Bolsonaro y la actualización de la vieja alianza liberal-totalitaria
Pablo Gasparini
Desde el impeachment a la presidenta Dilma Roussef, Brasil ha venido erosionando su frágil institucionalidad democrática. Ya sea que se entienda este impeachment como un “golpe parlamentario” o como un proceso que se ha dado al borde de la ilegalidad, lo cierto es que –como bien ha narrado la documentalista Maria Ramos en el formidable O processo– el mensaje a la sociedad es que la ley puede ser desafiada y que vale más la fuerza de los poderes “de facto” que las prescripciones constitucionales.
El monstruoso crecimiento de un oscuro diputado de pasado militar y explícitos sentimientos totalitarios, misóginos, racistas y homofóbicos, Jair Messias Bolsonaro, no podría explicarse si no fuera por un contexto político que ha deslegitimado las bases del juego democrático. Fue precisamente Bolsonaro quien, al justificar su decisión a favor del impeachment de la presidenta, respaldó con su voto al coronel Ustra, el torturador de Roussef durante su secuestro a manos del terrorismo de Estado en la última dictadura brasileña. El encarcelamiento del ex-presidente Lula, luego de un juicio en que la fragilidad de las pruebas presentadas lo ha hecho objeto de una revisión por parte de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, colabora para esta atmósfera de destitución que intenta disolver o reescribir la experiencia de los gobiernos de centro-izquierda en el Brasil.
Es cierto que estos gobiernos que han llegado a desafiar el reificado sistema de sumisión social brasileño al punto de posibilitar, por ejemplo, la llegada de los sectores subalternos a la universidad (como ilustra el film de Anna Muylaert, Que Horas Ela Volta?, de 2015), no están a salvo de haber incurrido en desaciertos y contradicciones. En la actual e incisiva crítica a los gobiernos del “Partido dos trabalhadores” (PT), algo en que los medios hegemónicos invierten la mayor parte de su tiempo y logística, se les endilga básicamente tres cosas: la caída en picada de la economía durante el mandato de Roussef, la corrupción vía pagos indebidos por parte de la principal compañía estatal “Petrobras”, así como no haber realizado algunas de las reformas necesarias, como la jubilatoria y laboral que, según los sectores liberales, serían imprescindibles para la reactivación económica. De nada parecen valer aquí los factores atenuantes que podrían esgrimirse ante tales imputaciones, como el que la caída de la economía haya coincidido con una devaluación global de las commodities que afectó a todos los países de América Latina, o que haya sido el propio PT el que hizo posibles las condiciones políticas e institucionales para que la operación “Lava-jato” comenzase a desmontar la corrupción generalizada del sistema político brasileño (sin remover, por ejemplo, al Procurador General de la Nación, como lo ha hecho el parlamento venezolano, o las presiones del gobierno macrista en Argentina). Sin aminorar la responsabilidad del PT en la gestión económica (evidenciada en el desesperado llamado de Roussef a un economista ortodoxo liberal al final de su mandato), o en los casos de corrupción en su propio partido, la situación hoy en día es que el “golpe” o “impeachment pseudo-legal” que habilitó al gobierno Temer ha estado menos interesado en la lucha contra la corrupción que en la concesión de los valiosos pozos petroleros del pre-sal a multinacionales extranjeras (esto contra el proyecto original del PT de invertir 25 por ciento de sus lucros en la educación pública), y en la implementación de una reforma laboral que, entre otros controvertidos puntos, ha permitido el trabajo en condiciones insalubres de las mujeres embarazadas. Como carta a favor, el gobierno de Temer muestra el control de la inflación y la estabilización de la economía, aunque esto sea a niveles pífios.
Así las cosas, con el gran culpable de todos los males brasileños preso en Curitiba y con la demonización radical y constante de la pasada experiencia de los gobiernos de centro-izquierda, no sorprende que un oscuro representante de la extrema derecha vernácula haya dado cauce al hasta hace poco reprimido odio de clase de los sectores conservadores de la sociedad brasileña, a los planes (socialmente inviables) de los economistas liberales del establishment y, hay que decirlo, al apoyo de gran parte de los sectores populares que encuentran en Bolsonaro un garante del orden y, por increíble que parezca, de la honestidad y la decencia desde que Edir Macedo, el principal representante de la “Igreja Universal do Reino de Deus” lo ha erigido como tal (a contramano de lo que la propia vida del ex militar podría decir). No deja de sorprender, en este aspecto, que muchos de los propios beneficiarios de la política social del PT se inclinen ahora por Bolsonaro. Aquí radica, creo, en todo caso, la mayor falta de los gobiernos de centro-izquierda: no haber fortalecido la educación en los valores democráticos.
Esta falta, quizás estructural, de la democracia brasileña y la vieja alianza, tan latinoamericana, del liberalismo económico con el totalitarismo (Bolsonaro es el preferido de los mercados, y esto en gran parte debido al papel que juega Paulo Guedes, su posible ministro de economía), parece estar arrastrando al Brasil a un execrable proyecto autoritario. Algo que no será sólo deplorable para ese país sino para América Latina como un todo.
Pablo Gasparini es Doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidade de São Paulo (USP, Brasil), donde actualmente es profesor. Publicó El exilio procaz: Gombrowicz por la Argentina y está por lanzar Puertos: Diccionarios. Literaturas y alteridad lingüística desde la pampa. Sus objetos de estudio son, entre otros, los desplazamientos literario-lingüísticos y las relaciones entre literatura y política.
©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.
Posted: October 10, 2018 at 9:52 pm