Flashback
Tarás Shevchenko, poeta iconoclasta

Tarás Shevchenko, poeta iconoclasta

Román Alonso

La frase “Gloria a Ucrania”, que tantas veces hemos escuchado en los medios, pertenece a un poema (“A Osnovyanenko”, 1840) del escritor Tarás Shevchenko (1814-1861), poeta nacional de Ucrania.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los nazis dinamitaron su monumento funerario en Kaniv, pues era considerado un símbolo de la libertad y la verdad, valores que Tarás Shevchenko defendió toda su vida. Anoto al paso: sus restos habían sido llevados a ese lugar de su tierra natal desde San Petersburgo, siguiendo sus propios deseos, expresados en poemas como “Testamento” (1845).

En su funeral, realizado en el cementerio ruso de Smolensk, pues Tarás Shevchenko era cristiano ortodoxo, se reunió una multitud entre la que estuvieron presentes escritores como Iván Turguénev (1818-1883) y Fiódor Dostoyevski (1821-1881), quien fue uno de los oradores ante el féretro.

Ya que a partir de 1859 el gobierno zarista le había prohibido regresar a Ucrania, Tarás Shevchenko falleció en San Petersburgo el 10 de marzo de 1861, un día después de su cumpleaños número cuarenta y siete. Al parecer, la causa de su muerte fue un ataque al corazón, producto de una salud debilitada por una década de exilio en Siberia (junio de 1847-julio de 1857) y por una cirrosis fruto de su gusto por las bebidas fuertes (un mal hábito que, le confesó a Turguénev, adquirió durante sus años en prisión). La noticia de su muerte no debió de tomar a nadie por sorpresa, pues el poeta recibía constante atención medica desde 1860, año en el que Chernyshevsky (1828-1889) propuso publicar una nueva edición de Kobzar, libro de poemas de Shevchenko cuya primera edición, de 1840, había sido prohibida y destruida por órdenes del zar Nicolás I.

Lo cierto es que el exilio siberiano había quebrantado su salud, pero no su voluntad. Los últimos años de su vida, aunque visiblemente debilitado, Shevchenko los dedicó a intensificar su vida social –según Roger Caillois, el poeta “fundador de la literatura ucraniana” era un “habitué de los salones de San Petersburgo”– a escribir y a dibujar.

Conocido como un talentoso pintor y grabador de retratos y paisajes ucranianos (al parecer inventó una mejor manera de grabar sobre cobre usando vodka como aguafuerte), Shevchenko vivió los últimos años de su vida en un modesto espacio que (a partir de junio de 1858) le facilitó la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo, su Alma Mater, lugar en donde falleció, a las cinco y media de la mañana, justo en la escalera que conectaba su estudio con la recámara.

Aunque permanecía bajo la vigilancia de la policía zarista, Shevchenko escribió poemas de espíritu religioso (en ocasiones blasfemo, pues el poeta se molestaba con Dios por permitir el mal en contra de su pueblo) que todavía retrataban los paisajes de Ucrania y el proceder inhumano de los tiranos.

En 1858, dicho sea de paso, Shevchenko se hizo gran amigo del actor negro Ira Aldridge (1805-1867), norteamericano que interpretaba el papel de Otelo en la obra de Shakespeare montada por entonces en los teatros de San Petersburgo. Hombres libres, bebían juntos (imagino que ron, la bebida favorita de Shevchenko) y platicaban –con la ayuda de Ekaterina Junge (1843-1913), pintora y salonnière rusa que hacía de traductora– sobre la servidumbre y la soñada libertad de sus respectivos pueblos.

También dedicó Shevchenko sus últimos años de vida a protestar contra las autoridades zaristas y a favor de los oprimidos. Hacia 1858, por ejemplo, firmó un desplegado en contra del antisemitismo ruso.

Turguénev, que lo conoció en San Petersburgo, lo recuerda  como un hombre con porte de soldado: “la cabeza es puntiaguda, casi calva; frente alta y arrugada, nariz ancha llamada de ‘pato’, tupido bigote le cubría los labios; pequeños ojos grises, cuya mirada, en su mayor parte sombría e incrédula, tomaba de vez en cuando una expresión de cariño, casi dulce, acompañada de una buena y amable sonrisa; la voz es algo ronca, el acento es puramente ruso, los movimientos son tranquilos, el paso es sosegado, la figura es holgada y un poco grácil. […] Con un alto sombrero de carnero en la cabeza, con un largo abrigo gris oscuro con cuello de piel de oveja negra, Shevchenko parecía un verdadero pequeño ruso […]; los retratos que quedaron después dan una idea generalmente correcta de él” (“Memorias sobre Schevchenko”, prefacio de Kobzar. Praga, 1876, p. iv).

