Essay
Aprendiendo cómo (no) escribir

Aprendiendo cómo (no) escribir

Efraín Villanueva

En 2014, el escritor británico Hanif Kureishi manifestó que la mayoría de profesores de escritura creativa “te enseñarán cosas que son una pérdida de tiempo […] Una alta cantidad de mis estudiantes no sabe cómo escribir una historia que no mate de aburrimiento al lector antes de llegar al final. Es algo difícil de lograr, requiere una gran habilidad. ¿Se puede enseñar eso? No lo creo”. Kureishi es sólo uno de tantos que ha participado del debate sobre la conveniencia de los programas de escritura creativa. Su caso es particular dado que es también profesor de uno de estos programas en la Universidad de Kingston, en Londres. Otros como los escritores Elif Batuman y Eric Bernett afirman que este tipo de escuelas son fábricas que producen escritores en serie, escritores que escriben bajo el mismo estilo y paradigmas y que luego creerán sus propios talleres o harán parte de otros, perpetuando el ciclo.

Del lado opuesto, una de las figuras más destacadas es Mark McGurl, Doctor en Literatura Comparativa (Universidad Johns Hopkins), quien en su renombrado libro The Program Era – Postwar Fiction and the Rise of the Creative Writing defiende los programas de escritura creativa, especialmente el Iowa´s Writers Workshop, como “el evento más importante en la historia literaria de los Estados Unidos en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial”. McGurl usa la figura icónica de Flannery O´Connor como el ejemplo perfecto de estos talleres –las palabras de O´Connor, sin embargo, demuestran que su visión del Workshop de Iowa no era para nada romántica: “[las discusiones de los talleres] constaban generalmente de partes iguales de ignorancia, adulación y sevicia”.

Tal vez el idealismo que existe alrededor de la escritura, la concepción de que sólo un genio puede lograr trabajos literarios que trascienden el tiempo y la falta de tradición de escuelas de escritura es la que ha llevado a que este debate exista y se mantenga. En otras disciplinas artísticas, como la danza o la pintura o la música, por ejemplo, aún cuando tampoco se elude la figura del genio, existe una tradición mucho más amplía de programas educativos que la soportan y evitan que esta misma discusión surja. Con las palabras de Wilbur Schramm, primer director del Writer´s Workshop, McGurl justifica la creación de este tipo de escuelas: “’la larga y ardua labor de selección, énfasis y organización’ que el escritor creativo debe soportar para completar su trabajo ‘es comparable tanto en calidad como en severidad con la disciplina de cualquier otro estudio literario’. Siendo así, la escritura creativa debería ser considerada una ‘disciplina honorable que’ puede ‘profundizar y acentuar las mentes de aquellos estudiantes que la persigan con seriedad’.”

Para dejarlo en proporciones más mediáticas en un campo en el que el talento también juega un papel amplio: se acepta la genialidad de Neymar, Messi y Cristiano Ronaldo, pero no por ello se abuchean a las escuelas de fútbol.

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Entonces, ¿se puede enseñar o no a escribir?

Sí y no. Sí porque las técnicas de escritura para aproximarse a los temas, para crear personajes con humanidad, para inventar tramas verosímiles, para describir escenas y paisajes con claridad, para jugar con el lenguaje, para transmitir lo que sea que se quiera transmitir al lector, han sido más o menos codificadas y, por lo tanto, pueden ser impartidas por un maestro y puestas en práctica por el estudiante. No porque escribir no es un acto mecánico y la capacidad de dominar estas técnicas depende de una convicción y ambición –talento o genio, dirían los más sensibleros– que sólo quien vive con un sentimiento de afecto y necesidad hacia la escritura puede lograr. Quien carezca de creatividad o intuición, dos elementos imposibles de aprender, se podrá formar como un excelente redactor, pero nunca como un buen escritor.

Lo que asistir a un MFA puede proporcionar es claridad sobre la independencia que los textos gozan y que los convierten en entidades independientes de sus propios autores. Así, se aprende a trabajar para ellos, a diferenciar las apreciaciones que enriquecerían al texto de aquellas que no tanto, a pulir y emplear los recursos literarios más adecuados para cada caso, a reescribir, a reescribir, a reescribir y, al final, a reescribir. Pero como el autor también es importante, la dinámica y metodología de los talleres, por imperfecta que pueda llegar a ser, favorece el crecimiento del proceso mental que es la base de la escritura de cada estudiante/autor, activa otras formas de entender el mundo real para luego recrearlo en el papel. Detalles como la necesidad de cumplir con las fechas de entrega ciertamente que estimulan y aceleran la imaginación –aunque en ocasiones también la aprehensión y la depresión.

En los MFA se trabaja también sobre la inevitabilidad de que todo buen escritor no puede no ser un esmerado y concienzudo lector, pero va más allá de la lectura como goce, la convierte en una herramienta de aprendizaje, ayuda a refinar el ojo crítico y literario. Invaluables lecciones se pueden alcanzar con la observación, análisis y, algunas veces, emulación de otros escritores.

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¿Son los programas de escritura creativa el camino a seguir en nuestros tiempos?

Ciertamente, un aspirante a escritor ambicioso puede adquirir todo lo anterior por sí solo, sin necesidad de aplicar a un programa de escritura creativa. Sin embargo, el valor agregado que encontrará en ellos, quizá lo más importante que pueden ofrecer a cualquiera de sus estudiantes, es la oportunidad de hacer parte de una comunidad de colegas en situaciones similares, pero cuyos variados trasfondos y herencias culturales aportan positivamente a la visión de los textos; gozar de la experiencia de instructores que antes que profesores son escritores publicados dispuestos a compartir sin ínfulas sus experiencias; es, ante todo, la conveniencia de contar con un espacio para descubrir el oficio de la escritura y dedicar uno o dos años de forma casi exclusiva a ello.

Quienes afirman que los preceptos que gobiernan las enseñanzas de los programas de escritura creativa –“escribe sólo de lo que sepas”, “muestra, no cuentes”, “encuentra tu propia voz”– aplanan la literatura asumen que los estudiantes y profesores que hemos hecho parte de ellos damos por sentado que las técnicas son infalibles o intercambiables en cualquier texto. Lo que en realidad existe es el entendimiento de que nadie, ni siquiera el profesor, tiene la respuesta última, de que no se trata de una ciencia con verdades inapelables y que, por el contrario, se vale y se alienta a explorar, a intentar, a transgredir.

Los programas de escritura creativa, al menos los que se jacten de ser decentes y confiables, no se proclaman como centros de enseñanza de escritura porque saben que enseñar a escribir no es posible. En últimas, quizá el aprendizaje más valioso sea el de aprender lo que no se debe hacer y, a partir de ahí, orientar la propia pluma. Lo dijo O´Connor: “Creo que el trabajo del profesor debería ser principalmente negativo. Podemos aprender cómo no escribir”.

Efraín Villanueva (@Efra_Villanueva). Escritor barranquillero, renunció a su carrera en IT para dedicarse a escribir. Tiene un título en Creación Narrativa de la Universidad Central de Bogotá (2013) y es MFA en Escritura Creativa de la Universidad de Iowa (2016). Sus trabajos han aparecido en español y en inglés en publicaciones como Granta en español, Revista Arcadia, El Heraldo, Pacifista, Vice Colombia, Roads and Kingdoms, Little Village Magazine, Iowa Literaria y Tertulia Alternativa. Actualmente reside en Alemania.

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Posted: August 24, 2017 at 9:07 pm

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