Fiction
La Escultura

La Escultura

Marc Zimmerman

Traducción de  Luis Ochoa Bilbao con Amelia Domínguez

A la memoria de José Emilio Pacheco, Carlos Montemayor, Carlos Monsiváis, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, y más recientemente, Gabo. También: para mi amigo, Evodio Escalante, Elena Poniatowska y en recuerdo de A. Kerlow (EPD).

Durante meses, Marvin, un profesor universitario de Español, vivió con una obsesión central, el hecho de que de alguna manera había roto o dañado una pequeña escultura invaluable que le había dado para su resguardo uno de los novelistas más reconocidos en las Américas.

La obra era un busto estilizado hecho por un respetado artista mexicano que de alguna forma pensó honrar al famoso narrador, regalándole la escultura del más grande poeta de su país. Tan pronto se dio cuenta del daño en la pieza, Marvin entendió que estaba en serios problemas en su integridad y en lo que pudiera quedar de su buen nombre, y en ese momento no se le ocurrió otra cosa que esconderla en el closet. Posteriormente, se mudó de su ciudad natal y de su añejo puesto en la universidad hacia una ciudad y lugar de trabajo menos cosmopolitas. Cambió su número celular y hasta su estilo de vestir; afeitó su barba y se dedicó a publicar artículos y libros de crítica literaria en oscuros foros que consideró llamarían poco la atención. Pero de alguna manera sabía que esto no sería suficiente y por eso no se sorprendió cuando, después de todos sus esfuerzos, ese preciso día recibió una llamada de la secretaria del famoso novelista pidiéndole que hiciera los arreglos necesarios para regresar la escultura, que sería la pieza central de la celebración del setenta y cinco cumpleaños del novelista.

Marvin había escrito algunos libros de historia literaria y apenas una pequeña y desapercibida colección de ficción. Si bien no le había sorprendido, sí le molestó un poco el hecho de que le llamara por teléfono la secretaria y no el novelista; pero sobre todo, él estaba consternado por la perspectiva de su desgracia, tanto que se hizo pasar por alguien más y decir que daría el mensaje. Inmediatamente después de la llamada buscó la pieza; la descubrió esperando de alguna forma encontrarla en perfectas condiciones, como si el daño sólo hubiera sido un sueño, pero no, ahí estaba, resquebrajada, tan dañada que se volvía irreconocible.

Haciendo un gran esfuerzo, Marvin no pudo recordar qué había ocasionado el daño, ya hubiera sido intencional o accidental, como si la escultura hubiera sido mutilada y maltratada por la envidia, el resentimiento y el encono o, como quizá hubiera deseado (¿era, de hecho posible?), el daño fuera culpa de alguien más. Él no podía siquiera recordar cómo se veía la escultura cuando se la entregaron y cómo había sido alterada posteriormente. Por más que hiciera un gran esfuerzo, él no podía recordar el más mínimo detalle, a pesar de notar las líneas de la resquebrajadura y sabiendo de algún modo que no estaba así cuando la recibió.

Pero Marvin no estaba realmente seguro de nada de esto y entonces pensó que su memoria y buen juicio estaban fallando. Probablemente, pensaba él con esperanza, ésta pudiera ser la excusa que lo eximiera de la pena de haber desfigurado tan importante pieza de arte. Sin embargo, Marvin reconoció que no había salida, porque eso lo exhibiría como una figura delirante y senil a los ojos del mundo. Tan horrible como pudiera ser, ¿no resultaba mejor quedar como una especie de Erostratus, destructor de obras y maravillas, que un inservible hombre viejo? O ¿sería posible que cualquiera de las interpretaciones le cayera encima tan pronto su vergüenza se hiciera pública?

