Luis Sepúlveda en un tren repleto de zurdos
David Dorantes
2020
Un mensaje en la tarde del jueves 16 de abril sacude hasta los cimientos una casa en Texas. Las palabras caen como el trancazo de un tornado. Se murió Luis Sepúlveda. Te dice un amigo desde Asturias. Una neumonía azuzada por el coronavirus. Puta pandemia. La copa de vino de repente tiene un regusto a nada. A pérdida, soledad, silencio. De súbito te niegas a sentirte perdido, solitario, silencioso. Caminas hasta la cochera y sacas varias cajas de cartón apiladas al ahí se va. Fotografías. Cassettes. Buscas los rastros de un carnal. De un camarada. La polvorita de la memoria en la que vive Lucho. ¿A ver ponle fecha a los recuerdos?
1995
Un tren repleto de zurdos deja Madrid. El fogonero es el escritor mexicano Paco Ignacio Taibo II quien encabeza una bulliciosa descarga de lo mejor de la literatura neopoliciaca de Latinoamérica, más algunos colados. Tú eres de los últimos. En un vagón Horacio Verzi y Daniel Chavarría recuerdan a Rodolfo Walsh. Justo Vasco y Mariano Rodríguez Herrera hablan de son montuno y literatura caribeña. Antonio Sarabia y Santiago Gamboa conspiran para alguna vez escribir una novela juntos. Carlos Giménez y Enrique Sánchez Abulí debaten sobre la historia de los cómics españoles. El rumbo es Gijón para una loca e imprevisible Semana Negra. Siete días del carnaval literario más divertido de la historia. Es el sábado 8 de julio. Rock con literatura negra. Sidra con debate social. Queso de cabrales y punks rojos.
De repente haces lo único que sabes hacer bien cuando estás muy nervioso e inseguro. Sacas la guitarra. Rasgas un Do menor. Buscas un blues que te distraiga. ¿Sabes corridos de la Revolución? Te dice un hombre ancho, fuerte, de barba negra y moreno que saltó de repente desde otro vagón. Lleva la camisa de mezclilla abierta y presume el dije de una ballena plateada. ¿Corridos de la Revolución? Dices rápido que sí. Total, es un vals, qué tan difícil puede ser. Sueltas tres acordes y el tundata tundata tundata. El barbón de la ballena arranca su voz de barítono con Carabina 30-30. Se obró el milagro en un tren de ateos y agnósticos. Casi todos dejan sus charlas y te hacen corro para cantarle a las Adelitas, la Cucaracha, los Dorados de Villa, Felipe Ángeles y hasta cuelas el Jacinto Cenobio, que nadie conoce, y acabas cantando solo. Soy Luis Sepúlveda te dice despidiéndose el barbón de la ballena. Se aleja abrazado de Antonio Sarabia. Ambos van tocados con sombreros a lo Sam Spade. El tren empieza a descender por las montañas asturianas rumbo al Cantábrico.
Caminas por una boscosa calle atestada de casetas de libros junto al Río Piles. ¿Es miércoles o jueves? El maratón de Mahou, sidra y chocolate te hacen perder la cuenta. Paco Ignacio Taibo II está al borde del infarto porque no llegas a las entrevistas que deberías. De algún modo, de todos modos, tienes una pila de grabaciones con los autores hechas en los bares de los hoteles. Hoy actúa Mano Negra. La chamacada tomó por asalto la Semana Negra. Un apacible Rubem Fonseca, cubierto de la lluvia bajo un toldo, es una paciente estrella de rock frente a cientos de jóvenes en fila que le piden una firma en sus libros. Manu Chao hace su prueba de sonido a lo lejos con el Marihuana Boogie. Escuchas un ¡hey! Volteas y es Sepúlveda quien te sonríe desde la terraza de una de las muchas casetas con comida y trago. ¡Ven! Grita y agita el brazo. Vas. Te invita una botella de vino con un plato de quesos y carnes. ¿A mí cuándo me vas a entrevistar?, pregunta. Tú nunca has sabido quién es quién. Nunca lo has leído. No sabes ni qué ha escrito. El muy bribón te lee la mente. De un morral saca un libro de Tusquets con un paisaje tropical de tucanes, loros, mariposas. Lo lees y el domingo me entrevistas, dice con una gran sonrisa, mientras te acerca el libro. Y, de repente, te descoloca. Ahora háblame de ti, pide curioso. Tú, que no hablas de ti ni en defensa propia frente a un juez, dos horas después ya le soltaste toda la sopa. En un pis-pas Luis Sepúlveda te conoce más que tu familia. Don de gentes le dicen algunos. Eso era lo chido de conocerlo. Al poco de hablar con él sentías que era tu amigo de toda la vida. Ese día, por primera vez, te dijo carnal.