Un pequeño paréntesis aclaratorio: hasta finales del siglo XIX los rusos llamaron “pequeños rusos” a los habitantes de Ucrania, cuyo territorio, controlado por los zares, fue bautizado como “Pequeña Rusia”. De manera parecida, según Serhy Yekelchyk, el estalinismo llamó a los ucranianos “hermanos menores” durante la era soviética, pues se esperaba su obediencia al “hermano mayor” ruso (Stalin’s Empire of Memory. Russian-Ukrainian Relations in the Soviet Historical Imagination. University of Toronto Press. Canada, 2004).

Turguénev no reconoce en la obra de Shevchenko la “trascendencia enorme, casi mundial, que, sin dudarlo, le atribuían los pequeños rusos que estaban en San Petersburgo”. Sin embargo, acepta que su obra le atraía “por su originalidad y fuerza”.

Respecto a su personalidad, Turguénev y el poeta Yakov Polonsky (1819-1898) recuerdan que Shevchenko era capaz de recitar alguno de sus poemas y conmover profundamente a la audiencia, pero también de dar un fuerte golpe sobre la mesa, que lanzara las tazas al suelo para hacerse añicos, al hablar de la opresión en Ucrania. Ya que Shevchenko era una mezcla sui generis de tosquedad tradicional y refinamiento artístico, Turguénev lo comparó con la pintura de Khokhloma, un tipo de artesanía eslava que, elaborada con materiales “ásperos, endurecidos y desgastados” como la madera, era revestida con pintura dorada y dibujos coloreados de la naturaleza.

Tosco y refinado a la vez, Shevchenko admiraba la pintura de Rembrandt, disfrutaba del teatro de Shakespeare, amaba la naturaleza y la música tradicional de Ucrania. Hablaba polaco, ruso y ucraniano. Sabía algo de francés. En todo caso, anota Turguénev, Shevchenko era modesto y valoraba el trabajo de otros escritores: cuando le preguntó qué debía leer para aprender sobre Ucrania, Shevchenko no le recomendó sus propios libros, sino la obra de Marko Vovchok (pseudónimo de la escritora ucraniana Markovich Maria Alexandrovna, 1834-1907). Así que, en 1859, Turguénev tradujo al ruso alguno de sus libros (Historias populares de Ucrania, 1857).

Shevchenko había sido condenado a Siberia “por componer poesías indignantes y en sumo grado insolentes” (Vasil Shubravski, Tarás Shevchenko. Poesías Escogidas. Ed. Dnipro. Kiev, 1986, p. 7). Cuando la sociedad secreta a la que pertenecía (La Hermandad de los Santos Cirilo y Metodio, creada por el escritor Nikolay Kostomarov) fue descubierta en 1847, sus poemas inéditos cayeron en manos de las autoridades. Estos poemas de Shevchenko, agrupados bajo el nombre de “Tres Veranos” o “Tres Años” (1843-1845), mostraban su talante iconoclasta. Shevchenko escribió contra los monjes y sacerdotes católicos, los terratenientes y los zares. En general, contra todos los que mentían y explotaban al pueblo de Ucrania. En este punto, son relevantes poemas como “Hereje” (de 1845, sobre el teólogo Jan Hus, quien terminó en la hoguera por protestar contra el comercio de indulgencias) y “El Sueño” (1844), tal vez el poema satírico más importante de Shevchenko.