Entonces pensó, con esa clase de mágica imaginación que tiene un niño que se accidenta y cierra los ojos esperando que el dolor y la pena se desvanezcan, que todo lo que debía hacer era relajarse, no responder y esperar a que quizá no le llamaran de nuevo. Por supuesto la manera de lograr que el sueño se cumpliera, era desconectar su teléfono y desaparecer por completo de la oscura ciudad y universidad a las que había llegado para esconderse, pero eso lo dejaría sin ingresos, y como su esposa lo había dejado hacía tiempo, tampoco tenía con quién ir; lo mismo pasaba con su hijo, que quién sabe dónde estaría en esos momentos; y ni hablar de sus amigos, olvidados y en algunos casos, muertos.

¿Qué le quedaba por hacer entonces? Comenzó a considerar algunas de las alternativas más extremas en el momento en que su teléfono sonó de nuevo y él bloqueó su impulso de contestar. Cuando dejó de sonar, esperó la señal de que le habían dejado un mensaje. Se trataba de Ambrosio Escalera, un reconocido crítico literario, diciéndole que se había enterado de que Marvin estaba por regresarle la escultura al novelista y pidiéndole acompañarlo en lo que parecía se convertiría en un acto público importante al cual, Marvin supuso, el crítico pensaba que de otra manera no hubiera sido invitado.

Entonces llegó otra llamada; ahora se trataba de una mujer glamorosa que se dedicaba de manera independiente a la crítica literaria. Marvin fingió la voz haciéndose pasar por un mayordomo sólo para escucharla a ella llamarlo por su nombre y preguntarle, con un gesto de sugerencia, por una entrevista personal en relación con la gran ceremonia que se avecinaba. Y como si no fuera suficiente, en ese momento un repartidor tocó a su puerta para dejarle las galeras de un libro sobre el novelista, que comenzaba con algunas fotos y un espacio en blanco en el que se señalaba: “Foto ceremonia de reconocimiento, presentación de la escultura de un gran poeta para el novelista (pieza presumiblemente presentada por Marvin; investigar y arreglar una cita con él para hacerle estudio fotográfico)”

La situación se había vuelto insoportable y Marvin no tenía a nadie con quien contar, a nadie con quien hablar del asunto que no lo pusiera en riesgo de caer en ridículo o algo peor. Se sentía totalmente solo, y las ruinas que quedaban de lo que alguna vez fue una vida “clasemediera” tranquila y exitosa eran demasiado triviales como para imaginarlas. Se sentó ante su escritorio viendo los objetos y fotos suyas. De pronto, entre imágenes de ex esposas y amores perdidos, Marvin sintió una mirada a sus espaldas: era la foto enmarcada de su travieso y recientemente fallecido amigo Martín. Él tomó el marco y miró fijamente y a través del rostro alargado, sonriente, sonrojado e insolente de su amigo, con un guiño diabólico en sus ojos. Marvin se dio cuenta de pronto cuánto extrañaba a su descarado amigo, qué clase de hermano y de problema había sido. Viendo fijamente la cara de Martín, Marvin tembló y dejó caer la foto, que retumbó sobre el escritorio, desacomodando muchos objetos y tirando algunos al suelo. Vio que el cristal de la fotografía se había roto, resquebrajándose como una línea sobre la cara de Martín. Fue así en ese preciso momento, cuanto mayores eran sus sentimientos de pérdida y de desesperación, que desde el fondo de su inmenso y vacío ser se le iluminó la conciencia a Marvin (¿era éste un recuerdo reprimido que intempestivamente le llegó?) y se dio cuenta que no había sido él (por supuesto, después de todo, ¿Cómo podía haber sido él?), sino su siempre travieso amigo quien había sido el culpable de este problema y la fuente de sus más profundas ansiedades.

