció seguramente tenía razón dada mi actitud. Inmediatamente la cuestioné por tener una perspectiva prejuiciada y le manifesté mi malestar por la situación y con su voz de autómata me dijo que podía llamar a la línea de ayuda psicológica de la universidad.
-¿En serio? Pero parece un bot de IA.
-No sé que decirte al respecto, pero el edadismo era descaradísimo.
-No puedo creer que no hayan revisado tus credenciales.
-Ya te dije que eso no importa. Procedí a escribir una carta a la jefa inmediata de la edadista, en la que expliqué todo mi historial en el activismo LGBTQ, las publicaciones, premios, conferencias, en fin. La jefa se disculpó en una reunión posterior en la que no estuvo la colega del departamento. Pero igual tuve que hacer unos cursos absurdos que incluían formas adecuadas de responder el teléfono.
Terminó uniéndose a mis carcajadas.
-Los hice y me fui para el carajo, Gisela.
-Alguna vez pensaste que se te iba a voltear en tu contra el activismo de ese modo.
-No. En tal caso, sé que he pagado caro el activismo en el sentido en que se pagan las causas impopulares en contextos conservadores, pero jamás pensé que me iban a llamar homofóbica.
-No se te olvide racista y enemiga de las iglesias, que, además, no pronuncia bien las palabras.
-Eres una bicha, Gisela.
-Ahora en serio: cómo te sientes.
-Ya me siento bien, en su momento monté en cólera, luego me dio tristeza y después solo me quedó el sabor de esta ironía gigantesca. Ya no me importa para nada, me fui a un trabajo mejor.
-Hablas de la misma gente que se queja cuando gana la derecha: ese o esa estudiante es un punitivista, cobarde y mal intencionado, pero la universidad es peor al creerle y proceder en consecuencia.
-El cliente siempre tiene la razón, Gisela, una curiosa actitud de personas que defienden ideales de izquierda, ¿no te parece?
-Así es esa izquierda de universidades costosas: ideales de adorno y bolsillo bien cargado.
-Ah no, ya te empiezas a meter conmigo, cambiemos de tema. ¿Hablamos sobre Venezuela?
-Qué remedio, hablemos. Espera: qué fue realmente lo que dijiste.
-Que las iglesias suelen oponerse al matrimonio igualitario, pero no podemos prohibir las religiones. Lo que hay que hacer es situarse en las coordenadas del Estado laico, como premisa básica de la sociedad democrática contemporánea. De esta manera, se puede dialogar con las personas conservadoras, como yo misma tuve que dialogar con mi familia y enfrentar sus rasgos homofóbicos y, además, racistas. Quería a mi familia a pesar de estos rasgos, pero no me conformé con aceptar su homofobia y su racismo. Cayeron en cuenta, fui convincente.
-Quien te acusó fue alguien que obtuvo una mala calificación, eso fue todo. Te pisoteó el cliente.
*Photo by Walls.io
Gisela Kozak es escritora, editora y docente venezolana. Reside actualmente en México y su último libro es El deseo es un piano invisible (cuentos, 2025).
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Posted: November 17, 2025 at 9:12 pm







