Current Events
De órgano vacío a hoyo negro: la lucha desde —y por— el útero

De órgano vacío a hoyo negro: la lucha desde —y por— el útero

Martha Bátiz

A raíz de que el viernes 24 de junio la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos anuló el fallo de Roe vs Wade, hito que legalizó el aborto en ese país desde el 22 de enero de 1973, se hace indispensable reflexionar en torno al útero. Y es que tras cinco décadas de ser un derecho constitucional, este revés de la Corte transformará de manera drástica la vida de las mujeres en edad reproductiva en ese país. Al dejar en manos de los estados la decisión de permitir o no el aborto, la prohibición hará que quienes busquen un aborto legal y seguro tengan que viajar fuera del estado en que residen para realizarse este procedimiento. Si no tienen los medios para hacerlo, se arriesgan a dañar su salud, o incluso perder su vida, mediante abortos clandestinos. Y a terminar en la cárcel, por supuesto, si se les descubre. 

Este es un grave y preocupante retroceso en un país que por años se vendió como punta de lanza y ejemplo para el mundo. Esta decisión pone en franca desventaja, por no decir en abierto peligro, a miles de mujeres y personas gestantes (porque también los hombres trans que no han concluido su proceso médico se pueden embarazar, al igual que las personas con órganos reproductores femeninos pero que se identifican como no binarias), por lo cual las protestas no se han hecho esperar. Asimismo, ha habido incontables reacciones“a favor de la vida,” en particular de grupos religiosos y de hombres la mayoría de los cuales, hay que decirlo, bajo ciertas circunstancias tal vez no dudarían en pagar por el aborto de alguna mujer con la que han tenido relaciones sexuales y cuyo fruto les resulta inconveniente (como también hay, en este Reino del Señor, tantos que se dicen religiosos y se oponen al aborto, pero han abandonado a sus parejas embarazadas, o a sus esposas e hijos). Hipocresías aparte, toda la gente tiene una opinión sobre el aborto. No hay nadie que permanezca indiferente al tema. Quienes, como yo, están a favor de su legalización, y de que este procedimiento médico forme parte de los servicios de salud seguros y gratuitos en todas partes, han escrito en pancartas la frase “si no tienes útero, no opines.” Qué lema más acertado. Justo oía yo a una francesa decir que el útero es como la credencial de elector: si no tienes, no puedes votar. O sí puedes, pero tu voto no cuenta (¡ja!). Más claro, imposible. Por desgracia, todavía son, en su mayoría, varones quienes regulan la capacidad de decisión reproductiva de las mujeres. Así que va aquí una dedicatoria muy especial para ellos si es que tienen los… minutos necesarios para leer las siguientes reflexiones.     

Primero, repasemos lo básico: el útero forma parte del aparato reproductor femenino. Se encuentra al centro de la pelvis, tiene forma de pera y su función principal es contener y alimentar al feto en desarrollo durante el embarazo. El útero también se llama matriz, palabra que en otro contexto significa “molde en que se funden objetos de metal que han de ser idénticos.” Esencialmente, el útero es un órgano hueco destinado a llenarse con la presencia de un feto que, de llegar a término, será un bebé. Y aunque en él no se funda metal alguno, la sociedad patriarcal —en particular la teocrática, esa que no cree en la separación entre la Iglesia y el Estado— sigue empeñada en (re)fundirnos a quienes tenemos útero dentro de una misma categoría y, así, regular nuestras decisiones reproductivas. Pedradas, puñetazos y puntapiés, machetazos y cuchilladas, balazos, la hoguera, la cárcel: todo se ha valido con tal de impedir la libertad de decisión sobre nuestro cuerpo.

El útero es un órgano vacío que el patriarcado y la religión, siempre tan juntitos, han transformado en un hoyo negro a través del cual se nos roba la capacidad de autodeterminación, y con ella nuestra voluntad, nuestros sueños, nuestro futuro y, en miles —no, millones— de casos, nuestra vida. Todo por culpa de haber nacido con esta habitación integrada que, cuando no tiene inquilino, mide alrededor de 7,6 cm de longitud y 5cm de anchura y, mes a mes, desprende su recubrimiento para regalarnos una semana de sangrado vaginal que nos pone de mal humor o extremadamente sensibles, nos causa dolores de espalda y vientre (entre otros malestares), y encima nos sale carísima (¿ya hicieron la suma de lo que cuestan los productos de higiene femenina a lo largo de nuestra vida reproductiva?).