Martín era un médico que se dedicaba en sus tiempos libres a escribir historias y dibujar retratos. A Marvin le irritaba particularmente que este hombre dedicado a la medicina hubiera sido más creativo y más leído que él, un académico profesional y escritor que se había dedicado siempre a la literatura. En efecto, Martín había sido una celebridad menor en la gran ciudad de la que Marvin se había ido, un hombre al que invitaban a varios eventos y que a cambio, frecuentemente organizaba fiestas y recepciones a las celebridades que llegaban. Tal fue el caso del famoso novelista durante una de sus visitas a la ciudad; una de las tres ocasiones en que Marvin personalmente lo recibió y  hospedó. Considerando su propio departamento poco adecuado, Marvin se sintió profundamente humillado cuando se vio virtualmente obligado a pedirle a Martín usar su departamento para realizar una fiesta en honor del novelista después de su presentación pública. Así que fue ahí, en el departamento de Martín, que el novelista sentado en un escritorio firmó copias de su último libro a una fila interminable de admiradores. “¿No te molesta estar firmando tanto? –Le preguntó Martín al novelista–, quizás yo pueda firmarte algo” bromeó. “Con cariño y admiración”. Y entonces el novelista río y dijo: “¿Por qué no?, yo puedo encargarme de las firmas”; y agregó: “Es siempre un placer agradar a mi público”.

A Marvin le pareció esta respuesta pretenciosa, igual que a Martín quien lo comentó mientras toda la gente adulaba al famoso novelista en su departamento. “Ésta es la última vez que seré anfitrión de ese tipo de veladas”, dijo el talentoso amigo de Marvin aquella noche apenas unos meses antes de morir cuando, tal y como Marvin se dio cuenta, Martín comenzaba a despedirse de la que había sido su vida. Otra despedida similar ocurrió cuando, preparándose para irse de la ciudad, el famoso novelista recibió el regalo de la escultura que le hizo el artista, pero abrumado por la cantidad de equipaje requerido para su viaje, le pidió a Marvin que se quedara con la escultura hasta nuevo aviso. Pero la severa modestia de su departamento también significaba que Marvin no estaba en condiciones de ofrecerle a la escultura la seguridad que requería y unos días después de la salida del novelista –ahora recordaba Marvin–, él llevó la escultura a casa de Martín para que la mantuviera a salvo mientras él salía a un pequeño viaje a dar charlas y presentar sus últimos hallazgos de algún oscuro escritor a quien el gran poeta y escritor probablemente no había escuchado mencionar, seguramente por buenas razones.

Marvin recordó a Martín quejándose de que el novelista estaba más allá de las palabras dándole a cuidar un trabajo mediocre como si fuera una pieza maestra, y encargándosela a un hombre que no tenía idea de cómo lidiar con ella y que además era lo suficientemente tonto para pensar que realmente valía la pena o para sentirse profundamente avergonzado si fallaba en cuidarla. De hecho, Martín despotricó en contra del novelista por su ostentosa pretensión en escribir demasiadas palabras y novelas cuando en realidad no era tan talentoso y tan brillante después de todo. Él criticó el comportamiento, siempre políticamente correcto, del novelista lo que le hizo recibir muchas invitaciones para dictar conferencias, hacer ventas exitosas de libros y recibir aplausos entusiastas, especialmente de algunas personas que deseaban ser contadas entre aquellas que se oponían a las políticas de su propio país respecto a ese “vecino distante” y hacia toda América Latina en su conjunto.  Él llegó tan lejos como para recordarle a Marvin que el novelista en alguna ocasión dijo de otro, un escritor menos citadino de su país, que solo escribió dos libritos delgados, que había sido el más grande escritor de su generación, lo que Martín consideró como una pose del novelista para seguir ganando admiración.

Después de haber dicho esto, Martín tomó la escultura, y fue así que bajo su propio riesgo Marvin la recuperó, la envolvió en una toalla roja y la llevó a su casa. Fue entonces en ese momento, como pudo recordar mejor, que la pieza resbaló de sus dedos, se golpeó contra el escritorio y Marvin apenas logró evitar que cayera al suelo, deteniéndola al borde del escritorio. En ese momento al abrir la toalla, Marvin encontró la pieza rota y solo empeoró las cosas poniendo la escultura en una mesa sacudiendo los restos más pequeños y tratando de arreglar lo que no podía ser arreglado. 