En “El sueño”, el poeta narra un viaje onírico a la corte del zar Nicolás I en el que se retrata la naturaleza patética y autoritaria de la nobleza rusa. Por ejemplo, el zar es un oso azul, hinchado y bravucón, que humilla públicamente a sus subordinados, que a su vez humillan a los suyos en una cadena que termina con los más bajos funcionarios rusos maltratando a los desposeídos, quienes al recibir los golpes rezan por el bien del zar (“dan ganas de reír/y de llorar”). Pero el zar, bien visto, sentado en su trono y aislado de todos, parece más bien un “osito” ridículo. La zarina, por otro lado, no es la belleza que pinta la propaganda, sino un hongo envejecido (un “hongo seco”) cuya cabeza “ya tiembla de perlesía”. Alrededor de ambos, la “barriguda” nobleza rusa es un montón de “pavos inflados” y “cerdos” que “sudan y resoplan” mientras se forman para lamer la “higa zarista”. El poema también retrata la opresión del pueblo de Ucrania (la siguiente traducción es de Arturo Despouey, 1961):

Nadie escucha, nadie, los gritos y risas
de este pueblo nuestro.
Del lomo le arrancan los pobres andrajos
y también la piel,
porque son los pobres los que deben dar
para el principito
el cuero que piden los regios chapines.
Y a la pobre viuda
a golpes le arrancan la tasa imperial;
y a su pobre hijo,
a su único hijo, al hijo del alma,
le plantan grilletes
y al cuartel lo envían, mas por poco tiempo.
De lodo y de mugre
pronto está cubierto; y de hambre se muere,
mientras que la madre,
junto con los que hacen trabajos forzosos,
el trigo recoge.

Como primera represalia en contra Shevchenko, el gobierno ruso destruyó todos los ejemplares localizables de su poemario Kobzar (1840). Luego, obligado a servir como soldado, el poeta pasó los primeros años de su exilio en Orsk, una fortaleza siberiana que funcionaba como “un puesto de avanzada militar en la frontera contra los nómadas kazajos”.

Aunque el zar había ordenado que se le prohibiera escribir y pintar durante su cautiverio, Shevchenko escribió a escondidas varios “cuadernos ilegales” (así los llamó él), al ritmo de uno por año, que ocultaba adentro de sus botas militares (Historical Dictionary of Ukraine, 2013). En estos cuadernos almacenó varios poemas, una veintena de novelas (como El pintor y El músico que, a decir de Vasil Shubravski, “reflejan el destino trágico de artistas procedentes de las bajas clases sociales”) y un diario que, por estar escrito en ruso, según Shevchenko, “asombró mucho e incluso molestó un poco a sus compatriotas”.

Hay que decir que Shevchenko gozó a veces de la simpatía y complicidad de las autoridades carcelarias, quienes le permitieron pintar, mirando hacia otro lado, o mirando directamente hacia el artista, quien pintó sus retratos. Sin embargo, cuando en la capital se descubrió que todavía escribía y pintaba, su situación empeoró. En 1850, como castigo, fue encerrado en la prisión fortaleza de Novopetrovskoe (hoy Fort Shevchenko) en el mar Caspio.

Cuando murió el zar Nicolás I (el más interesado en castigar a Shevchenko), el poeta le pidió por carta al conde Fyodor Petrovich Tolstói (1783-1873), vicepresidente de la Academia Imperial de las Artes, que intercediera por él. Las gestiones de Tolstói y las manifestaciones de la comunidad artística rusa a favor de Shevchenko tuvieron efecto, así que el poeta fue liberado, dos años después, en julio de 1857.

No está de más decir que, apenas libre, Shevchenko viajó a Ucrania. Sin embargo, sus reuniones con trabajadores, intelectuales y nacionalistas ucranianos no fueron bien vistas por las autoridades. Finalmente, en 1859, Shevchenko fue acusado de blasfemia y deportado a San Petersburgo.

Sobre su poesía, algunos críticos han subrayado los poemas de los “Tres Veranos” (1843-1845) como los mejores de Shevchenko. En ellos, el poeta retrata la miseria del pueblo de Ucrania, una miseria que conoció desde adentro.

Un paréntesis histórico: La servidumbre (una suerte de esclavitud encubierta) había sido establecida en Ucrania por la zarina Catalina II en 1783. Le prohibía a los siervos (campesinos, artesanos, etcétera) abandonar las tierras donde estaban obligados a trabajar para un terrateniente que, en los hechos, era propietario de sus vidas, de manera que, para decirlo con palabras de Shevchenko, permanecían en “una prisión amplia y sin candados”. Prisionero de este régimen de esclavitud legalizada (que a un lector mexicano le recordará, sin duda, la explotación de campesinos en las haciendas del porfiriato), vivió Shevchenko los primeros veinticuatro años de su vida.