Como todo órgano corporal, el útero puede enfermarse. Fibromas, miomas, endometriosis, hiperplasia endometrial, adherencias intrauterinas, pólipos endometriales, la lista de posibilidades es larga y causa molestias severas, entre ellas abdomen distendido, dolor en la zona pélvica, estreñimiento y acumulación de gases, dolor durante las relaciones sexuales, menstruaciones abundantes y prolongadas. Y eso que no mencioné el cáncer cervical uterino y algunos síndromes de nombre intimidante. ¡Uf! Bien mirado, esto de tener útero tiene toda la pinta de ser un mal negocio incluso durante los muchos años de nuestra vida en que se encuentra vacante. La histerectomía, cirugía mediante la cual se extirpa el útero (junto con otros órganos o tejidos o sin estos, de acuerdo con las necesidades de cada paciente) es un procedimiento médico invasivo y doloroso (y caro). En fin, a lo que voy: el útero podrá tener como único propósito biológico albergar y nutrir a los fetos, pero su existencia implica un potencialmente alto número de riesgos que solo enfrenta y comprende quien lo posee. La salud del cuerpo femenino es un asunto biológico delicado y complejo que no obedece moral ni fe, y cuyos miles de matices y posibilidades resultan imposibles de legislar.

Y si bien el útero tiene como único fin facilitar la reproducción, reproducirse no es el único fin de la mujer, aunque por tantos siglos se nos haya obligado a cargar con ese inmenso peso. Todavía existe gente que considera que una mujer sin hijos está “incompleta” o es “anormal”. Y quienes no logran embarazarse aunque lo deseen con toda el alma, o pierden anhelados embarazos a causa de abortos espontáneos, enfrentan en silencio su pena, acaso sintiendo que su cuerpo las ha traicionado y han fracasado en aquello de ser mujeres. Apenas ahora se empieza a hablar abiertamente de problemas de fecundidad o del dolor que causan los embarazos perdidos, pero los testimonios siguen compartiéndose a cuentagotas. ¿Por qué? Porque estos son temas muy personales, muy íntimos, y la sociedad en que vivimos siempre está lista para hurgar sin pudor en el cuerpo femenino y juzgarlo.

Ojalá quedara bien claro, de una buena vez, que el cuerpo femenino —útero incluido— no es un bien público sobre el cual otros puedan opinar y decidir, ni una cancha en la que equipos contrarios se disputen territorio. Nuestro cuerpo es nuestra casa y en nuestra casa merecemos gozar de autonomía, privacidad y respeto.

Verdad de Perogrullo: prohibir el aborto es forzar el embarazo. Visto con objetividad, el embarazo es un proceso biológicamente complejo y largo (¡nueve meses de constantes cambios corporales y hormonales!). Sin embargo, la gente da por sentado que se trata de un proceso mágico y feliz al final del cual hay como premio un regordete y sano bebé que traerá felicidad eterna. Enhorabuena a todas aquellas personas cuya experiencia ha sido esta, sin duda tienen una gran fortuna. Por desgracia, cuando se trata de un embarazo no deseado, las cosas son distintas. En el mejor de los casos, el embarazo transcurrirá sin incidentes. Al final, sin embargo, habrá siempre un recién nacido que será una carga para quien lo parió y que, a su vez, cargará con la infelicidad de quien debiera amarle más que a nada en la vida. Habría que sopesar con mucho más cuidado las implicaciones de crecer en semejantes circunstancias (eso en caso de que el bebé no sea abandonado al nacer). Y aunque se hable de la adopción como un posible remedio para este mal, sabemos que los canales oficiales son insuficientes y muy pocos menores encuentran un hogar de esta forma. Los demás crecen en casas de asistencia o en la calle y sufren infinidad de carencias y abusos.