1997
Los caóticos pasillos de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL) acogen la marabunta del tropel adolescente. Es el día señalado para que los estudiantes de preparatoria acarreados de la Universidad de Guadalajara (UdeG) tomen por asalto la feria. Es la nube negra del relajo. Los libreros y editores en sus caras pálidas reflejan la que se les viene. La ola de corretizas, gritos y chiflidos juveniles harían palidecer a cualquier Tsunami de respeto. De repente un ¡carnal! a voz en cuello se abre camino entre la explosión puberta. Luis Sepúlveda camina hacia ti y te abraza. La ballena plateada sigue en su pecho. Un jadeante Martín Solares, quien por entonces todavía no es escritor, lo escolta y luego se excusa para ir a coordinar algo a la editorial. ¡Vámonos! de repente dice Sepúlveda, ¡a una cantina, muy mexicana! Crees que los adolescentes le contagiaron las travesuras. Sus ojos vivarachos insisten. Te rindes fácil. De repente un periodista mexicano y un escritor chileno salen montados en una motocicleta Kawasaki por la Avenida Mariano Otero alejándose del encuentro literario. Aceptas ir un rato pero sólo si te da una entrevista, adviertes.
A La Fuente no puedes ir. Es el centro bohemio de Guanatos. Además, está a media cuadra de El Informador y si ellos lo ven le entrevistan. También puede ser que alguien vaya con el chisme a tu jefe Jorge Zepeda al Siglo 21. Calibras mientras la Kawasaki baja por Avenida Niños Héroes. ¡El Saul’s Bar! clamas. Luis Sepúlveda se sienta a la barra del Saúl’s mientras los viejos discos de vinilo sueltan temas de Toña La Negra. Los parroquianos desconocen el acento del barbón que te acompaña y le cuestionan de dónde es. Dos horas después ya hay porras y vivas para Chile y Salvador Allende. Boleros de Lucho Gatica e historias de marineros y policías. Parece que Lucho ha sido cliente asiduo del Saul’s toda su vida. Alguien recita a Pablo Neruda. El Profesor, un parroquiano que es maestro universitario, cuenta que Juan José Arreola viajó para estudiar a Francia gracias a una beca de Gabriela Mistral. Luis se emociona mucho con la historia. Tengo ganas de decirle que El Profesor siempre ha sido un mitómano muy afecto al Bacardí con Coca pero me contengo. Saúl Botello invita más tragos y todavía no tienes tu entrevista. Lucho cuenta historias de Julio Cortázar, vino tinto y París. Don Saúl y El Profesor lo escuchan con atención. Terminan abrazados.
Tres horas después por fin entrevistas a Luis. Te cuenta de los vasos de leche que toma en la cocina de su casa. De Hamburgo y el barrio de Saint Pauli. De la responsabilidad social del escritor comprometido con la justicia y el lenguaje. Habla de uno de sus hijos que es músico de rock. Revela cómo Malcom Lowry le mostró un modo de ver a México. Reflexiona sobre la pérdida del concepto de la lealtad. Le duele el racismo de la mayoría de los latinoamericanos hacia todo lo indígena. Asegura que se impone una disciplina de cinco páginas bien escritas, por lo menos, todos los días. ¿Cuál es la criba para saber qué vale la pena de lo que has escrito? preguntas. La oralidad, la voz, la lectura en voz alta. Que el texto fluya, te dice, que sea una fábula narrada. Habla mucho del teatro de Jean Genet, Alfred Jarry y Eugène Ionesco. Don Saúl interrumpe y trae más botana y unas hierbabuenas. Le cuentas a Lucho que estás harto del snobismo del periodismo cultural y te anima a buscar horizontes en la crónica policiaca. Te habla de la importancia de hablar de los perdedores y de las víctimas. De esos nadie habla, dice, y reflexiona sobre Raymond Chandler, Dashiell Hammett y el realismo social. De repente, otra vez, vuelve a preguntarte por ti. Y ahí vas de bocón. No aprendes, chingado. Siempre te toma desprevenido.