Hijo de siervos, Shevenko nació el 9 de marzo de 1814 “en el pueblo de Kirilovka, distrito de Zvenigorod, provincia de Kiev, en la finca de un terrateniente” (“Autobiografía de Shevchenko”, 1860, en Kobzar, Praga, 1876). A los ocho años quedó huérfano, pues sus padres murieron debido al “trabajo y la miseria”. Comprado y vendido varias veces, Shevchenko trabajó desde niño para diferentes amos. Finalmente, terminó como siervo de un terrateniente que viajaba con frecuencia. Acompañándolo, conoció Kiev, la ciudad de Vilno (donde fue testigo de la Revolución de los Cadetes) y la capital del Imperio ruso, donde solía aprovechar las noches blancas para salir a dibujar las estatuas que adornaban los jardines de San Petersburgo. En este lugar, hacia 1832, conoció al joven Iván Maksimovich Soshenko (1807-1876), quien valorando su talento como artista lo presentó en 1837 con el eslavista Víctor Grigorovich (1815-1876), solicitándole su ayuda para liberar a Shevchenko de la servidumbre. Tras consultar el caso con el poeta romántico Vasili Zhukovski (1783-1852), éste sugirió que Karl Brivlov (1799-1852) pintara un retrato suyo para una rifa privada. Con ayuda del conde Velegorsky, se rifó el cuadro y con el dinero reunido se logró comprar la libertad de Shevchenko.

Tras obtener su libertad, el 22 de abril de 1838, Shevchenko pudo ingresar a la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo y estudiar para convertirse en pintor y grabador. Algunos de sus cuadros más conocidos de aquel periodo (1838-1845) son un Autorretrato de 1840 (que aparece en el actual billete ucraniano de cien grivnas), El niño mendigo que le da pan a un perro (1840), Una adivina gitana (1841) y Katerina (1842). Como grabador, en 1844, Shevchenko realizó un conjunto de trabajos titulado La Ucrania pictórica. Durante aquellos años formativos también escribió una obra de teatro (Nazar Stodolya, 1844; bastante mala en opinión de Dmytro Chyzhevsky) y comenzó a escribir poemas con buenos resultados. En 1840, con el apoyo del noble cosaco Petro Martos (1809-?), Shevchenko logró publicar la primera colección de sus poemas bajo el nombre de Kobzar (Bardo en ucraniano).

Según el poeta Dmytro Pavlychko, Shevchenko fue un “voraz lector de historia y novelas toda su vida” (“Un rebelde ejemplar. Tarás Shevchenko”, 1964). Lo anterior se ve reflejado en muchos de sus poemas, que suelen abordar temas históricos o seguir un esquema narrativo. Entre los poemas históricos destacan “Los Jaidamakas” (1841, que habla sobre los campesinos y cosacos que se rebelaron en 1768 contra la opresión de la nobleza católica polaca) y “El Cáucaso” (1845), donde Shevchenko habla sobre la invasión rusa a Georgia (parte de la Guerra del Cáucaso), mostrando su simpatía por los rebeldes (Andrew Gregorovich en Kobzar. Poetry of Tarás Shevchenko in Ukrainian, English and French, 2014).

Formalmente, tal vez el rasgo principal de los poemas de Shevchenko sea su musicalidad. Según el crítico literario Dmytro Chyzhevsky (1894-1977), “el verso de Shevchenko es, por mucho, el más melodioso, sonoro y armonioso de todos los escritores ucranianos, antes y después de él” (A History of Ukrainian Literature, Segunda edición en inglés, 1997, p. 504).

Entre 1843 y 1845 (los famosos “Tres Veranos” o “Tres años” según la traducción), Shevchenko hizo numerosos viajes a Ucrania, donde trabajó realizando registros etnográficos, “pintando, dibujando paisajes, iglesias, reliquias históricas en Kiev y en otras ubicaciones”. Sus viajes le permitieron observar de nueva cuenta la explotación de los siervos a manos de los terratenientes y los funcionarios del gobierno ruso, justo el escenario de miseria dibujado por Gógol (1809-1852) en su novela Almas muertas (1842).

En este sentido, Shevchenko retrató en sus poemas la vida cotidiana del pueblo de Ucrania (una vida de servidumbre, gran pobreza y desamparo). A veces, su poesía recordó las grandes rebeliones del pasado. Con más frecuencia, sus poemas denunciaron la opulencia y los vicios de los terratenientes. Pero, sobre todo, su poesía retrató la situación de los desposeídos (siervos, huérfanos, artistas ambulantes y mujeres desamparadas).