Pero volvamos al embarazo. ¿Qué sucede en el cuerpo que habita temporalmente ese pequeño inquilino llamado feto? Pongan atención, señores, para ver si les da aunque sea un poquito de pudor entrometerse y opinar sobre algo que no vivirán jamás. Al principio, se sube de peso, se sienten calambres e hinchazón en pies y piernas, se sufren náuseas, vómitos y mareos, los senos se tornan más sensibles, se retienen líquidos, se desarrolla mayor cantidad de vello corporal y las pecas se oscurecen. La piel se estira y da comezón, se hacen estrías y, como los órganos interiores se desplazan y contraen para que quepa el inquilino, se presentan gases, colitis, gastritis y estreñimiento. En el tercer trimestre, hay molestias en la espalda, dificultad para respirar y más cansancio que antes porque, dado que la placenta requiere sangre, el corazón bombea más rápido para transferirla. Las hormonas se desatan y esto puede provocar cambios de humor difíciles de controlar. Además, debido a la presión —de ¿qué creen? ¡del útero, claro!— surgen hemorroides. Chulada de proceso que se tolera de mil amores cuando una es adulta y desea ser madre. Cuando el embarazo no es deseado, todos estos cambios corporales y hormonales se viven como agresión. O como castigo. Y si para un cuerpo ya por completo desarrollado el embarazo implica tantos cambios, ¿qué decir del cuerpecito de una niña de diez, once o doce años? ¿También ellas merecen ser obligadas a pasar por esto aunque hayan sido víctimas de violación? Mucha gente religiosa y “pro-vida” piensa que sí. No se detienen a pensar en el trauma físico y psicológico que sufre una menor de edad cuyo cuerpo está atravesando por la pubertad y además es obligada llevar un embarazo a término. No les interesa oír que tener útero y menstruar no garantiza que el cuerpo sea capaz de sostener un embarazo, mucho menos un embarazo sano, a esa corta edad.

Por otro lado, ¿cuándo fue la última vez que los legisladores que militan en “pro-vida” consideraron la existencia de embarazos de alto riesgo? Algunos de los problemas más frecuentes que pueden presentarse son anemia, presión arterial alta, diabetes gestacional, preeclampsia, trabajo de parto prematuro, problemas con el líquido amniótico, desprendimiento prematuro de placenta y placenta previa. Y en caso de embarazo preadolescente o de gestación múltiple (es decir, con gemelos o triates o más) los riesgos aumentan exponencialmente.

Hablo con conocimiento de causa. Mi primer embarazo, por ejemplo, fue gemelar y mis hijas son gemelas monoamnióticas. La lista de advertencias y riesgos que me dio la gineco-obstetra en Estados Unidos tras mi primer ultrasonido parecía anuncio de película de terror: el síndrome del gemelo transfusor-trasfundido, el riesgo a que mi cuerpo “reabsorbiera” a uno de los fetos, el riesgo de que se enredaran con el cordón umbilical al compartir la misma bolsa y se asfixiaran, el riesgo de que un feto muriera y el otro quedara vivo y tuviera que nacer muy prematuramente, el riesgo de que los bebés nacieran muy antes de tiempo y tuvieran problemas de salud de por vida. Pasé meses en cama contando patadas de un lado y otro de mi vientre para asegurarme de que todo iba bien. Me hicieron ultrasonidos cada semana durante más de veinte semanas para asegurarnos de llegar a la 35, que era nuestra meta para garantizarles mejor salud. Además de eso, me hacían dos ecocardiogramas por semana. Es decir, yo iba tres veces por semana al hospital y el resto del tiempo lo pasaba acostada por órdenes médicas.

Fue un periodo increíblemente angustioso y estresante y la cuenta de la cesárea y las incubadoras, más el cuidado prenatal, fue de tres veces el valor de la casa en que vivía con mi esposo y que adquirimos con un enganche del cinco por ciento. Nos vimos obligados a luchar por un año para que el seguro cubriera lo que le correspondía, y los miles de dólares del “co-pay” que nos tocaron los fusionamos con la hipoteca (nuestro chiste personal es que ojalá podamos pagar el nacimiento de nuestras hijas antes de que nos llegue la cuenta de sus bodas). Entretanto, mientras nos las ingeniábamos para comprar toneladas de pañales y fórmula (porque mis bebés, al ser tan prematuras, no tenían la fuerza suficiente para succionar y alimentarse de leche materna) esquivábamos las llamadas diarias de los acreedores que puso tras de nosotros el hospital. En resumen, nada que ver con la historia rosa que cuentan por ahí. No me quiero ni siquiera imaginar lo que aquello habría sido estando yo sola, o no deseando con todas mis fuerzas que esas bebés llegaran a este mundo con bien. 