Pero Marvin se dio cuenta que aquello ocurrió exactamente igual a como le estaba ocurriendo ahora, que quizás el incidente con la pieza no hubiera sido la causa de que se rompiera y se deformara, y que el mismo Martín había dañado la pieza antes de que él abriera. Después de todo, cuando la pieza se le cayó tampoco había sido un accidente muy severo y como de costumbre sus esfuerzos por arreglarla sólo fueron tentativos y débiles. Siempre fue Martín quien en realidad presumía haber hecho cosas extrañas de las que nadie más había escuchado hablar. Entonces Marvin pudo imaginar a su amigo vengándose del novelista  con una conducta pomposa y de comentarios pretenciosos haciéndole algo a la escultura. Un artista imaginativo y amateur como él, era perfectamente capaz de haber trabajado para hacer una parodia de la pieza original hasta que virtualmente se convirtiera en una mofa para el novelista y probablemente también para el poeta.

Mirando la escultura ahora, de nueva cuenta, Marvin quedaba impresionado por el poder de la imagen rota. Sin duda, mostraba todas las señales del trabajo de su amigo. Sin duda, era mejor que el intrascendente original que había recibido del novelista; un tributo al extraño carácter de su amigo pero también a su buen gusto y su poder creativo. Ahora, viendo la pieza, él decidió que lo ocurrido no tenía por qué avergonzarlo, después de todo, y que además merecía una recompensa por sus meses de agonía

Fue así que, como el ave fénix, Marvin recuperó su coraje y llamó a la secretaria del novelista para que le informara que él estaba al tanto del asunto y listo para regresar la escultura. La secretaria le preguntó a él cuándo podría regresar la pieza y Marvin dijo: “La regresaré la misma tarde en que la presente con motivo de su setenta y cinco cumpleaños”. –“Pero el novelista le pidió a alguien más que la presente”, replicó la secretaria. “Entonces dígale al novelista que yo se la presentaré al presentador –dijo Marvin ahora  con  más seguridad y soltura–, en la ceremonia”, insistió. “Muy bien, –dijo la secretaria– yo le informaré sobre su sugerencia”. “No es una sugerencia –dijo Marvin sorprendiéndose de escucharse a sí mismo–, de esa forma será si es que tendrá que ser de alguna forma”.

Y de esa forma fue. La limusina larga, negra, brillante y portentosa, logró que Marvin diera la impresión deseada, y fue llamado al estrado para otorgarle la escultura a un famoso cronista que fue escogido para presentársela al novelista. Él estrechó la mano del famoso cronista y hasta tuvo la oportunidad de saludar también al novelista, que de pronto pareció irse hacia atrás lo que por supuesto fue un poco gracioso. Luego, con el discurso más breve posible, expresó sentidamente el honor que tuvo al habérsele confiado la pieza y por la oportunidad de dársela a quien le corresponde. Añadió también una línea para expresar su tristeza de que el anfitrión del novelista en su más reciente visita, un hombre con un gran talento que incluso ayudó en el cuidado de la escultura, falleciera recientemente. Haciendo uno de sus comentarios ácidos y ocurrentes, el famoso cronista comparó al afamado novelista con el extraordinario poeta y le otorgó la caja al novelista, quien sacó la escultura y la alzó para que todo el mundo la viera. La concurrencia murmuró con excitación tan pronto la pieza emergió. Se escucharon exclamaciones y luego una entusiasta ronda de aplausos.

En la recepción que siguió a la presentación, el famoso cronista, a quien también se le conocía por ser un experto coleccionista de arte mexicano, examinó la pieza y declaró (aunque en su sarcástico y paródico tono característico) que el respetado escultor no había hecho antes algo mejor, que la escultura era un ejemplo extremo de la tensión entre modernidad y postmodernidad en los estilos más urbanos y cosmopolitas posibles, en la que la creativa tensión entre el gran poeta y el famoso novelista encontró su más profunda expresión. El poeta y el novelista posaron, cual boxeadores en un cara a cara antes de su gran pelea, al tiempo de que todo el mundo reía y aplaudía y los flashes de las cámaras cegaban a la concurrencia.

