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Elle, de Paul Verhoeven

Elle, de Paul Verhoeven

Naief Yehya

Para muchos la era del cineasta holandés Paul Verhoeven pertenece al pasado, al tiempo remoto y puritano del post reaganismo; una época en la que el público extrañaba las provocaciones eróticas y el cinismo desparpajado de las décadas precedentes. Verhoeven se dedicó a estremecer a Hollywood y su público con cintas estridentes y polémicas como Instintos básicos (1992) o la delirante y espectacularmente fallida (pero obra de culto) Showgirls (1993). Este director fue una pieza fundamental en el renacimiento del cine de ciencia ficción hollywoodense, al que reencaminó como vehículo de crítica social y sátira política: por un lado hizo una poderosa reflexión entorno al control corporativo de la sociedad y los espacios públicos, así como el papel del cyborg en tanto que entidad pensante que es propiedad privada de una empresa en Robocop (1987); por otro lado realizó una ingeniosa adaptación de un relato de Philip K. Dick en Total Recall (1990), donde juega con nociones de neocolonialismo y el concepto de la reinvención de la identidad antes de la popularización de internet; y finalmente filmó una cáustica parodia del militarismo patriotero del celebrado autor Robert Heinlein, en Starship Troopers (1997), cinta que anticipa el culto de las guerras de agresión que vendrían tras los ataques del 9-11. Así como algunas sus primeras cintas holandesas eran incendiarias e incómodas (especialmente Turkish Delight, 1973 y Spetters, 1980), el paso de este cineasta por Hollywood no puede más que definirse como controvertido y corrosivo.

Pero lejos de haberse quedado varado en el pasado, su cine sigue siendo vital y su más reciente filme, Elle, es una obra inteligente, intensa y fascinante. Independientemente de cualquier otra cosa Elle es un monumento a su protagonista, Isabelle Huppert, quien ganó un Golden Globe por su actuación y es una obra francesa que satiriza algunos de los estereotipos más populares de esa cinematografía, principalmente porque a pesar de tratar un tema tabú cuestiona las convenciones de género y pasa del thriller erótico a la comedia negra y de ahí al drama costumbrista. Asimismo, se mofa de las expectativas culturales burguesas y es irreverente con la oleada de corrección política que ha convertido a las redes sociales en un terreno minado cuando se habla de sexo, abuso y deseo.

Elle, basada en la novela Oh…, de Philippe Djian, comienza con una pantalla oscura y el ruido inconfundible de una mujer que está siendo agredida. La primera imagen que tenemos es la de un gato gris que mira con curiosidad y desapego a su dueña que está siendo violada por un hombre enmascarado. Cuando el agresor termina y huye, Michèle Leblanc (la espléndida Huppert) que ha quedado en el suelo, golpeada, se levanta lentamente con enorme dignidad, limpia los vidrios rotos, pone orden y toma un baño en silencio, entre burbujas sangrientas. No reporta nada a la policía ni le cuenta a su hijo lo sucedido, pero no lo hace por vergüenza o temor, sino porque no le ve el caso ni tiene el temperamento para estallar en llanto, rabia o desesperación. Simplemente continúa con su vida y durante una cena con amigos en un restaurante les cuenta con toda naturalidad que un hombre entró a su casa y la violó. Cuando estos, sorprendidos y angustiados, comienzan a hacer preguntas y a indignarse, ella decide cambiar el tema diciendo: “¿Ordenamos?”

Michèle no enfrenta su violación como un estigma ni tampoco como un desafío, sino que la asume como una incomodidad, como una enfermedad (va a hacerse una revisión médica) o un accidente. No obstante, cuando su agresor amenaza con volver ella comienza a sospechar de los hombres que la rodean, aprende a disparar una pistola, compra un gas pimienta y una pequeña hacha. El filme parece anunciarse como una venganza feminista pero con Verhoeven las cosas rara vez son lo que aparentan, así que nada está más distante de sus intenciones que derivar en el lugar común de la mujer vigilante justiciera (“empoderada” para usar el término de moda) o volver al melodrama de una víctima ignorada por el sistema policiaco.

Michèle es la directora de una empresa de software que hace juegos de video violentos. Bajo su mando tiene a un grupo de programadores sobrecafeinados y con alta testosterona, entre los que hay tanto nerds dóciles como postadolescentes rebeldes y maliciosos, quienes a menudo cuestionan su autoridad. Sus juegos enfatizan la objetificación de la mujer y están cargados de sexualidad perversa dirigida a miles de consumidores misóginos.  Esto fácilmente podría usarse para balbucear lecciones morales y acusaciones hipócritas de las consecuencias de las imágenes brutales en los medios. Se puede pensar que al vender este tipo de entretenimiento se estimula el odio en contra de la mujer pero también es la manera en que la protagonista explota las debilidades de sus consumidores al ofrecerles fantasías perversas en la pantalla. En vez de cuestionar la influencia de esas imágenes Michèle insiste a sus programadores que los orgasmos debe verse más intensos y las representaciones de violencia más convincentes. Para ella no hay relación alguna entre esas representaciones y su experiencia. Si bien no se muestra particularmente combativa al defender sus juegos y parece simplemente guiarse por criterios monetarios y estéticos, es claro que su actitud es un desafío a las corrientes neoconservadoras y represoras que vigilan los espacios sociales populares y las redes sociales en el espacio virtual. Verhoeven tiene una larga trayectoria de emplear imágenes sexuales transgresoras con efectos ambiguos. Elle no es la excepción, ya que si bien no intenta explotar o erotizar las imágenes de violación, el filme tampoco pretende ser un alegato en contra de la cultura machista que pregona el sometimiento de la mujer.