¿Qué hay de quienes permanecen embarazadas bajo coerción y se enfrentan a una situación así? ¿Quién, sin el apoyo necesario, puede pasar meses en cama para evitar ser penalizada si algo les pasa a los fetos? (Eso sin hablar de la pesadilla de terminar no solo con uno sino con dos, o más, hijos no deseados.) Y hablando de riesgos, cuando hay un embarazo ectópico, o un aborto espontáneo durante el cual el cuerpo no logra expulsar por completo al producto, la única solución para salvar la vida de la madre es realizar un aborto. ¿Qué hacer en esos casos? ¿Dejarla morir? ¿Encarcelarla por un proceso biológico fuera de su control? En muchos países lo hacen y es una injusticia que es imperativo parar.

El embarazo, además, sale caro. Hay que comprar ropa de maternidad (incluyendo brassieres especiales y zapatos más anchos porque los pies se hinchan y ensanchan), por no mencionar los retos y costos que conllevan los cuidados y la crianza de un bebé. En países en desarrollo, donde existen altos niveles de pobreza, UNICEF calcula que el costo de criar a un hijo es de $900 dólares al año (que equivalen a unos 18 mil pesos mexicanos), así que al llegar a los 17 años, “la bendición” habrá costado $16 200 dólares ($322 203 pesos). Considerando que el sueldo mínimo en México es de $172 pesos al día, y en Estados Unidos va de $8 a $15 dólares por hora según el estado, los hijos no salen precisamente baratos. En países desarrollados, la crianza total de un hijo cuesta en promedio $168 384 dólares. Al negar la posibilidad de un aborto, se condena a enfrentar este costo. ¿Cuánto dinero se le exige a la contraparte masculina del proceso de fecundación?

“Se abrió de piernas, ahora que pague”. ¿Quién no ha oído decir esto? En países misóginos y machistas como los latinoamericanos (así como en los estados del sur y el llamado “Bible Belt” de los Estados Unidos), es común la idea de que, si una mujer “ya disfrutó” de una relación sexual, tiene que “cargar con las consecuencias de sus actos”. Como si las mujeres se embarazaran igual que la Virgen María, por obra del Espíritu Santo. Poco ha progresado el necio patriarcado desde aquellos tiempos en que Sor Juana acusaba “Dan vuestras amantes penas/ a sus libertades alas,/y después de hacerlas malas/las queréis hallar muy buenas.”

Por otra parte, tener hijos evita que cerca del 50% de las jóvenes madres solteras completen sus estudios y las condena a la ignorancia, a trabajos mal pagados, a discriminación laboral y, por tanto, a sufrir abusos y pasar penurias, además de soportar el altísimo estrés de ser las únicas proveedoras del hogar. Así, el patriarcado se asegura de que la mujer permanezca en un estado de inferioridad profesional e indefensión social que se extiende y perpetúa… ¿en beneficio de quién?

En Estados Unidos, donde se acaba de revocar Roe vs Wade, el 80% de los hogares con un solo adulto a cargo los encabezan las madres solteras, y una tercera parte de ellas viven en la pobreza. Tristemente, el panorama es el mismo por doquier. ¿No es este un pago —un castigo— excesivo por “una noche de pasión”?

Pero ojalá todos los embarazos se dieran como resultado de “una noche de pasión”. En caso de violación, la pesadilla de forzar el embarazo adquiere aún peores dimensiones. ¿Qué castigo reciben los eyaculadores prófugos? ¿Y los violadores?

Ahora toca hablar del parto. Porque no se puede prohibir el aborto sin pensar en la obligatoria labor de parto. Ojo, señores, porque por mucho que algunos hayan estado ahí al lado de sus parejas mientras ellas parían, no saben ni sabrán nunca lo que es pasar por esto. Al inicio, se dilata y se borra el cuello del útero. Hay contracciones irregulares y, a medida que avanza el proceso, el tapón mucoso que ha bloqueado la abertura del cuello del útero durante tantos meses se abre, dando pie a una secreción rosada o ligeramente sanguinolienta de la vagina. Durante el trabajo de parto activo, el cuello del útero se dilata de 6 a 10 centímetros, las contracciones se regularizan y se vuelven más dolorosas, y se rompen las membranas del saco amniótico, lo que llaman “romper la fuente”. En promedio, el cuello del útero se dilata un centímetro por hora, y como sabemos, dar a luz puede durar varias horas y no se ve como en las películas, ni mucho menos como en las estampitas de la Virgen en el pesebre con el Niñito Jesús.