Mientras tanto, la glamorosa y querida crítica de arte independiente se acercó a Marvin y le preguntó qué había querido decir cuando comentó que su amigo Martín de alguna forma había ayudado a retocar la imagen. Ella precisó la pregunta arrimándosele gentilmente por un costado y añadiendo “¿Estás seguro que no fuiste tú quién hizo los retoques?”, Marvin evadió la pregunta diciendo que sólo había sido una forma de hablar, una figura del discurso, un asunto que él estaría contento de explicar con detalle cuando se diera la oportunidad. El famoso novelista y el invitado de honor se acercaron para agradecer personalmente a Marvin y saludar a Escalera. “Quiero agradecerte por tus atenciones –le dijo a Marvin–, sabía que podía contar contigo”, dijo pomposamente. “Y qué lindo gesto tuyo de venir y participar en esto, Ambrose, pilluela”, agregó, citándose a sí mismo quizás con un toque de ironía incitado y dirigido a la crítica de arte independiente.

Marvin y Escalera dejaron la fiesta jubilosos; compartieron un trago antes de tomar sus respectivos caminos, la limusina regresó sola, y cada uno volvió a casa tambaleándose, pero compartiendo un estado de euforia etílico. Algunos días después Marvin comenzó a salir con la glamorosa, adorable y sensual crítica de arte independiente con quien compartió más de un secreto; y poco después de eso, él finalmente publicó su largamente retrasado segundo volumen de historias, incluyendo una titulada “La escultura”. Ésta fue bien recibida por un pequeño pero selecto grupo de críticos, uno de ellos señaló que se trataba de la reminiscencia de una colección póstuma y pronta a ser publicada que Marvin arregló sobre las historias y los dibujos de Martín; y otro más, de hecho Escalera, destacó que todo libro de Marvin representaba una ruptura (¿o era esto otra grieta?), respecto a sus escritos previos y superando incluso el trabajo de aquel escritor de dos libros cortos que el famoso novelista había confesado eran mejores que sus casi treinta novelas. 

Conforme pasaron los meses el gran poeta murió, profundamente recordado y elogiado, quizás más que nadie por el sarcástico y respetado cronista, conocedor y coleccionista. Extrañamente, el respetado artista incluso el sarcástico y respetado, conocedor y coleccionista también murieron para desconsuelo de muchos de sus amigos y admiradores. El novelista, cantante y promotor del zapatismo murió, como también le ocurriera  al memorable gran poeta de memoria limitada. El famoso novelista continuó escribiendo novela tras novela y dictando conferencia tras conferencia, a pesar de que alguien dijera que se había convertido en una especie de fantasma, esperando llegar a la última puerta de salida. Y entonces él también murió y poco después también moriría el novelista más renombrado que el famoso novelista.

Y Escalera, aparentemente se centró en una serie de historias y ensayos acerca de cada uno de los íconos de quienes todos lamentaban su partida; y con ellos desaparecidos su propia producción pareció incrementarse de tal forma que ya no tendría que escurrirse en algún evento literario y se convirtió en un invitado frecuente para dictar conferencias. De hecho, algunos llegaron a decir de manera errónea que él había sido realmente el autor de “La Escultura”.

De acuerdo con el recuento de Escalera y de otros más, Marvin cayó en una profunda tristeza por la pérdida de aquellos personajes que fueron centrales en el mundo que había conocido desde hacía tanto tiempo; pero prácticamente todos coincidían en que él no podía más que sentir sus espíritus levantarse con el día. Primero, su glamorosa amante produjo un libro que fue más elogiado que el suyo, y para su sorpresa, él sintió un profundo placer y orgullo de su éxito sin experimentar una traza de envidia. Él también empezó a trabajar en una novela que creía que se podría convertir en su obra maestra, aunque en su nuevo enredo romántico y su felicidad burguesa que tan tarde llegaran en su vida, se dio cuenta de que no importaba, o importaba muy poco si él terminaba la novela o no.

Marc Zimmerman ha escrito y editado innumerables libros sobre la cultura latina en Estados Unidos, el Caribe y América Central. Ha publicado dos libros de creación  Stores of Winter (2006) y Martin and Marvin (2016).


Posted: July 13, 2016 at 11:11 pm

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