Más que un romántico, anota la crítica Mykhailyna Khomivna Kotsiubynska (1931-2011), Shevchenko fue un realista que dotó a su obra de “humanismo y sencillez” (Shevchenko and the critics 1861-1980, University of Toronto Press, 1980, p. 430). Sencillez que, en literatura, diría Cyril Connolly, no significa lo contrario de complejidad, sino seguridad.

Al final, con sus poemas dedicados a dibujar a los habitantes y paisajes de Ucrania –lo mismo “el ciego kobzar y los sanguinarios haydamaks” que el río Dniéper y “la estepa tachonada de túmulos” funerarios (kurganes)–, Shevchenko ayudó a conformar una identidad nacional, esto es, un sentido de pertenencia a una tierra y a una comunidad (Pauline Bentley, “Tarás Shevchenko, poeta de la libertad”, revista El Correo de la Unesco, julio-agosto 1961, p. 54).

Si, como anota Christopher Domínguez Michael (Historia mínima de la literatura mexicana, 2019), Carlos María Bustamante “fue el inventor casi en solitario del nacionalismo mexicano”, se podría decir que Tarás Shevchenko encarnó este papel para los ucranianos. Con sus poemas, Shevchenko construyó un espejo donde los habitantes de Ucrania pudieron verse a sí mismos y contemplar la verdadera cara de los tiranos que los esclavizaban.

Con todo, Shevchenko no era un rusófobo. Alcanzada la libertad de su pueblo, soñaba con la unidad de la cultura eslava a través de una federación paneslava (una suerte de Unión Europea pero con países eslavos). Tal vez por eso, recordaba Turguénev, Shevchenko intentó alguna vez escribir un poema que pudiera entenderse tanto en ruso como en ucraniano.

Dicho sea de paso, a diferencia de Shevchenko, el zarismo no buscó la unidad de la cultura eslava, sino su autofagia. Empecinado como está en devorar a Ucrania (uno de los brazos libres de la cultura eslava), Putin no desea tampoco la unidad cultural, sino convertirse en el nuevo zar, amo y señor de una población esclava, prisionera de sus títeres y fuerzas militares.

Tarás Shevchenko no vivió lo suficiente para ver la independencia de Ucrania, pero la posteridad no ha ignorado que el poeta fue quien mejor expresó, por medio de sus poemas, el anhelo de libertad del pueblo ucraniano. Hoy que la libertad de Ucrania se encuentra de nuevo amenazada, se vuelve imperioso leer su obra poética. Después de todo, la obra Shevchenko es “un poderoso canto a la libertad” (Pauline Bentley, “Tarás Shevchenko, poeta de la libertad”).

Al final, Tarás Shevchenko fue un poeta iconoclasta que puso “en ridículo […] la pompa mendaz y fingida” del imperio ruso; “arrancó a la monarquía rusa su manto de hipocresía y mostró la explotación, la licencia, el vicio, el patrioterismo, la estupidez y la falsía que engendraba” (Dmytro Pavlychko, “Un rebelde ejemplar. Tarás Shevchenko”).

Si bien los nazis destruyeron su monumento funerario en Kaniv, la comunidad ucraniana respondió, desde entonces, sembrando más de mil monumentos a Shevchenko por varios países del mundo. Los monumentos a Shevchenko son símbolos del combate por la libertad; un recordatorios de que, ante los abusos de los poderosos (zares, emperadores y césares de todas las épocas), la misión del escritor es estar del lado de la verdad.

Poeta de carácter irascible, de estar vivo hoy, Tarás Shevchenko sin duda estaría escribiendo un poema satírico sobre Putin, o disparando contra los tanques rusos que invaden su tierra natal. De alguna manera lo hace, en espíritu, pues fue Shevchenko quién inspiró –y sigue inspirando– a su pueblo a luchar en contra de la opresión. Él les enseñó a decir “Gloria a Ucrania”.

 

Román Alonso (Ciudad de México, 1985) es ensayista y editor. Dirige la revista cultural Anagnórisis. Su twitter es @RomnBecerril

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Posted: July 26, 2022 at 10:15 pm

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