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Venezuela: irse o quedarse
COLUMN/COLUMNA

Venezuela: irse o quedarse

Gisela Kozak

Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse

LOPE DE VEGA

Irse y quedarse: la nación siempre

Todos tenemos una nacionalidad.

La nacionalidad es inevitable a menos que nos convirtamos en parias, como los judíos alemanes de la segunda guerra mundial. No entraré en detalles sobre el separatismo dentro de los estados actuales ni sobre la existencia de la sujeción colonial. Los pasaportes indican nacionalidades a pesar de nosotros mismos, a pesar de nuestra voluntad, intereses, ideas políticas, cultura u origen étnico. Se trata, como los padres que nos tocaron, de un sino fatal o afortunado según se mire y se viva.

Imposible de evadir como la muerte.

Aunque obtengamos otra nacionalidad y podamos transmitirla a los descendientes, el detalle de la extranjería sobrevivirá. Que lo digan los alemanes de origen turco con dos generaciones nacidas en el país. Que lo digan los nietos latinoamericanos de europeos que a veces sin saber el idioma de sus abuelos regresaron a un continente que se les antoja el paraíso ante las dictaduras, la pobreza o la falta de oportunidades en nuestros países. Que lo digan los inmigrantes mexicanos condenados por Donald Trump.

El país de acogida, más allá de su circunstancia particular, puede ser el paraíso. México, donde resido, es mi particular paraíso, idea que hace sonreír con amable escepticismo a mis amistades mexicanas. La explicación es breve: la catástrofe venezolana podría ser considerada la más brutal caída económica de país alguno en los últimos cincuenta años (Siria incluido).

Irse o quedarse es doloroso. Irse o quedarse significa vernos a nosotros mismos o a los otros como valientes o cobardes, triunfadores o fracasados, héroes o traidores.

En estas líneas intento sintetizar los juicios y prejuicios que surgen a raíz de la nueva división que asola a los venezolanos: quienes se quedan y quienes se van.

Irse: la valentía

Hay quien asume emigrar como un trago amargo que es necesario apurar para continuar la vida o como un estado que se puede revertir a mediano o largo plazo. En ambos casos el dolor es tremendo pero el coraje de cambiar más la promesa del futuro son la flecha que reta al tiempo. La belleza del viaje convertida en experiencia interior hace del emigrante un individuo resistente a los desmanes del poder político y a las feas fauces del cambio no deseado. Quien se va apostó por la belleza de la vida, no por la patria, apostó por ayudar a la gente real, no al “pueblo”.

Quedarse: la valentía

Quedarse, una decisión para la gente que cree que los individuos lo son porque deciden más allá y más acá de las crueles circunstancias que les tocaron. No solo se sobrevive sino se vive en medio del totalitarismo. La conciencia está presta, despierta, en lucha. Otros no tienen esta consistencia ética pero aceptan su circunstancia y siguen intentando trabajar, estudiar y mantener en pie a sus hijos y padres ancianos. La valentía no tiene que ser escandalosa; también cuidar lo poco que queda es prueba de valor.

Irse: el fracaso

Pero no todos lo viajes migratorios son el viaje interior del que se transforma y se adapta. No conseguir trabajo, ser deportado, perseguido en las fronteras, sometido por las fuerzas de seguridad del Estado o por la delincuencia organizada cebada en la debilidad de quien huye, no es simplemente un experiencia formativa sino una tragedia. De esta tragedia se ríen los peores de quienes se quedan. Los chavista-maduristas y algunos opositores sienten la satisfacción de que la realidad les confirme que su parálisis es sensatez.

Quedarse:el fracaso

Entre los emigrantes encontramos a veces desprecio o lástima por quienes se quedan. Son los más débiles que no pueden escoger, los que no tienen la valentía de cambiar para quitarse de encima la bota totalitaria. Las pobres víctimas a las que hay que ayudar económicamente o intentar sacar del país, los jodidos, los resignados, los impotentes. No tienen coraje, otro pasaporte, títulos, dinero para invertir, talento. Gente de miedo.