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Lejos de tratarse de un panfleto lacrimógeno, Elle es un filme complejo centrado en la ella del título: Michèle, una mujer extraña, amenazante, impredecible y que no invita automáticamente a la empatía ni mucho menos a la compasión, como señala su propia madre. Michèle no siente solidaridad hacia las demás mujeres, ni siquiera hacia su mejor amiga y socia, ya que la engaña con su esposo, tampoco hacia su persignada vecina, cuyo esposo desea, ni menos hacia su madre, que quiere casarse con un muchacho que parece su gigolo. El filme de Verhoeven pone en evidencia de manera contundente la fortaleza y poder femenino incorporados en Huppert, una implacable, pragmática y bellísima amazona intelectual de 63 años, en la cumbre de su carrera. Tanto en su vida profesional como íntima Michèle tiene que contender con la inseguridad masculina (su hijo, manipulado y engañado por su novia, su acongojado ex marido que sale con una jovencita y su amante exigente a quien ya no soporta). Su violación, que veremos repetirse en flashbacks y en su imaginación, es obviamente un símbolo de la venganza de todos los hombres que se sienten emasculados ante ella y de la intolerancia misógina que produce una figura de autoridad femenina. La violación es entonces menos el crimen de un hombre que una amenaza latente e incluso tiene su contraparte virtual cuando uno de sus empleados comienza a compartir por correo un video de animación que él ha hecho donde Michèle es violada por un monstruo.

Podría justificarse su rechazo a la policía y su ausencia de pasión a que su padre es un multiasesino peligroso que se encuentra encarcelado desde la década de los 70 y ella en su infancia fue imaginada por la prensa y los vecinos como una especie de cómplice de los crímenes paternos. La trama parece sugerir que haber crecido tan cerca de un criminal brutal y haber cargado por años con un complejo de culpa podrían ser las causas de que su violación despierte en ella un deseo autodestructivo que se transforma en una tentación sadomasoquista. Ella reacciona con una calma que podría confundirse con pasividad o resignación, pero en realidad esa actitud vela una curiosidad y la contradicción entre el repudio y la atracción, entre el deseo de venganza y la rendición de su poder.

Una vez que descubre la identidad de su violador, quien resulta ser un hombre por el que tiene deseos sexuales, lo sigue buscando, dispuesta a someterse al fetichismo de alguien que tan sólo puede gozar en relaciones no consensuales, al agredir, causar miedo y dolor. La perversión es compleja, someterse a ella o resistirse son actos que no tienen que ver con la razón, la moral ni la justicia. Aunque ambas tratan el tema del sadomasoquismo, Elle no podría estar más distante de la bobaliconería milenial de sadomasoquismo light de las Cincuenta sombras de Grey (Sam Taylor-Johnson, 2015), un filme que lamentablemente es un síntoma del Zeitgeist. Aquí el coqueteo con el peligro y la búsqueda de sensaciones extremas puede verse como un regreso a obras como Bella de día (Buñuel, 1967), sin embargo, parece reflejar la decadencia de una era sin ideales, de un desangelado suburbio flácido del espíritu (parafraseando a J.G.Ballard) en que el sexo ha pasado del ámbito de lo excitante y placentero a ser motivo de controversia y justicia social entendida como clicktivismo.

Michèle no es una víctima de la sociedad patriarcal sino que más bien es parte de esa sociedad mediatizada, violenta, frustrada y atormentada que aspira a la igualdad y al respeto pero sueña con dominio, control y sufrimiento, ya que todos en mayor o menor grado cargamos con un sórdido legado histórico de abuso y crueldad. Michèle termina liberándose de sus secretos y de su acosador en un curioso giro a la vez optimista y brutal. Todo parece regresar a la normalidad pero en realidad ella ha ajustado cuentas con su pasado, con sus deseos y con su familia. El crimen con que inicia la cinta parece olvidarse y en cierta forma Verhoeven nos revela que somos un poco como el gato voyeurista y desinteresado, que contempla el horror sin intervenir, como testigos indiferentes de algo a la vez atroz e irrelevante que sucede en otro mundo o simplemente en una pantalla.

naief-yehya-150x150Naief Yehya es narrador, periodista y crítico cultural. Es autor, entre otros títulos, de Pornocultura, el espectro de la violencia sexualizada en los medios (Planeta, 2013) y de la colección de cuentos Rebanadas (DGP-Conaculta, 2012). Es columnista de Literal y de La Jornada Semanal. Twitter: @nyehya

 

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Posted: January 31, 2017 at 11:41 pm

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