Hasta aquí he narrado el proceso biológico al natural, pensando en que todo salga bien. De otra forma, será necesaria una episiotomía, que es una incisión que se hace en el tejido entre la abertura vaginal y el ano y que, horror de los horrores, antes era rutinario. Ahora, qué alivio, solo se hace cuando se considera indispensable (por ejemplo, si el hombro del bebé está atorado tras el hueso pélvico, por ejemplo, o se requiere el uso de fórceps o ventosa). Una episiotomía mal hecha, por si no sabían, puede causar molestias de por vida para ir al baño o tener relaciones sexuales.

Si se presenta un embarazo de alto riesgo se recomienda una cesárea, que consiste en una incisión quirúrgica en el abdomen y el útero de la madre. Esta incisión puede ser vertical o transversa, dependiendo de las condiciones indviduales de madre y feto. La recuperación física tras una cesárea es más lenta y difícil que tras un parto normal. Me consta que la herida duele durante varios días y, por su ubicación, punza al realizar cualquier movimiento, lo que resulta inconveniente, por decir lo menos, cuando se está atendiendo a un recién nacido (o más). ¿Y la mayoría de los hombres le tienen miedo a la vasectomía? Esa es piece of cake, por favor. De hecho, los hombres que estén en contra del aborto podrían apoyar su causa haciéndose una vasectomía, así por lo menos demostrarían que están dispuestos a ir más allá de la palabra e involucrar su propio cuerpo: walk the talk, pues. Es más, dado que se trata de una cirugía reversible, podrían hacérsela aún jóvenes y luego revertirla cuando se sientan listos para ser padres. De esta forma se aseguran de no tener, nunca, nada que ver con un aborto. Eso sería fabuloso, ya que la ligadura de trompas de falopio es mucho más invasiva que la vasectomía y no tiene vuelta para atrás. Señores, aquí sí tienen un poder que agradeceremos que ejerzan a la brevedad.

A quienes han tenido la paciencia y gentileza de llegar hasta aquí, ahora quiero preguntarles con sinceridad: si el proceso de parto es duro para aquellas personas que hemos decidido de manera consciente ser madres y sabemos que nuestro bebé goza de salud, ¿se imaginan lo que significa pasar por todo esto sin desear ser madre? Y algo más, ¿se imaginan lo que significa pasar por todo esto sabiendo que el bebé que nacerá es, por ejemplo, inviable? En algunas ocasiones, la prohibición del aborto obliga a las mujeres a llevar su embarazo a término aún sabiendo que su hijo tiene alguna anomalía que no le permitirá sobrevivir. Se les obliga a dar vida para ver morir. ¿No es desgarrador? No todo es blanco y negro en lo que al aborto se refiere. 

Y ahora, una advertencia para quien sufra de “pro-videz” excesiva. Favor de respirar hondo antes de leer la siguiente oración tantas veces como sea necesario:

Despenalizar el aborto no obliga a nadie a abortar.

Repito: despenalizar el aborto no obliga a nadie a abortar.

Quien quiera llevar su gestación a buen término y encargarse de su bebé lo puede hacer. Legalizar el aborto no es declararle la guerra a la maternidad, sino permitir que sea elegida libremente. Como dice el dicho: si usted está en contra del aborto, no aborte.

Penalizar el aborto, en cambio, no disminuye el número de ellos que se realizan, sino la seguridad con que se llevan a cabo. Al índice de muerte materna “normal” habrá que agregarle las muertes a causa de abortos autoinducidos o clandestinos. De realizarse sin el cuidado y la higiene indispensables, puede haber un aborto incompleto, sepsis (que es una infección generalizada), hemorragias y lesiones en los órganos internos (por ejemplo, perforación o desgarro de —¿qué creen? ¡sí!— el útero). Por este motivo, no exagero al decir que la penalización del aborto no es un movimiento a favor de la vida, sino en contra de la vida. Específicamente, en contra de la vida de la mujer que opte por él o lo requiera (y si consideramos quiénes serán siempre las más afectadas, el mensaje de rechazo hacia las mujeres de color y en situación de pobreza es muy claro). Es misoginia pura y dura. Ningún número de Padres Nuestros podrá librar de culpa y pecado a quienes piensen que está bien acorralar a las mujeres para que se sometan a una potencial carnicería buscando abortar por cualquier medio, o a llevar un embarazo a término y parir en contra de su voluntad. Y que quede bien claro: si es una aberración hacerle esto a una mujer adulta, lo es mucho más en el caso de una niña.