Trepas a Luis Sepúlveda a un taxi y sales en la Kawasaki como alma que lleva el diablo a Siglo 21 en Avenida Washington 250 A. En el largo pasillo antes de la escalera a la redacción te encuentras a Eduardo Castañeda y Gerardo Beorlegui. ¡Pelón ahora sí te van a madrear!, dice uno de los dos. Diego Petersen Farah el subdirector te ve venir y pone ojos de esta tacita que se acaba de romper. La femme fatale de tu jefa en la sección de cultura espeta: ¿en dónde chingados estabas?, ¿vienes borracho? No tomé nada, estuve trabajando mucho, traigo una entrevista exclusiva con Luis Sepúlveda. Mientes mientras dices la verdad. ¿Mañana presenta su libro, no? pregunta la femme fatale. Sip, dices con hipo y ron en el buche. Sacas el cassette y se escucha la voz de Luis Sepúlveda salvándote la chamba. Al otro día en la portada el periódico anuncia la entrevista exclusiva a doble página en el suplemento especial dedicado a la FIL. Margarita Sierra, una de las directoras de la feria, te recibe como a hijo pródigo cuando dice que el salón en el que Luis Sepúlveda presentará su nueva novela está atestado.
¿Carnal, te regañaron? pregunta Luis antes de entrar a presentar su nuevo libro. Asientes. Lucho te mira con picardía. Asegura que a él también lo regañaron los de la editorial. No le crees. Cuando camina en el salón rumbo al estrado un estruendo de gente que le aplaude de pie lo recibe como a un familiar al que hace mucho que no han visto. Martín Solares oficia de presentador. Empieza a hablar y algunas personas se salen de la presentación. Dice, mejor me callo antes de dejar la sala sola. Luis Sepúlveda se carcajea y toma el micrófono. Más de una hora después la gente sigue embelezada escuchándolo hablar de ballenas, gatos, solidaridad, protección de la naturaleza, del valor de la amistad, lucha social, justicia, Juan Rulfo, hermandad.
2020
Ves una fotografía del domingo 16 de julio de aquella Semana Negra en Gijón. Están en la fiesta de cierre. Todos los escritores y los colados posan sonrientes. Los asturianos le dicen espicha a esa manera festiva de comerse todo el queso y beberse toda la sidra del mundo. Has pasado varios días rodeados de puros zurdos de la mejor ralea. Lo más selecto de cada casa. Traes una maleta cargada de libros, cassettes, una cámara, cien rollos de fotografía. Empiezas a llorar. No te quieres ir. Es la primera vez y la única que has llorado en una despedida. Ni antes ni después. Luis Sepúlveda se acerca antes de que te subas al camión con rumbo a Madrid y te abraza. ¡Carnal, los machos mexicanos no lloran… nos vamos a volver a ver! te dice al oído en un abrazo de oso. Hoy te acuerdas y vuelves a llorar. Por segunda ocasión lloras despidiéndote de Luis Sepúlveda. Te sirves otra copa de vino. Sacas la guitarra y cantas Carabina 30-30, que los rebeldes portaban.
David Dorantes (Guadalajara, México) periodista y escritor. Ha sido reportero de deportes, cultura, crimen e investigaciones especiales para los diarios Siglo 21, Público-Milenio y Houston Chronicle, además de columnista de música en los semanarios Primera Plana y Cambio. Tomó el taller de Crónica Periodística con Gabriel García Márquez invitado por la Fundación para un Nuevo Periodismo Ibericamericano 2000 y ganó el Premio Emisario de Periodismo de la Universidad de Guadalajara 2000. Uno de sus cuentos apareció en la antología Dime si no has querido. Antología de cuentos desterrados (Literal Publishing, 2018), la primera de autores Latinoamericanos en Houston. Actualmente es periodista free-lance para varias publicaciones en Estados Unidos, México y España.
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Posted: April 19, 2020 at 7:59 pm
Muy buena reseña¡ un abrazo