Las murallas de Constantinopla
Andrés Ortiz Moyano
Me imagino al último de los bizantinos viendo caer la última muralla de Constantinopla ante los atronadores cañones turcos. Me pregunto si, además del propio terror por la inevitable derrota, este hombre fue realmente consciente del fin de una era. Seguramente no; es probable que estuviera más preocupado por recoger sus pertenencias de mayor valía, a los niños y a su señora, y salir por patas de la majestuosa megalópolis que había centralizado el poderío mundial durante más de mil años.
Sí, seguro. Aquel buen señor aterrado no tenía ni idea, incluso murió de viejo sin saberlo, pero aquellas piedras que caían plúmbeas ante los otomanos supusieron en realidad un cambio de ciclo definitivo en la historia de la humanidad. El fin de un imperio en apariencia eterno e inabarcable pero decadente y corrupto que claudicó, al fin, ante la pujanza del enemigo y el avance de los tiempos. Debemos disculpar, por supuesto, a este señor. Supongo que eso no lo sabe nadie que es testigo de tamaño hito cuando lo está viviendo.
Casi seis siglos después discurro si, con la doble e injustamente llamada caída de Kabul, hemos asistido en las lánguidas tardes de agosto a un hecho histórico; si lo que hemos visto no es como lo de aquellas murallas que derivó en un cambio crítico para Europa, Asia, las religiones y, en definitiva, el mundo entero. (Un inciso, digo doblemente injusta porque, por un lado, la caída ha sido de todo Afganistán y, por otro, porque realmente no ha sido caída, pues cae el que pelea, sino más bien una apertura de piernas como la de París frente a la Wehrmacht en la II Guerra Mundial).
Decíamos ayer… en verdad no son pocos los que vaticinan apocalípticos y sin pudor el inmediato cambio de ciclo histórico tras la calamidad afgana. Una opinión cacareada en su mayoría por pseudopolitólogos de medio pelo que invierten más tiempo en Twitter que investigando, así como por tertulianos catódicos multiusos que igual te hablan de geopolítica que de líos de alcoba de los famosos.
“El fin del imperio yanqui”, “la prueba del final del imperialismo de Washington”, “la derrota definitiva del Tío Sam”, son algunas de las superlativas conclusiones que se han apresurado a verter, en un mundo, por cierto, ya de por sí superlativo y voraz a la hora de consumir titulares rimbombantes sin leer la letra pequeña.
Pero siendo justos, y más que nos duela a los muermos que nos gustan los datos y los hechos, en sentido estricto no le faltan argumentos, aunque ellos mismos no se preocupen, entre tuit y tuit, de analizar los detalles. Por un lado, la marcha de EEUU del país centroasiático ha sido bochornosa tanto en la estética como en la posterior explicación. Desde la huida acelerada y más propia de las pesadillas de Saigón hasta las explicaciones erráticas y pueriles del presidente Joe Biden, autojustificándose en su torpeza dialéctica y en el “yo no fui, profe, fue otro” que dirime en darle la irremediable razón a quienes le otorgan el ofensivo “Sleepy Joe”.
El resultado de entregar en bandeja de plata un país que es un erial en la superficie, pero un tesoro en minerales y tierras raras en la dermis a un gobierno de fanáticos nunca puede considerarse un éxito. Menos aún cuando los chinos, mucho más laxos con ese estorbo que siempre son los derechos humanos, se han apresurado en colocarse como socios preferentes de los talibanes. Peor todavía, cuando empiecen, que ya han empezado, las cacerías de homosexuales, madres solteras, rivales étnicos y demás enemigos de estos salvajes, este novelero mundo no mirará ni culpará al que aprieta el gatillo, degüella o amputa, sino al Tío Sam y le dirá en mayúsculas, con muchas exclamaciones y hashtags cuquis: #ITSYOURFAULT!!!
La caída de Afganistán es el colofón a veinte años de estrategia errática inflada de promesas grandilocuentes, que ha costado una fortuna, que se ha cobrado la vida de miles de soldados y civiles, y que les ha dejado de propina a los talibán un hermosísimo arsenal militar, superior incluso al de algunos países desarrollados. Por otra parte, y no es cuestión baladí, las posibilidades que adquiere el yihadismo internacional para contar con el apoyo logístico de un país per se de gobierno filoterrorista pueden resultar desastrosas.
La caída de Kabul se consumó en un día como otro cualquiera; es, en sí mismo, un hecho puntual, pero, ¿será las nuevas murallas de Constantinopla?
Los síntomas de fatiga de EE.UU. son claros, fuera y dentro. Comercialmente, China les ha sobrepasado; industrial y militarmente, parece en camino de ello. En lo social, EE.UU. está infectado del veneno woke que no hace sino atomizar sociedades y destruir proyectos comunes de progreso. Como cabeza de Occidente, parece cansado y temeroso, preso de su propia debilidad mental y arrastrando a todos los demás. China, por supuesto, no tiene ese problema: sencillamente, no hay debate posible porque se prohíbe debatir.
Y así, la suerte parece estar echada, ¿viviremos en un mundo con Pekín en el centro y Occidente en un decadente y segundón plano?
Se me antoja temerario, cuando no irresponsable, obviar que EEUU es perro viejo, quizás el enemigo a batir todavía. Achacoso y timorato, sí, a punto de firmar la derrota si no lo ha hecho ya; pero me cuesta creer que ha olvidado su característica estrella que lo llevó a lo más alto: su extraordinario pragmatismo. China ya manda, pero es una forma de gobierno tramposa, justificada en la pura fiabilidad del hoy. Es formidable, pero su avance es imparable porque está comprando el mundo. ¿Eso incluye convertirse en referente cultural y social? ¿Y si algo se les tuerce? No sé si viviremos para ver cómo Occidente adopta un estilo de vida según el modelo del gran dragón de Oriente. Aquello del venceréis, pero no convenceréis, que decía Unamuno.
Por su parte, quienes comparan Kabul con Saigón para ilustrar el fin inminente de EE.UU. olvidan que algo después de aquello llegó el impetuoso Reagan, la caída del muro de Berlín, el final de la Unión Soviética y la excelente administración Clinton. Quizás no ocurra… O quizás se repita la historia.
Son cuestiones complejas, perdónenme la obviedad. Y quizás sea una pérdida de tiempo pensar ad aeternum cuándo caerá Occidente. Un tiempo precioso que sí podríamos invertir en lo que de verdad importa; es decir, no tanto martirizarnos si en un futuro próximo pagaremos en yuanes en vez de dólares o euros, y sí si estamos dispuestos a asumir que debemos pensar en moneda china. Y después de la economía, pensar en todo lo que viene detrás.
Andrés Ortiz Moyano, periodista y escritor. Autor de Los falsos profetas. Claves de la propaganda yihadista; #YIHAD. Cómo el Estado Islámico ha conquistado internet y los medios de comunicación; Yo, Shepard y Adalides del Este: Creación. Twitter: @andresortmoy
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Posted: September 28, 2021 at 9:56 pm