Irse: la traición

Quien se marcha en medio de la catástrofe generalizada, comentan los más virulentos entre los que se quedan, nos traiciona a nombre del soberano derecho individual de preservar la propia vida, a nombre de una supuesta lucidez superior que acepta la derrota y prefiere renunciar al pasado que vivir bajo la bota del vencedor. Irse es entonces un insulto a quien se queda; ya no es el miembro de una nación que nos es común sino apenas una víctima más cuyo destino no queremos compartir. Quien se queda puede asumir la diáspora como la generalizada traición de los egoístas que no desean luchar más por su país, una vez agotadas como están todas las armas del activismo pacífico. Se dice o se murmura que los traidores seguramente volverán cuando todo se arregle. También se grita que no vuelvan, ya no se les quiere. Quien se fue no puede hablar de Venezuela así se haya ido ayer. Los emigrados son los derrotados por la dictadura, los que no tienen el valor de seguir luchando. Ya no son verdaderos venezolanos.

Quedarse: la traición

Unos cuantos de los que se quedan, chismean algunos emigrados, no lo hacen porque desean un mejor rumbo para Venezuela. En realidad, tienen intereses económicos o políticos personales. Cambiar dólares en el mercado negro da suficiente dinero para obtener los productos que se consiguen a precio de oro. Se sigue viviendo en apartamentos de lujo deteriorados pero en pie. En realidad, son unos traidores, el país les importa un bledo. Si no son traidores por dinero, los que se quedan lo son por ineptitud: sus acciones políticas son inanes, estúpidas, sin resonancia.

Irse y quedarse: derrota y tragedia

La diáspora venezolana de los últimos años solo es calificable de estampida.

No es casualidad que así sea. Los venezolanos hemos vivido una derrota y una tragedia tremendas que han provocado el naufragio de una mínima racionalidad: estamos viviendo Corea del Norte, la peor etapa económica de la Rusia soviética, la China maoísta, el período especial cubano. Seres humanos famélicos y desesperanzados mueren de hambre o de mengua. La ACNUR ahora es un nombre familiar para los venezolanos, protagonistas de una crisis humanitaria espantosa. Los paisanos se van por tierra hacia el sur del continente, en especial hacia Colombia y Brasil, donde ya hay campos de refugiados; por mar llegan a las islas del Caribe, que los deportan sin más ni más; por los cielos salen todavía los que pueden pagar su pasaje y encontrar una plaza en las pocas aerolíneas que tienen operaciones en el país.

Nuestra derrota, nuestra tragedia: el chavismo-madurismo es el dueño y señor de Venezuela, guiado por Nicolás Maduro, el peor tirano de nuestra historia.

Los juicios y prejuicios sobre nosotros mismos y los otros suspenden la escucha y la mirada. Pero los idos y los que se quedaron debemos hacer causa común ante nuestra derrota y nuestra tragedia.

¿Cómo?

Políticos y pensadores, es su hora.

 

Gisela Kozak Rovero (Caracas, 1963). Activista política y escritora. Algunos de sus libros son Latidos de Caracas (Novela. Caracas: Alfaguara, 2006);  Venezuela, el país que siempre nace (Investigación. Caracas: Alfa, 2007); Todas las lunas (Novela. Sudaquia, New York, 2013); Literatura asediada: revoluciones políticas, culturales y sociales(Investigación. Caracas: EBUC, 2012); Ni tan chéveres ni tan iguales. El “cheverismo” venezolano y otras formas del disimulo (Ensayo. Caracas: Punto Cero, 2014). Es articulista de opinión del diario venezolano Tal Cual y de la revista digital ProDaVinci. Twitter: @giselakozak

 

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Posted: May 6, 2018 at 9:52 pm

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