Hay otros puntos importantes que para la mayoría de la gente “anti-aborto” son todavía muy difíciles de entender, pero que yo quisiera atentamente someter a su consideración:

  1. Nadie recurre al aborto como método anticonceptivo, pero la lógica dice que si se restringe el acceso a los anticonceptivos y se limita la educación sexual, habrá más embarazos no deseados y, en consecuencia, más abortos. Por eso, una buena educación sexual es la mejor prevención, no solo en contra de los embarazos no deseados y el aborto, sino en contra de las enfermedades venéreas. La castidad no tiene que ir de la mano de la ignorancia.
  2. Así como dar a luz no es fácil, abortar tampoco lo es. Quienes tenemos útero conocemos la vulnerabilidad de acostarnos en una camilla con estribos y abrir las piernas frente a la cara de un extraño a fin de someternos a un proceso tan rutinario como la prueba de Papanicolau. Es incómodo. A veces duele. Señores pro-vida que ven películas pornográficas a escondidas, no crean todo lo que ahí les muestran: nadie se acuesta en una de esas camillas por placer. Un aborto clínico involucra la dilatación del cuello uterino y la inserción de una sonda y una aspiradora especial para extraer los tejidos del embarazo —es decir, el feto y el material conexo del útero— a través de un tubo. Con anestesia y antibióticos, y los instrumentos y personal necesarios, se trata de una intervención segura, pero nunca placentera.
  3. Aunque yo no he abortado, sí acompañé una vez a una amiga a hacerlo. Y conozco a muchas mujeres que han abortado también. Sé, porque me lo han dicho, que para ninguna ha sido una decisión fácil. Quien piense que ir a abortar es como ir al supermercado o ir a Disneylandia, se equivoca gravemente. Lo que sí es verdad es que las mujeres que abortan quedan en libertad para vivir la vida como lo desean. Están mejor así, sin ese bebé que no quisieron. Y la felicidad de estas mujeres y su realización personal, en sus propios términos, lejos de ser un crimen es una aportación importante y positiva para nuestra sociedad.
  4. Nadie debe una explicación sobre por qué no desea un bebé. No desearlo tendría que ser —y es— razón suficiente. Cuando decimos “mi cuerpo, mi decisión”, estamos resumiendo todo lo que acabo de narrar en los párrafos anteriores.

La maternidad no debe nunca ser un proceso física, psicológica, social y económicamente traumático y violento. Ya es lo suficientemente complicada incluso bajo circunstancias favorables. Quienes se oponen al aborto porque defienden “la vida” pero no luchan para que haya redes de apoyo reales durante el embarazo, licencias extendidas de maternidad, fórmula y pañales a precios accesibles, servicios sociales y educativos gratuitos (y de calidad) para los menores, oportunidades verdaderas para romper los círculos de la ignorancia y la pobreza, son los mentirosos más despreciables. Son despreciables porque usan su fe para sentirse moralmente superiores, pero lo que menos les importa es el bienestar de las personitas que obligan a existir. Al contrario. De lo que se trata es de controlar y oprimir. De mantener intacta la hegemonía del patriarcado y frenar el progreso profesional y educativo de la mujer y, con ello, su independencia. Se trata de frenar el camino hacia la igualdad de género. De imponerle las creencias religiosas de unos cuantos a absolutamente todos al costo que sea.

En América Latina, tras largas luchas e innumerables esfuerzos, el aborto está despenalizado en determinados plazos de gestación en México, Colombia, Argentina, Uruguay, Cuba, Guyana, Guyana Francesa y Puerto Rico. Se castiga sin excepción en El Salvador, Honduras, Nicaragua, República Dominicana y Haití. En estos países, cualquier embarazada que sufra un problema de salud y pierda al feto puede ser encarcelada (y muchas lo son, como sabemos). Paraguay, Venezuela, Guatemala, Perú y Costa Rica solo despenalizan en caso de que la vida o salud de la embarazada corran peligro. Ecuador agrega a esto el caso de violación. Chile y Brasil agregan a las anteriores la inviabilidad del feto. Bolivia, el incesto. Increíblemente, Belice es el único país que toma en cuenta los factores socioeconómicos. Como se ve, a pesar de las victorias ganadas hay mucho por hacer.

