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VIAJES AL ESPACIO EXTERIOR
COLUMN/COLUMNA

VIAJES AL ESPACIO EXTERIOR

Ana García Bergua

Conforme nos sentimos menos vulnerables, el espacio se abre y pareciera que recobraremos la tercera dimensión: la vida dejará de ser este collage angustioso en el que la vida cotidiana, el trabajo, las clases, los trámites, las compras, las amistades, las fiestas y hasta los funerales se han emplastado en la planicie de las pantallas a lo largo de un año. De repente, como en los libros pop-up infantiles de prodigiosa ingeniería de papel, los dibujos se despegan de la página y saltan hacia afuera para formar bosques y palacios. Y nosotros también, como muñecos, nos ponemos de pie. Así, ya protegida con la segunda dosis de la vacuna milagrosa, he empezado a planear futuras excursiones al espacio exterior. A cada actividad, como antes, como siempre, corresponderá un espacio; a cada encuentro, un trayecto. 

No saben cómo anhelo ese espacio que se encuentra más allá de las calles cercanas y el consabido camino a la farmacia o al supermercado; aquel un poco más riesgoso y emocionante de las tiendas, los restaurantes; hasta he fantaseado con ir al centro en metro. Hemos pasado por esos mundos en automóvil, encerrados en la burbuja, sintiendo, cuando bajábamos para acudir a una cita médica o un trámite, que era desafiar a la muerte. ¿Estoy exagerando?, ¿cuánta gente que ha tenido que salir a trabajar todos los días no carga un cansancio brutal por el miedo de respirar aire sospechoso? Así, lo primero que pienso hacer es ir a la diminuta peluquería de mi barrio que solía parecerse al camarote de barco de Groucho Marx en A night at the opera y ahora tiene sus plásticos protectores, para cambiar el estilo Rapunzel que me ha enmarcado durante el largo año. Ya liberada de tanto pelo, me aventuraré con mi esposo a un café o a un restaurante, al aire libre, por supuesto. Es nuestro primer plan. A las caminatas podremos añadirles el detenernos a tomar algo sin temor. 

Después vendrán los encuentros familiares y de amigos vacunados en patios y jardines, pues los interiores seguirán provocándonos escozor. Serán lo opuesto a las famosas “fiesta Covid” de triste y contagiosa fama, y por desgracia no podrán contar con todos los amigos de diferentes edades y demarcaciones, pero algo es algo. Quizá podremos darnos el mexicano abrazo que se extraña mucho, beso lo dudo porque seguiremos con cubrebocas, pero eso sí: poco a poco iremos abrazando a gente más joven, conforme vayan recibiendo su Sputnik, su Pfizer, su Astra Zéneca. Para ello habremos debido cambiar un poco el guardarropa tan casero de estos meses, y si por la engorda en el encierro las galas se han apretado de más, nos probaremos ropa en una tienda o, si el bolsillo se apretó junto con la cintura del vestido, en el ingenioso tianguis –qué terror los centros comerciales atestados—para no tener que comprobar de nuevo que los pantalones on line no quedan igual.

Los trayectos posibles se volverán emocionantes, un tentar a la muerte, un probarnos vivos e invulnerables. Iremos a un teatro, dice uno, a un museo, un concierto, al cine, ¡a hojear libros a las librerías! En este punto dirán: ¿pero no piensas trabajar a alguna hora, acaso eres millonaria? Ya sé, ya sé, pero ustedes déjenme seguir con la fantasía. Bueno, siempre se puede trabajar en los cafés y algunas clases ya serán cara a cara, con las ventanas abiertas de par en par. ¿Se me nota la claustrofobia?

Pero el espacio exterior seguirá expandiéndose para nosotros, igualito que el Universo. Tal vez mi marido y yo haremos un viaje en el verano, en auto por supuesto. Cuatro puntos cardinales: a Veracruz, por supuesto, a las costas oaxaqueñas, a la deliciosa Sinaloa, a la península yucateca. Ya nos veo tomando el sol en alguna playa, devorando un aguachile,  unos papadzules, un mole, correteando por el campo con despreocupación. Para los viajes a otros países uno sigue confiando, como Blanche Dubois, en la generosidad de los extraños que te invitan a alguna feria, a algún encuentro de escritores, si es que zoom y sus facilidades no terminan con esa bonita costumbre. ¿O ya se acabaron los congresos, las convenciones, los festivales con personas hablando en el estrado ante asistentes curiosos? Quizá, entonces, los viajes en avión bajarán de precio y podremos ir a ver el mundo por nuestros propios medios (¿notan el optimismo?). 

Tanta ilusión tengo por que el mundo deje de estar aplanado en una pantalla, que vi esta noticia en los periódicos y me emocioné: la Nasa inventó un aparato que absorbe dióxido de carbono y produce oxígeno. “En su primera prueba sobre Marte, ha generado oxígeno como para que un astronauta respire 10 minutos.”  Será dentro de muchas generaciones que la humanidad pueda viajar a un planeta rojo ya pintado de azul, pero podrían ir oxigenando también el nuestro, quizá así lograrían no sólo aliviar la contaminación con dióxido de carbono sino, de paso, espantar a algunos virus tóxicos. 

Pero nada de esto es cierto, todavía no, es verdad. Mientras la pandemia no termine o por lo menos la mayoría de las personas hayan sido inmunizadas, los vacunados entusiastas seremos el nuevo peligro para la humanidad, iremos lanzando nuestros virus a diestra y siniestra, cosa que incluso muchos hacen sin vacuna ni pudor: habrá que tener cuidado con el entusiasmo literalmente contagioso que nos va a poseer y no olvidar que falta mucho para que esto termine. Pero sí salir, salir un poco, salir de esta realidad para terraplanistas, dejar las pantallas, salir a un mundo en tres dimensiones para vernos y tocarnos, también para recordar juntos a los que ya no pudieron salir.

 

Ana García Bergua  Es escritora y ha sido  galardonada  con el Premio de literatura Sor Juana Inés de la Cruz por su novela La bomba de San José. Ha publicado traducciones del francés y el inglés, y obras de novela y cuento, así como crónicas y reseñas en medios diversos. Twitter: @BerguaAna

 

 

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Posted: April 27, 2021 at 8:33 pm

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