Ahora, en Estados Unidos se espera que la mitad de los estados lo penalicen también, con mínimas excepciones. En consecuencia, es razonable temer que, ante la imposibilidad de abortar, aumenten los suicidios y, sobre todo, los feminicidios. Después de todo, es un país cuyos ciudadanos están armados hasta los dientes y, de acuerdo con el Centro para el Control y Prevención de las Enfermedades o CDC, el homicidio es la cuarta causa de muerte para las mujeres entre 1 y 19 años, y la quinta para las de 20 a 44. Estas cifras en sí mismas cuentan su propia historia de terror.

   

Elegir sobre la maternidad es un derecho como todos los de las minorías: muy frágil. La más mínima distracción, como ha mostrado el caso de Estados Unidos, puede voltear el juego y dejarnos con las manos vacías y el útero lleno de prohibiciones, cadenas, imposiciones, insultos, humillaciones, riesgos, dolores, acusaciones, culpas, deudas, bebés no deseados, condenas carcelarias. El hoyo negro es infinito. No podemos bajar la guardia. No faltarán naciones con grupos de poder que quieran seguirle el ejemplo a la Suprema Corte en Washington. A mí me da pavor que la ola antiaborto llegue a Canadá con la misma fuerza con que entró el trumpismo. Mis gemelas tienen 21 y quiero que tengan absoluto poder de decisión sobre su cuerpo y su futuro. Quiero ese poder para todas.

También me da pavor que, tras este derecho, se nos arrebaten más, como el matrimonio entre personas del mismo sexo o el matrimonio interracial, por mencionar dos que, según he leído, ya andan en la mira de algunos misóginos que además son fascistas, racistas y fanáticos religiosos. La educación pública en Estados Unidos supuestamente debe ser laica, pero esta misma teocrática Suprema Corte acaba de dar autorización para que los maestros hagan rezar a sus alumnos dentro de las aulas. Si esto no es indoctrinamiento cristiano, no sé qué es. También sé lo peligroso que resulta para toda persona que no profese la misma fe —y con la misma intensidad—. La historia no miente.

Es indispensable que frenemos el avance de este fundamentalismo falsamente disfrazado de “defensa de la vida”, porque lo único que es tan contagioso como su odio es su deseo de poder, y pegadito a ése vienen los deseos de controlar y oprimir. Nos toca defender la causa del aborto legal, seguro y gratuito con uñas y dientes y, por qué no, desde el útero, que es el centro mismo de la vida. Porque es nuestra vida, nada más y nada menos, lo que está en juego. 

  

 

*Imagen de Burrage, Walter L. (Walter Lincoln), 1860-1935. Internet Archive Book Images

 

Martha Bátiz es escritora.  Ha ganado varios premios internacionales, entre ellos el Miguel de Unamuno de Salamanca, España, por su cuento La primera taza de café. Su primera colección de cuentos se titula A todos los voy a matar (Ed. Castillo, 2000); ha publicado la novela Boca de lobo, premiada en el certamen internacional Casa de Teatro de Santo Domingo y publicada bajo el sello de León Jimenes. Posteriormente fue publicada por el Instituto Mexiquense de Cultura (2008) junto con una versión al inglés bajo el sello de Exile Editions (2009). Martha es doctora el literatura latinoamericana, traductora profesional y fundadora del programa de escritura creativa en español que se ofrece en la Universidad de Toronto. Su Twitter @mbatiz

 

©Literal Publishing. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación. Toda forma de utilización no autorizada será perseguida con lo establecido en la ley federal del derecho de autor.

Las opiniones expresadas por nuestros colaboradores y columnistas son responsabilidad de sus autores y no reflejan necesariamente los puntos de vista de esta revista ni de sus editores, aunque sí refrendamos y respaldamos su derecho a expresarlas en toda su pluralidad. / Our contributors and columnists are solely responsible for the opinions expressed here, which do not necessarily reflect the point of view of this magazine or its editors. However, we do reaffirm and support their right to voice said opinions with full plurality.


Posted: July 7, 2022 at 10:18 pm

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *